Cuando Liam me dejó, algo que le fue
completamente imposible…
–Morena, ponte guapa pero no te pases.
–Tranquilo, lo especial lo guardaré debajo de
la ropa. Había pensado en ponerme una túnica y un conjunto sexy de picardías…
–No, ahórrate la túnica y…prefiero una de tus
braguitas de Nenúco.
Le dediqué una sonrisa y esa mano que tenía
atrapada mi muñeca, tiró de mí para estamparme otro de sus besos.
Dios, como me gustaba que me cortara el
aliento, que me dejara temblando y que me besara, eso me encantaba mucho más.
Gruñó y hundió su mano en mi cabello para
mantenerme bien quieta, enredó sus dedos en los mechones y mis brazos se
enroscaron en torno a su cuello. Liam deslizó sus manos por mi espalda despacio
hasta mi trasero, tenía cada nalga en cada mano. Las estrujó con fuerza para pegarme
completamente a su cuerpo y noté, con intensidad su torso aplastando mis
pechos. Gemí descontrolada.
De pronto, sin previo aviso, Liam apartó la
boca. Lancé un gemido de protesta e intenté atraerle de nuevo, pero él trazó
una línea de besos desde la mejilla a mi oreja.
–Joder –susurró ronco–. Sabes tan bien–.
Succionó el lóbulo de la oreja y lo atrapó con suavidad entre los dientes–.
Deliciosamente bien –gruñó y presionó con fuerza sus manos en las nalgas.
–Vas a dejar tus huellas marcadas en mi
trasero –señalé ronca.
Sentí el calor de sus jadeos desgarrados,
que provocaron escalofríos en las sensibles espirales de mi oído.
–Es mi punto débil. Me lo plantas en la cara
y solo quiero que metérmelo en la boca.
Jugueteó un poco más, no lo sé, había
perdido la noción del tiempo y de todo cuanto nos rodeaba, pero, de improvisto
se separó y cogiéndome de los brazos para que no me cayera, me brindó una
mirada llena de gozo.
– ¿Dejamos la cena y te llevo a otro lugar
más tranquilo?
– ¿A tu bungaló?
–Más exactamente, a la ducha de mi bungaló,
pero después… te dejaré en la cama desnudita y mojadita. Lo que no tengo muy
seguro es si te dejaré tranquila–. Eso ya
lo sabía–. He descubierto que hay zonas de tu cuerpo que aún no me he
comido y tengo que remediar eso.
Desde luego.
–No creas que soy un
buen bocado.
–Permíteme estar en desacuerdo, dulcemeum; yo sé muy bien lo apetitosa
que eres. Tú eres mi plato preferido.
Él me miró con una sonrisa tan brillante
que me cortó la respiración. Se acercó con la intención de volver a besarme.
Antes de que me perturbara esa boca y esa loca lengua, me retiré, rozando el
límite de la locura y coloqué mis manos en su pecho no para empujarlo, pero si
para detenerlo.
–Oh, no. Tranquilízate un poco, caníbal. Yo
tengo hambre.
–Y yo tengo algo para darte de comer.
Soltó un leve pero erótico rugido animal
mientras me dedicaba una mirada a todo el cuerpo. No pude evitarlo, me estremecí
y la idea de adelantar todo no me parecía tan mala.
–Siempre pensando en lo mismo…
Las palabras no terminaron, se quedaron
atascadas en mi garganta. Liam había conseguido evitar mi rechazo anterior y
ahora me tomaba entre sus brazos. Su acelerada respiración se expandió por mi
oreja y todo mi cuello.
–Te sorprendería saber cómo me calientas
–susurró contra el oído.
Su sonrisa maliciosa hizo que me ruborizara
y ese calor del que hablaba comencé a sentirlo por todas partes.
Perturbado o no, me provocó dando
toquecitos leves con sus labios contra los míos, no me besaba, solo me
torturaba a su manera, y esas torturas eran las que más odiaba, cuando me
ofrecía y me quitaba… Me daban ganas de estrangularlo.
–Liam –lo llamé sin voz. Él se retiró y me
miró.
–Anda vete, sino, terminaré violándote detrás
de esa palmera –dijo.
Escuché unas risitas a mi espalda. Al darme
la vuelta me topé con un grupo de parejas con hijos que paseaban. Nos miraron y
sonrieron, me ruboricé y me solté de Liam para salir de ese escrutinio de
burlas antes de que ese hombre hiciera su amenaza real, para terminar
escuchando como él soltaba una carcajada que me puso todos los pelos de punta.
Fui directa a mi habitación para cambiarme.
Liam me esperaría en la zona de recepción, me había informado que tenía una
sorpresa para mí y que no cenaríamos en el recinto. Acepté porque hoy había
sido un día maravilloso, fantástico, se había merecido su medalla con
incentivos, por eso, estas últimas horas del día, las esperaba de las mejores.
Una media hora más tarde, mi vestido rojo y
yo, esperamos en la zona del bar, un lugar que en esos momentos, por extraño
que pareciera, estaba completamente vacío. Se me pasó por la cabeza pedir un
licor fuerte, pero tenía ganas de probar la hipnosis completa con Liam y me
apetecía ir serena para recordarlo todo. Igualmente, el temblor de mis dedos
dejaba claro lo nerviosa que estaba.
–Un margarita, por favor.
Me giré hacia esa voz femenina, dulce y muy
educada que se había puesto justo a mi lado. Su porte, era la de una famosa que
se creía miss universo, con un
desparpajo de diva que me ponía enferma.
Había reconocido a esa rubia-pelirroja e
incluso de lejos, y en el momento que le había dirigido una mirada a esos ojos
azules, con una sonrisa de lado, supe, con anterioridad que este encuentro no
era casual. Esa arpía tenía algo entre manos.
–Bonita noche –indicó, con voz seductora y
arrastrando sus palabras.
Bien, lo que tenía planeado iba a ser algo
grande.
–Fantástica –murmuré sin mucha convicción y
devolviendo mi mirada a esa puerta para ver aparecer a Liam de una vez por
ella.
–Soy Sarella. –Vaya, y ahí tenía el nombre
que encajaba con todo. Me giré y la miré. Sarella ya tenía su copa en las manos
y jugaba con la pajita mientras me miraba de reojo–. Soy uno de los juguetes de
Marlowe.
Alzó la vista y me miró directamente a los
ojos sonriéndome con completa satisfacción. Yo experimenté lo que se podía
decir alucinaciones… ¿Acababa de decir
que era su juguete?
Tenía que darle un
premio. Eso era asumirlo a lo grande.
–Como tú –continuó y levanté las cejas–. Pero
al menos yo lo sé. Sé lo que significo para él. No soy algo serio pero sí la
mujer con la que se acuesta cuando busca un buen polvo. Y te hablo de hace
meses. Soy la mujer con la que más repite.
Lo
que eres es una zorra sin personalidad.
El labio inferior me tembló, pero me
recompuse y comencé a ser tan afilada y descarada como ella.
–Creo que empiezo a entender. Estás dolida
porque ahora no te hace ni caso.
Ella chasqueó los labios y se retiró, con
mucha lentitud una greña imaginaria de su cara para ponérsela detrás de la
oreja.
–No me subestimes, puedo tener a Marlowe
cuando quiera, y sepas que terminara viniendo a mí cuando se aburra de ti.
Hice una mueca de desprecio.
–Supongo que es lo que le pasa a todos los
niños –vacilé, exagerando mis gestos para dar más énfasis a mi burla–. Siempre
suelen acordarse del juguete viejo y hecho una mierda que tienen debajo de la
cama.
Sarella sonrió falsamente y dejó su copa
encima de la barra.
–Muy graciosa –ironizó– pero no estoy
advirtiéndote de mí–. Comenzó a jugar con la pajita de su bebida, la removió y
después se la llevó a los labios–. Te has encariñado de un hombre que te la
pegará como lo hace con todas las mujeres cuando ellas se enamoran de él, oh…si
no se cansa antes de ti–. Me miró, clavando sus ojos con maldad–. E incluso si
le das todo lo que te pida para retenerlo, todo a lo que su mente enferma se le
ocurra, todo lo que deseé, finalmente no conseguirás nada porque…terminará
dejándote cuando ella aparezca.
Bufé y me crucé de brazos.
¿De
qué demonios iba todo esto?
– ¿Otro juguete como tú que sabe que sólo le
puede dar placer sin compromiso?
Se metió la pajita en la boca, la rodó y
negó con la cabeza mientras intensificaba un siniestro suspense, pero lo que
realmente estaba haciendo era provocarme un tic en el ojo.
–No –dijo al fin–. Ella no es un juguete
cualquiera. Ella es y será el amor de su vida.
Eso fue un golpe que se estampó contra mi
cuerpo y la emoción dolorosa se derramó por mi rostro. Ella tuvo que notar mis
gestos ya que pareció hincharse tras mi postura y su juego con la pajita se
intensificó.
Esto ya no era divertido.
–No sé mucho de esa mujer –comentó sin
interés–, lo único que sé es que, cada vez que ella aparece en su vida, él
mueve cielo y tierra para poder estar con ella. Es intocable, su predilecta, su
génesis y…es preciosa. –Arrastró esa palabra con lentitud–. Solo la vi una vez
pero supe porque Marlowe la ama tanto. Parece un ángel.
Sentí un persistente dolor en el estómago.
–Adivino –dije, con el mismo sarcasmo que
ella utilizaba–, te jode que te lo haga a ti y quieres que me una a tu club de
desechos para luchar en contra de ella.
Sarella soltó una risa falsa y negó con la
cabeza.
–No hace falta –dijo, con un tono que me
plantó los pelillos del cogote–, tú eres quien terminara hecha un desecho
cuando él te deje por ella, sin embargo, yo seré quien lo consuele cuando ella
lo deje destrozado y abandonado como las dos últimas veces.
Apreté los puños, bloqueando la idea de
estamparle uno en la cara, pero la tentación era muy fuerte. Como no
desapareciera de mi vista se iría calentita.
– ¿Ahora el juguete es él?
–Para ella sí. –Y continuaba con ese tono.
–Supongo que todos tenemos una debilidad,
pero te confundes con la mía, tengo muy pocas debilidades, pero un hombre no
entra en ellas –aclaré, aun sabiendo que la que se equivocaba era yo.
Liam había despertado una gran sensibilidad
en mí ese día…
Como
que te acababas de dar cuenta de que estabas enamorada.
–No, no me confundo –dijo con desdén–. Se lo
que significa el principio con Marlowe. Sé cómo te hace sentir, como provoca
que todo tu cuerpo responda a ese hombre, y sé cómo termina cada pobre chica
después de ver como el hombre del que se han enamorado se va detrás de otra
mujer, que ni siquiera quiere estar con él.
Rumí, interiormente y me tragué un afilado
insulto.
–Tranquila, Barby hawaiana, –alargué el insultó, y para mi satisfacción, ese
cuerpo se tensó y su sonrisa desapareció–, se lo que me hago. No te preocupes
por mí.
–Gaela –alargó tanto mi nombre que lo sentí
como tirones en los pelillos de la nuca–. No me preocupo por ti, pero…Recuerda
este nombre; Christine.
Dejó la copa encima de la barra y se fue.
No dije nada, me limité a quedarme allí rígida y temerosa. Pensé mil cosas para
defender mi postura y de nuevo, me di cuenta que caía en otra historia más como
la de Ivan.
Me pasé los dedos por el rostro, planchando
las arrugas de mi frente y solté el aire con lentitud, entonces escuché la
ronca voz de Liam, de lejos y me di la vuelta para encontrarlo al pie de las
escaleras.
Observé que mantenía una conversación con
un hombre que desconocía. Se apartó y se acercó con paso tranquilo y lento
hacia mí. Tenía las manos en los bolsillos y buen aspecto. En realidad, más que
bueno. Se había tomado enserio lo de ponernos elegantes. Él, aunque no vestía
un traje, estaba perfectamente guapo con unos pantalones informales, zapatos
cómodos y un jersey de punto del color media noche que contrastaba con su
maravilloso bronceado.
Se detuvo pausadamente junto a mí. Sus ojos
no se apartaron de los míos ni un instante para mirar a nuestro alrededor.
–Sabes que estás increíblemente buena –dijo a
forma de saludo–. Eres lo más hermoso de todo el lugar. Me he cruzado con
varias mujeres y no he conseguido encontrar a otra que pueda superarte –abrumó,
realmente fascinado–. Echaba de menos el rojo en ti. Me has impresionado,
morena. Estoy temblando.
No dije nada y me aferré a las palabras de
Sarella como si fueran un salvavidas. Liam entornó los ojos y me miró
confundido.
–De nada –insistió, tras mi silencio.
–No te he dado las gracias –dije,
despreocupada.
–De nada, de todas formas.
Era directo y su decisión completa. Agachó
su cabeza con toda la intención de darme un beso. Me retiré.
–Ni se te ocurra –le advertí.
Liam se echó hacia atrás con las cejas
alzadas y completamente sorprendido por mi reacción.
–Vale, eso no me lo esperaba.
–Por lo visto, hay muchas cosas que no te esperas.
Su sexy sonrisa se plantó de nuevo en esos
tentadores labios.
–Viniendo de ti, todo lo que suceda es una
sorpresa –ronroneó.
–En tu caso, todo es un puzle terrorífico,
algo que no pienso montar.
Su sonrisa se borró automáticamente. Se
metió las manos en los bolsillos y dio un paso hacia atrás, después me miró de
arriba abajo, estudiando mi cuerpo y finalmente leyó en mi mirada. Me crucé de
brazos y comencé a dar toquecitos en el suelo sin retirar mi mirada de la suya,
enseñándole que yo también era fuerte.
– ¿Qué mosca te ha picado?
–La de la fiebre rubia-pelirroja –ironicé, con una sonrisa sin mostrar mis dientes.
– ¿El qué?
–Son venenosas, pero el macho que las
mantiene es mucho peor –expliqué, pasando por alto su confusión.
–Me parece que no te sigo.
–Me lo creo. Estás muy perdido.
Sus cejas ya formaban una única ceja.
– ¿Esto es una prueba? –Ahora la confundida
era yo.
–Para nada. Es una conversación. Tú
preguntas, yo contesto.
Me miró detenidamente, con atención unos
segundos, después de un tiempo en el que me puso nerviosa sacudió la cabeza y
con el rostro más tranquilo volvió hablar.
–Gaela. –Remarcó cada sílaba–. Tengo toda una
noche fascinante planeada para ti y para mí. Vas a disfrutar de un sexo
impresionante con el hombre de tus sueños.
Oh,
Dios, pero si tenía ante mí a un tiburón.
– ¿Cómo demonios has conseguido el teléfono
de Will Smith?
Bromeé para fastidiarlo pero ese hombre era
impermeable, todo le resbalaba, ya que no mostró ningún rasgo.
– ¿Ese es el hombre de tus sueños?
Me encogí de hombros.
–Uno de tantos –continué.
Liam se mordió los labios.
– ¿Tienes una lista?
Por mucho que quisiera continuar con la
broma, se le notaba irritado y, por lo visto, no podía enmascarar ese gesto.
–Sí, y muy larga y…tú estás muy por debajo de
ella.
Me había pasado, ese cuerpo se tensó
radicalmente.
–Vale. Esto empieza a mosquearme –murmuró
mientras se rascaba la cabeza–. Explícame que te sucede. Sin tonterías, se
directa.
–Tu querida amiga Sarella me ha hecho
compañía y, es increíblemente agradable. –Completamente directa.
El rostro de Liam se suavizó y su pecho por
fin se movió de arriba abajo.
– ¿Estás celosa?
–No –espeté ofendida.
Liam sonrió con dulzura. Se acercó unos
pasos y agachó su vista para mirarme directamente a los ojos. Yo levanté el
mentón tragándome cada una de las vibraciones que me provocaba su cercanía.
–Que no te amargue esa petarda la noche,
morena. Todo lo que sale de su boca suele ser mentira, le gusta hacer sentir
mal a las personas y, te tiene celos.
Eso también pensé yo al principio, pero
cuando la conversación se terminó, mi pensamiento fue completamente diferente.
– ¿Celos? –pregunté con sarcasmo. Liam no
reaccionó a mi tono deliberado de voz.
–No soporta ver como pierdo el culo detrás de
ti –dijo, sonriendo de lado.
Tan artista como Ivan. Impresionante.
– ¿Quién es Christine?
Se tensó de golpe y el movimiento me
asustó, así que me quedé callada.
–Alguien que no te importa una mierda. No te
atrevas a mencionar su nombre.
Su voz sonó tan fría que me provocó un
estremecimiento de los malos, pero su rostro estaba desprovisto de cualquier
emoción.
–Ella lo ha mencionado como…
– ¿Ella? ¿Quién? –exigió, con violencia.
Estúpido.
–Sarella.
Liam se me quedó mirando. Le temblaban las
aletas de la nariz y sus ojos azules ardían de furia.
–Sarella no sabe una mierda de nada, pero tú
eres una cría ignorante que se cree todo lo que le dicen.
–Pues para no saber mucho, la ha descrito a
la perfección…
–No –cortó fríamente, y la sangre dejó de
circularme–. No te metas en mi vida. No lo hagas, porque si no, comenzaré a
meterme yo en la tuya y te joderé esa boda que se aproxima y que no debería
celebrarse.
Sus amenazas me dieron exactamente igual,
pero su postura no. El demonio había vuelto, aun después de nuestro trato en
que dejara a un lado la violencia, él me estaba atacando.
–A Ivan le importara una mierda lo que tengas
que decirle.
–Y a mí me importa una mierda lo que piense
él –dijo y dio un paso hacia delante, intimidando y con ese rostro vacío. Me
asustó y retrocedí–. Ahora yo, tengo una pregunta para ti, ¿vamos a follar o
vale la pena que me largue?
–Vete a la mierda, Liam.
Me di la vuelta y con la frente bien alta,
salí disparada. Como siempre, salí corriendo para no perder la costumbre.
Corrí durante diez minutos por un sendero
de piedra casi a oscuras y en completo silencio mientras murmuraba un millón de
maldiciones. Corrí y corrí sin parar, sin pensar en otra cosa que no fuera él y
su voz, él y sus besos, él y el magnífico día, él y lo muy imbécil que era.
Lo había fastidiado todo.
No pude detenerme, llegué a sentir que me
ardía el corazón, que me dolía del mismo modo que si fuera un pie roto, herido
y castigado una y otra vez. No era adrenalina, no era locura, era rabia, un
sentimiento que me quemaba y parecía alimentarse con cada zancada.
Caí de rodillas, sin pensar si quiera en el
dolor de esa caída, sin pensar en nada ya que lo único que llenaba mi cabeza
era Liam y su maldito comportamiento.
Dios, ¿porque tantos misterios? ¿Por qué
tal locura?
Era culpa mía, me había dejado caer en esta
maravillosa sensación, en un extraño anhelo de felicidad guiándome a través del
día tan increíble que había pasado. Algo natural. Jamás un hombre me había
tratado así, bueno, puede que mis relaciones, aunque escasas, al principio fueran
maravillosas pero el final era el mismo.
¿Eran tan difícil buscar a un hombre;
sencillo, amable, cariñoso, loco por mí mucho más de lo que yo por él?
En mi mundo sí.
Grité frutada, soltando un puñetazo a la
madera del suelo y entonces, se abrió una puerta justo delante de mis narices.
Deslicé mi mirada de mis manos al suelo, y
del suelo a unos preciosos mocasines italianos que se camuflaban, por la orilla
de un pantalón de caída perfecta. Unas piernas separadas ligeramente que
mostraban -bajo una tela clara y planchada- unos muslos musculados hasta una
cintura estrecha marcada por un cinturón y dos puños cerrados, con las venas
marcadas enmarcando ese cuerpo. Un torso tenso, que se movió al ritmo de su
acelerada respiración y una barbilla alta, desafiante.
Un cuerpo enorme, tan enorme como el de
Liam se posicionó delante y me obligó a inclinar la cabeza para dar con el
rostro que escondía esa perfección.
Exaltada apreté los puños con fuerza para
enviar a la mierda al tío, pero me crucé con unos ojos claros que me miraron,
primero analizadores y después, cuando se dio cuenta de quién era, se
enturbiaron llenos de rabia, descontrol y pura agonía imprenta en cada rasgo.
–Ivan –susurré, en un apenas sonido audible.
Se me cortó el aire, el cuerpo fue preso de
un terrible aire frío que me consumió en lo más profundo y mi piel tiró de mi
cuerpo de una forma frenética y aterradora.
– ¿C-có-cómo…?
No podía hablar, no podía pronunciar más
que palabras sueltas y sin significado.
–Levanta del suelo –ordenó.
Negué con la cabeza.
No se molestó en volver a pedirlo con su
típica amabilidad. Me tomó del brazo y él mismo me alzó del suelo de un movimiento
un poco violento. Choqué directamente con su pecho, y como un rebote, apoyé mi
mano en ese solido músculo y lo empujé de mí, para verme, de nuevo, tras otro
tirón, mucho más pegada a él.
Incliné la cabeza para poder enfrentarme a
ese hombre y al chocar con el plateado más puro de sus ojos, no conseguí
encajar una palabra sobre otra y volví a balbucear lo mismo.
– ¿C-cómo…?
– ¿Cómo he dado contigo? –adivinó él.
Asentí. Ivan no era el hombre correcto y
cínico que conocía, ese hombre que tenía delante era otro. Su aspecto físico
era el mismo, perfecto, bronceado y fornido, pero su rostro, esa cara que me
volvía loca, estaba completamente desfigurada por el cansancio, la derrota y el
sufrimiento.
–No ha sido algo fácil –masculló–. Nadie ha
querido decirme dónde estabas. Pero supongo que, busqué en el sitio incorrecto
y por lo visto, la gente se ha creado una nefasta idea de mí –mencionó con
rencor–. Tu madre, me ayudó a dar contigo. Ella llamó a tu empresa y le dieron
los datos del lugar exacto en el que encontrarte. Y el resto –alzó el brazo
libre al aire, abarcando todo el lugar, yo me quedé sin respiración al ver que
mi carrera me había llevado a mi propia quinta–,
unas cuantas preguntas, con unos billetes bajo manga y la gente es muy amable.
Seguro que sí. Tu dinero y tu arte para
averiguarlo todo.
–Y vienes a llevarme a casa.
–Sí –contestó, al tiempo que daba un paso
hacia delante intimidatorio y provocativo.
Cerré la boca al sentir un ligero temblor
por mi cuerpo, que subió decidido hasta arriba y se expresó con un leve silbido
en mi aliento… Me enfureció.
Ese penoso sonido fue como un tirón de
pelo, un golpe de castigo en las manos o una palmada en la frente.
–No quiero ir contigo a ningún lado –espeté.
De un tirón, una sorpresa para él, me solté
y traté de avanzar, alejarme cuanto antes de esa aura masculina que comenzaba a
doblegarme. Y puede que mi impulso hubiera salido bien, pero Ivan estaba muy
centrado y ya conocía mis artes de huir mejor que nadie, ya que, antes de que
tuviera tiempo de emitir ningún sonido, se me acercó por detrás, y su mano se
cerró sobre mi cuello.
Me empujó tan fuerte que choqué contra uno
de los pilares de madera que decoraban el porche, y boqueé con jadeos silbantes.
Después, se me puso detrás.
–Venía con ganas de matarte, –sus dedos se
presionaron sobre mi cuello, sin hacerme daño pero con una amenaza constante–,
de estrangularte por lo que me dijiste y después ignorar mi orden,
abandonándome para venir aquí…Esperé en tu casa medio día, creyendo que al
final vendrías…
–Ya te lo dije. Tenía trabajo –murmuré
nerviosa.
–…pero al verte…Todo se ha esfumado. Mi
decisión se ha evaporado, se ha consumido. Verte ha sido una puta luz y…No
puedo hacerte daño, porque todo lo que te hago a ti, me lo hago a mí. Cada
lágrima que te arranco, me quita la vida…
Su cuerpo se pegó más al mío, su voz, esa
arrogante y narcisista forma de marcarme se había reducido a la nada, al más
puro dolor.
–Ivan –susurré, porque no sabía que decir
exactamente.
Todo me perturbaba, pero no de la forma erótica
o aterradora, no lo tenía muy claro, me creía soñar, incrédula ante esta actuación.
Desde que lo conocía me había enfrentado a un Ivan vacío, sin sentimientos, a
uno cabreado y a un cerdo arrogante, pero jamás a uno tan vulnerable.
Y lo peor vino cuando, dejó caer su cabeza
contra la mía con dulzura. Su nariz rozó mi nuca y el aire que salió de ella me
separó el cabello como dos cauces tomando distintos caminos.
–Sé que me odias, Gaela, y puede que me
merezca ese odio, pero…hay algo más fuerte que me ha empujado a hacer este
viaje.
–Lo que me digas me dará igual…
Mi voz murió en el mismo instante que noté
su erección restregarse por mi trasero y su otra mano, bajar, con caricias
lentas por mi brazo hasta llegar a mi mano, donde trató de entrelazar sus dedos
con los míos.
No se lo permití, retiré mi mano en el
instante que notaba sus yemas rozar las mías.
–Y si te digo que lo siento todo –dijo con un
hilo de voz, mientras su nariz se movía de un lado a otro, por cada raíz de
cabello que nacía en mi nuca.
–No me lo creeré –escupí mientras tragaba
saliva nerviosamente.
–Pues es cierto, siento mucho todo lo que te
hice…cada mal que te he causado solo me ha servido para perderlo todo.
–Sí, lo has perdido todo…
–Gaela –interrumpió con un ruego–, quiero
recuperarlo.
–Yo no –dije, desgraciadamente entre susurros
al notar sus labios repasando aquello que había repasado su nariz.
Bufó y noté como bajaba la cabeza cayendo
sobre la mía.
–No quiero discutir, estoy cansado de pelear
contigo, de estar metido en una lucha constante que nos está destrozando a
ambos. –Soltó la respiración y volvió acariciarme el brazo, pero esta vez saltó
del codo a mi cintura y la rodeó–. Me pasé con mi venganza. Lo siento – ¿Venganza? ¿Qué venganza? –Pero, te vengaste
de mí –continuó–, me chuleaste a conciencia acostándote con otro hombre, Gaela.
Le diste a otro hombre algo que era mío y que yo amaba… ¿Cómo crees que me
sentó eso? ¿O es que te importaba una mierda lo mal que estuviera pasándolo yo?
¿Qué? ¿Pasándolo mal tú por mí?...
Antes se congela el sol.
Jugaba conmigo cochinamente, quería
demostrar que yo era la culpable de lo sucedido y que él quería estar por
encima de todo demostrando que era la víctima.
Me tensé y cerré los ojos con fuerza,
intentando encontrar la forma de retirar de mi mente su cuerpo ya que
literalmente no me podía apartar a él.
–Tú te tiras a todo lo que tenga dos buenas
tetas y un pozo entre las piernas y soy yo quien debe pedir perdón –farfullé
indignada.
Me removí inquieta, quitándome ese cuerpo
de encima, rabiosa. Ivan no me dejó, es más, apretó mucho más su agarre y, su
cuerpo y el mío casi parecían uno.
–No quiero una disculpa, por ahora –susurró
contra mi oreja–, quiero que vengas conmigo. Que vuelvas sin tener que
implorarte nada…
–No me voy a menear de aquí –interrumpí
bruscamente, retirando mi cara del contaste aliento que él me echaba–. Ya te lo
he dicho.
– ¿No me lo vas a poner fácil? –preguntó
entre dientes.
–No –contesté con energía y completamente
tensa.
De repente me soltó y se retiró de mí. Con
lentitud, mucha, me di la vuelta para encararlo. Me choqué con un hombre mucho
más hundido que antes, apoyado contra la pared de la quinta y la cabeza gacha, puesta en el suelo. Era un hombre
distante cuya mente está operando en muchos niveles a la vez.
No te doblegues, no se lo merece.
–No voy a ir contigo –insistí con voz suave.
Ivan levantó la cabeza y sus ojos se
pusieron en lo míos, pero tuve la extraña sensación de que algo iba mal en él.
Su rostro expresaba un montón de sentimientos y todos era similares; al débil
casi apagado brillo de su mirada y la palidez de su rostro.
De nuevo, sentí ese dichoso impulso de
arrepentimiento.
–Pues si no lo haces por mí, hazlo por tu
padre. –La voz también era diferente, seca y rasposa como papel de lija.
– ¿Qué? –pregunté confusa.
–Él me ha mandado a por ti y Victoria.
Parpadeé mucho más confundida.
– ¿Por qué?
La expresión de Ivan cambió y se convirtió
en un hombre que te traía malas noticias a casa en mitad de la noche.
–Ha pasado algo, Gaela. Algo terrible.
Todo adquirió un cambio radical tanto de
sentimientos como de espacio y de tiempo. Ya no pensaba en el hombre que tenía
delante, ni en el lugar donde estábamos, ni siquiera en mis funciones vitales.
Todo se había detenido completamente a mí alrededor y la señal de que un temor
oculto me estrangulaba la garganta lentamente me dejó sin aliento.
No podía ser real, esto era una broma de
mal gusto para que lo siguiera…
–Mientes, siempre mientes… –Quise gritar pero
mi voz estaba tan muerta como mi cuerpo.
Ivan se despegó de la pared y dio un paso
hacia delante con el mismo gesto comprensivo.
–Esta vez no, créeme, jamás jugaría con algo
así. Aprecio demasiado a tu familia como para faltarles el respeto de esa
forma.
Tragué saliva con renovado dolor.
–Es verdad –murmuré.
–Lo siento, Gaela.
En el momento que terminaba esa palabra caí
hacia delante sin fuerzas, él me cogió al vuelo, tomándome entre sus brazos. Me
presionó contra su cuerpo como antes, solo que esta vez, me encontré metiendo
mi nariz en su pecho.
Cuando te encuentras repentinamente en una
situación como esta, tu cerebro se escinde en dos partes; la que se dedica a
experimentar la situación y la que se mantiene mucho más fuerte mandando
recuerdos, imágenes y comentarios vagos, quizás los últimos o los de niña.
Todo pasa a gran velocidad y todo te va
matando poco a poco.
Fotos de una vida pasar, desde los
cumpleaños hasta las navidades e imágenes donde compartes momentos inolvidables
con tu padre, y en ese momento el que más claro tenia era la fiesta; bailando
con él mientras su voz resonaba en mi cabeza diciéndome que me quería…
Me estremecí.
Noté la humedad en mi mejilla y en la
camisa de Ivan, quien, con mucha ternura, algo completamente incomprensible en
él, me acariciaba la espalda para proporcionarme consuelo.
Tenía un intenso dolor en mi garganta y mi
cabeza continuaba mandándome retazos de recuerdos, así que, tardé unos segundos
en ser consciente de lo que estaba diciendo Ivan.
–… Tranquila, tu padre es fuerte –susurró
contra mi coronilla, sin dejar de abrazarme ni acariciar la espina dorsal de
arriba abajo.
– ¿Qué le ha pasado?
–Un infarto –contestó con suavidad–. Está
bajo cuidados intensivos…
–Dios –sollocé y ya no escondí el llanto.
Me derrumbé en sus brazos, él dejó de
acariciar para poder mantenerme en pie. Creí por un momento que desfallecería.
El sonido de un coche, junto con las luces
que nos alumbraron constantemente retiró levemente su cuerpo del mío.
A mi espalda el coche se frenó, apagó las
luces y el motor. A continuación, escuché una puerta abrirse y cerrarse de un
violento portazo.
Los pasos, pesados contra un camino de
piedra se escucharon en ecos sobre una noche silenciosa. El contraste con ese
sonido se unió al latido de mi corazón que, perpetuo en su propio mundo, casi
no se percató de los síntomas que se producían en el cuerpo del hombre que me
tenía cogida.
Ivan se tensó, clavó los dedos en mi carne y su respiración se aceleró.
– ¿Te puedo ayudar en alguna cosa? –preguntó
Ivan, con voz tirante, grave y autoritaria.
Todo había vuelto a cambiar.
Una respiración, dos, tres y, la persona
que había a mi espalda, soltó una carcajada que me puso los pelos de punta.
Volví mi cabeza hasta poder mirar por
encima de mi hombro y me crucé con la propia oscuridad.
–Tú no, pero mi morena sí.
Liam.
Como Puedo leer los siguientes capitulos alguien q me ilumine
ResponderEliminarSi. yo también quiero saber.
ResponderEliminarSi. yo también quiero saber.
ResponderEliminarHola Bea. Te sigo por Wattpad y por aquí. Una pregunta piensas seguir con la segunda parte de esta historia. Un demonio de ojos azules. Se y q te han hecho esta pregunta miles de veces😂😂. Espero me respondas. Saludos desde Colombia 😘
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