Llegamos a casa de Gina, en silencio, a
excepción de las indicaciones que le daba tras contestar a sus limitadas y
rudas preguntas. Liam apretó el freno y, yo tuve que recobrar el equilibrio
antes de que nos detuviéramos delante del jardín victoriano que Gina conservaba
y cuidaba a las mil maravillas.
–Gracias –murmuré, y me arrepentí porque mi
voz sonara con tan poca vida.
Bajé de la moto y sin dirigirle ni una
mirada, comencé a caminar hacia el camino de ladrillo marrón que decoraba la
entrada de la casa.
–Morena, –me frené completamente en seco y
sentí el delicioso cosquilleo que le provocaba ese tono de voz a todo mi
cuerpo–, se te olvida una cosa.
Una pequeña porción de mi cabeza analizó
dicha información y automáticamente me toqué el bolso. Lo llevaba en el hombro,
cruzado sobre mi cuerpo y lo tenía todo. Me giré y lo miré confundida. Su
rostro tampoco me dio una pista ya que continuaba tan vacío como una página en
blanco.
– ¿El qué?
–Darme un beso de despedida –dijo con
arrogancia.
Intenté poner cara de ofendida, pero como
me había quedado alucinando, seguramente parecería que estuviese a punto de
cazar mariposas con la boca.
–Que te lo has creído tú –conseguí murmurar,
cerrando la boca.
–Ven aquí, morena, y dame mi beso.
Varié el punto de equilibrio de una pierna
a otra mientras, notaba como se me calentaba el cuerpo gracias a la adrenalina
extra que me invadió por su voz. Le dediqué una mueca de desprecio.
–Si quieres un beso, primero pídemelo bien y
después, ven tú a por él.
Para mi sorpresa se bajó de la moto, y con
mucha lentitud, sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo se acercó
caminando con esa postura de seguridad que me ponía tan enferma como a cien. Se
frenó justo delante de mí, a menos de diez centímetros. Hinchó su pecho y con
chulería levantó el mentón. Bufé y con prepotencia me crucé de brazos para
demostrarle que su actitud no me afectaba en absoluto.
– ¿Me vas a dar un beso?
Hombre estúpido y demasiado seguro de sí
mismo.
– ¿Y la palabrita mágica? –ronroneé.
No tenía ni idea pero mi mente parecía
tener un control absoluto sobre la situación, algo extraño. Mi cuerpo
aletargado le había echado un buen vistazo al monumento que tenía delante y se
estremecía, pero de una forma correcta. No daba tanto la nota como la forma
nerviosa de mis labios en menearse para todos los lados como si fuera hasta
arriba de meta.
Liam sonrió de una forma airada y negó con
la cabeza.
– ¿Tenemos diez años? –Preguntó con mofa–.
Sólo es un beso, un simple beso. No tienes que hacer un gran esfuerzo, yo lo
haré todo, únicamente tienes que ofrecerme tus labios y el resto es cosa mía.
Me recordó a Ivan, por la forma de actuar y
comportarse como un chico bueno.
Mentiroso.
–Hasta cuando te haces el bueno pareces un
cabrón.
Liam exhaló de forma prolongada y lenta, y
aquel sonido hizo que mi sangre se disparase.
–Y continúas con tu acoso verbal.
–Oh, disculpa –dije con voz al mismo tiempo
ronca y suave–. Debería someterme a tu misericordia.
– ¿Me has hecho venir hasta ti, para
vacilarme?
–Puede.
Levantó las cejas sorprendido. Por lo visto
no se esperaba mi reacción. No obstante, Liam era un hombre eficaz y siempre
conseguía que las emociones solo le afectaran un segundo, después, se
recuperaba con gran facilidad y volvía atacar a la yugular.
–Pues tu sentido de la oportunidad es una
mierda.
Eso era un breve recuerdo de que la llamada
había fastidiado su día.
Pobrecito,
que mala suerte.
A mí él me había fastidiado el fin de
semana, así que, por mi parte no tenía pensamientos de dejar que se fuera de
rositas.
–Y tu sentido de la decencia escasea por
todas partes –ataqué.
Alargó los labios y leí una advertencia en
cada uno de sus movimientos.
–No soy un buen chico, lo asumo, ¿contenta?
–Para que esté contenta, deberías asumir
muchas cosas.
–Poco a poco, morena. Todo a su tiempo. Nos
estamos conociendo.
Esa frase decía y escondía muchas cosas. La
primera; era que daba por seguro que deseaba volver a verle la cara, es más, él
ya anunciaba que así iba ser, y la segunda; que nos conocíamos, y ese término a
lo que era la realidad, no encajaba en nada.
–Y ahora, ¿me besas? –añadió.
–No –respondí tajantemente, con el mentón en
alto.
Las angulosas cejas de Liam se alzaron y la
sonrisa o cualquier signo alegre, bromista o prepotente se esfumaron de su
rostro. Me di la vuelta para alejarme de él, pero al segundo paso que daba, me
tomó del antebrazo y me giró bruscamente hasta su regazo.
Sus ojos saltaban de sus cuencas cuando lo
miré.
– ¿De verdad me estás obligando a esto?
–preguntó alzando las cejas y dejando caer su cabeza un poco sobre mí, solo un
poco.
–Un beso de despedida implica muchas cosas, y
yo no quiero nada de lo que tú me puedas dar.
Su rostro plasmó un golpe en la cara.
–Acabamos de pasar la noche juntos,
practicando sexo sin parar, y ahora…
–Deberías de estar contento, sexo sin compromiso.
Liam negó con la cabeza y expiró
lentamente.
–Eres muy rencorosa.
Me encogí de hombros.
–Un poco. Y te equivocas en una cosa, chico-sabe-lo-todo –interrumpí con
sarcasmo–. Tú te has largado al
anochecer y yo, y la almohada, somos las únicas que hemos pasado la noche
juntas. Si acaso, debería de besarla a ella, se portó muy bien conmigo.
Con el rostro vacío de expresión, Liam negó
con la cabeza a la vez que me soltaba para mover los brazos y destensar cada
músculo, yo reculé un poco, dándome cuenta de verdad de lo que aquello podía
implicar.
–Sabes, acabo de sentir celos por ese trozo
de espuma.
Me encogí de hombros.
–Ella me dedicó su tiempo, tú no.
–Entiendo. Sigues molesta por ese pequeño
detalle –argumentó llanamente.
– ¿Pequeño? –pregunté ásperamente, con un
tono endurecido por el recuerdo de su fuga inesperada.
Liam clavó sus ojos azules chispeantes,
directamente en los míos. Se me cortó el aliento.
–Escúchame bien, Gaela. Yo no te obligué a
nada, podía, sí, pero no lo hice porque no me gusta forzar a las mujeres
–indicó con un tono lúgubre–. Tu solita decidiste entrar en ese Motel sin
promesas ni compromisos…
–No quiero otro compromiso –interrumpí
bruscamente–. Me voy a casar con otro hombre. No necesito a otro cerdo en mi
vida. No soy granjera.
La cara de póker que puso lo decía todo,
abrió la boca y la cerró, sacudió la cabeza, después, tras pensarlo mejor soltó
una carcajada con su cuello estirado.
–Oh, vaya, eso sí que ha tenido mucha gracia
–se jactó.
E incluso me hizo gracia a mí hasta me
permití el lujo de borrarlo con la mirada mientras escuchaba el glorioso sonido
de su risa. Algo completamente maravilloso. Hasta ese sonido me puso la piel de
gallina.
Con su altura era todo un espectáculo,
sobre todo en aquellos momentos en que se erguía para mostrar toda su figura.
Llevaba los tejanos y tenía un aspecto estupendo con esa camisa a cuadros que
se había abierto para mostrar la ceñida camiseta blanca…Dios, estaba buenísimo,
aunque de forma salvaje.
–Me sacas de quicio –me dije para repetírmelo
a mí misma.
Liam me dedicó una mirada baja y muy sexy.
–Vale, estamos de acuerdo, pero… ¿me vas a
dar mi beso?
Era imposible.
– ¿Es que acaso te lo mereces?
Sus ojos se dilataron, hasta volverse
completamente oscuros, y yo me puse en tensión, observándolos a través de una
nube azul que me envolvía entera. Aunque sus dedos estuvieran por debajo de mi
cintura, me sentía como si me estuviese acariciando el cuello con una intimidad
asombrosa, como si lo estuviese presionando con una insistencia ligera pero
exigente.
–Supongo que no –contestó suavemente–, pero,
después de golpear mi mejor arma y salir escopetada para unirte con unos locos
que querían hacerte lo mismo que yo, aunque, de otra forma diferente, –Liam se
acercó, no sé como pero se aproximó tanto que sentí el sabor del café en mis
labios–, me arde la sangre, así que… Necesito una pequeña dosis de ti para
hacer desaparecer cada imagen que tengo de ti y una mano ajena en tu trasero.
Inhalé aire, e igual que una llama
encendida en una cerilla, lo sentí como si fuese chispa. Una oleada de calor me
recorrió el cuerpo, y siguió la línea desde mi cuello hasta mi ingle. Dejé
escapar un débil sonido; si hubiese sido capaz de pensar, me habría sentido
avergonzada.
Liam levantó una mano y acarició mi
mejilla, aguantó el aliento como si ese simple roce lo afectara de una forma
violenta, mientras intentaba controlar su hambre de mí. Con la sangre
palpitando atronadamente me apoyé en su pecho para no perder el equilibrio.
– ¿Por qué juegas conmigo de esta forma?
–pregunté, echándole la culpa de mi estado y no sentirme tan perdida por caer
en su tornado sin oponer resistencia.
Liam levantó un poco mi rostro y dejó caer
el suyo para tentarme peligrosamente.
–Por enésima vez; yo no juego, incito hasta
conseguir lo que quiero, y–se interrumpió y levantó la mirada para ver algo
detrás de mí, su cuerpo se tensó y aunque no leí nada en los gestos que
reflejaba su cara, todo desapareció cuando bajó la mirada y vi lo dócil que de
pronto, se había vuelto–. No hace falta que te diga lo que quiero–. Acercó más
los labios y presionó sus dedos sobre mis mejillas–. Dame mi beso.
Ya era bastante duro controlarme a mí
cuando deseaba con todas mis ganas darle ese maldito beso, pero tratar que esa
mole dejara de bajar sus labios hacia los míos… Eso fue inevitable.
Y me dejé.
Apenas terminé de humedecerme los labios,
Liam cubrió mi boca. Su sabor estalló por todo mi cuerpo, regalándome una
oleada de locura. Subí mis manos a su cabeza, al tiempo que me arqueaba hacia
atrás jadeando cuando su lengua jugó lenta y picarona con la mía.
Me había puesto de puntillas como si
estuviera tratando de absorber las sensaciones o le ayudaba a él, a que tomara
más de mí, todo de mí. Liam, deslizó los dedos suavemente por la curva de las
caderas para contrarrestar los duros y afilados embistes que producía su boca.
Jadeé como una loca y cerré la mano sobre
su cabello para atraerlo más. Él recibió con agrado el tirón de su cabello y
como regalo pasó sus manos por todo mi trasero. Mis oídos se llenaron con los
sonidos que ambos provocábamos; las succiones, los lametazos y los jadeos,
llenaban el aire.
Ese hombre era puro fuego y siempre me
haría arder, siempre encendería mi piel. Estaba enchufada, completamente
enchufada a él y a su presencia en todos los sentidos.
De pronto, escuché una exclamación femenina
acompañada de una obscenidad típica que concia muy bien. Me separé de Liam
abruptamente, empujándolo y me di la vuelta.
Mierda.
Adriana y Logan estaban en las escaleras
mirándonos con los ojos abiertos y con gesto rabioso. Gina, un poco más atrás,
se apoyaba al marco de la puerta y negaba con la cabeza a la vez que cerraba
los ojos. Se me cortó el aire y di unos pasos para acercarme a mis amigos, pero
en el momento que mi cuerpo se ponía en marcha, los suyos también y fue para
huir de mí.
–Adri…
–Ni me hables –cortó rabiosa.
Con paso ligero pisó el jardín y atravesó
la carretera para dirigirse al coche de Logan. Mi amigo, con el mismo gesto,
fue detrás de ella. La seguí anteponiéndome entre el coche y ella.
–Esto tiene una corta explicación.
Patético. Esa frase la odiaba porque era el
comienzo de una explicación penosa, pero era lo único que mi cabeza maltrecha
había conseguido recurrir.
Adri me miró con la misma expresión que si
acabase de tragarse un montón de mierda… aunque tal vez era porque le parecía
tan solo un montón de mierda.
–No quiero escucharla, me da igual. Me has
decepcionado… Eres mi mejor amiga… –no pudo terminar y sentí como el nudo que
ella masticaba se unía al mío.
El dolor me encogió el estómago y me dieron
arcadas.
–Lo siento…
–No. –Adriana le dio un golpe a mis brazos
que se habían alargado hacia ella–. Déjame en paz.
Mi amiga me rodeó y pasó por mi lado con la
misma facilidad que uno tira una colilla en el suelo. La ansiedad me abofeteó
con fuerza y un nervio doloroso, casi intragable me revolvió las tripas.
Parpadeé para aguantar una estúpida lágrima que se me escapaba del ojo y pude
ver, a través de una nube borrosa como abría la puerta y se metía dentro…
Párala, detenla…
–Adri…
– ¡No!
Cortó con un grito y cerró la puerta con
agresividad. Me adelanté para conseguir arreglar las cosas, no podía permitir
que se fuera así. Pero una mano en mi espalda, empujándome a un lado sin
miramientos me cortó temporalmente el habla, y más, al ver quien me había
tratado con tanto desprecio.
–Hey… ¡Tranquilo! –amenazó Liam, desde el
otro lado de la cera, con una pose perturbadora clavando la mirada en Logan. Mi
amigo, completamente tenso se giró hacia él –. Vuelve a tocarla, de esa manera
si te atreves –lo tentó fríamente.
Logan apretó los puños y soltó un bufido
rabioso.
No se dijeron nada, por un momento temí que
esos hombres se tiraran uno encima del otro, y después de ver a Liam en acción
me preocupaba que mi amigo sufriera alguna herida por su culpa, pero, para mi
tranquilidad, Logan le retiró la mirada y se dirigió al coche sin mirarme,
después montó y se fueron sin mediar palabra entra los dos y sin dedicarme un
último vistazo.
Quise derrumbarme en el asfalto, y por poco
lo hago, no me quedaban fuerzas. Sin embargo, con la respiración acelerada me
di la vuelta para enfrentarme al demonio que lo había planeado todo.
Él los había visto, antes de besarme los
había visto, por eso se había tensado.
–Lo has hecho apostas, sabías que estaban ahí
–culpé con la garganta ardiendo por la ira.
En un segundo, el aspecto amenazante de
Liam pasó a ser desafío.
– ¿Yo? No soy tan retorcido.
Me sonrió de forma falsamente encantadora,
seductora, y su dentadura perfecta reflejó la luz.
–No quiero volver a verte.
–Lo siento, pero ese es un deseo que no
pienso hacer realidad.
Liam se dio la vuelta, se fue
tranquilamente hacia su moto, sacudiendo sus llaves en la mano con gesto
alegre. Montó, arrancó y se giró.
–No es un deseo, es una petición. Me estás
jodiendo la vida –dije crispada y dando un saltito. Él se giró y me miró con
una ceja alzada.
–Y tú, me la estás alegrando. Crees que me
voy a deshacer de algo tan bueno. No. Luego te llamaré para saber cómo has
llegado a tu casa. Disfruta de tu comida.
Me estremecí por esos preciosos halagos,
pero me tragué ese sentimiento antes de que se reflejara en mi rostro. Con la
misma irritación, continué hablando.
–No. No lo hagas porque no pienso volver a
hablar contigo. Esto, si había algo, se ha terminado…
–Dulcemeum
–interrumpió–, esto no ha hecho más que empezar, y si tengo que ser duro para
que lo comprendas, seré impecable para que tú y yo, continuemos con lo nuestro
–dictó con una sensual sonrisa y se dio la vuelta.
Desgraciadamente me quedé embobada mirando
esa espalda tirar de su camisa para tomar el manillar de la moto y una
desgarradora imagen de sus tatuajes y el cálido tacto de su piel me interrumpió
el hilo de la conversación.
–No te molestes… No lo voy a coger.
Los hombros se hundieron con todo mi
cuerpo. Mis palabras se habían desvanecido con el viento. Liam se había
marchado, lanzando su moto a la precipitada carrera de locura, como tal, como
su comportamiento y como ese rasgo perturbado que revestía todo su carácter.
Me froté las sienes, pensando en la idea de
ahorcarme, pero al abrir los ojos y toparme con la comprensible mirada de Gina,
una parte de mi trastorno se evaporizó.
Pero mi alivio fue efímero.
El rostro de Gina era la perfecta imagen
que siempre me había ayudado a entrar en estado de relajación cuando la había
necesitado, pero en ese momento me hacía sentir como una mala bruja que había
destrozado la vida de dos personas.
– ¿Puedes dejar de mirarme a si? Por favor
–le pedí.
–Entra, Victoria está aquí.
Ese comentario me desconectó solo una
tercera parte del cerebro, las otras dos estaban ocupadas en las reacciones de
Adri y Logan y la última, la que más odiaba; en Liam.
– ¿Me vas a echar un rapapolvo? –le dije,
balanceando un pie de adelante atrás, pensando seriamente en entrar o no.
– ¿Yo? –Preguntó con los ojos en blanco–.
¿Qué acaso soy tu madre?
Me convenció. Entré dentro de la casa y
sentí el calor de la decoración Feng sui
rodearme entera. Dios, esto tenía que funcionar, la casa de Gina y Ete era como
rodearte de en un paraíso completamente asilado de la civilización.
– ¿Te parece bonito?
Me frené completamente en seco al escuchar
la pregunta. Me di la vuelta y me choqué con mi amiga en plena acción. Con los
brazos en sus caderas, el pelo en una coleta -mierda, se lo había recogido- y
el rostro lleno de decepción.
Y ahí estaba la bronca del siglo.
Después de; una tensa conversación con Gina
que terminó en una explicación de los hechos (sin mencionar el punto violento
de Liam) y el soportar unos comentarios graciosos que me aliviaron por parte de
mi amiga, me encargué de Victoria; secar, vestir y regañar. Luego, nos pusimos
en marcha.
Gina me había dado unos calmantes para mis
dolores personales y unas pastillas para el resacón de mi sobrina. Aún,
tomándose tres pastillas troceadas porque no podía ingerirlas enteras, parecía
que Victoria se muriera en el asiento del copiloto.
La miré dos o tres veces y en cada una bufé
de frustración porque deseaba meterle una paliza.
–Más te vale que tengas más aplomo cuando
entres en casa –farfullé dedicándole una mirada desdeñosa. Victoria me miró y
en sus labios se dibujó un mohín lastimero–, no me mires así. Ten la fuerza
suficiente para saludar a tus padres y subir a tu cuarto cagando leches. No me
como un marrón más por ti.
–Tita, estoy que me muero, no seas tan cruel
conmigo.
Su voz me llegó a la fibra más interna de
mí ser. Victoria era como yo, y la cosa tenía gracia, las dos nos habíamos
comportado como una crías, no se merecía mi reprimenda.
–Lo siento, pero te pido por favor que tu
padre no se entere.
–Lo intentaré –dijo y me regaló una sonrisa
de oreja a oreja muy cariñosa.
Me centré en la conducción y puse la música
para relajar el ambiente y relajarme a mí de paso. Lo necesitaba, acaba de
vivir más experiencias en estos dos días que en toda mi vida.
Entre el viernes con Ivan, hasta mi cita
con Liam, las cosas habían pasado a gran velocidad y mi cabeza no conseguía
mantener una idea fija en mi cerebro. Me sentía mucho más perdida que antes y
mucho más confundida. Estaba claro que pensar en todo sólo me causaría dolor de
cabeza y era mejor dejarlo estar hasta que todo me explotara en la cara.
Mi hermano vivía en un barrio familiar de
lo más pintoresco. Casi todos los vecinos eran familias y se conocían tanto
que, una vez al mes formaban una gran comida en el centro de la calle con la
excusa de poder deshacerse de los niños, que desperdigados se entretenían en
los hinchables o las atracciones que montaban exclusivamente para ellos.
Nada más bajé del coche me invadió el olor
a carne y no estaba muy segura si venia de casa de mi hermano, de la de
enfrente o de las dos que habían al lado, igualmente recé para que fuese Stefan
quien estuviera al fuego y mi estómago estuvo de acuerdo conmigo, en ese momento
gruñó desesperado por llenarse.
Ayudé a Victoria a bajar y me cargué al
hombro la cesta de la playa preparada para darme un baño en la nueva piscina de
la familia. Cogí las llaves y nada más abrir la puerta el leve sonido del canto
dulce de una niña llenó mis tímpanos.
–Otra vez no, por favor –se quejó Victoria,
apoyando la cabeza en la puerta.
La voz volvió a sonar y la canción entonó
un volumen más alto.
–Brilla
linda flor, dame tu poder, brilla linda flor…
Tanto Victoria como yo
nos miramos, ella con la cara cada vez más pálida como si esa sintonía la
estuviera poniendo enferma. En mi caso, el sonido de mi sobrina de tres años,
me sacó una sonrisa.
–Se ha escapado Rapunzel –pronuncié alegremente.
–Odio a todas las princesas Disney. Las odio.
Entramos y la loca carrera por pasar la
fase cero cuanto antes se hizo eterna. Victoria casi tiró la mesa de la
entrada, dos cuadros del pasillo y un jarrón que Zoe, tenía colocado al pie de
la escalera, pero finalmente consiguió subir -a modo de una borracha penosa-
las escaleras. Suspiré aliviada y casi me dio un infarto cuando al girarme vi a
mi hermano, con los brazos cruzados y una pinza de carne balanceándose en los
dedos que asomaban por debajo.
–Buen intento –dijo, levantando una ceja.
–Mierda –murmuré al darme cuenta de que el Pitt Bull, nos había visto.
–Te agradecería que dejaras de influenciar a
mi hija de diecinueve años.
Como a la carne, me acababa de aplastar
contra la barbacoa.
–Te recuerdo que tú, a su edad, ya tenías una
hija de año y medio.
–Por eso te lo digo, porque sé, de qué pie
cojean los jóvenes de hoy en día a esa edad.
–Reconoces que tú tenías una mente retorcida
a esa edad.
–No lo puedo reconocer, Gaela, tengo una hija
que casi podía ser mi hermana. Eso es una prueba que vale en cualquier juicio.
Pero no quiero que mi hija cometa un error similar.
Sonreí porque la voz de mi hermano ya
comenzaba suavizarse y con un poco de suerte, ese sería el sermón de hoy.
Bien, hoy no había misa.
–A ti no te ha ido tan mal –señalé, a la vez
que señalaba con la cabeza a las dos locas que había en el salón.
Anabel y Eduwina, mis sobrinas. Dos soles
que compartían los rayos en sus cabellos. De ojos verdes, y rubias-pelirrojas,
como su padre, se habían encargado de llenar la familia de alegría.
Anabel tenía siete años y era toda una
adicta a las películas de fantasía. Sus preferidas eran las de heroínas que
luchaban, mataban y saltaban por los cielos con poderes impresionantes. Le
encantaba disfrazarse de ellas y andar corriendo por la casa con látigos,
pistolas o espadas como ellas.
Dos semanas antes era la protagonista de Underwold, y hoy era… Todavía no había
conseguido averiguarlo.
Eduwina, una princesita que le encanta
llevar vestidos largos y disfrazarse de la Sirenita
o la Bella durmiente. Últimamente le
había dado por Rapunzel, y la
película que estaba puesta en el DVD
a todo volumen, era la segunda que Stefan le había comprado.
–Porque tuve suerte –comentó mi hermano con
orgullo.
–No te preocupes, Victoria es una chica muy
madura, –tuve que aguantarme una risa al pronunciar esa declaración–, se parece
a mí–. Se me cortó el aire por la ironía que salió de mi voz.
Mi hermano arrugó la frente. No se le
escapaba ni una y tampoco es que hubiese disimilado mucho el tono de mi voz.
–Y tú te pareces a mí, con lo cual, y resalto
mi información, se de lo que hablo.
La tontería se me cortó de raíz. Mi hermano
me acababa de estampar una tarta verbal en toda la cara. Asumí el error de
enfrentarme a él y dejé de mirar como subía las escaleras -que acaba de subir,
a trompicones Victoria-, para entrar al salón y saludar a las pequeñas.
Eduwina fue la primera que vino corriendo y
se lanzó a mis brazos ya preparados para ella. Le di un beso detrás de otro y
después, cuando la dejé en el suelo me tocó hacer una reverencia como en sus
dibujos animados.
Anabel, con la pose más recta y mucho más
metida en su papel de heroína, se me acercó en silencio mientras intentaba que
no se le escapara la risa.
– ¿Y quién se supone que eres ahora?
–pregunté con cariño y mi sobrina se puso completamente recta.
–Soy Alice –contestó orgullosa.
Estudié todas las películas que había visto
y… Eran pocas. No sabía de quien me hablaba.
– ¿Quién?
La sonrisa de Anabel desapareció completamente.
Con unos preciosos morritos y muy disgustada pasó por mi lado y se dirigió a la
cocina. Dejé a Eduwina terminando de ver la película y la seguí.
–Mami, –Anabel llegó hasta su madre, que
preparaba la ensalada, y tiró de sus pantalones cortos–, la tía no se entera.
– ¿De qué, cielo?
–No sabe quién soy.
Zoe Nicola-Lee se giró y me miró con sus
ojos castaños a forma de saludo y con una preciosa sonrisa en los labios. Mi
cuñada era un poco más menuda que yo, delgada y con una fortaleza increíble. Se
había cortado el cabello y ahora, esos rizos castaños los llevaba a ras de la
barbilla.
–Residente
Evyl –aclaró, resoplando para quitarse el pelo de la cara–. Y no me culpes
a mí, el otro día tu hermano quería ver a Milla
Jovovich, y se le ocurrió la gran idea de alquilar la saga entera. No sabes
lo que me ha costado conseguir esa ropa negra para niña… Al menos, ha dejado de
ponerse mis tacones.
Sonreí por la forma de expresar el último
comentario y recordé, el taconeo de Anabel cuando decidía ponerse los salones
más altos que tenía su madre en el armario. Después, miré a la niña y le
dediqué una sonrisa.
–Estás muy guapa. –Sonreí y la pequeña me
devolvió el gesto–Y la peluca está genial –añadí y señalé ese detalle con el
dedo. Anabel sonrió con molestia y se ruborizó.
–Mejor eso que cortarle el pelo y teñirlo…
Dios, cogí las tijeras al vuelo, pero ya se había cortado dos rizos. Casi, la
mato –se quejó Zoe, con dramatismo.
La sonrisa de Anabel se transformó en una
diabólica muy graciosa y agachó su cabeza para dedicarle una peligrosa mirada a
su madre. Zoe que la vio, atrapó sus mofletes y le dio un beso sonoro. Después
la dejó y continuó peleándose con la ensalada.
– ¿Qué tal todo? –me preguntó, con el mismo
tono de cariño que había utilizado con su hija.
–Bien. Como siempre. Mal. Y súper mal
–contesté acercándome a la mesa–. ¿Quieres que te ayude?
–Tía, no has dicho nada claro. Realmente no
sé cómo va tu vida.
–Tu madre ya me entiende.
La pequeña se puso a pensar, tratando de
resolver el rompecabezas que acaba de soltar.
–No hace falta, cariño –me contestó y después
me dedicó una mirada comprensible–. Supongo que será; el trabajo, Ivan, tu
madre y… ni idea –desmenuzó mi rompecabezas.
–Más o menos.
–Acláramelo –pidió.
–Bien; el trabajo. Como siempre; Ivan. Mal;
Adri y Logan. Y súper mal; Liam.
Los ojos de Zoe se giraron abruptamente en
mi dirección y la lechuga se quedó suspendida en el aire.
– ¿Quién es Liam?
Entre susurros y palabras claves le conté
todo, pero todo, hasta el comportamiento perturbado y la violencia que había
demostrado Liam al protegerme de los jóvenes de la carretea. Mi cuñada escuchó
atentamente y su veredicto fue inesperado.
–Me parece muy bien.
– ¿De verdad? –pregunté incrédula.
–Pues sí. Eres joven y tienes que disfrutar,
si Ivan no quiere, pues otro y punto.
–Mami, a mí me gusta Ivan –dijo Anabel
tímidamente, pegando patadas con la punta de su zapato al suelo.
La miré y suspiré.
Mi sobrina estaba completamente enamorada
de mi prometido. Para su suerte Ivan, siempre que la veía la trataba
estupendamente, hasta envidaba a esa pequeña, y ella, aprovechaba cuanto podía
para besar su mejilla, tocar su cabello y lanzarse a su cuello para que él la
tomara en brazos. Había momentos que ese hombre me hacía dudar, pero cuando
nuestros ojos se cruzaban, la hipocresía que leía en ellos y anulaba la
sensación vulnerable que se apoderaba de mí.
Era un farsante, y nos tenía tan engañadas
como enamoradas a Anabel y a mí.
–Cielo, Ivan es malo con la tía –le aclaró
Zoe, con ternura a la pequeña–, ¿y a que tú quieres a la tía Gaela?
–Sí, pero también quiero al tío Ivan.
–Él no es tu tío –interrumpí bruscamente y me
arrepentí de inmediato.
Era
una niña, inocente y había actuado fatal, quise que la tierra se me tragara en
el momento que esos ojitos claros me miraron con preocupación.
–Uuh, como estamos –murmuró mi cuñada
burlándose de mí.
Inmediatamente me arrodillé en el suelo y
abracé a la pequeña con fuerza. Anabel, tan dulce y cariñosa como siempre me
devolvió el abrazo y me dio un beso.
–Lo siento –dije.
En ese momento se escuchó a Eduwina,
gritando algo sobre la maquina negra. Zoe se limpió y salió de la cocina para
salvar a una de sus hijas. Anabel me tomó de la mano y las dos seguimos a su
madre.
–A ti te quiero más –pronunció Anabel,
apretando mi mano con la suya.
–Lo sé, y yo también te quiero.
La pequeña sonrió y dio un saltito de
alegría.
–Ésta chiquilla me va dejar el pelo canoso
–se quejaba mi hermano, cabreado mientras bajaba las escaleras. Por lo visto
acababa de tener una charla con Victoria. Cuando llegó al último escalón, se
frenó y levantó la cabeza para mirar por el agujero de las escaleras.
–Te quiero en cinco minutos aquí abajo
–ordenó–. Si tardas más, subiré a por ti y la cosa se complicará.
Como respuesta Victoria dio un bestial
portazo.
–Será…
–Stefan, por favor –le rogó Zoe y esa mirada
de cariño consiguió que mi hermano lo dejara estar.
–Puede conmigo. ¿Nosotros éramos así a su
edad?
–No nos dio tiempo, cariño. –Mi cuñada se
acercó a él y colocó una mano en su pecho, después le sonrió–. Teníamos que
alimentar a una niña pequeña, no lo disfrutamos. Déjala, se arrepentirá y te
pedirá perdón.
Stefan negó con la cabeza y cerró los ojos,
intentando buscar la forma de tranquilizarse. Me hizo gracia su expresión, y no
pude evitar una sonrisa. Mi hermano me dedicó una mirada de las que te
entierran bajo hormigón.
Levanté las manos y con la excusa de que
Eduwina quería bañarse, la tomé en brazos y me escabullí a la piscina.
Veinte minutos más tarde, estábamos todos
en una mesa preparada en la terraza trasera comiendo las deliciosas chuletas de
Stefan y disfrutando del magnífico día que había salido hoy, exceptuando
Victoria, que tenía la cabeza sumergida en el plato.
–Victoria, come algo, se te pasará –dijo Zoe,
retirándole el pelo de la cara.
–No puedo mamá, tengo agonía…
–Te fastidias –interrumpió Stefan, mirando
esa cabeza baja con los ojos inyectados en sangre–. No haber bebido.
–Cariño, por favor, ya está bien –le pidió
Zoe, con una mirada de advertencia y luego miró a su hija, que estaba jugando
al lado de la piscina–. Anabel, ven a terminarte la hamburguesa. Venga.
–Tiene que aprender –continuó Stefan, dándole
un trago a su cerveza–. Podría haber sucedido una desgracia.
Zoe se pasó la mano por la frente y le
quitó el cuchillo a Eduwina, quien se había puesto a jugar con ese metal como
si fuera un avión.
–Te recuerdo tus resacas –lo amenazó mi
cuñada.
Mi hermano le dedicó una sonrisa
sarcástica. Entre miradas amenazantes, el coma de Victoria y la operación que
le estaba haciendo Eduwina a su carne decidí echar un vistazo Anabel, mientras
dejaba que la mesa se relajara un poco, pero la escena que vi, me dejó
completamente perpleja.
– ¿Desde cuándo Anabel puede hacer eso?
La niña se menaba como una contorsionista
stripper en una barra americana. Fue impresionante, rodeaba con su pierna el
tubo de la ducha que había a al borde de la escalera; trepaba por ella y luego
bajaba en círculos con la cabeza estirada mirando el cielo.
–Me cago en la… Ya está otra vez –se quejó mi
hermano completamente fuera de sí.
Solté una carcajada cuando esa pierna se
elevó de nuevo al cielo y bajó, como una profesional por la barra. Era
imposible que yo, ni en mis mejores tiempos pudiera conseguir tal elasticidad
para moverme así.
– ¡Anabel! –gritó Stefan, levantándose y
dirigiéndose hacia ella.
Escuché a mi espalda las risas de mi cuñada
y mi sobrina, hasta la propia Victoria había levantado la cabeza de su plato
para observar la estampa de la bailarina. Mi hermano llegó a su lado y Anabel,
dio un salto hacia atrás para retirarse de su alcance, pero Stefan fue directo
a por otra cosa.
–Ya estoy harto.
Arrancó el tubo de la ducha del suelo de un
loco tirón. Me quedé con la boca abierta y casi no pude gesticular vocal durante
un rato.
–Stefan, está muy tenso –conseguí mencionar
cuando supe encajar mi mandíbula de nuevo.
–Ha hecho de madre y padre toda la semana, y
nuestras hijas son bastante… selectivas. Eduwina se ha pasado toda la semana
sin abrir la boca, Anabel pegando espadazos a todos los niños del barrio, –era
bastante dramático pero como mi cuñada se lo tomaba a pitorreo, no pude evitar
soltar una risita al imaginarme a la pequeña Alice, dando palizas a los zombis del barrio–. Stefan ha pedido más
veces perdón en esta semana, que en toda su vida, y Victoria, tan tensa como su
padre por la situación, se ha comportado bastante mal, así que…
–Se comprende la situación –terminé por ella
comprendiendo el ataque de mi hermano. Zoe había salido de viaje y él, se había
quedado a cargo de las niñas, esa actuación era completamente comprensible. De
pronto, se me ocurrió una idea para echarles una mano y darles unos días de
descanso–: ¿Por qué no me llevó a Victoria al viaje por ti?
– ¿Qué? –se escuchó de fondo a mi hermano.
–Podríais iros de escapada de fin de semana
algún lugar tranquilo –añadí pasando olímpicamente de la queja de Stefan.
– ¿Cómo? –repitió, Stefan, con la voz
crispada.
Me giré y lo vi tratando de soltar a Anabel
de la farola que había a un lado de la piscina. Posiblemente estaría
practicando otro de sus bailes al verse sin su particular barra de striptis que
su padre acababa de arrancar.
–Sería genial, pero de todas formas tenemos a
las pequeñas.
Dejé la lucha de padre e hija, cosa que
ganaba la pequeña gracias a sus poderes y miré de nuevo a mi cuñada.
–Llévaselas a mi madre. Se pondrá como loca
cuando sepa que las tendrá tres días enteros.
Zoe lo meditó. Dejó el tenedor encima de la
mesa y miró por encima de mi hombro.
– ¿Tu que dices?
–Puedo llamar a mi padre. –Me sobresalté al
escuchar a mi hermano tan cerca. Al girarme me lo encontré justo a mi espalda
con Anabel enganchada a su cuello–. La verdad es que no lo veo mala idea.
– ¿Pero a tu madre no le importará?
–Lo dudo –dije–. Les quiere a ellas más que a
su ojito derecho.
Stefan me golpeó la cabeza en un gesto
cariñoso en el momento que bufaba tras mi explicación.
–Aunque no lo creas, tú y Victoria, siempre
habéis sido las preferidas. Olimpia siempre ha tenido devoción por esas
revoltosas que le ponían la casa patas arriba y no podían estarse quietas.
–Entonces a ti te debe amar con locura –le
respondí y le saqué la lengua. Él puso los ojos en blanco y Anabel fue la que
me sacó la lengua.
–Dejad de hablar así de vuestra madre.
Olimpia tiene sus defectos, pero ella os adora a todos por igual…
–Mi padre nos adora, Olimpia nos trata como
soldados –interrumpió mi hermano.
–O como algo peor –añadí.
Mi cuñada negó con la cabeza y nos dejó por
imposibles.
Zoe era un sol, amable, comprensible, una
persona con la que hablar de todo y un gran apoyo para mí en cuanto a la boda
de Ivan. Ella también se había ofrecido en ayudar y me daba consejos para
tratar a ese hombre. Lo malo es que, aunque ella me indicara paso a paso como
actuar, todo me salía al revés y sus estrategias no se habían puesto en marcha.
La última versión que me dio, era la que menos caso le había hecho:
Si no
puedes con tu enemigo, únete a él. Conquístalo.
Eso no lo había intentado. ¿Para qué
molestarme? Era imposible.
Los ojos castaños de Zoe se alzaron y
miraron a su marido con amor, después con una sonrisa, se levantó, le quitó de
los brazos a Anabel y la dejó en el suelo.
–Llama a tu padre antes de que sea más tarde.
Si tienen planes no les digas nada, no quiero que cambien sus citas por cuidar
de nuestras hijas.
–Como quieras. –Stefan se metió en casa pero,
a los segundos sacó su cabeza por la puerta corrediza–. ¿Cuándo os vais? –me
preguntó.
–El jueves por la mañana. Victoria se puede
quedar a dormir conmigo.
–Genial –estuvo de acuerdo y luego miró a su
mujer–. ¿Entonces, sería dejarlas el miércoles por la noche?
–Por ejemplo –contestó Zoe, sentándose de
nuevo a la mesa.
Remontamos nuestra comida, está vez más
tranquilas mientras las más pequeñas ilusionadas con quedarse con la abuela,
peleaban con su madre en que llevarse a casa de los abuelos, Victoria, más
tranquila se giró cara mí y me dio las gracias. Zoe, que lo había escuchado la
advirtió de que tendría que trabajar, que no iba de vacaciones, ella aceptó y
se puso a comer.
Stefan regresó con nosotras pero antes de
sentarse a la mesa me miró con gesto serio.
–Hay alguien que ha venido.
– ¿Quién? –pregunté.
–Hola.
Me tensé completamente al escuchar el
sonido de su voz.
– ¡Ivan! –exclamó Anabel, ilusionada.
¿Qué estaba haciendo él aquí?
–Tía –murmuró la pequeña, rogando ese
permiso.
–No importa, cielo. Tú tía está en trance
–dijo Zoe, animando y dando el permiso que no me salía a mí de los labios.
Y la definición de mi expresión fue lo que
me levantó de un brinco de la mesa.
En trance… y una mierda.
La niña, que había ansiado saludar a Ivan,
saltó de su silla y fue corriendo a sus brazos, Eduwina, una copiona rematada
de su ejemplo mayor salió detrás de ella, e Ivan, con su impecable educación
saludó a las niñas con abrazos y un beso.
Eduwina tuvo más suerte, a ella la tomó en
brazos y le dedicó una broma, después, cuando la dejó, acarició la mejilla de
la hermana celosa, que tímidamente se comportó mucho mejor que yo, ya que
cuando Ivan, me acariciaba la mejilla comenzaba a rumiar como una gata para
después, comenzar a restregar el lomo por su pierna.
– ¿Quieres comer algo? –le preguntó mi
cuñada, con su dulce tono educado.
Mientras rezaba para que él negara esa
petición le eché un vistazo al rostro de mi hermano, y estaba descomponiéndose
mientras le lanzaba una amenaza a su mujer por haber invitado a ese hombre a
comer.
Dios, Stefan era tan transparente que por
un momento pensé que hasta el propio Ivan podía leerle la nuca por detrás.
No, a mí hermano no le caía bien Ivan y
tenía una opinión bastante rotunda sobre las bodas concertadas que había
organizado mi madre. Para él, tanto Dika como yo, habíamos sido la venta de un
ganado para el mejor carnicero, solo que, al contrario de mi comprador, al
marido de mi hermana, sí que se lo podía tragar.
–No, gracias. –El tono de voz de Ivan era
siempre tan neutro y correcto que me costaba compararlo con un monstruo cuando
hablaba así–. Simplemente he venido en busca de Gaela–. Ivan se giró y me miró,
y en ese mismo instante su sonrisa se borró–. ¿Podemos hablar?
Accedí y con paso ligero dejé a la familia
en la terraza para conducir a Ivan al salón principal. Tras entrar él, cerré
las puertas y tomé el aliento antes de que comenzara a fallarme.
Me giré y lo miré, el hombre moreno que
siempre lucía perfecto en ese momento estaba hecho un desastre; con la ropa
arrugada y el cabello desecho. Aunque estaba bronceado, nadie hubiera dicho que
se trataba del estado correcto en el que siempre se encontraba. Más bien,
parecía peligrosamente malhumorado y a punto de estallar.
– ¿Cómo sabías que estaba aquí? –pregunté.
La mirada de él me observó de pies a
cabeza, intensamente y buscando algo.
–Me lo dijo Gina –informó al mismo tiempo que
me dedicaba otra mirada, constante, revisando cada zona de mi cuerpo. Mi
corazón comenzó acelerarse.
¿Qué demonios miraba tanto?
Por un momento pensé que leía mi cuerpo
para saber qué era lo que había sucedido. Se me pasó por la cabeza que Ivan
había descubierto mi lado salvaje y el día anterior pasó por mi cabeza a gran
velocidad.
– ¿Q-que quieres?
Mi voz delató cierto temblor que no me
gustó, Ivan se dio cuenta y esos ojos grises que siempre me habían parecido
atractivos, me miraban en ese momento con hostilidad declarada.
–Te pasas todo un día desaparecida, sin dar
señales de vida, y cuando consigo hablar contigo, te encuentro en pleno ataque
de pánico… ¿Qué demonios ha sucedido?
Una parte de mi cuerpo se relajó
completamente como si le inyectaran morfina, hasta el cuerpo tenso desapareció,
pero la otra, la que era consciente de a qué se refería se quedó atrapado entra
la espada y la pared al comprender que no podía decirle la verdad.
–Nada.
Las morenas cejas de Ivan se alzaron a la
vez, y sus párpados cayeron lentos, para destapar una mirada penetrante.
–Escuché perfectamente tú voz y la de otros
hombres. No me tomes por tonto Gaela, no te lo aconsejo.
–No sucedió nada, todo fue una confusión
–expliqué inmediatamente.
–Mientes –escupió.
Su pecho se alzó y la camisa se tensó en su
torso, amenazando a cada botón en salir disparado. Desvié la mirada y
milagrosamente me coloqué la coraza de hierro encima.
Por suerte no necesité mucho esfuerzo. El
recuerdo vivido en casa de mis padres, su petulante forma de marcarme y la
visión de ese hombre entre los brazos de otra, en cuanto, momentos antes se
había comportado tan dulce conmigo, fortaleció el escudo.
– ¿Y porque iba mentir? Mírame tú mismo,
estoy bien.
Provoqué señalándome el cuerpo con desdén.
La petulancia con la que marcaba cada nota de sus palabras me cabreaba y estaba
demasiado cansada para esto.
–Sí, lo veo por mí mismo –contestó tan frío
como el brillo de su mirada–, pero no me creo ni una palabra de todo lo que
dices.
–Pues es tú problema, no el mío. Yo me siento
realmente bien.
Ivan se acercó, con el labio torcido.
–Yo no.
Sentí un escalofrío. Conocía perfectamente
los tonos de voz de Ivan, y tenía muy pocos, pero este era único y tan
aterrador como si en vez de palabras me lanzara en toda la cara piedras
puntiagudas. Sólo lo había escuchado en la bodega y, según recordaba, la cosa
ese día no había terminado muy bien para mí.
– ¿Explícame que fue lo que sucedió? –pidió
llanamente.
–Nada preocupante. Un error común de caras
parecidas y…
– ¡Maldita sea! –gritó crispado–. ¡No me
hablabas! ¡No decías nada! ¡Estabas aterrada!
Se me erizaron los pelos del cogote. Escogí
mis palabras con cuidado.
–Simplemente se confundieron de persona
–insistí con la misma historia.
Las cejas de Ivan se convirtieron en un
ceño. No se creía nada de lo que salía de mi boca.
– ¿Qué historia me estás contando?
Era imposible engañar a una persona qué; se las sabe todas, que maneja a la
perfección el rostro, el tono y la pose de una presa cuando le mentía.
Mi única estrategia posible era una defensa
fuerte. Tendría que comportarme como una arpía si deseaba que ese hombre se
asqueara tanto que necesitara que yo, desapareciera de su vista y de su núcleo
personal.
–La verdad, tú me lo has pedido –dije con el
mentón en alto.
Noté, mucho más que sentí la presión
estática que él desprendió con violencia. Ivan estaba al límite, a punto de
explotar, y jamás lo había visto de esa manera, tan tenso, tan enrojecido, con
la mandíbula convertida en piedra y esos ojos saltando de sus cuencas contra
mí.
–Conozco cada vibración de tu voz, conozco
cada sentido que va unido a ella, y cuando te escuché hablar, no me pareció que
estabas de broma –declaró, farfullando las palabras a través de los dientes.
Tragué saliva y continué tan altiva como
podía.
–Siento haberte confundido de esa forma.
– ¿Confundir? –Soltó la palabra como un
latigazo–. Me rogaste que no te colgara, te ardía la voz cada vez que hablabas.
¿Por qué me acojonaste así?
Parpadeé porque esa pregunta no me la
esperaba, y perdí el equilibrio de mi voz cuando continué:
–Lo siento, no era mi intención.
Ivan se pasó las manos por la barbilla y
las venas se mostraron en su carne como arterias a punto de explotar.
–Gaela, he pasado el peor día de mi historia,
la impotencia que tenia de no saber dónde estabas… Mierda, no sabía ni por
donde comenzar a buscar. ¡Maldita sea! Comencé a llamar a todo el mundo que te
conocía, a…
–No hacía falta tanta preocupación
–interrumpí fríamente, pero notando un extraño nudo en el estómago que se
sumaba a los golpes fuertes de mi pecho–. Siento haber hecho que perdieras tu
tiempo por una tontería.
–Tiene gracia, –sonrió cínico y continuó con
esa mirada fría como el hielo–, pero a mí no me pareció una tontería.
Inventa algo, lo puedes hacer mejor.
Me adelanté un paso, pasando mis manos por
mis caderas para esconder el temblor de los dedos a mi espalda.
–En un principio bromearon, y puede que me
asustara un poco, pero después, al ver que yo no era quien ellos buscaban, se
fueron.
Ivan ladeó su cabeza, estudió mi rostro y
después, tomó su propia versión de los hechos, un resultado que no mostró ante
mí, ya que la máscara inteligible se posó en su cara como una capa más.
–Así que; me he pasado todo el día con un
enorme nudo en la garganta, preocupado por ti, tratando de localizarte como un
maldito maniaco, imaginándome que te había sucedido algo, ¿para nada?
Era perceptible la violencia que hervía en
su interior. Dios, esto se me escapaba de las manos.
–Correcto. –Suavicé mi tono completamente,
hasta incluso me escuché a mí misma con dulzura.
En lo que llevaba de día había cometido
muchos errores, ya tenía el cupo lleno, lo mejor sería, aceptar que me podía y
él terminaría largándose como siempre.
Ivan tomó otra intensa respiración y la
tentación de que esos botones salieran disparados y su carne quedara a la vista
fue un golpe de lo más bajo contra mi orgullo.
Céntrate Gaela, no estás a lo que estás…
Ivan es el enemigo.
– ¿Y el teléfono? Después te llamé y ya no me
lo cogías. ¿Por qué?
Tono deliberado y acusatorio, eso enfrió
completamente mi patético estado.
–Porque no soy tu secretaria para estar
cogiéndote las notas siempre que a ti te da la gana.
Tanto la voz como los gestos corporales
volvieron a la carga. Ivan permaneció aturdido por mi ataque. Por un momento
todo lo que me rodeaba se quedó quieto, traspuesto en el tiempo como un perdido
objeto en el universo, pero tras los segundos pasados o tal vez mis
movimientos, que se habían alejado un poco de él sin darme cuenta, Ivan
reaccionó.
–Por una vez en tu vida podrías bajar la
guardia y hablar conmigo –dijo, suavemente mientras le dedicaba una mirada al
movimiento de mis pies.
–No puedo permitirme ese lujo y menos por ti.
Sus ojos subieron con rapidez por mi
cuerpo, como si mis palabras fueran un insulto y un extraño sentimiento que no
pude deducir pasó rápido por su rostro.
–No puedo ser tan malo –murmuró.
–No, eres un puto Santo –espeté.
El sentimiento volvió a repetirse en su
rostro, pero esta vez no pasó tan fugaz, era una mezcla entre el dolor, la
impotencia y la desilusión, pero mis sentidos me dijeron que simplemente se
trataba de otra de sus artimañas para hacer que cayera en su trampa.
–Gaela, por una vez, no estoy en tú contra
–murmuró con debilidad, como si le doliera la garganta.
–Es difícil creer eso cuando pareces un toro
arremetiendo contra una valla.
–Hoy no –se justificó con rapidez–. Lo de la
llamada me ha dejado fuera de combate, y ahora tengo la necesidad de saber que
estás bien –murmuró débilmente, provocando que mis huesos quisieran salir de mi
cuerpo–. Quiero que dejes a un lado nuestros problemas y te centres en no
atacarme para poder tranquilizarme.
– ¿Qué significa eso?
Me debilitaba, lo sabía, lo notaba.
Retrocedí. Aun después de que su mirada se
fijara con gesto amargo en mis pies, metí esa barrera entre los dos. Después de
lo sucedido en la fiesta, necesitaba retroceder un poco y reconstruir las
defensas que protegían mi corazón. No podía caer, no podía tener tan poca
fuerza, tenía que ser más fuerte o si no, Ivan, finalmente conseguiría
apoderarse de mí.
–Significa que, –El enorme cuerpo que tenía
delante comenzó a dar pasos lentos, precavidos pero a la vez decididos en mi
dirección. Al ver la expresión en su rostro mi cuerpo se quedó completamente
quieto–, por una vez, me gustaría tener tu apoyo en vez de ese carácter
defensivo que me saca de quicio.
–Tú me sacas de quicio, por eso soy así. Soy
lo que tu asqueroso comportamiento ha creado –me defendí.
Ivan palideció.
–Yo no te he creado.
Bufé de indignación y exploté.
–Tú me has amargado la existencia desde que
te conozco. Destruyes cada pedacito de mi felicidad, hasta has venido aquí, a
mi templo, con mis sobrinas para hacer que se me atragantara la comida –escupí
cada palabra rabiosa. Estaba fuera de mí, mi boca se meneaba, mi corazón
hablaba a gritos y no podía hacer nada para callarme, era una herida abierta,
una cicatriz que no podía saturar y por mucho que sintiera el poder de las lágrimas
derramarse de mis ojos… ya nadie podía parar el huracán–, no quiero estar
contigo, no quiero verte, no quiero hablar contigo, no quiero nada de ti… Lo
único que quiero es que desaparezcas de mi vida para siempre…
Las palabras murieron en cuanto sentí que
me ardía la garganta.
Ivan, en un impulso loco que no me
esperaba, alargó sus brazos y me tomó, me estampó contra su pecho y me abrazó,
me estrujó entre sus brazos en un gesto consolador. Me estaba dando consuelo el
mismo hombre que me estaba arruinando la vida. Traté de retirarme, pero no
tenía fuerzas e Ivan no lo permitió, sus brazos me rodearon con fuerza, en un
gesto que jamás me había dado.
Me derrumbé.
–Tendrás que aceptarme, Gaela. –Sus palabras
sonaron extrañamente dulces–. Nadie me va a impedir casarme contigo–. Noté el
peso de su barbilla en mi cabeza–. Soy para ti, como lo eres tú para mí–. Su
barbilla resbaló por mi cabeza y el cálido aliento de sus labios, se estrelló,
de forma tierna en mi frente–. Te quiero para mí–. Aun sin verlo, sabía que ese
último comentario lo había formulado con los dientes apretados.
–Ivan… no quiero casarme contigo –sollocé
contra su camisa–. No quiero.
–Es demasiado tarde. Eres mía.
El impacto de una granada me explotó en
toda la cara. Sentí como ese mismo fuego se expandía por cada una de mis venas
y me arrollaba sin piedad a una completa oscuridad. Obtuve la fuerza necesaria
con ese toque de adrenalina y lo empujé para retirarlo de mí. Después grité
histérica.
– ¡Antes me cortaré las venas…!
Su boca calló mi insensatez, un error que
hoy cometía más al decir tal locura, pero sus labios lo emitieron cerrando el
paso de ese pensamiento y de cualquier otro.
Los besos de Ivan podían tener algo de
agresivo, e incluso llegar a ser violentos, pero después de haber sido
prácticamente violada por Liam, estos me parecían de lo más tiernos, igualmente
y muy a mi pesar, este hombre también tenía un don en esa boca, y no solo eso,
el sabor de la menta me invadió y sin darme cuenta, le devolví el beso abriendo
mi boca y metiendo mi lengua en esa isla privada.
–Gaela –gruñó contra mis labios–. Eres lo que
más…
El murmullo murió tras enrollar mis brazos
en su cuello. No quería que hablara, únicamente que me besara. Ivan, descendió,
con ese tacto suave y posesivo, sus manos por toda mi espalda hasta encontrar
el punto correcto para que no me escapara de él, esa parte que incita al pecado
de mi trasero y la curva débil de mi espalda.
Y maldita sea, era ahí donde las quería
tener, cerca de todo.
Me retorcí, mi mano apretó su cabello,
aferrándome mientras que la confusión en mi mente y el placer en mi cuerpo se
esforzaban para volverme loca. Deseaba tirarlo por la ventana y ahogarlo en la
piscina delante de mis sobrinas, quería arrastrarlo al sofá y tirarme encima
como una loca. Quería sacarlo de casa y cerrarle la puerta en las narices y
nunca volverlo a ver, deseaba hundir mis uñas en su piel, marcándolo,
poniéndole un reclamo que todo el mundo pudiera ver.
Quería gritarle a él por ser un cerdo y a
mí por ser una estúpida…
Deseaba acurrucarme con él bajo las sabanas
y olvidar que el mundo existía, que deseaba tener a este Ivan que no se podía
controlar por mí, me moría por tenerlo para mí mientras susurrábamos mierdas
estúpidas que no importaban, porque la vida no es un cuento de hadas, que nunca
tendría un final feliz… y…y..
¡NO!
Y mis pensamientos se fracturaron cuando me
di cuenta del terremoto que estaba formando mi cuerpo en el momento que los
brazos de Ivan me levantaron del suelo y conmigo en volandas se dirigió al
sofá.
No.
Nada más me dejó tumbada lo empujé con
fuerza. Al ser un golpe inesperado, Ivan terminó rodando por el suelo.
Confundido, y con el pelo más desecho, ya
fuese por mi forma de haber tirado de él, o por el brusco golpe que se había
llevado, me miró incrédulo.
Estuve a punto de dar saltitos de alegría
por haber tenido la suficiente fuerza de voluntad como para retirarlo de mí,
pero Ivan y esa cara de espanto, tenían toda mi atención.
– ¿Por…?
–No vuelvas a tocarme en tu vida –rajé el
aire en una exhalación.
Ivan me miró más confundido todavía.
– ¿Se te han cruzado los cables?
–Lo dices por que no demuestro mi chispeante
encanto personal. Lo siento, cariño, ya no soy tan fácil de manipular –dije con
sarcasmo.
El labio inferior de Ivan tembló. Había
dado en un punto débil.
–No me llames cariño, odio esa palabra.
–Una autentica lástima, a mí me encanta.
Ivan expulsó el aire con exasperación, bajó
la mirada y, como de costumbre, se concentró en no perder el control. Un error
incalculable, me hubiese encantado que lo perdiera.
–No pretendo manipularte por haberlo deseado
–mencionó con gran descaro mientras se levantaba del suelo y me daba una
espectacular visión de esos músculos en movimiento.
Mierda.
– ¿Qué deseas exactamente? –balbuceé…
Mierda…Mierda.
Y mierda.
Dejé de mirar esas piernas y miré hacia arriba.
Me encontré sus claros ojos grises, que de repente, eran mucho más serios de lo
que yo podía manejar.
–A ti –sentenció con voz firme–. Siempre te
he deseado a ti. Y tristemente, tú nunca has caído en ese detalle.
Sacudí la cabeza y cerré la boca.
Me había dejado alucinando, quise darme de
hostias contra la pared, golpearme hasta que me quedara tonta para poder dejar
a un lado el cosquilleo de felicidad que se concentraba en mi estómago, pero
finalmente me di un golpe -bestial- mental, y me dije a mí misma que estaba
delante de Ivan, el profesional en montar coartadas de las buenas para obtener
lo que quería.
–Deja de manipularme, tus palabras pierden
valor cuando no has hecho otra cosa más que repudiarme e irte con otras.
–No sabes, realmente, de lo que hablas, y
aunque te lo diga, nunca lo comprenderías –dijo ofendido.
–Perdona, Ivan, ¿te he juzgado mal? –continué
con sarcasmo.
El rasgo de la rabia saltó a su cara como
un rubor, tiñendo su rostro de un color rojo intenso. Bien, Ivan salía a la
superficie y con este no me importaba tanto pelear, hasta incluso, en lo más
profundo, podía tener una victoria.
–No tienes ni idea de cómo soy –afirmó.
–Se cómo eres…
–Mira un poco más allá de la fachada
–interrumpió con brusquedad.
–Menuda fachada te has montado –respondí
altiva–. Pero debo decirte que no habrá pared o reja que me ate a ti.
–Debes considerar la posibilidad de que yo
sea aquello que más te conviene. Debes pensar por un instante que yo, soy lo
que necesitas.
–No, Ivan. Tú solo eres el chico que encargó
mi madre. Ella te eligió, no yo.
El temblor llegó a su mandíbula y se
repartió, como una onda de poder por todo su cuerpo. Sus puños se cerraron con
fuerza y su pecho se estiró, forzando una postura que mostraba un completo
control.
–Siempre he cometido muchos fallos pero el
mayor ha sido permitirte entrar en mi vida. Tú eres mi fracaso personal.
De nuevo, sentí el golpe bajo, la
arrogancia en su voz y la forma educada de tratarme como una mierda. Eso me
rompió en dos. Ivan acaba de destruir mi barrera y otra vez, me sentí débil,
como una hormiga ante él.
–Te equivocas, jamás me has dejado entrar,
antes de abrir esa puerta, me echabas de una patada.
–Gaela…
– ¿Está todo bien? –interrumpió mi hermano
detrás de nosotros.
Stefan, con el rostro completamente
inexpresivo miraba únicamente a Ivan.
–Sí –contestó Ivan completamente recompuesto
y fingiendo una sonrisa que no llegaba a sus ojos–. No te preocupes, necesito
terminar de hablar con mi mujer, sino te importa.
Stefan se quedó pasmado, yo también pero no
lo llegué a expresarlo en mi rostro tan bien como mi hermano.
– ¿Tu mujer? –Preguntó incrédulo–. Todavía no
te ha dado el sí quiero y ya das por hecho…
–Nos disculpas, Stefan, por favor –cortó Ivan
mordaz, y con la expresión cínica de un hombre muy seguro de sí mismo.
– ¿Me estás dando una orden, Ivan? –preguntó
Stefan, de pronto, muy rabioso–. Porque te recuerdo que estás bajo mi techo…
¿Qué coño haces?
Miré a Ivan, que se acercaba a mí a toda
prisa.
–Vamos a dar un paseo –espetó alargando el
brazo para cogerme.
–No…
– ¡Vamos!
Ivan me atrapó antes de que pudiera
retroceder, me asió del brazo y me sacó de la casa a rastras con mi hermano
besándonos el culo. Abrió la puerta delantera y me empujó hacia fuera no muy
delicadamente, y todo mientras escuchábamos los gritos detrás de nosotros.
Antes de que el rostro enrojecido de Stefan asomara por la puerta, mi querido
prometido le estaba estampando la madera en las narices.
–Mi hermano te va a matar –murmuré fijando la
vista en esa puerta.
–Te puede agradecer a ti mi comportamiento.
Me giré abruptamente cara él con una poco
disimulada cara de póquer.
Ivan se pasó la mano por el pelo, me dio la
espalda durante unos segundos y luego se giró demasiado deprisa, tanto que me
pilló mirándole descaradamente el trasero.
Vale, estaba estupefacta, dolida y
cabreada, pero era humana, cuando se me presentaba un culo de diez ante la vista,
era inevitable echarle un vistazo. No solo los hombres miraban aun cuando
estaban cabreados.
–Gaela.
Levanté la vista y pude apreciar el gesto
de satisfacción que alcanzó su mirada.
Sí, me había pillado.
– ¿Qué? –dije con aburrimiento y cruzándome
de brazos. Tratando sobre todo, montar un escudo entre él y yo. Ivan ni se
inmutó.
–Quiero que te vengas a vivir conmigo –espetó
de repente–. Por ese motivo te he estado llamando.
Por lo visto, todo lo sucedido ya había
desaparecido de su cabeza.
–Está por ver si me voy contigo después de
casarnos, y todo si me caso contigo…
–No –cortó marcando esa palabra–. Ya. Quiero
que te mudes este fin de semana.
Increíble.
Por un momento creí escuchar mal.
– ¿Cómo?
–Ya me has odio –mencionó con petulancia–.
Quiero que recojas tus cosas el viernes y el sábado estés ubicada en mi casa.
No, no había escuchado mal.
Me quedé blanca. Me acaba de tratar como a
un mueble o peor que eso. Pero lo tenía claro si se pensaba que podía
manipularme en esto.
Yo era dueña de mi vida, de mi día y de mis
horas, no pensaba darla a él ese título también.
–Imposible. –Ivan frunció el ceño. Se lo
aclaré con una sonrisa de oreja a oreja–: A parte de que, eso de vivir juntos
no lo veo –repetí–, el jueves me voy de viaje de negocios y no vendré hasta el
domingo…
–No vas a ir –ordenó como si fuera mi padre.
Abrí los ojos impactada. Tenía que estar de
broma.
– ¿Perdona? –pregunté flipando colores.
–Que te prohíbo ir a ese viaje.
Se me revolvió el estómago y no porque las
hamburguesas de Stefan me sentaran mal, era porque Ivan, al fin, había
conseguido que las tripas me dieran una patada.
– ¿Sabes por donde me paso tus prohibiciones?
–desafié.
Ivan alzó una ceja y me miró, de arriba
abajo menospreciando lo que veía.
–No me interesa, Gaela, sólo me interesa que
obedezcas…
– ¡No voy a obedecer una mierda…!
Atrapó mi mandíbula y presionó para alzar
un poco mi cara y que esos ojos se clavaran bien en los míos. Cualquier queja
murió instantáneamente y todo mi cuerpo se tensó completamente.
–Esta es una discusión que no vas a ganar.
Vi estrellitas ante mi vista, pero
estrellitas encendidas en fuego que me rodearon como un meteorito a la tierra.
–Átame a una cama y pégame con una fusta si
con eso te vas a creer que vas a tener más poder sobre mí.
Ivan sonrió con malicia, acercó sus labios
a los míos y me dio un casto beso, pero para mí ese beso fue el que le da un
mafioso a su próxima caza. El beso de la muerte.
–No me tientes –amenazó.
Y me soltó manteniendo esa asquerosa
sonrisa en su boca.
–Jamás tendrás…
–No –cortó con sequedad–. La conversación ha
terminado. El viernes iré a por ti y te ayudaré. Más vale que te encuentres en
casa esperando, sino… Me las pagarás.
Se dio la vuelta, con un arte increíble y
completamente recompuesto. Avanzó bajando, perfectamente los tres escalones de
la entrada a la casa, recé para que se estampara contra el suelo, pero como no
tuve esa suerte, ya que tenía controlado hasta sus pasos, abrí la boca para
soltar mi último halago.
–Ivan –lo llamé y se detuvo, pero no me miró.
Tragué saliva y todas las neuronas de mi cerebro soltaron un chispazo que me
proyectó una extraña revelación. Como si me hubiera pasado toda la vida dentro
de una celda trasparente y de pronto, una puerta se abría para dejarme libre–.
Ya no estoy para estrenar.
No sé qué se me pasó por la cabeza para
decirle la verdad. No sé si fue un análisis crítico a todo, o si estaba cansada
de que me tratara así, o el simple hecho de que Liam había conseguido despertar
ese valor que tanta falta me hacía.
– ¿Cómo?
–Que ya me han penetrado.
Había utilizado las mismas palabras que
utilizó él en la bodega a la hora de preguntar. Y si mi primera bala no había
surtido su efecto, esta segunda aclaración hizo que el cielo se volviera oscuro
sobre nuestras cabezas gracias a la descarga eléctrica que salió de su cuerpo.
No tenía ni idea pero lo dije y esas pocas
palabras me hicieron sentir genial ya que cuando Ivan se dio la vuelta, por
primera vez sentí en su rostro un reflejo de todo lo que él me hacía sentir.
Una mezcla entre la confusión, el dolor, la incredulidad y finalmente la ira,
mucha ira se reflejó en esos rasgos bellos.
–Dices eso porque buscas la manera de
vengarte de mí, quieres destrozarme…
Se le cortó la voz. La garganta le ardía,
como momentos antes a mí.
–Sí, quiero vengarme, pero te lo digo porque
me parece que, para nuestra relación lo mejor es la sinceridad.
Ivan palideció y los ojos le brillaron, se
hicieron cristalinos, me pregunté qué reacción podía provocar esa muestra, pero
su siguiente pregunta me sorprendió mucho más.
– ¿Por qué lo has hecho?
–Porque quería –contesté, devolviéndole cada
uno de sus golpes.
Ivan se retorció y se llevó la mano al
pecho. Bajó la vista y comenzó a murmurar palabras incomprensibles.
Aturdida di unos pasos hacia atrás hasta
chocar con el muro que marcaba la puerta. El sonido del golpe activó a Ivan,
que levantó la cabeza y esos ojos grises me enterraron bajo tierra. Su
respiración se había acelerado, su cuerpo completamente tenso se mostraba como
una súper nova. Y esa reacción iba a estallar en mi cara.
–Desde lo más remoto de tu cabeza, ese
infantil subconsciente de mierda que tienes, –la furia lo consumía, envenenaba
ese carácter correcto–, has cometido el maldito error de traicionar mi
confianza y a mí, pero–, dio unos pasos hacia delante y perdí el aliento al ver
a esa bestia irreconocible avanzar hacia mí–, te lo advertí, te advertí de lo
que sucedería si te atrevías a engañarme. Cuando me encargue de ese
desgraciado…iré a por ti y…
Mi hermano salió de la nada y se interpuso
entre los dos. Mis ojos estaban fijos en la reacción de Ivan y esa
descontrolada forma de comportarse que nunca en mi vida había visto.
Dios,
había abierto una herida profunda hasta el hueso.
–Sal cagando leches de mi casa sino quieres
que te meta un tiro en la cabeza por allanamiento –amenazó Stefan, bloqueando
con su cuerpo los pasos de Ivan.
Miró a mi hermano y luego a mí. Su aspecto
no había mejorado nada, se mostraba perturbado, capaz de hacer cualquier cosa.
–Ivan –insistió Stefan, con voz profunda y
ronca.
Para mi sorpresa, Ivan consiguió
recomponerse, o al menos fingir una postura adecuada, porque pasó de estar
furioso a sonreír, con exagerado gesto. Me estremecí al comprobar la facilidad
que tenía para cambiar siempre su carácter, pero él era así, el hombre auto
controlador que manejaba cada situación.
Asintió y después me dedicó una última
mirada, una desgarradora mirada con un mensaje interno que me cortó el aliento.
Y se fue.
Dejé de mirar ese cuerpo que se alejaba
para fijar la vista en la espalda tensa de mi hermano. Y en el momento que se
giró cara mí, me crucé con una mirada fija que no comprendí.
– ¿Qué pasa? –pregunté, porque no podía leer
lo que expresaba en su rostro, no sabía si estaba defraudado, impresionado o
asustado.
Stefan parpadeó, abrió la boca y la cerró.
Negó con la cabeza e intentó volver hablar, no lo consiguió. Se rascó la cabeza
y finalmente consiguió abrir la boca y pronunciar una palabra.
–Hazme esa pregunta dentro de una hora –dijo,
luego se giró hacia su mujer–. Cariño, ¿tenemos vodka?
–No, pero hay algo de limoncello.
Mi hermano asintió y me miró de nuevo.
–Entonces hazme la pregunta dentro de tres
horas.
Traducción; cuando estuviera muy borracho.
Me apoyé en el marco de la puerta y me
humedecí los labios. La cabeza me daba vueltas y la presión creció en mi pecho
con fuerza.
– ¿Vas a ir a la fiesta? –susurró Zoe, con
cariño.
Me giré cara ella y la miré con cansancio.
– ¿Tu qué crees?
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