Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 29 y 30


    Como yo, más de la mitad de ocupantes del avión, se relajaban en sus asientos mientras la azafata explicaba las normas básicas del avión. Mi vista se dirigió a un pequeño espejo que colgaba del asiento de Victoria, quien se había puesto las gafas para poder dormir. Mi reflejó en ese cristal me mostró una sonrisa en mis labios.

    Sí, aquí estaba, desobedeciendo una orden del cabrón con el que me iba a casar y me sentía… de lo más bien.

    Suspiré, relajándome en el sillón y disfruté del viaje. Algo que en términos insospechados me resultó un poco difícil.

    Recordé el rostro de un perturbador que comenzaba hacerse un hueco en cada uno de mis pensamientos, y después, la condenada semana desesperada que se había llevado a cabo.

    Dos llamadas -que había rechazado- de Liam al día, y tres de mi madre, hasta nuestra cita en la mejor pastelería del centro.

    Limón y chocolate con artesanales flores de nata coronando cada piso, esa sería la tarta nupcial que había elegido Olimpia. Yo, que al tercer bocado de ese delicioso bizcocho, había optado por una de caramelo bañada en vainilla, algo sencillo pero delicioso…

    Olimpia dio su decisión y su última opción de elegir. Por eso y por mucho más, dejé que ella se encargara del resto. ¿Para qué molestarme? Mi opinión ridícula y superficial no valía nada para ella, así pues, me encogí de hombros y salí de mi casa dejándolo todo en manos de la metomentodo que tenía como madre.

    En cuanto a Liam, eso era otra historia, de las difíciles, densa y peligrosa, pero algo dispar que terminaría por ser un buen recuerdo que olvidar.

    Si lo conseguía.

    Por el momento me conformaba con disfrutar del viaje, muy lejos de dos pecados que me complicaban la vida.

    Las piernas me temblaron cuando bajé del ferry que nos había traído a Honolulu, esto era impresionante y eso que todavía no habíamos llegado al hotel.

    Dios, los paraísos existían. Yo estaba en uno.

    Pero la locura fue el lugar donde nos hospedaron. Carlos, nuestra adopción, nos acompañó hasta nuestras quintas, unas pequeñas casitas de cáñamo, madera y cristal que se sentaba en una de las pasarelas que daban al mar. Dejamos las maletas y tras un grito que dio Gina, algo sobre que los invitados ya estaban aquí y que llegábamos tarde, cesó nuestro impulso por darnos un pequeño baño.

    Un problema que tal vez no había solucionado y el cual tendría que soportar estos tres días, era a Adriana. Finalmente había conseguido venir al viaje, con el fin de sustituir a uno de los nuestros que había fallado.

    Gina, Adri y los gemelos, ocuparon uno de los jeeps que nos llevaría al resort principal, Victoria y yo, no tuvimos tanta suerte, a ambas nos tocó caminar hasta la parada de un pequeño trenecito que se movía por todas las instalaciones como el tren de la bruja. Cuando conseguimos llegar, Gina ya se encontraba reunida con los huéspedes en un amplio salón que daba a una de las enormes terrazas del exterior.

    Se me pasó por la cabeza la idea de escabullirme a uno de los lugares de relax que ofrecía ese paraíso, pero para cuando di el paso de alejarme, Victoria abrió la puerta y me llamó a base de uno de sus típicos gritos que me levantaron los pelillos de la nuca.

    Si pensaba pasar desapercibida estaba claro que no podía ser, y menos siendo acompañada por la eterna escandalosa, sin vergüenza y llamativa; Victoria.

    Solté un bufido largo, pesado y cerré los ojos mientras avanzaba y me deslizaba al interior de la sala.

    El silencio lo precedía todo, y ese humillante silencio se lo debía a mi sobrina, ella nos acababa de presentar ante todos. Esquivé el pavés de cristal, murmurando mil maldiciones, la palmera y otra palmera que me atacó de improvisto…Juro que se me tiró encima. Retiré esas hojas de un manotazo, como si verdaderamente estuviera luchando contra un enemigo y finalmente me uní al grupo.

    La mitad estaban sentados, los únicos que había de pie eran los míos. Disimuladamente me coloqué detrás de Gina y Adri, al lado de los gemelos, que me dedicaron una sonrisa burlona.

  – ¿Quién ha ganado? –preguntó Tom.

  –Yo creo que la palmera –se mofó Jerry–. A Gaela, se le ha visto muy fatigada.

    Los miré con el mentón en alto.

  – ¿Queréis comprobar lo fatigada que me siento? –tenté, e incluso recé para que dijeran que sí. Tenía los huesos engarrotados por las horas que había permanecido sentada y necesitaba un poco de acción.

  –No –dijeron al unísono, destrozando mis ilusiones.

    Les sonreí con fingido sentimiento y me fijé, por primera vez, en esos dolores de muelas que habían pagado una fortuna para que los entretuviéramos.

    Era una equipo de unas quince personas, en cuyo equipo lo que más sobresalían eran las mujeres, los hombres…

    Mierda.

    El primer rostro lo reconocí al instante y no fue porque esos ojos me miraran o el de al lado, o el que había sentado encima de la mesa o…

    – ¡Aajjjjj! –Literalmente grité.

    Y por segunda vez, llamaba la atención solo que, de una forma mucho más vergonzosa.

    Conseguí que todos los ojos se fijaran en mí, tanto el de los cuatro hombres que me habían mirado desde que entré, como el resto, mujeres incluidas, pero mi mirada estaba fija en una sola, anclada en unos ojos azules que me habían derretido desde el primer día que lo conocí.

    Los pensamientos, casi todos negros pasaron por mi cabeza a gran velocidad y de forma desastrosa. Liam estaba aquí…

    ¿Cómo? ¿Por qué? Noooooo

    Escuché a Gina de fondo, pero mi atención estaba puesta en Liam. Con los brazos cruzados sobre el pecho, medio sentado en la mesa, las piernas cruzadas y vestido más que con un bañador y una camiseta, cantaba más que un fluorescente en plena noche. Él, con una mirada de lo más intensa consiguió derretir cada una de mis células.

    Algo parecido a la alegría estalló en mi vientre, seguido casi de inmediato por un nudo duro y frío de pavor. Era un milagro, era un desastre. Estaba bien jodida, de forma absoluta e irrevocable.

  –Gaela…

    Y de repente, él, con su magnetismo, ese don que me hacía desvanecer, se movió, solo un poco pero fue suficiente para tensar cada músculo de mi cuerpo y que al paso comenzó arder.

  –Gaela…

    Temblé ligeramente, obnubilada cuando las comisuras de sus labios se estiraron un poco y me ofreció una de sus sonrisas…

    Lo vi encima de mí, embistiendo como un poseído, con sus manos por todas partes, acariciando mi cuerpo…

  – ¡Gaela!

    Bajé del limbo recibiendo una patada en el trasero con fuerza. Parpadeé para deshacerme del picor de ojos que Liam me había producido y fijé mi vista en Gina. Los gemelos eran quienes explicaban en ese momento una de sus aventuras. Sacudí la cabeza ya que la sensación de ese jinete estaba por todas partes.

  – ¿Te encuentras bien? –preguntó, la pelirroja, con preocupación.

    Su postura, sus gestos, el sonido de su voz y todo lo que acontecía a su alrededor me despejó la mente y unas cuantas dudas de la cabeza. Gina lo sabía, lo supo el mismo día que yo le había dicho el apellido Born.

  –Lo sabias –acusé.

    Mi amiga bajó pesadamente su cabeza y me tomó del brazo, retirándonos un poco de ese grupo.

  –Louis Born encargó este viaje, lo que no sabía es que Marlowe era su hermano.

    Ni ella ni yo. Ahora ya lo sabía, es más, los tres hermanos “Born” estaban aquí, Louis, Liam y Enzo, uno al lado del otro, con Tyler en una esquina, al lado de la mujer rubia-pelirroja, que me había robado mi comida con el jinete.

  –Mierda, Gina, al menos debiste decirme quien era nuestro huésped.

  – ¿Para qué? ¿No hubieras venido?

  –Puede –respondí sin voz, porque tontamente la respuesta verdadera era otra.

    Le eché un vistazo a Liam, continuaba con la misma pose, solo que un poco tenso, sin sonreír y sin poder retirar sus ojos de mí.

    El recuerdo de la noche que lo conocí, cuando esperaba dentro del coche sin que me quitara la mirada de encima, se pasó por mi cabeza y me di cuenta de todo lo que había sucedido desde entonces.

  –De todas formas –continuó Gina, tomándome de las manos para que le devolviera la mirada–, lo he organizado todo para que te cruces con él lo mínimo. Para empezar, hoy te encargas de ir con Carlos para preparar la ruta de la cueva, y mañana, los gemelos se encargaran de los juegos en la playa, tú irás conmigo en la salida del catamarán.

    Bien, al menos Gina no me había eliminado de la aventura de nadar con los tiburones, mientras el resto tomaría el sol en plena mar, a lo que por suerte; no se había apuntado ningún hombre.

  –Vale –acepté.

  –Mira, ahí está Carlos –señaló Gina y salí disparada, sin mirar a nadie más.

    Saludé a Carlos, escuchando un pequeño revuelo a mi espalda al que no hice ni caso, y lo seguí hacia uno de los jeeps que nos llevaría a la cueva, pero una mano se apoderó de mi brazo y me dio la vuelta.

    Me topé con su presencia y el aliento se me cortó.

    A pesar de las gafas de sol que llevaba de pronto puestas, sentí sus ojos masculinos que me recorrían el cuerpo entero y asimilaban el vestido sin mangas ni tirantes que me dejaba mucha pierna al aire. Sentí que se me endurecían los pezones bajo la fina tela del algodón, y no por primera vez me cuestioné la dominación de Liam sobre mí.

    Me enfadé conmigo misma por todas las veces que me había sucedido y tiré de ese brazo con fuerza, quitándome su mano de encima. Imposible, una armadura así era difícil de arrancar.

  – ¿No piensas decirme nada? –No dejaba su típica arrogancia ni en el mayor de los paraísos.

  –No –contesté secamente.

    Liam levantó una ceja, por encima de la montura, algo prepotente.

  –No eras tan agria cuando estaba entre tus piernas.

    En ese momento me sentí tan desnuda como si las manos de Liam me hubieran arrancado el vestido. Me estremecí y apreté los puños con fuerza para enfocar mi frustración contra él.

  –Sin embargo tú, sigues siendo el mismo payaso engreído que dejé en el suelo después de darle una patada en sus partes…

  –Algo que no te he perdonado –interrumpió con tono engañosamente divertido–. Tienes que respetar el material que te da placer –regañó.

    Miré esa mano que todavía se posaba en mi brazo y luego lo miré a él con ceño. Para no perdonarme…me mantenía bien cogida.

  – ¿Me sueltas? –Liam negó y me mostró, otra vez, esa condenada sonrisa del demonio. Bufé exasperada–. ¿No tienes nada mejor que hacer que darme por saco?

  –Sinceramente, no –contestó, ampliando su sonrisa. Me estremecí–. Y lo hago sin darme cuenta. En el momento que veo tu culito en movimiento…Siento que me estás currando en los huevos–. Se acercó un poco y noté el delicioso perfume que desprendía. Mmm–. Tienes un don con cada bamboleo que te das. Mágicamente plantas un enorme árbol entre mis piernas.

    Tragué saliva.

    Tú sí que tienes un don, cabrón, pero tu don es mojarme las bragas.

  –Te veo de buen humor –mi voz flaqueó, como todo mi cuerpo. El brazo que él sostenía, estaba ya muerto, sin funcionamiento.

  –Follar contigo ha mejorado mucho mi salud –dijo con arrogancia sobrada.

    Plaas.

    Y un muro se estampó contra mi cuerpo. Me tembló la mandíbula y la bilis me subió a la garganta.

  – ¿Sabes que hice cuando llegué a casa después de acostarme contigo? –pregunté con sarcasmo.

  – ¿Pensar en mí? –se mofó.

    Le dediqué una sonrisa cínica.

  –No. Lavarme con desinfectante para quitarme toda la porquería que tú me habías dejado.

    La frente de Liam se arrugó.

  –Morena, veo que no dejas a un lado tu forma de atacar.

  –Y lo que te queda si continuas persiguiéndome por todas partes –amenacé.

    Liam sonrió y se transformó en un demonio sexy.

  –Entonces, serán unas vacaciones largas y tensas, porque estoy dispuesto a tensar la cuerda al máximo para conseguir lo que busco.

    La profundidad de su voz ronca se filtró por mi cuerpo arrasando todo lo que encontraba hasta aterrizar con frenesí entre mis piernas, hasta mi ingle vibró.

  –Te lo enseñaré, –levanté un brazo y señalé la zona externa del lugar, más exactamente el mar–, el ferri está por allí y esa máquina enorme flotante, te llevará hacia lo que buscas; un aeropuerto.

  –A parte de que te equivocas de dirección, te equivocas de motivo y de conclusión pero, le ahorraré a tu cabeza un pensamiento más. –Se acercó más, peligrosamente más–. Ya lo he encontrado –susurró ronco, y sentí como los pezones estaban a punto de explotar–, y voy a ir a por ello. Directo a por lo que quiero.

  – ¿El qué? –Mierda. Ya me fallaba otra vez la voz.

    Liam se retiró y estiró su pecho, después me dedicó un mohín con fingido sentimiento.

  –Voy a parecer un disco rayado de tanto que me repito… Aunque comienzo a sospechar que te encanta escucharlo, –hizo una breve pausa para dedicarle unos segundos de suspense y después su sonrisa desapareció–. Te quiero a ti, toda para mí.

    Sonrió de lado y se fue dejándome con la boca abierta y unas ganas horribles de saltarle a la yugular, literalmente, pero para otra cosa completamente diferente. Deseaba enfrentarme a mi enemigo con una desesperación que era completamente sexual.

    Mierda. Liam me había transformado en un monstruo del sexo.

    Por suerte el día transcurrió rápido y regresé a mi quinta a la hora de cenar, estaba tan sumamente agotada que ni cené, directamente me metí en la cama y me quedé dormida como un bebé.

    Al día siguiente desperté con el leve sonido del exterior. Miré el despertador y me di cuenta de que llegaba una hora tarde. Prácticamente salté de la cama, estampándome contra el suelo y no me permití ni un segundo para quejarme, me levanté, me vestí y salí disparada a la zona de encuentro que se había establecido con el grupo.

    No había nadie. Gina me iba a matar por llegar tarde. Me colgaría del cuello… pero, ¿por qué no me había despertado? Su maldita quinta estaba casi al lado de la mía. Seguramente me estaría probando y, definitivamente había suspendido con un gran cero…

    Mierda.

    Salí de allí para dirigirme a la zona de recepción, pero en mi camino, uno de los trabajadores me cortó el paso con una sonrisa.

  – ¿Tu eres Gaela?

   –Sí –contesté aliviada, al pensar que Gina no se había olvidado de mí.

  –Acompáñeme, su grupo la espera en otra zona.

    Seguí al joven a la zona trasera. Un cuatro por cuatro rojo nos esperaba con el motor en marcha. El chico abrió la puerta trasera y me invitó a entrar, después, cerró y el coche se puso en movimiento.

    Que calidad de vida, mientras disfrutaba de un trayecto en coche hasta el lugar donde me esperaban, me dedique a llenar mi vista con el precioso paisaje que pasaba a una velocidad media por delante de mí. Algo que me distrajo de todo completamente.

    El coche se detuvo en la zona de lujo que ocupaban los bungalós. Como un caballero, el conductor me abrió la puerta y señaló a su espalda, hacia una de esas preciosas fincas atrapadas en medio del paisaje. Me despedí y fui hasta el lugar.

    En un principio me resultó de lo más extraño, pero conociendo a Gina y su perfecta forma de organizar en los mejores lugares para que el cliente se sintiera a gusto, no le di mayor importancia y entré dentro del bungaló.

    El lugar era una auténtica maravilla con lujo de detalles y con una preciosa iluminación. Fui directamente al salón al no escuchar otro sonido que no fueran mis propios pasos contra el mármol.

    Una luz dorada, gracias al toldo que había echado en la terraza se filtró por todo el salón dando un toque aún más bello. Me deslicé, admirando la riqueza que me rodeaba hasta salir a la terraza. Había visto un cuerpo apoyado de espaldas en uno de los muros que ofrecía esa salida que daba directamente al mar, con la vista fija en el agua y de espaldas a mí.

  –Hola –saludé nada más salí.

    El cuerpo se tensó y se dio la vuelta. Cuando lo reconocí me quedé completamente paralizada.

    No puede ser.

  –Buenos días –dijo Liam, con completa naturalidad.

    Haciendo un gran esfuerzo, retiré la mirada de ese torso desnudo y brillante para observar en rededor. No había nadie más que nosotros.

  –No busques –anunció–. Tu grupo hace una hora que se ha ido.

    La terraza, el mar, la playa y el mundo entero comenzaron a darme vueltas al darme cuenta de que había caído en una trampa. Me recuperé, y plasmé en mi rostro una total indiferencia.

  – ¿Y qué hago aquí?

  –Pasar el día conmigo –contestó tranquilamente y sonrió.

    Aquella sonrisa había sido suficiente -por embarazoso que fuese- para que se me mojaran las bragas.

  –No. Sinceramente, prefiero pasar el día rodeada de tiburones, ellos, comparados contigo son más dóciles.

    Le dediqué una sonrisa de lado, tan burlona como las que él me dedicaba y me di la vuelta. Caminé, traspasando el salón con paso lento, tranquilamente y sin temor. Si me frenaba estaba dispuesta a pegarle uno de mis golpes favoritos, pero para mi sorpresa, Liam me detuvo de la forma que menos esperaba, más bien, se presentó como un obstáculo tipo muro delante de mí con brusquedad.

  –No es justo que siempre me hagas salir detrás de ti. Te estás mal acostumbrando.

  –Yo no te obligo, vienes porque quieres.

    Mi intención no era ofender su orgullo, pero mi chulería estaba por encima de todo y mi boca se adelantaba, como siempre a mis pensamientos.

    Liam soltó la respiración con intención.

  –No entiendo tú oposición, no te pido escalar el Everest.

  –Y si me lo pidieras, aceptaría eso antes que la oferta de pasar el día contigo.

    Una de sus cejas se levantó de golpe.

  –Vale. Y si te ofrezco algo parecido, una aventura con la condición de que sea conmigo.

    ¿Por qué insistía tanto?

    Debería sentirme halagada, e incluso feliz de tener a un hombre detrás de mí, pero Liam tenía tantos cambios de humor que no sabía si esto se trataba de un teatrillo de los suyos o la verdad. Una parte de mí deseó que ese hombre sintiera algo por mí, pero la otra, la sensata, resolvió el acertijo de que, a veces, era mejor obedecer al patrón correcto y, olvidar los problemas que acarrearía un deseo.

  –Te diría lo mismo; que no.

  – ¿Qué es lo que he hecho para que te niegues con tanto ahínco?

  –Es ese comportamiento petulante, siempre quieres estar por encima de todo.

    Una mueca de dolor, o eso me pareció, se formó en sus labios.

  –No puedo cambiar, Gaela, es mi naturaleza, pero eso no tiene nada ver contigo, al contrario, tu presencia es un soplo de aire fresco para mi vida. –Liam levantó su mano con toda la intención de acariciar mi mejilla, retiré ese toque de un manotazo, él se mordió el labio y apretó el puño–. Supongo que, por lo que más deseo tengo que pagar un precio.

  –Uno muy caro.

    Levantó una ceja y su frente se llenó de arrugas.

  –La condena de seguir a una mujer que solo quiere alejarse de mí, ¿no te parece suficiente?

    Su rostro se relajó, pero su mirada fue muy penetrante, tanto que garantizó una deliciosa sensación desde cada parte de mi cuerpo hasta juntarse, ese temblor en mi estómago, algo que se inició como un revoloteo de mariposas. Igualmente, y aunque fue complicado, camufle cada sentimiento, al contrario, me encogí de hombros como si me diera igual y cambié de tema.

  – ¿Quieres un consejo? –pregunté.

    Liam puso los ojos en blanco.

  –Me lo darás aunque diga que no… Vale. –Me frenó antes de que tomara la decisión de irme, arropando con sus manos mis brazos–. No eres una mujer con mucha paciencia –murmuró sin soltarme–. Dame tu consejo.

    Lo miré, durante unos segundos pero ese rostro continuaba tranquilo e incluso expectante. De un violento tirón me deshice de ese agarre, no me costó mucho, Liam por lo visto, no quería complicar las cosas.

  –Si quieres seguir con tu autoestima aléjate de mí.

  –No te preocupes por mi autoestima. Soy fuerte y muy persistente.

    Bufé cansada. Era imposible pelear con él, nunca me había enfrentado a algo así, era como darme de golpes contra una pared. Me agotaba.

  –Será mejor que me vaya.

    Mi murmuración se quedó débilmente apagada cuando di un paso y me choqué con su pecho. Retrocedí y traté de salir por otro lado, nada, su cuerpo volvió a ser un maldito obstáculo.

  –Liam, por favor –pedí bufando, pero él no se movió.

  –Gaela, déjame convencerte –susurró.

    Alcé la vista y me choqué con unos ojos brillantes. Liam me miró durante unos segundos, fijamente y en silencio. Sentí sus dedos apoyados en mi barbilla y noté como se inclinaba su cara para acercarse a mí y darme un beso. Aguanté la respiración y antes de que me tocaran sus labios, me retiré girando mi cara. Pude escuchar su bufido de frustración al darle la espalda. Salí, con las manos temblorosas, de nuevo a la terraza.

    Terminé apoyando una mano en ese pequeño muro donde momento antes él se había apoyado, solo que, en mi caso, con el corazón latiendo fuerte contra mi pecho.

    Liam me siguió, lo noté, pero no se me acercó.

    Menos mal, porque si se le ocurría volver a insistir, caería. Esa mirada me había dejado un extraño picor de ojos.

  –No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?

    Me giré, posando una máscara en mi rostro y me encogí de hombros. Perfecto, salió de mí con total naturalidad. Liam se encontraba en el umbral que dividía la terraza del salón con un aspecto completamente tenso.

  –Tú tampoco eres fácil.

  –Pero al menos, continúas aquí.

  –Aun lo estoy estudiando.

    Él me dedicó una mirada penetrante. Desgraciadamente no pude evitar derretirme y pensar que…No me apetecía mucho irme. Solo esperaba que el aliciente fuera bueno.

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 30

 

    Sin mediar palabra, Liam avanzó por el largo de la terraza hasta el final. Se detuvo justo delante de uno de los sofás que precedía toda la esquina y tomó una pequeña bolsa de colores de encima. Volvió con ella y la dejó en el suelo.

  –Aquí están tus cosas preparadas para hoy. Espero que esté todo, lo han preparado tus amigas.

    Abrí la boca tanto que por un momento pensé que se me desencajaría.

    Si me habían preparado una bolsa es que, mis amigas lo sabían todo… ¿Cómo lo había hecho Liam para conseguir eso? ¿Para convencer a la juiciosa Gina?

    Cerré la boca y deslicé mi mirada de la bolsa que había al lado de la pared, justo a los pies de él, a su rostro. Estaba fijo en mí, estudiando mis gestos.

  – ¿Cómo has conseguido que Gina me dejara en la cama?

    Liam torció su cabeza y con paso lento, increíblemente sexy, se acercó a esa mesa predispuesta con todo el desayuno de un buffet, luego, retiró una silla para que me sentara en ella.

  –Bueno, Tyler a persuadido a Gina prometiéndole que él ocuparía tu puesto, y Enzo, a Victoria, –Liam se pasó la mano por el pelo, retirándoselo de la cara–, y créeme, eso ha sido lo más raro. A mi hermano le parece muy interesante tu sobrina.

    Las mato. Literalmente las mato, pero antes torturo a Victoria.

    Sonrió de nuevo y señaló la silla con la mirada para que me sentara. Dejé a un lado la mención de Enzo y mi sobrina para después y, me crucé de brazos dispuesta a quedarme donde estaba.

  –Genial, has manipulado a los tuyos para que persuadan a los míos –dije.

    Liam se incurvó un poco, tensando sus brazos y apoyando las manos en el respaldo de la silla. La forma en que se mostraron esos brazos, duros, rectos y tensos, fue demoledor.

  –No hizo falta gran esfuerzo, ellas aceptaron de inmediato. Me parece que, los tuyos no me tienen tanto asco como por lo visto me tienes tú –se defendió.

    ¿Asco? Ojala fuera asco lo que ese hombre me inspiraba.

    Levanté el mentón y sacudí mi mano, retirándome el pelo de la cara con gesto dramático y muy exagerado.

  –Y aun así, te arriesgas y organizas este encuentro a traición.

  –No pierdo mis oportunidades –dijo, con otra de sus sonrisas y mirándome intensamente con la vista baja–. Siéntate y desayuna conmigo.

    Me tensé por la leve orden que escondía esa proposición.

  –Todavía no he aceptado tu oferta.

  –Lo discutiremos mientras, te tomas un zumo de uva –señaló esa palabra mostrando que se acordaba de todo lo que le decía. No me impresionó–, unos delicioso donuts de chocolate caseros–, puede que eso me convenciera un poco–, o unos crepes, gofres, croissants o…fruta. Come todo lo que quieras mientras, yo expongo mi día para poder convencerte de que lo pases conmigo.

    Me convenció, pero solo porque la hora del desayuno me la había perdido y después de no cenar la noche de antes, ver tanta comida encima de la mesa, fue muy tentador.

    Aunque la comida que había plantada al lado de la misma, fue mucho más tentador…

    Stop.

    Me acerqué, le quité la silla de las manos y la coloqué, lo más lejos posible de la otra silla, después, tomé asiento y me llevé uno de esas bombas calóricas a la boca.

    Liam me dedicó una mirada molesta que no me molesté ni en mirar y arrastró su silla para colocarse justo delante de mí.

  –…una autentica guerrera hasta el maldito final –murmuró.

  – ¿Qué andas refunfuñando? –espeté con voz altiva.

  –Que te encanta ponerme a cien o es que eres peleona y te gusta provocarme –contestó y me guiñó un ojo. Levanté el mentón.

  –Me gusta pelear contigo. Me encanta ver cómo, después de pasar de ti, continuas arrastrándote –dije y le guiñé un ojo copiando su actitud.

    Un músculo brincó en la mandíbula de Liam, luego me miró con unos ojos fríos como si el fuego se hubiera extinguido de pronto.

  –No comprendes el concepto, morena, pero tengo todo el día para explicarte la diferencia entre; insistirle a una mujer y arrastrarse por una mujer, son cosas muy diferentes.

    Miré a Liam con incredulidad.

  –Tengo una más que sobrada experiencia en diferenciarlos, y aunque te moleste, tu comportamiento es de arrastrarse –lo fastidié.

  –Te insisto, Gaela –corrigió–, te insisto y te insistiré sin cansarme, pero no me arrastro…aunque, puede que si pasas el día conmigo, termine arrastrándome por el suelo, contigo, encima de mí cabalgándome. –Sus ojos mostraron un brillo alterado–. Sí, eso sería una bonita forma de arrastrase. 

    Me recorrió un estremecimiento de excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa calculada mientras el viento empujaba su pelo sobre sus ojos azules. Mi enfado vaciló al darme cuenta de que ya estaba babeando.

  –Ya te gustaría a ti.

  –Sí, me encantaría.

    Ese comentario no fue tan perturbador como la voz que le salió. Me obligó a tragar saliva.

 –Estás loco –murmuré.

  –Estar loco tampoco es tan malo –dijo, mientras me servía el zumo.

  –Claro, y ahora me dirás que ser un asesino en serie, es un honor.

    Cogí el zumo, dedicándole una falsa sonrisa exagerada y le di un trago. Liam observó lentamente como lamía una gota que resbalaba del vaso.

  – ¿Me comparas con un asesino en serie? –preguntó ronco.

  –Un poco –tenté–. Tienes una vena rarita.

    Me lamí los labios, saboreando la uva. Liam se tensó completamente y su mirada se dirigió, como un imán a ese gesto. Volví a lamer, con malicia, pero más lentamente y ese pecho comenzó a subir y bajar muy deprisa.

    Esto se ponía emocionante… Te vas a enterar.

  –No son ataques, es mi método de protección. –Su voz delató su pequeño nervio poco disimulado.

    Sonreí. Liam estaba de lo más nervioso, alterado y como yo ganaba terreno en ese aspecto, continué mi provocación con uno de los donuts de chocolate. Me lo metí en la boca hasta la mitad y luego, los trocitos que se me habían caído por los lados, los metí con el dedo, muy, muy, muy lentamente. Él terminó pasándose las manos por el pelo, bufando y mirando la tela de toldo.

    Tuve que aguantar una carcajada de satisfacción.

  –Sabes –indiqué jugando a trocear el donuts y metiendo esos trocitos en mi boca. Liam iba a explotar–, tengo el teléfono de un domador de bestias. Puedo pasártelo luego para que te haga una prueba, es bueno controlando los ataques de los animales salvajes…

  –No lo necesito –dijo entre dientes.

  –No soy experta, pero después de ver tu show en primera fila, me lo pensaría.

    La provocación se fue al garete. El rostro de Liam se ensombreció.

 –No voy atacando a las personas así como así –replicó amargamente. Su voz fue dura, y advertí que no solo me intentaba convencer a mí, sino que se refería a una antigua culpa que sentía en su interior–. Si permito que se convierta en un acto salvaje que puedo satisfacer con cualquiera, me convertiré en un monstruo. ¿Qué clase de persona te crees que soy?

   Dejé mi juego en el plato y me limpié con la servilleta. Los gestos de Liam se habían transformado. Había una mezcla entre la ofensa y algo más que no pude deducir. Era difícil leer a ese hombre pero consiguió hacer que me sintiera culpable.

  –Eso no es lo que he dicho –protesté–. Dame un respiro, por favor. No tengo ni idea de cómo te desenvuelves, y hasta ahora he tenido demasiado miedo como para preguntártelo–, y tampoco quería saber–, lo único que sé, es que te cogen arrebatos violentos y tu insuperable forma de defenderte es… aterradora.

    Pareció que el hecho de que yo admitiese que sentía miedo le llegó a la fibra sensible, ya que las arrugas de su frente se relajaron.

  –Nunca te pondría una mano encima.

    Un carámbano se deslizó por mi columna. Liam tenía un don especial para que las palabras más bonitas resultaran de lo más aterradoras. Me humedecí los labios y dejé la servilleta que había estado arrugando encima de la mesa.

  – ¿Por qué actuaste así? –mi voz delató un ligero temblor.

  –No me gustó que te tocaran –declaró con completa sinceridad–. Por lo visto, mi cabeza se ha creado una idea que en este momento puede ser buena o mala.

    Lo miré a los ojos, para saber que pasaba por su cabeza en ese momento. No leí nada, pero al menos me llené de ese brillo.

  – ¿Cuál?

  –Obsesionarse contigo –indicó de una forma que me puso los pelos de punta, los pezones en rompan filas y mi ingle en tono de vibración.

  –La obsesión es peligrosa. No es un sentimiento.

  –Nunca te dije que tuviera sentimientos.

    El pecho se me encogió y sentí como los brazos de la silla de mimbre se me clavaban en la piel.

  –Eres un psicópata, egocéntrico, creído, un loco que me manipula con un don secreto y un cerdo arrogante –le dije tranquilamente–. Y tienes razón, te tengo asco, mucho más que asco.

    Se encogió de hombros con un gesto que le hizo parecer totalmente inofensivo.

  –No soy un psicópata –dijo– y no me importa manipularte con mi don, eres muy receptiva, abierta y sensual, disfruto mucho más cuando estas bajo mis efectos–. Sonrió mostrando su perfecta dentadura. Algo interno me indicó que esto era una venganza por lo de psicópata de antes–. De hecho, me divierte hacerlo y puedo disfrutar de ti mucho más.

    Noté una ola de calor en la cara.

  –Eres tan gilipollas, Liam –dije, deseando meter el cuchillo en su pecho y arrancar ese corazón.

    Liam sonrió aún más abiertamente.

  – ¿Qué? –exigí.

  –Me encanta que me llames así. Me gusta cómo suena y que seas tú quien me llame así.

    Abrí la boca y luego la cerré. Ya me había dado cuenta de que todo el mundo lo llamaba Marlowe, no obstante, no me parecía halagador, aunque una parte de mí me gritaba que era como una forma secreta de diferenciarnos entre los dos.

  –Para ser un hombre que no tiene sentimientos, te gustan muchas cosas.

  –Hay que aprender a diferenciar las cosas por su nombre. Me gusta la buena comida, el dinero, los buenos coches, la adrenalina, el sexo y, sobre todo; me gusta tú. –Había señalado la comida, lo que nos rodeaba y finalmente a mí, y esa señal fue una flecha directa a mi vagina–. Pero, no existe un sentimiento. Decido por un sentimiento racional, no emocional. Los sentimientos implican muchos contratiempos, ataduras peligrosas y complicaciones que no me puedo permitir.

    Y terminó con una sonrisa que hizo que me atragantara con la comida. Será desgraciado. Tragué el último bocado a la fuerza y dejé ese delicioso chocolate encima de la mesa. Liam observó con ojo crítico esa reacción.

  –No. Tienes razón. –Arrastré la silla por el suelo–. Por eso me parece que no merece la pena estar aquí perdiendo el tiempo contigo.

    Me levanté con la intención de irme. Liam salió detrás de mí y me atrapó antes de que pudiera dar dos pasos. Después, me sentó en la misma silla de un empujón y con intimidación, colocó los brazos a cada lado del respaldo, por detrás de mi espalda y se cernió sobre mí.

  –Me gustas, y mucho, Gaela, más de lo que te puedes imaginar, ¿no te vale con eso?

    Alcé la vista y clavé mis ojos en los suyos.

  –Ya tengo bastante con Ivan. No quiero a otro que juegue conmigo.

  –No quiero jugar contigo. No voy a jugar contigo –Liam marcó con énfasis cada sílaba–, quiero que tú juegues conmigo.

    Me quedé alucinando, tanto que, casi me caigo de la silla.

  – ¿Quieres que te utilice? –La sorpresa mantuvo la rabia alejada de mi voz.

  –Todo lo que quieras.

    Me quedé sin palabras y con las piernas temblorosas. Miré su pecho, el torso bronceado y tatuado, y me fijé en esos tres soles, tres divinidades que enmascaraban una herida. Desgraciadamente me mordí la lengua porque en ese momento, al tener ese cuerpo tan cerca y notar el delicioso aroma que desprendía -impresionante, alucinógeno y embriagador- deseé lamer con la punta cada trozo de su piel.

    Dios, ¿Por qué tenía que estar tan bueno, oler tan bien y ser tan condenadamente guapo? Hasta su voz, aunque sonara desquiciante, me ponía cachonda.

  –Gaela –me llamó dulcemente y dejé ese cuadro de pecado para subir mi mirada–, déjame que lo vuelva a intentar de nuevo–. Liam hincó una rodilla en el suelo y deslizó sus manos por mis muslos hasta dejarlas en las rodillas. La imaginación jugaba malas pasadas y ese gesto me conmovió dejándome completamente paralizada–. Gaela, me concederías el favor de pasar el día de hoy conmigo.

    Parpadeé impactada y sin respiración.

    Sí, sí, sí…

  –No.

    Liam parpadeó, después negó y abatido miró sus manos encima de mis rodillas. A continuación, habló con un toque de ansiedad en su voz

  –Estoy de rodillas ante ti, humillándome como nunca para suplicar un día, un simple día… –Se interrumpió y alzó su mirada–. ¿Qué puedo hacer para que aceptes?

    Nada…

  –Mucho.

  –Considéralo nuestra primera cita, una donde te pueda demostrar lo mucho que me gustas y lo mucho que me gusta estar contigo. Una primera cita que me dé la oportunidad de volver a empezar y eliminar todos esos momentos malos de los que me arrepiento. Dame la oportunidad de conquistarte y hacer que te vuelvas tan loca por mí, como yo lo estoy por ti.

    No dejó de mirarme en ningún momento y yo, solo esperaba poder aguantar la respiración el tiempo suficiente para que él, se retirara de mí antes de que me lanzara a esa boca como una leona.

  –No es suficiente –conseguí decir.

    Sus hombros se hundieron y me mostró algo en sus ojos que derribó muchas barreras. Liam tomó una intensa bocanada de aire.

  –Tú eres el único paraíso en el que quiero estar. El único océano en que me quiero bañar, la única arena en la que me quiero tumbar y la única flor en la que me quiero pasar horas metiendo mi nariz–. En su rostro se asomó la mínima esperanza y la tentación de tomarlo y darle un beso fue atroz, me dolieron hasta las palmas de las manos por hacerlo–. Y ahora dime que sí, y hazme feliz.

    Solté la respiración, algo abruptamente ya que no me había dado cuenta de que la estaba aguantando y contesté, tartamudeando.

  – ¿Q-qué tienes en mente? –tartamudeé. Liam también soltó la respiración y su cálido aliento me puso los pelos de punta.

  – ¿Ahora mismo?

  –Sí –contesté con la garganta seca. Me costaba recuperarme del todo.

    Cada cambio de humor de Liam era como tomarse pastillas para diferentes síntomas; una te dormía, la otra te espabilaba, la otra te hacía delirar, otra te hacía tener alucinaciones…y mil cosas más.

    Liam sonrió bobaliconamente y le dedicó una mirada lenta y lasciva a todo mi cuerpo. Me amarré al mimbre marcando ese trenzado en mi palma cuando esos ojos se entretuvieron en mi entrepierna.

  –Quiero sentarte encima de la mesa y subirte de un tirón el vestido hasta la cintura para ver de qué color son las bragas que llevas puestas. Después quiero quitarte esas bragas con los dientes y pasar más o menos una hora averiguando si el coño te sabe tan bien como recuerdo. –Wow… Se me cortó el aliento y la misma zona que mencionó comenzó arder–. Luego quiero llevarte a la habitación y mantenerte allí, desnuda el día entero, la noche y el día de mañana–. Si, hazlo, jodido cabrón. Me sorprendió pensar así ya que por un momento no me reconocí, pero continuar escuchando más guarradas, dejó que esa voz gritara una cuantas obscenidades más–. Follarte por todos los lados posibles con la vana esperanza de que quizás así se te quite la obsesión de ese gilipollas con el que te vas a casar, ya que es obvio que una noche no fue suficiente para mí y, no puedo imaginarte en los brazos de él.

  –Dios…

  –Pero, en vez de permitir que mi pene me distraiga o, tus notables encantos, estoy más que decidido a mantener las distancias, durante unas cuantas horas para que disfrutes de este día, después… Ya veremos…

    Para mi sorpresa, después de dejarme como una autentica moto, se incorporó, se dio media vuelta y se sentó de nuevo en su silla.

  – ¿Qué me dices? ¿Te dejas llevar por mí?

    Parpadeé, cerré las piernas, la boca y… algo más que se había dilatado, y me di la vuelta para volver a mi asiento.

  –Vale, –tal vez contesté con demasiada convicción, así que, me aclaré la garganta y mis siguientes palabras sonaron un poco mejor–: pero con una condición.

    Liam sonrió. Sabía que había ganado. No me importó porque lo de que podía jugar con él, aun rebotaba por mi cabeza.

  –Lo que tú digas.

    Se rascó la barbilla a la espera.

  –Que dejes a un lado ese comportamiento perturbado. Por un día, me gustaría estar con el Liam juguetón, no con el cabrón egocéntrico, ni con el violento.

  –Liam juguetón, me gusta –mencionó repitiendo el apodo.

    ¿Qué pensaría de Jinete del Apocalipsis? ¿También le gustaría?

     Sonrió con gesto arrogante. Negué con la cabeza. Este hombre era imposible.

  –No soy tan malo, cuando se me conoce.

  –Eres un sociópata tirando a psicópata.

    Su mentón se alzó y tomó una intensa bocanada de aire. Vale, me había pasado y puede que necesitara controlarse, al fin y al cabo era mi condición y si de verdad quería que pasara el día con él, sabía bien que debía dejar todos sus ataques críticos para otro momento.

  –Bien, me comportare...

  –Quiero una promesa –exigí. Liam arqueó las cejas y clavó una mirada amenazante en la mía.

    Estaba tentando al demonio. Tragué saliva a la espera y casi me ahogo cuando hizo un movimiento con el cuello.

  –Tú me perturbas, Gaela. No me provoques y seré lo que quieras que sea.

  –Un encantador comienzo, me culpas a mí para escaquearte de…

  – ¿Estás provocando una discusión? –amenazó entre dientes con el cuerpo tenso. Negué con la cabeza.

  –No.

    Cayó sobre nosotros un silencio incómodo para mí, Liam pensaba, meditaba sus propios pensamientos calculando cuál sería su siguiente paso. Esas cosas, esa forma de actuar me recordaba a Ivan, él también hacía los mismo; efectuar unos segundos que dedicarse a él mismo. Después, cuando volvía hablar era para clavarme una estaca directamente en el corazón, Liam, solía sorprenderme.

  –Soy yo el que pide pasar un tiempo contigo –comenzó–, soy yo el que está aquí, suplicándote un día, por las buenas y sin utilizar una persuasión. No quiero discutir y aceptaré cualquier cosa con tal de estar contigo. No obstante, –Liam se adelantó un poco y apoyó los codos encima de la mesa, después, esos rasgos se transformaron y el hombre serio se presentó–, yo también tengo otra condición.

  – ¿Cuál?

  –Quítate el anillo. Mientras estés en la isla, eres solo mía.

    Miré el anillo y lo miré a él.

    Finalmente me quité el anillo y lo guardé en un bolsillo interno del pantalón para no perderlo, después, fijé la vita de nuevo en él.

  – ¿Qué vamos hacer?

  –Te vas a divertir –contestó sonriendo.

    Eso esperaba.

 

 

 

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