Como yo, más de la mitad de ocupantes del
avión, se relajaban en sus asientos mientras la azafata explicaba las normas
básicas del avión. Mi vista se dirigió a un pequeño espejo que colgaba del
asiento de Victoria, quien se había puesto las gafas para poder dormir. Mi
reflejó en ese cristal me mostró una sonrisa en mis labios.
Sí, aquí estaba, desobedeciendo una orden
del cabrón con el que me iba a casar y me sentía… de lo más bien.
Suspiré, relajándome en el sillón y
disfruté del viaje. Algo que en términos insospechados me resultó un poco
difícil.
Recordé el rostro de un perturbador que
comenzaba hacerse un hueco en cada uno de mis pensamientos, y después, la
condenada semana desesperada que se había llevado a cabo.
Dos llamadas -que había rechazado- de Liam
al día, y tres de mi madre, hasta nuestra cita en la mejor pastelería del
centro.
Limón y chocolate con artesanales flores de
nata coronando cada piso, esa sería la tarta nupcial que había elegido Olimpia.
Yo, que al tercer bocado de ese delicioso bizcocho, había optado por una de
caramelo bañada en vainilla, algo sencillo pero delicioso…
Olimpia dio su decisión y su última opción
de elegir. Por eso y por mucho más, dejé que ella se encargara del resto. ¿Para
qué molestarme? Mi opinión ridícula y superficial no valía nada para ella, así
pues, me encogí de hombros y salí de mi casa dejándolo todo en manos de la
metomentodo que tenía como madre.
En cuanto a Liam, eso era otra historia, de
las difíciles, densa y peligrosa, pero algo dispar que terminaría por ser un
buen recuerdo que olvidar.
Si lo conseguía.
Por el momento me conformaba con disfrutar
del viaje, muy lejos de dos pecados que me complicaban la vida.
Las piernas me temblaron cuando bajé del ferry que nos había traído a Honolulu, esto era impresionante y eso
que todavía no habíamos llegado al hotel.
Dios, los paraísos existían. Yo estaba en
uno.
Pero la locura fue el lugar donde nos
hospedaron. Carlos, nuestra adopción, nos acompañó hasta nuestras quintas, unas pequeñas casitas de
cáñamo, madera y cristal que se sentaba en una de las pasarelas que daban al
mar. Dejamos las maletas y tras un grito que dio Gina, algo sobre que los
invitados ya estaban aquí y que llegábamos tarde, cesó nuestro impulso por
darnos un pequeño baño.
Un problema que tal vez no había
solucionado y el cual tendría que soportar estos tres días, era a Adriana.
Finalmente había conseguido venir al viaje, con el fin de sustituir a uno de
los nuestros que había fallado.
Gina, Adri y los gemelos, ocuparon uno de
los jeeps que nos llevaría al resort principal, Victoria y yo, no
tuvimos tanta suerte, a ambas nos tocó caminar hasta la parada de un pequeño
trenecito que se movía por todas las instalaciones como el tren de la bruja.
Cuando conseguimos llegar, Gina ya se encontraba reunida con los huéspedes en
un amplio salón que daba a una de las enormes terrazas del exterior.
Se me pasó por la cabeza la idea de
escabullirme a uno de los lugares de relax que ofrecía ese paraíso, pero para
cuando di el paso de alejarme, Victoria abrió la puerta y me llamó a base de
uno de sus típicos gritos que me levantaron los pelillos de la nuca.
Si pensaba pasar desapercibida estaba claro
que no podía ser, y menos siendo acompañada por la eterna escandalosa, sin
vergüenza y llamativa; Victoria.
Solté un bufido largo, pesado y cerré los
ojos mientras avanzaba y me deslizaba al interior de la sala.
El silencio lo precedía todo, y ese
humillante silencio se lo debía a mi sobrina, ella nos acababa de presentar
ante todos. Esquivé el pavés de cristal, murmurando mil maldiciones, la palmera
y otra palmera que me atacó de improvisto…Juro
que se me tiró encima. Retiré esas hojas de un manotazo, como si
verdaderamente estuviera luchando contra un enemigo y finalmente me uní al
grupo.
La mitad estaban sentados, los únicos que
había de pie eran los míos. Disimuladamente me coloqué detrás de Gina y Adri,
al lado de los gemelos, que me dedicaron una sonrisa burlona.
– ¿Quién ha ganado? –preguntó Tom.
–Yo creo que la palmera –se mofó Jerry–. A
Gaela, se le ha visto muy fatigada.
Los miré con el mentón en alto.
– ¿Queréis comprobar lo fatigada que me
siento? –tenté, e incluso recé para que dijeran que sí. Tenía los huesos
engarrotados por las horas que había permanecido sentada y necesitaba un poco
de acción.
–No –dijeron al unísono, destrozando mis
ilusiones.
Les sonreí con fingido sentimiento y me
fijé, por primera vez, en esos dolores de muelas que habían pagado una fortuna
para que los entretuviéramos.
Era una equipo de unas quince personas, en
cuyo equipo lo que más sobresalían eran las mujeres, los hombres…
Mierda.
El primer rostro lo reconocí al instante y
no fue porque esos ojos me miraran o el de al lado, o el que había sentado
encima de la mesa o…
– ¡Aajjjjj! –Literalmente grité.
Y por segunda vez, llamaba la atención solo
que, de una forma mucho más vergonzosa.
Conseguí que todos los ojos se fijaran en
mí, tanto el de los cuatro hombres que me habían mirado desde que entré, como
el resto, mujeres incluidas, pero mi mirada estaba fija en una sola, anclada en
unos ojos azules que me habían derretido desde el primer día que lo conocí.
Los pensamientos, casi todos negros pasaron
por mi cabeza a gran velocidad y de forma desastrosa. Liam estaba aquí…
¿Cómo? ¿Por qué? Noooooo
Escuché a Gina de fondo, pero mi atención
estaba puesta en Liam. Con los brazos cruzados sobre el pecho, medio sentado en
la mesa, las piernas cruzadas y vestido más que con un bañador y una camiseta,
cantaba más que un fluorescente en plena noche. Él, con una mirada de lo más
intensa consiguió derretir cada una de mis células.
Algo
parecido a la alegría estalló en mi vientre, seguido casi de inmediato por un
nudo duro y frío de pavor. Era un milagro, era un desastre. Estaba bien jodida,
de forma absoluta e irrevocable.
–Gaela…
Y de repente, él, con su magnetismo, ese
don que me hacía desvanecer, se movió, solo un poco pero fue suficiente para
tensar cada músculo de mi cuerpo y que al paso comenzó arder.
–Gaela…
Temblé ligeramente, obnubilada cuando las
comisuras de sus labios se estiraron un poco y me ofreció una de sus sonrisas…
Lo vi encima de mí, embistiendo como un
poseído, con sus manos por todas partes, acariciando mi cuerpo…
– ¡Gaela!
Bajé del limbo recibiendo una patada en el
trasero con fuerza. Parpadeé para deshacerme del picor de ojos que Liam me
había producido y fijé mi vista en Gina. Los gemelos eran quienes explicaban en
ese momento una de sus aventuras. Sacudí la cabeza ya que la sensación de ese
jinete estaba por todas partes.
– ¿Te encuentras bien? –preguntó, la
pelirroja, con preocupación.
Su postura, sus gestos, el sonido de su voz
y todo lo que acontecía a su alrededor me despejó la mente y unas cuantas dudas
de la cabeza. Gina lo sabía, lo supo el mismo día que yo le había dicho el
apellido Born.
–Lo sabias –acusé.
Mi amiga bajó pesadamente su cabeza y me
tomó del brazo, retirándonos un poco de ese grupo.
–Louis Born encargó este viaje, lo que no
sabía es que Marlowe era su hermano.
Ni ella ni yo. Ahora ya lo sabía, es más,
los tres hermanos “Born” estaban aquí, Louis, Liam y Enzo, uno al lado del
otro, con Tyler en una esquina, al lado de la mujer rubia-pelirroja, que me
había robado mi comida con el jinete.
–Mierda, Gina, al menos debiste decirme quien
era nuestro huésped.
– ¿Para qué? ¿No hubieras venido?
–Puede –respondí sin voz, porque tontamente
la respuesta verdadera era otra.
Le eché un vistazo a Liam, continuaba con
la misma pose, solo que un poco tenso, sin sonreír y sin poder retirar sus ojos
de mí.
El recuerdo de la noche que lo conocí,
cuando esperaba dentro del coche sin que me quitara la mirada de encima, se
pasó por mi cabeza y me di cuenta de todo lo que había sucedido desde entonces.
–De todas formas –continuó Gina, tomándome de
las manos para que le devolviera la mirada–, lo he organizado todo para que te
cruces con él lo mínimo. Para empezar, hoy te encargas de ir con Carlos para
preparar la ruta de la cueva, y mañana, los gemelos se encargaran de los juegos
en la playa, tú irás conmigo en la salida del catamarán.
Bien, al menos Gina no me había eliminado
de la aventura de nadar con los tiburones, mientras el resto tomaría el sol en
plena mar, a lo que por suerte; no se había apuntado ningún hombre.
–Vale –acepté.
–Mira, ahí está Carlos –señaló Gina y salí
disparada, sin mirar a nadie más.
Saludé a Carlos, escuchando un pequeño
revuelo a mi espalda al que no hice ni caso, y lo seguí hacia uno de los jeeps que nos llevaría a la cueva, pero
una mano se apoderó de mi brazo y me dio la vuelta.
Me topé con su presencia y el aliento se me
cortó.
A pesar de las gafas de sol que llevaba de
pronto puestas, sentí sus ojos masculinos que me recorrían el cuerpo entero y
asimilaban el vestido sin mangas ni tirantes que me dejaba mucha pierna al
aire. Sentí que se me endurecían los pezones bajo la fina tela del algodón, y
no por primera vez me cuestioné la dominación de Liam sobre mí.
Me enfadé conmigo misma por todas las veces
que me había sucedido y tiré de ese brazo con fuerza, quitándome su mano de
encima. Imposible, una armadura así era difícil de arrancar.
– ¿No piensas decirme nada? –No dejaba su
típica arrogancia ni en el mayor de los paraísos.
–No –contesté secamente.
Liam levantó una ceja, por encima de la
montura, algo prepotente.
–No eras tan agria cuando estaba entre tus
piernas.
En ese momento me sentí tan desnuda como si
las manos de Liam me hubieran arrancado el vestido. Me estremecí y apreté los
puños con fuerza para enfocar mi frustración contra él.
–Sin embargo tú, sigues siendo el mismo
payaso engreído que dejé en el suelo después de darle una patada en sus partes…
–Algo que no te he perdonado –interrumpió con
tono engañosamente divertido–. Tienes que respetar el material que te da placer
–regañó.
Miré esa mano que todavía se posaba en mi
brazo y luego lo miré a él con ceño. Para no perdonarme…me mantenía bien
cogida.
– ¿Me sueltas? –Liam negó y me mostró, otra
vez, esa condenada sonrisa del demonio. Bufé exasperada–. ¿No tienes nada mejor
que hacer que darme por saco?
–Sinceramente, no –contestó, ampliando su
sonrisa. Me estremecí–. Y lo hago sin darme cuenta. En el momento que veo tu
culito en movimiento…Siento que me estás currando en los huevos–. Se acercó un
poco y noté el delicioso perfume que desprendía. Mmm–. Tienes un don con cada bamboleo que te das. Mágicamente
plantas un enorme árbol entre mis piernas.
Tragué saliva.
Tú sí
que tienes un don, cabrón, pero tu don es mojarme las bragas.
–Te veo de buen humor –mi voz flaqueó, como
todo mi cuerpo. El brazo que él sostenía, estaba ya muerto, sin funcionamiento.
–Follar contigo ha mejorado mucho mi salud
–dijo con arrogancia sobrada.
Plaas.
Y un muro se estampó contra mi cuerpo. Me
tembló la mandíbula y la bilis me subió a la garganta.
– ¿Sabes que hice cuando llegué a casa
después de acostarme contigo? –pregunté con sarcasmo.
– ¿Pensar en mí? –se mofó.
Le dediqué una sonrisa cínica.
–No. Lavarme con desinfectante para quitarme
toda la porquería que tú me habías dejado.
La frente de Liam se arrugó.
–Morena, veo que no dejas a un lado tu forma
de atacar.
–Y lo que te queda si continuas
persiguiéndome por todas partes –amenacé.
Liam sonrió y se transformó en un demonio
sexy.
–Entonces, serán unas vacaciones largas y
tensas, porque estoy dispuesto a tensar la cuerda al máximo para conseguir lo
que busco.
La profundidad de su voz ronca se filtró
por mi cuerpo arrasando todo lo que encontraba hasta aterrizar con frenesí
entre mis piernas, hasta mi ingle vibró.
–Te lo enseñaré, –levanté un brazo y señalé
la zona externa del lugar, más exactamente el mar–, el ferri está por allí y
esa máquina enorme flotante, te llevará hacia lo que buscas; un aeropuerto.
–A parte de que te equivocas de dirección, te
equivocas de motivo y de conclusión pero, le ahorraré a tu cabeza un
pensamiento más. –Se acercó más, peligrosamente más–. Ya lo he encontrado
–susurró ronco, y sentí como los pezones estaban a punto de explotar–, y voy a
ir a por ello. Directo a por lo que quiero.
– ¿El qué? –Mierda. Ya me fallaba otra vez la
voz.
Liam se retiró y estiró su pecho, después
me dedicó un mohín con fingido sentimiento.
–Voy a parecer un disco rayado de tanto que
me repito… Aunque comienzo a sospechar que te encanta escucharlo, –hizo una
breve pausa para dedicarle unos segundos de suspense y después su sonrisa
desapareció–. Te quiero a ti, toda para mí.
Sonrió de lado y se fue dejándome con la
boca abierta y unas ganas horribles de saltarle a la yugular, literalmente,
pero para otra cosa completamente diferente. Deseaba enfrentarme a mi enemigo
con una desesperación que era completamente sexual.
Mierda. Liam me había transformado en un
monstruo del sexo.
Por suerte el día transcurrió rápido y
regresé a mi quinta a la hora de
cenar, estaba tan sumamente agotada que ni cené, directamente me metí en la
cama y me quedé dormida como un bebé.
Al día siguiente desperté con el leve
sonido del exterior. Miré el despertador y me di cuenta de que llegaba una hora
tarde. Prácticamente salté de la cama, estampándome contra el suelo y no me
permití ni un segundo para quejarme, me levanté, me vestí y salí disparada a la
zona de encuentro que se había establecido con el grupo.
No había nadie. Gina me iba a matar por
llegar tarde. Me colgaría del cuello… pero, ¿por qué no me había despertado? Su
maldita quinta estaba casi al lado de
la mía. Seguramente me estaría probando y, definitivamente había suspendido con
un gran cero…
Mierda.
Salí de allí para dirigirme a la zona de
recepción, pero en mi camino, uno de los trabajadores me cortó el paso con una
sonrisa.
– ¿Tu eres Gaela?
–Sí –contesté aliviada, al pensar que Gina
no se había olvidado de mí.
–Acompáñeme, su grupo la espera en otra zona.
Seguí al joven a la zona trasera. Un cuatro
por cuatro rojo nos esperaba con el motor en marcha. El chico abrió la puerta
trasera y me invitó a entrar, después, cerró y el coche se puso en movimiento.
Que calidad de vida, mientras disfrutaba de
un trayecto en coche hasta el lugar donde me esperaban, me dedique a llenar mi
vista con el precioso paisaje que pasaba a una velocidad media por delante de
mí. Algo que me distrajo de todo completamente.
El coche se detuvo en la zona de lujo que
ocupaban los bungalós. Como un caballero, el conductor me abrió la puerta y
señaló a su espalda, hacia una de esas preciosas fincas atrapadas en medio del
paisaje. Me despedí y fui hasta el lugar.
En un principio me resultó de lo más
extraño, pero conociendo a Gina y su perfecta forma de organizar en los mejores
lugares para que el cliente se sintiera a gusto, no le di mayor importancia y
entré dentro del bungaló.
El lugar era una auténtica maravilla con
lujo de detalles y con una preciosa iluminación. Fui directamente al salón al
no escuchar otro sonido que no fueran mis propios pasos contra el mármol.
Una luz dorada, gracias al toldo que había
echado en la terraza se filtró por todo el salón dando un toque aún más bello.
Me deslicé, admirando la riqueza que me rodeaba hasta salir a la terraza. Había
visto un cuerpo apoyado de espaldas en uno de los muros que ofrecía esa salida
que daba directamente al mar, con la vista fija en el agua y de espaldas a mí.
–Hola –saludé nada más salí.
El cuerpo se tensó y se dio la vuelta.
Cuando lo reconocí me quedé completamente paralizada.
No puede ser.
–Buenos días –dijo Liam, con completa
naturalidad.
Haciendo un gran esfuerzo, retiré la mirada
de ese torso desnudo y brillante para observar en rededor. No había nadie más
que nosotros.
–No busques –anunció–. Tu grupo hace una hora
que se ha ido.
La terraza, el mar, la playa y el mundo
entero comenzaron a darme vueltas al darme cuenta de que había caído en una
trampa. Me recuperé, y plasmé en mi rostro una total indiferencia.
– ¿Y qué hago aquí?
–Pasar el día conmigo –contestó
tranquilamente y sonrió.
Aquella sonrisa había sido suficiente -por
embarazoso que fuese- para que se me mojaran las bragas.
–No. Sinceramente, prefiero pasar el día
rodeada de tiburones, ellos, comparados contigo son más dóciles.
Le dediqué una sonrisa de lado, tan burlona
como las que él me dedicaba y me di la vuelta. Caminé, traspasando el salón con
paso lento, tranquilamente y sin temor. Si me frenaba estaba dispuesta a
pegarle uno de mis golpes favoritos, pero para mi sorpresa, Liam me detuvo de
la forma que menos esperaba, más bien, se presentó como un obstáculo tipo muro
delante de mí con brusquedad.
–No es justo que siempre me hagas salir
detrás de ti. Te estás mal acostumbrando.
–Yo no te obligo, vienes porque quieres.
Mi intención no era ofender su orgullo,
pero mi chulería estaba por encima de todo y mi boca se adelantaba, como
siempre a mis pensamientos.
Liam soltó la respiración con intención.
–No entiendo tú oposición, no te pido escalar
el Everest.
–Y si me lo pidieras, aceptaría eso antes que
la oferta de pasar el día contigo.
Una de sus cejas se levantó de golpe.
–Vale. Y si te ofrezco algo parecido, una
aventura con la condición de que sea conmigo.
¿Por
qué insistía tanto?
Debería sentirme halagada, e incluso feliz
de tener a un hombre detrás de mí, pero Liam tenía tantos cambios de humor que
no sabía si esto se trataba de un teatrillo de los suyos o la verdad. Una parte
de mí deseó que ese hombre sintiera algo por mí, pero la otra, la sensata,
resolvió el acertijo de que, a veces, era mejor obedecer al patrón correcto y,
olvidar los problemas que acarrearía un deseo.
–Te diría lo mismo; que no.
– ¿Qué es lo que he hecho para que te niegues
con tanto ahínco?
–Es ese comportamiento petulante, siempre
quieres estar por encima de todo.
Una mueca de dolor, o eso me pareció, se
formó en sus labios.
–No puedo cambiar, Gaela, es mi naturaleza,
pero eso no tiene nada ver contigo, al contrario, tu presencia es un soplo de
aire fresco para mi vida. –Liam levantó su mano con toda la intención de
acariciar mi mejilla, retiré ese toque de un manotazo, él se mordió el labio y
apretó el puño–. Supongo que, por lo que más deseo tengo que pagar un precio.
–Uno muy caro.
Levantó una ceja y su frente se llenó de
arrugas.
–La condena de seguir a una mujer que solo
quiere alejarse de mí, ¿no te parece suficiente?
Su rostro se relajó, pero su mirada fue muy
penetrante, tanto que garantizó una deliciosa sensación desde cada parte de mi
cuerpo hasta juntarse, ese temblor en mi estómago, algo que se inició como un
revoloteo de mariposas. Igualmente, y aunque fue complicado, camufle cada
sentimiento, al contrario, me encogí de hombros como si me diera igual y cambié
de tema.
–
¿Quieres un consejo? –pregunté.
Liam puso los ojos en blanco.
–Me lo darás aunque diga que no… Vale. –Me
frenó antes de que tomara la decisión de irme, arropando con sus manos mis
brazos–. No eres una mujer con mucha paciencia –murmuró sin soltarme–. Dame tu
consejo.
Lo miré, durante unos segundos pero ese
rostro continuaba tranquilo e incluso expectante. De un violento tirón me
deshice de ese agarre, no me costó mucho, Liam por lo visto, no quería
complicar las cosas.
–Si quieres seguir con tu autoestima aléjate
de mí.
–No te preocupes por mi autoestima. Soy
fuerte y muy persistente.
Bufé cansada. Era imposible pelear con él,
nunca me había enfrentado a algo así, era como darme de golpes contra una
pared. Me agotaba.
–Será mejor que me vaya.
Mi murmuración se quedó débilmente apagada
cuando di un paso y me choqué con su pecho. Retrocedí y traté de salir por otro
lado, nada, su cuerpo volvió a ser un maldito obstáculo.
–Liam, por favor –pedí bufando, pero él no se
movió.
–Gaela, déjame convencerte –susurró.
Alcé la vista y me choqué con unos ojos
brillantes. Liam me miró durante unos segundos, fijamente y en silencio. Sentí
sus dedos apoyados en mi barbilla y noté como se inclinaba su cara para
acercarse a mí y darme un beso. Aguanté la respiración y antes de que me
tocaran sus labios, me retiré girando mi cara. Pude escuchar su bufido de
frustración al darle la espalda. Salí, con las manos temblorosas, de nuevo a la
terraza.
Terminé apoyando una mano en ese pequeño
muro donde momento antes él se había apoyado, solo que, en mi caso, con el
corazón latiendo fuerte contra mi pecho.
Liam me siguió, lo noté, pero no se me
acercó.
Menos mal, porque si se le ocurría volver a
insistir, caería. Esa mirada me había dejado un extraño picor de ojos.
–No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?
Me giré, posando una máscara en mi rostro y
me encogí de hombros. Perfecto, salió de mí con total naturalidad. Liam se
encontraba en el umbral que dividía la terraza del salón con un aspecto
completamente tenso.
–Tú tampoco eres fácil.
–Pero al menos, continúas aquí.
–Aun lo estoy estudiando.
Él me dedicó una mirada penetrante.
Desgraciadamente no pude evitar derretirme y pensar que…No me apetecía mucho
irme. Solo esperaba que el aliciente fuera bueno.
Capítulo 30
Sin mediar palabra, Liam avanzó por el
largo de la terraza hasta el final. Se detuvo justo delante de uno de los sofás
que precedía toda la esquina y tomó una pequeña bolsa de colores de encima.
Volvió con ella y la dejó en el suelo.
–Aquí están tus cosas preparadas para hoy.
Espero que esté todo, lo han preparado tus amigas.
Abrí la boca tanto que por un momento pensé
que se me desencajaría.
Si me habían preparado una bolsa es que,
mis amigas lo sabían todo… ¿Cómo lo había hecho Liam para conseguir eso? ¿Para
convencer a la juiciosa Gina?
Cerré la boca y deslicé mi mirada de la
bolsa que había al lado de la pared, justo a los pies de él, a su rostro.
Estaba fijo en mí, estudiando mis gestos.
– ¿Cómo has conseguido que Gina me dejara en
la cama?
Liam torció su cabeza y con paso lento,
increíblemente sexy, se acercó a esa mesa predispuesta con todo el desayuno de
un buffet, luego, retiró una silla para que me sentara en ella.
–Bueno, Tyler a persuadido a Gina
prometiéndole que él ocuparía tu puesto, y Enzo, a Victoria, –Liam se pasó la
mano por el pelo, retirándoselo de la cara–, y créeme, eso ha sido lo más raro.
A mi hermano le parece muy interesante tu sobrina.
Las mato. Literalmente las mato, pero antes
torturo a Victoria.
Sonrió de nuevo y señaló la silla con la
mirada para que me sentara. Dejé a un lado la mención de Enzo y mi sobrina para
después y, me crucé de brazos dispuesta a quedarme donde estaba.
–Genial, has manipulado a los tuyos para que
persuadan a los míos –dije.
Liam se incurvó un poco, tensando sus
brazos y apoyando las manos en el respaldo de la silla. La forma en que se
mostraron esos brazos, duros, rectos y tensos, fue demoledor.
–No
hizo falta gran esfuerzo, ellas aceptaron de inmediato. Me parece que, los
tuyos no me tienen tanto asco como por lo visto me tienes tú –se defendió.
¿Asco? Ojala fuera asco lo que ese hombre
me inspiraba.
Levanté el mentón y sacudí mi mano, retirándome
el pelo de la cara con gesto dramático y muy exagerado.
–Y aun así, te arriesgas y organizas este
encuentro a traición.
–No pierdo mis oportunidades –dijo, con otra
de sus sonrisas y mirándome intensamente con la vista baja–. Siéntate y desayuna
conmigo.
Me tensé por la leve orden que escondía esa
proposición.
–Todavía no he aceptado tu oferta.
–Lo discutiremos mientras, te tomas un zumo
de uva –señaló esa palabra mostrando que se acordaba de todo lo que le decía. No me impresionó–, unos delicioso donuts de chocolate caseros–, puede que eso me convenciera un poco–, o
unos crepes, gofres, croissants
o…fruta. Come todo lo que quieras mientras, yo expongo mi día para poder
convencerte de que lo pases conmigo.
Me convenció, pero solo porque la hora del
desayuno me la había perdido y después de no cenar la noche de antes, ver tanta
comida encima de la mesa, fue muy tentador.
Aunque la comida que había plantada al lado
de la misma, fue mucho más tentador…
Stop.
Me acerqué, le quité la silla de las manos
y la coloqué, lo más lejos posible de la otra silla, después, tomé asiento y me
llevé uno de esas bombas calóricas a la boca.
Liam me dedicó una mirada molesta que no me
molesté ni en mirar y arrastró su silla para colocarse justo delante de mí.
–…una autentica guerrera hasta el maldito
final –murmuró.
– ¿Qué andas refunfuñando? –espeté con voz
altiva.
–Que te encanta ponerme a cien o es que eres
peleona y te gusta provocarme –contestó y me guiñó un ojo. Levanté el mentón.
–Me gusta pelear contigo. Me encanta ver
cómo, después de pasar de ti, continuas arrastrándote –dije y le guiñé un ojo
copiando su actitud.
Un músculo brincó en la mandíbula de Liam,
luego me miró con unos ojos fríos como si el fuego se hubiera extinguido de
pronto.
–No comprendes el concepto, morena, pero
tengo todo el día para explicarte la diferencia entre; insistirle a una mujer y
arrastrarse por una mujer, son cosas muy diferentes.
Miré a Liam con incredulidad.
–Tengo una más que sobrada experiencia en
diferenciarlos, y aunque te moleste, tu comportamiento es de arrastrarse –lo
fastidié.
–Te insisto, Gaela –corrigió–, te insisto y
te insistiré sin cansarme, pero no me arrastro…aunque, puede que si pasas el
día conmigo, termine arrastrándome por el suelo, contigo, encima de mí
cabalgándome. –Sus ojos mostraron un brillo alterado–. Sí, eso sería una bonita
forma de arrastrase.
Me recorrió un estremecimiento de
excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa calculada mientras el viento
empujaba su pelo sobre sus ojos azules. Mi enfado vaciló al darme cuenta de que
ya estaba babeando.
–Ya te gustaría a ti.
–Sí, me encantaría.
Ese comentario no fue tan perturbador como
la voz que le salió. Me obligó a tragar saliva.
–Estás loco –murmuré.
–Estar loco tampoco es tan malo –dijo,
mientras me servía el zumo.
–Claro, y ahora me dirás que ser un asesino
en serie, es un honor.
Cogí el zumo, dedicándole una falsa sonrisa
exagerada y le di un trago. Liam observó lentamente como lamía una gota que
resbalaba del vaso.
– ¿Me comparas con un asesino en serie?
–preguntó ronco.
–Un poco –tenté–. Tienes una vena rarita.
Me lamí los labios, saboreando la uva. Liam
se tensó completamente y su mirada se dirigió, como un imán a ese gesto. Volví
a lamer, con malicia, pero más lentamente y ese pecho comenzó a subir y bajar
muy deprisa.
Esto se ponía emocionante… Te vas a
enterar.
–No son ataques, es mi método de protección.
–Su voz delató su pequeño nervio poco disimulado.
Sonreí. Liam estaba de lo más nervioso,
alterado y como yo ganaba terreno en ese aspecto, continué mi provocación con
uno de los donuts de chocolate. Me lo metí en la boca hasta la mitad y luego,
los trocitos que se me habían caído por los lados, los metí con el dedo, muy,
muy, muy lentamente. Él terminó pasándose las manos por el pelo, bufando y
mirando la tela de toldo.
Tuve que aguantar una carcajada de
satisfacción.
–Sabes –indiqué jugando a trocear el donuts y
metiendo esos trocitos en mi boca. Liam iba a explotar–, tengo el teléfono de
un domador de bestias. Puedo pasártelo luego para que te haga una prueba, es
bueno controlando los ataques de los animales salvajes…
–No lo necesito –dijo entre dientes.
–No soy experta, pero después de ver tu show en primera fila, me lo pensaría.
La provocación se fue al garete. El rostro
de Liam se ensombreció.
–No voy atacando a las
personas así como así –replicó amargamente. Su voz fue dura, y advertí que no
solo me intentaba convencer a mí, sino que se refería a una antigua culpa que
sentía en su interior–. Si permito que se convierta en un acto salvaje que
puedo satisfacer con cualquiera, me convertiré en un monstruo. ¿Qué clase de
persona te crees que soy?
Dejé mi juego en el plato y me limpié con la
servilleta. Los gestos de Liam se habían transformado. Había una mezcla entre
la ofensa y algo más que no pude deducir. Era difícil leer a ese hombre pero
consiguió hacer que me sintiera culpable.
–Eso no es lo que he dicho –protesté–. Dame
un respiro, por favor. No tengo ni idea de cómo te desenvuelves, y hasta ahora
he tenido demasiado miedo como para preguntártelo–, y tampoco quería saber–, lo único que sé, es que te cogen arrebatos
violentos y tu insuperable forma de defenderte es… aterradora.
Pareció que el hecho de que yo admitiese que
sentía miedo le llegó a la fibra sensible, ya que las arrugas de su frente se
relajaron.
–Nunca te pondría una mano encima.
Un carámbano se deslizó por mi columna.
Liam tenía un don especial para que las palabras más bonitas resultaran de lo
más aterradoras. Me humedecí los labios y dejé la servilleta que había estado
arrugando encima de la mesa.
– ¿Por qué actuaste así? –mi voz delató un
ligero temblor.
–No me gustó que te tocaran –declaró con
completa sinceridad–. Por lo visto, mi cabeza se ha creado una idea que en este
momento puede ser buena o mala.
Lo miré a los ojos, para saber que pasaba
por su cabeza en ese momento. No leí nada, pero al menos me llené de ese
brillo.
– ¿Cuál?
–Obsesionarse contigo –indicó de una forma
que me puso los pelos de punta, los pezones en rompan filas y mi ingle en tono
de vibración.
–La obsesión es peligrosa. No es un
sentimiento.
–Nunca te dije que tuviera sentimientos.
El pecho se me encogió y sentí como los
brazos de la silla de mimbre se me clavaban en la piel.
–Eres un psicópata, egocéntrico, creído, un
loco que me manipula con un don secreto y un cerdo arrogante –le dije
tranquilamente–. Y tienes razón, te tengo asco, mucho más que asco.
Se encogió de hombros con un gesto que le
hizo parecer totalmente inofensivo.
–No soy un psicópata –dijo– y no me importa
manipularte con mi don, eres muy receptiva, abierta y sensual, disfruto mucho
más cuando estas bajo mis efectos–. Sonrió mostrando su perfecta dentadura.
Algo interno me indicó que esto era una venganza por lo de psicópata de antes–.
De hecho, me divierte hacerlo y puedo disfrutar de ti mucho más.
Noté una ola de calor en la cara.
–Eres tan gilipollas, Liam –dije, deseando
meter el cuchillo en su pecho y arrancar ese corazón.
Liam sonrió aún más abiertamente.
– ¿Qué? –exigí.
–Me encanta que me llames así. Me gusta cómo
suena y que seas tú quien me llame así.
Abrí la boca y luego la cerré. Ya me había
dado cuenta de que todo el mundo lo llamaba Marlowe, no obstante, no me parecía
halagador, aunque una parte de mí me gritaba que era como una forma secreta de
diferenciarnos entre los dos.
–Para ser un hombre que no tiene
sentimientos, te gustan muchas cosas.
–Hay que aprender a diferenciar las cosas por
su nombre. Me gusta la buena comida, el dinero, los buenos coches, la
adrenalina, el sexo y, sobre todo; me gusta tú. –Había señalado la comida, lo
que nos rodeaba y finalmente a mí, y esa señal fue una flecha directa a mi
vagina–. Pero, no existe un sentimiento. Decido por un sentimiento racional, no
emocional. Los sentimientos implican muchos contratiempos, ataduras peligrosas
y complicaciones que no me puedo permitir.
Y terminó con una sonrisa que hizo que me
atragantara con la comida. Será desgraciado. Tragué el último bocado a
la fuerza y dejé ese delicioso chocolate encima de la mesa. Liam observó con
ojo crítico esa reacción.
–No. Tienes razón. –Arrastré la silla por el
suelo–. Por eso me parece que no merece la pena estar aquí perdiendo el tiempo
contigo.
Me levanté con la intención de irme. Liam
salió detrás de mí y me atrapó antes de que pudiera dar dos pasos. Después, me
sentó en la misma silla de un empujón y con intimidación, colocó los brazos a
cada lado del respaldo, por detrás de mi espalda y se cernió sobre mí.
–Me gustas, y mucho, Gaela, más de lo que te
puedes imaginar, ¿no te vale con eso?
Alcé la vista y clavé mis ojos en los
suyos.
–Ya tengo bastante con Ivan. No quiero a otro
que juegue conmigo.
–No quiero jugar contigo. No voy a jugar
contigo –Liam marcó con énfasis cada sílaba–, quiero que tú juegues conmigo.
Me quedé alucinando, tanto que, casi me
caigo de la silla.
– ¿Quieres que te utilice? –La sorpresa
mantuvo la rabia alejada de mi voz.
–Todo lo que quieras.
Me quedé sin palabras y con las piernas
temblorosas. Miré su pecho, el torso bronceado y tatuado, y me fijé en esos
tres soles, tres divinidades que enmascaraban una herida. Desgraciadamente me
mordí la lengua porque en ese momento, al tener ese cuerpo tan cerca y notar el
delicioso aroma que desprendía -impresionante, alucinógeno y embriagador- deseé
lamer con la punta cada trozo de su piel.
Dios, ¿Por qué tenía que estar tan bueno,
oler tan bien y ser tan condenadamente guapo? Hasta
su voz, aunque sonara desquiciante, me ponía cachonda.
–Gaela –me llamó dulcemente y dejé ese cuadro
de pecado para subir mi mirada–, déjame que lo vuelva a intentar de nuevo–.
Liam hincó una rodilla en el suelo y deslizó sus manos por mis muslos hasta
dejarlas en las rodillas. La imaginación jugaba malas pasadas y ese gesto me
conmovió dejándome completamente paralizada–. Gaela, me concederías el favor de
pasar el día de hoy conmigo.
Parpadeé impactada y sin respiración.
Sí, sí, sí…
–No.
Liam parpadeó, después negó y abatido miró
sus manos encima de mis rodillas. A continuación, habló con un toque de
ansiedad en su voz
–Estoy de rodillas ante ti, humillándome como
nunca para suplicar un día, un simple día… –Se interrumpió y alzó su mirada–.
¿Qué puedo hacer para que aceptes?
Nada…
–Mucho.
–Considéralo nuestra primera cita, una donde
te pueda demostrar lo mucho que me gustas y lo mucho que me gusta estar
contigo. Una primera cita que me dé la oportunidad de volver a empezar y eliminar
todos esos momentos malos de los que me arrepiento. Dame la oportunidad de
conquistarte y hacer que te vuelvas tan loca por mí, como yo lo estoy por ti.
No dejó de mirarme en ningún momento y yo,
solo esperaba poder aguantar la respiración el tiempo suficiente para que él,
se retirara de mí antes de que me lanzara a esa boca como una leona.
–No es suficiente –conseguí decir.
Sus hombros se hundieron y me mostró algo
en sus ojos que derribó muchas barreras. Liam tomó una intensa bocanada de
aire.
–Tú eres el único paraíso en el que quiero
estar. El único océano en que me quiero bañar, la única arena en la que me
quiero tumbar y la única flor en la que me quiero pasar horas metiendo mi
nariz–. En su rostro se asomó la mínima esperanza y la tentación de tomarlo y
darle un beso fue atroz, me dolieron hasta las palmas de las manos por
hacerlo–. Y ahora dime que sí, y hazme feliz.
Solté la respiración, algo abruptamente ya
que no me había dado cuenta de que la estaba aguantando y contesté, tartamudeando.
– ¿Q-qué tienes en mente? –tartamudeé. Liam
también soltó la respiración y su cálido aliento me puso los pelos de punta.
– ¿Ahora mismo?
–Sí –contesté con la garganta seca. Me
costaba recuperarme del todo.
Cada cambio de humor de Liam era como
tomarse pastillas para diferentes síntomas; una te dormía, la otra te
espabilaba, la otra te hacía delirar, otra te hacía tener alucinaciones…y mil
cosas más.
Liam sonrió bobaliconamente y le dedicó una
mirada lenta y lasciva a todo mi cuerpo. Me amarré al mimbre marcando ese
trenzado en mi palma cuando esos ojos se entretuvieron en mi entrepierna.
–Quiero sentarte encima de la mesa y subirte
de un tirón el vestido hasta la cintura para ver de qué color son las bragas
que llevas puestas. Después quiero quitarte esas bragas con los dientes y pasar
más o menos una hora averiguando si el coño te sabe tan bien como recuerdo. –Wow… Se me cortó el aliento y la misma
zona que mencionó comenzó arder–. Luego quiero llevarte a la habitación y mantenerte
allí, desnuda el día entero, la noche y el día de mañana–. Si, hazlo, jodido cabrón. Me sorprendió pensar así ya que por un
momento no me reconocí, pero continuar escuchando más guarradas, dejó que esa
voz gritara una cuantas obscenidades más–. Follarte por todos los lados
posibles con la vana esperanza de que quizás así se te quite la obsesión de ese
gilipollas con el que te vas a casar, ya que es obvio que una noche no fue
suficiente para mí y, no puedo imaginarte en los brazos de él.
–Dios…
–Pero, en vez de permitir que mi pene me
distraiga o, tus notables encantos, estoy más que decidido a mantener las
distancias, durante unas cuantas horas para que disfrutes de este día, después…
Ya veremos…
Para mi sorpresa, después de dejarme como
una autentica moto, se incorporó, se dio media vuelta y se sentó de nuevo en su
silla.
– ¿Qué me dices? ¿Te dejas llevar por mí?
Parpadeé, cerré las piernas, la boca y…
algo más que se había dilatado, y me di la vuelta para volver a mi asiento.
–Vale, –tal vez contesté con demasiada
convicción, así que, me aclaré la garganta y mis siguientes palabras sonaron un
poco mejor–: pero con una condición.
Liam sonrió. Sabía que había ganado. No me
importó porque lo de que podía jugar con él, aun rebotaba por mi cabeza.
–Lo que tú digas.
Se rascó la barbilla a la espera.
–Que dejes a un lado ese comportamiento
perturbado. Por un día, me gustaría estar con el Liam juguetón, no con el
cabrón egocéntrico, ni con el violento.
–Liam juguetón, me gusta –mencionó repitiendo
el apodo.
¿Qué pensaría de Jinete del Apocalipsis?
¿También le gustaría?
Sonrió con gesto arrogante. Negué con la
cabeza. Este hombre era imposible.
–No soy tan malo, cuando se me conoce.
–Eres un sociópata tirando a psicópata.
Su mentón se alzó y tomó una intensa
bocanada de aire. Vale, me había pasado y puede que necesitara controlarse, al
fin y al cabo era mi condición y si de verdad quería que pasara el día con él,
sabía bien que debía dejar todos sus ataques críticos para otro momento.
–Bien, me comportare...
–Quiero una promesa –exigí. Liam arqueó las
cejas y clavó una mirada amenazante en la mía.
Estaba tentando al demonio. Tragué saliva a
la espera y casi me ahogo cuando hizo un movimiento con el cuello.
–Tú me perturbas, Gaela. No me provoques y
seré lo que quieras que sea.
–Un encantador comienzo, me culpas a mí para
escaquearte de…
– ¿Estás provocando una discusión? –amenazó
entre dientes con el cuerpo tenso. Negué con la cabeza.
–No.
Cayó sobre nosotros un silencio incómodo
para mí, Liam pensaba, meditaba sus propios pensamientos calculando cuál sería
su siguiente paso. Esas cosas, esa forma de actuar me recordaba a Ivan, él
también hacía los mismo; efectuar unos segundos que dedicarse a él mismo.
Después, cuando volvía hablar era para clavarme una estaca directamente en el
corazón, Liam, solía sorprenderme.
–Soy yo el que pide pasar un tiempo contigo
–comenzó–, soy yo el que está aquí, suplicándote un día, por las buenas y sin
utilizar una persuasión. No quiero discutir y aceptaré cualquier cosa con tal
de estar contigo. No obstante, –Liam se adelantó un poco y apoyó los codos
encima de la mesa, después, esos rasgos se transformaron y el hombre serio se
presentó–, yo también tengo otra condición.
– ¿Cuál?
–Quítate el anillo. Mientras estés en la
isla, eres solo mía.
Miré el anillo y lo miré a él.
Finalmente me quité el anillo y lo guardé
en un bolsillo interno del pantalón para no perderlo, después, fijé la vita de
nuevo en él.
– ¿Qué vamos hacer?
–Te vas a divertir –contestó sonriendo.
Eso esperaba.
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