Un camino en completo silencio, sumamente
silencioso. Nada, no había vuelto abrir la boca y yo, sencillamente me había
mantenido al margen, como un cero a la izquierda o como la cuchara en un plato
de carne.
Ivan estaba más molesto que nunca, se
escondía en el refilón de sus pestañas con la vista fija al frente.
Solamente la conducción era lo único que lo
mantenía, por así decirlo, en otro mundo que no fuera el funesto estado en el
que estábamos. Sólo que, la única que parecía vivir en este mundo era yo. Y la
realidad me golpeaba con fuerza.
Estaba completamente confundida, tanto por
lo sucedido con Liam, que aún me marcaba como una fusta en la espalda. Las
imágenes, e incluso el cosquilleo que todavía persistía en mí, se resbalaban
por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi ingle… Pero ahora, había
otro motivo más, Ivan y ese desesperado beso salvaje que me había arrastrado a
un estado aletargado de zombi atontado.
Lo miré de soslayo, con la cabeza gacha
mientras estrujaba la orilla de mi vestido con fuerza, dejando que mis dedos se
pusieran rojos, advirtiendo que la sangre había dejado de fluir.
– ¿No piensas decirme que ha sido ese
repentino ataque loco? –pregunté.
–No.
Tuve que parpadear como unas cien veces
para aceptar que era lo que había salido de su boca, pero el “NO”, no podía estar más claro, incluso
pensé que lo estaba alucinando, ese hombre había contestado sin menear ni un
sólo músculo de su cara.
–Bueno pues en ese caso…–insistí con mi
típica voz que sacaba de quicio a todo el mundo–. ¿Qué te parece si saco mis
propias conclusiones y tú me indicas con un simple sí o no…?
– ¿Y qué tal si te mantienes en silencio y me
dejas meditar mis propias conclusiones?
Me encontraba de nuevo parpadeando y con la
boca abierta. Me había mirado de una forma amenazante, crispada y con una ceja
alzada. La prepotencia, el alter ego y su correcta y medida forma de hablar
habían marcado cada palabra como una orden hecha en forma de sugerencia. Sin
embargo, como yo era masoquista, me atreví a darle un poco más de caña.
No era justo que él siempre quisiera mis
explicaciones y yo nunca obtuviera el mismo trato.
–Podría, sí, pero mi cabeza está en plena
revolución y aunque te moleste mi voz…
–Me molestas tú, Gaela– cortó mordaz y con la
vena del cuello muy hinchada–. El simple hecho de que ahora me pidas una
explicación cuando no estoy en mis cabales no te aguara nada bueno, así que, te
aconsejo, más que nada, por no complicar todavía más las cosas, que olvides lo
sucedido. Besarte ha sido un error por mi parte y para tu satisfacción, no ha
sido algo de lo que he disfrutado.
Howh.
Para no disfrutarlo he sentido tu lengua traspasar
mi esófago como si fuera una maldita Anaconda.
Pensé pero no se lo dije. No obstante y con
todas las de la ley por ese sentimiento de poco placer considerado por su parte
-no por la mía, por supuesto-, me puso hecha una fiera y mi boca se adelantó a
los pensamientos de mi cabeza y a la imperiosa necesidad de estamparlo contra
la ventanilla del coche.
–En todo ese comportamiento petulante que te
rodea, te aconsejaría que cuando te den esos arrebatos no vuelvas a besarme,
porque como tu boca se choque con la mía, aunque sea por error, mi pierna por
error sufrirá un reflejo y tus pelotas serán el primer encuentro que tenga mi
rodilla.
Increíblemente la vena de su cuello dejó de
latir a estilo vértigo para palpitar bajo su piel a un ritmo mucho más
tranquilo, luego, cada gesto de su rostro se relajó y en sus labios se dibujó
una sonrisa diabólica, nada sexy pero sí peligrosa.
–Dime una cosa ¿Te sientes más mayor cuando
hablas con tanta ridiculez infantil?
Y el hombre correcto se dejaba al
descubierto, con su típica arrogancia y esa gracia que se cree superior a
cualquier ser vivo que lo rodea. Ahora comprendía que era lo que había animado
a la bestia a salir. Mi comportamiento barriobajero.
Por lo visto Don: No me toques la camisa que me la arrugas, se alimentaba a base de
demostraciones poco educadas e incorrectas, donde quedaba claro para su ser
que; él sobresalía como el mejor. Me dieron ganas de hacerle una peineta y
demostrarle lo infantil que era.
–Me siento más mujer cuando te explico lo que
hay– pronuncié con voz clara y la barbilla bien alta.
Ivan rio, una risa falsa y sacudió la
cabeza, después me dirigió una rápida mirada, de arriaba abajo con gesto adusto
y valorando la información que le había dado con lo que sus ojos veían. En el
momento que terminó y devolvió su vista a la carretera estuve a punto de
preguntarle mi valor, pero como no deseaba salir disparada por la ventanilla
del bestial golpe que la boca de ese hombre y sus puntiagudas palabras podían
dedicarme, preferí callarme y esperar a ver como continuaba.
–Así que… ¿Ahora si te beso me golpearas en
las partes bajas?
Esa pregunta me hizo mucha gracia y me tocó
sonreír a mí.
– ¿Partes bajas? ¿Y me llamas a mi ridícula?
–me burlé porque verdaderamente, después de escuchar la liberada y descarada
expresión en otro hombre (Liam) que no había tenido problemas en decir lo que
pensaba y tal como le había salido del alma, esas preguntas, tan educadas, tan
finolis… Dios, me hacían gracia.
– ¿Es que ahora te molesta que yo tenga más
educación que tú?
Apreté los puños y me mordí la lengua para
no soltar un grito con un insulto incorporado y demostrar lo fácil que era
llevarme a mis límites.
–Lo tuyo no se llama educación, se llama
vergüenza ajena.
Casi, sólo casi levanto el brazo en alto,
tan alto como para chocar con el techo solar, con el puño en alto vanagloriando
ese increíble comentario y celebrar el careto de póquer que se le había quedado
a Ivan tras escucharlo.
–Tal vez sea el sentimiento que tú me
proporcionas.
Oug.
Tocada y hundida. Y estampada contra la
luna delantera.
–Así que ¿Ahora te causo vergüenza?– no
contestó se limitó a levantar las cejas y dedicarme una mirada de
aburrimiento–. Sinceramente, yo en tu lugar no me casaría con alguien que te
avergüenza porque… Esto va a peor, te lo digo yo… Me lo noto y cuanto más te
conozco, más ganas me dan de ser una autentica…
Su mano se apoyó en mi muslo y fue como si
una manta térmica ardiendo me calentara la pierna, sus dedos se presionaron
desde el índice hasta el meñique, uno detrás de otro, en una seguida tocando la
mitad de un segundo.
Miré la mano con la garganta atascada y el
centro de las piernas sudando. El efecto de ese contacto era puro fuego y me
cortaba la respiración tan radical como si me hubiese golpeado contra el
salpicadero el pecho. El corazón, tan loco como la sangre por mi cuerpo, latió
en mis tímpanos en un grito feroz.
–No comiences con lo de la puta boda…– no
dije absolutamente nada, mi cabeza estaba en modo apagado y mi cerebro no
ejecutaba ninguna función correcta de orden de huida, pero lo peligroso no fue
mi patético estado, fue esa mano, esos dedos grandes y fuertes se movieron
hacia arriba, clavando sus yemas por la zona interna de mi piel y con mucha
lentitud acercándose peligrosamente a mi intimidad–. Sabes cuál es mi opinión,
y aunque ahora tengo un concepto de ti–, Ivan se cortaba, notaba un latido tan
frenético como el mío en el pulgar haciendo interferencias con mi carne, y su
voz, ese detonante duro se volvió ronco–, decepcionante y…– la respiración
emergía de su garganta tensa y a trompicones, como si se ahogara con el simple
trago de un vaso de agua–, aprenderás a complacerme y a…– cuando los dedos
rozaron una zona sensible de mi muslo solté un gruñido, o algo parecido, no
estaba muy segura, pero ese sonido activo las neuronas de él y de pronto, como
si no hubiese sucedido nada, retiró la mano de mi muslo, apretó los puños
necesitando control y sacudió la cabeza. Después, cuando sus ojos se clavaron
en los míos vi como una bestia completamente enfurecida se despertaba en su
mirada y su voz, pasó de ronca a dura y de grave a absolutamente cruel–.
Aprenderás a comportarte como una autentica dama decente y educada delante de
todo el mundo y en especial, en la intimidad de mi presencia.
Sentí como un aluvión de agua fría, hasta
guijarros de granizo tan grandes como mis puños me caían encima dándome golpes
por todo el cuerpo, uno detrás de otro con dolor y marcándome por lo idiota que
había sido y la facilidad con la que había caído en su red.
Genial,
estupendo. Un premio Gaela.
El resto de recorrido sinceramente, el
silencio me pudo. Decidí no mencionarme porque si abría la boca era sólo para
meterle su comentario por el culo. Como las manos no dejaban de temblarme, como
la campanilla de mi garganta, actué con madurez y, ni lo miré, ni me moví del
asiento (únicamente para bajarme un poco el vestido) por miedo a que al final
le metiera uno de mis tacones por esa bocaza que tenía el muy…
Llegamos a su edificio, e Ivan, tengo que
informar qué para mi orgulloso comportamiento, llegó entero y con una sonrisa
de satisfacción en los labios.
Arrogante, fanfarrón, desgraciado…
Eso me hizo sentir mucho mejor, pero lo que
me dejó completamente alucinada fue su hogar y la decoración, algo
completamente inesperado.
Su apartamento, el lugar que nunca había
visitado en mi vida y al que nunca me imaginaba entrando por la puerta con él
detrás de mí, se encontraba en la última planta de un edificio de treinta
alturas.
Ivan había mencionado que estaba buscando
una casa para ambos, una casa adecuada donde comenzar nuestra vida de casados,
quedando su piso de soltero fuera de la lista donde pasar la noche, al menos
para mí, porque Ivan estaba dispuesto a mantenerlo y esa persistencia
significaba que muchas cosas no cambiarían entre nosotros.
Él continuaría con sus escarceos en su
picadero de soltero.
Y encima, seguramente me diría que me
alegrara de que no trajera a sus guarras a la misma casa donde yo dormía.
Si se
atrevía a decime algo así, le metería los morros hacia dentro.
El apartamento se definiría por una estructura de
caracol, todo en el mismo piso y con una única entrada de fuga, dirigiéndote de
habitación en habitación hasta alcanzar la salida, que era el mismo lugar por
donde habíamos entrado.
El recibidor, un lugar grande, cuadrado y
vacío, sin nada exceptuando un enorme cuadro a carboncillo que llegaba del
suelo a la pared donde varias sombras de cuerpos de mujeres y hombres competían
por el trono central. No había que tener mucha imaginación para pensar que esos
cuerpos estaban desnudos y que sus posiciones, colocados unos encima de otros
eran de lo más erótico.
Las paredes de toda la casa eran hormigón
desde el claro de la entrada hasta el oscuro que llegaba al salón, el suelo, el
mismo cemento pero encerado y por los rincones de la casa se podían ver las
tuberías de cobre envejecido que daban un toque vintage al hogar.
Si me había fascinado el cuadro subido de
tono de la entrada, el escaparate que me encontré en el enorme salón justo
delante del enorme ventanal panorámico que daba a la ciudad fue como ver, cara
a cara al espíritu de Michael Jackson.
Dios, tenía un Bugatti 57 gris plata del
año 1935 a tamaño real dentro de una
enrome vidriera. Me acerqué, sorteando el enorme sofá que pacerían dos camas
juntas para llegar a ese cristal.
No me lo podía creer. Era algo
impresionante, increíble y de belleza deslumbrante.
¿Cómo demonios lo había hecho para subir
eso hasta el último piso?
Me pregunté incrédula y en silencio.
–Subieron cada pieza desmontada y después lo
montaron aquí mismo, antes de que me trajeran los muebles –habló orgulloso
después de leerme el pensamiento, aunque tampoco fue un gran esfuerzo, mi
mandíbula nada más verlo, había chocado contra el suelo en un violento golpe.
–Sabía que te gustaba esta marca coches,
pero, ¿no crees que esto es un poco exagerado? –pregunté al tiempo que notaba
como en mi voz resaltaba ese toque de fascinación.
–Es un coche de colección, y no lleva motor,
tan sólo lo que ves y los sillones auténticos. –Ivan se colocó a mi lado sin
dejar de mirar tal pieza. Detecté un brillo cálido, como ternura en sus ojos
grises cuando apoyó el bazo en el cristal–. Fue un regalo, y no me quería
desprender de él.
Por unos segundos, unos preciosos segundos
vi en él a otra persona, una dulce cariñosa y hermosa reflejada a la luz del
sol que entraba por los ventanales, y sin darme cuenta me quedé embobada mirándolo,
impresionada y fija, como si de esa forma pudiese detener el tiempo para
guardar en mi memoria esa expresión, esa naturalidad limpia, hermosa y bella
que había en él.
Ivan, tal vez al notar mi mirada se giró y
nuestros ojos se quedaron, por unas milésimas de segundos en constante unión,
su expresión no cambió y no hubo, durante ese pequeño momento nada que
estropeara lo que estaba sucediendo, nada hasta que la idiota desesperada que
había dentro de mí se fue acercando a él, como un maldito imán a esos relajados
labios y… todo se rompió.
La magia vivida se destruyó de una forma
siniestra.
Ivan volvió a la normalidad, a la
resistencia del ser petulante y asqueroso que tanto odiaba y se retiró, se
alejó de mí pasando por mi lado con una facilidad increíble y con tono severo
me pidió que lo siguiera.
Para mí no fue tan rápido recuperarme, ni
dar un paso, pero dejándome llevar por alguna maravilla más que me pudiese
encontrar en ese casa avancé diciéndome que lo que había sucedido era simplemente
un espejismo.
La cocina, alargada e iluminada por un
precioso ventanal donde se podía ver una abundante vegetación en la otra parte,
era la única iluminación clara que se repartía por toda esta zona, se me
presentó majestuosa y organizada.
– ¿Has comido algo?–preguntó Ivan hurgando en
la nevera nada más me vio entrar.
–No– contesté al tiempo que pasaba por esa
fila de taburetes arrimados a la larga barra central que había en medio de la
cocina a modo de mesa, para llegar a ese nuevo ventanal.
–Voy a calentar un poco de carne ¿te preparo
para ti?
Con la misma boca abierta me giré
lentamente para mirar a Ivan. Lo sorprendente no era la pregunta en sí, que eso
también se llevaba unos puntos de alucinación total, sino el hecho de que ese
hombre se preocupara, aunque sólo fuera en cuestión alimenticia, de mí.
– ¿Lo dices en serio?– pregunté incrédula.
–No soy tan inútil como te piensas, se me da
bien la cocina. –Me giré completamente dejando atrás las preciosas vistas
verdes y avancé hacia delante. Tomé asiento en uno de tantos taburetes que
había en esa isla principal, justo enfrente de Ivan, este sacó los preparativos
de la nevera y los repartió por encima de la encimera–. Cuando puedo y me sobra
tiempo, me preparo mi propia comida. Me gusta cocinar.
–Impresionante –dije en voz alta mientras
apoyaba los codos en la fría materia.
– ¿El qué?–preguntó levantando una ceja pero
sin rastro de sonrisa u otro sentimiento en su rostro. Siempre correcto–.
¿Descubrir que soy un buen partido? ¿Por fin te has dado cuenta?– ronroneó con
chulería y mi cabeza tatuó en mi cerebro la palabra “impresionante” con
sarcasmo en mayúsculas.
Hasta sus bromas eran sacadas de un manual
de buen comportamiento.
–Seguro que de esa forma te las llevas antes
al huerto –reté en vez de contestar a esa pregunta.
Ivan tiró la carne cortada dentro de una
salten redonda de metal y después añadió las verduras que habían ya troceadas
en un envase de plástico.
–Sinceramente es una buena táctica, y más
porque aparte de que mi comida es para un paladar exquisito, un hombre que
alimenta a una mujer con sus propias manos resulta más encantador que otro que
saca a la mujer de cena a un restaurante de lujo.
¿Encantador
tú? Seguro que sí.
–No te creas –contradije como si nada, fue
más que nada un comentario–. Cenar fuera de casa es un terreno neutro para
ambos. Uno en su casa se siente el rey y puede manejar la situación como le
plazca, hasta intimidar a la persona si se lo propone…
Me frené porque en mi anterior discursito
había un error.
En mi primera cita con Liam, había
resultado intimidante, tensa y muy peligrosa. Mientras que él se sentía
realmente a gusto, yo perecía como una rata en un laberinto; perdida, confusa,
mareada y excitada por el misterio que lo envolvía.
–Hablas con demasiada experiencia.
Sacudí la cabeza porque la voz de Ivan me
había sacado de las altas nubes de un tirón y la caída me había dejado tonta y
con la cabeza revuelta.
–No eres el único que tiene citas y se
divierte –contesté finalmente.
Una simple mirada, únicamente eso me cortó
el aire.
Que sus ojos se clavarán en mí como agujas
ardiendo y su semblante fuese el de un espectro sacado de una maldición que te
amenazaba desde el más allá, sirvió para que me convirtiera en Pulgarcita encima de un taburete que
comenzó a dame vértigo.
Tragué saliva sin poder retirar mi mirada
de la de él, era como si su advertencia, una silenciosa que sólo se reflejaba
en su cara, permaneciera en el aire y ese aire me rodeara contaminando todos
mis sentidos y acorralándome en un callejón sin salida. Las paredes, cuyo
espacio abierto era enorme me pareció de pronto pequeño y claustrofóbico.
No podía salir de ese trance y cuanto más
tiempo pasaba más oprimida me sentía.
–Sino sabes decir nada bueno, sería correcto
que te mantuvieras callada. Sueles estar más guapa en silencio.
Y salí de ese espacio por todo lo alto,
pero cuando mi boca hizo el gran esfuerzo de contestar, mi garganta no ejecutó
ningún sonido.
Mierda. Algún día
conseguiría deshacerme de esta intimidación con la misma facilidad que él se
deshacía de mí. Como ahora.
Colocó un plato delante de mí y él se
preparó otro, se sentó y comió en silencio, sin mirarme, prácticamente había
desaparecido de su alrededor. Sólo se mencionó en el momento que terminó y fue
para decirme con sequedad y con una orden implícita:
–Tengo que hacer unas llamadas. Date un baño,
te dejaré la ropa preparada encima de la cama.
Fin.
Cogió el móvil, me señaló donde estaba la
habitación y desapareció por la única puerta que había en el salón.
En la habitación, cuyo lugar se comenzaba a
ver ciertos cambios y no sólo por las paredes que estas habían dejado atrás el
cemento para llenarse de ladrillos antiguos con las rayas blancas, sino por los
muebles o la ropa de cama. Todo tenía el pincelado del negro y el gris, hasta
el pequeño sofá de piel con forma de ocho que había en una esquina era gris.
Aun siendo colores tan fúnebres los que me
rodeaban, el precioso invernadero que había justo delante de la cama, esa zona
que ya anteriormente había visto en la cocina, hacía del lugar un sitio
acogedor y muy relajante.
Se accedía por aquí y era como si tuvieras
tu propio trozo del Amazonas salvaje. Me asomé por curiosidad y la belleza,
gracias al techo acristalado en forma triangular era espectacular.
Tenía que reconocer que Ivan tenía buen
gusto, cada mezcla de estilos había encajado entre ellos a la perfección y el
resultado era tan óptimo que había levantado mi buen humor.
Entré en el vestidor, un pasillo lleno de
espejos para terminar en el baño, un lugar completamente negro, tanto las
paredes, los muebles y el techo pero con unas pequeñas luces muy pequeñas, tipo
bombillas de árbol de navidad, en un color blanco, incrustadas en el techo.
Después de la ducha salí de nuevo a la
habitación, y como había mencionado Ivan, había un vestido en color rojo encima
de la cama y unos zapatos en el suelo, pero nada más…
Oh,
oh.
No había ropa interior y yo tampoco tenía
ropa interior, es más, mi ropa interior se encontraba en el bolsillo de un
desgraciado que seguramente estaría burlándose de mí.
Bufé, me arranqué la toalla de un
movimiento violento y me puse ese vestido por debajo…
Era tan suave, tan delicado y tan fino que
mi momento rabieta terminó. El vestido fue acoplado sobre mi cuerpo como si
fuera la seda más cara que existía en todo el mundo, pero podía tratarse de
algo así. Su suavidad y su comodidad me hacían sentir desnuda y a la vez, más
provocativa de lo que realmente parecía. No era nada especial, un vestido
sencillo de tirantes, por la rodilla y con un escote en caja por delante y un
triángulo largo por detrás, pero su textura era una maravilla.
Ahora tenía una ligera idea de lo que
sentía Cleopatra al dormir entre el
vaporoso y blandito algodón egipcio.
Mientras trataba de subir la cremallera de
mi espalda -misión imposible- me acerqué a ese invernadero atraída por las
luces que salían de su interior. Ya era de noche y la imagen que reflejaba ese
lugar era aún más bella. Escuché un chasquido y el agua fluir por un lugar
hasta caer en lo que parecía un enorme charco. Sin poder evitarlo me introduje
en esa selva y me choqué con lo que parecía un pequeño estanque, ese era el
lugar de donde salía esa luz amarilla que daba claridad a todo el lugar.
Estaba tan fascinada que no escuché quien
se me acercaba por la espalda hasta que Ivan se pronunció.
–Ese color no podía quedarte mejor –aludió y
me dio un vuelco el corazón al escuchar, por primera vez, un halago de su
parte.
–Supongo que será porque el color te
gusta–opuse tratando de echar por tierra su halago.
–Ahora mismo, ese color no es lo único que
veo y me gusta –murmuró débilmente, como si se tratara de un secreto.
Cuando me giré, por un momento creí que
estaba viviendo una alucinación, que todavía no había salido del baño porque me
había resbalado y me había dado un golpe tan fuerte en la cabeza para estar
flipando de esa manera.
Pero
si se tratara de un sueño, el rostro de Ivan seria completamente diferente y a
parte de ese torso desnudo, definido, bronceado y sin ningún pelo, los
pantalones no los llevaría puestos.
En mis sueños normalmente él estaba desnudo
y en este momento ya lo tenía encima de mí violándome con pasión y locura
Y como este Ivan, estaba medio vestido y
continuaba quieto, a un metro de distancia de mí, esto era real y una putada.
Dios que cuerpo. Mi imaginación no le hacía
justicia, en persona era mucho mejor. Demasiado bueno.
Lo que me faltaba.
Una espalda ancha con unos bíceps
cincelados y marcados, su torso, como siempre había imaginado; liso, suave,
brillante y dando principio a un estómago marcado que daba la definición en un
término de una flecha que marcaba lo que se escondía dentro sus pantalones…
Estaba babeando.
–Gírate, te subiré la cremallera –me ordenó
con la mandíbula tensa, pero después de ver ese panorama, no podía moverme de
mi sitio.
Me lamí los labios deseando lamer cada
curva de esa tableta baja, lamer con la punta hasta el límite de sus pantalones
y sólo entonces, ponerme a morder su carne como un vampiro salido.
–Gaela, pones mi paciencia a prueba
continuamente –pronunció ronco.
Levanté mi vista a sus ojos utilizando toda
mi fuerza y mi voluntad. Pero me costó lo mío. Era la primera vez que veía
tanta carne al aire y deseaba disfrutarlo.
– ¿Lo haces queriendo o sólo te sale por
naturaleza?
No contesté. Me faltaba la respiración y el
pulso me latía con fuerza y dolor, en la ingle. Así pues, antes de hablar y
cagarla, me giré en el mismo instante que Ivan abría la boca de nuevo.
Él soltó la respiración o un bufido, no
lose, a ese punto el latido de mi corazón retumbaba en mis oídos y el bom-bom, dejaba en ecos más fuertes a
cualquier sonido exterior. Después se acercó, escuché tres pasos fuertes y
marcados y noté sus dedos sobre el vestido, justo en la zona baja del vestido,
donde estaba el enganche de la cremallera, pero… No la subió.
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