Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 15


    Un camino en completo silencio, sumamente silencioso. Nada, no había vuelto abrir la boca y yo, sencillamente me había mantenido al margen, como un cero a la izquierda o como la cuchara en un plato de carne.

    Ivan estaba más molesto que nunca, se escondía en el refilón de sus pestañas con la vista fija al frente.

    Solamente la conducción era lo único que lo mantenía, por así decirlo, en otro mundo que no fuera el funesto estado en el que estábamos. Sólo que, la única que parecía vivir en este mundo era yo. Y la realidad me golpeaba con fuerza.

    Estaba completamente confundida, tanto por lo sucedido con Liam, que aún me marcaba como una fusta en la espalda. Las imágenes, e incluso el cosquilleo que todavía persistía en mí, se resbalaban por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi ingle… Pero ahora, había otro motivo más, Ivan y ese desesperado beso salvaje que me había arrastrado a un estado aletargado de zombi atontado.

    Lo miré de soslayo, con la cabeza gacha mientras estrujaba la orilla de mi vestido con fuerza, dejando que mis dedos se pusieran rojos, advirtiendo que la sangre había dejado de fluir.

  – ¿No piensas decirme que ha sido ese repentino ataque loco? –pregunté.

  –No.

    Tuve que parpadear como unas cien veces para aceptar que era lo que había salido de su boca, pero el “NO”, no podía estar más claro, incluso pensé que lo estaba alucinando, ese hombre había contestado sin menear ni un sólo músculo de su cara.

  –Bueno pues en ese caso…–insistí con mi típica voz que sacaba de quicio a todo el mundo–. ¿Qué te parece si saco mis propias conclusiones y tú me indicas con un simple sí o no…?

  – ¿Y qué tal si te mantienes en silencio y me dejas meditar mis propias conclusiones?

    Me encontraba de nuevo parpadeando y con la boca abierta. Me había mirado de una forma amenazante, crispada y con una ceja alzada. La prepotencia, el alter ego y su correcta y medida forma de hablar habían marcado cada palabra como una orden hecha en forma de sugerencia. Sin embargo, como yo era masoquista, me atreví a darle un poco más de caña.

    No era justo que él siempre quisiera mis explicaciones y yo nunca obtuviera el mismo trato.

  –Podría, sí, pero mi cabeza está en plena revolución y aunque te moleste mi voz…

  –Me molestas tú, Gaela– cortó mordaz y con la vena del cuello muy hinchada–. El simple hecho de que ahora me pidas una explicación cuando no estoy en mis cabales no te aguara nada bueno, así que, te aconsejo, más que nada, por no complicar todavía más las cosas, que olvides lo sucedido. Besarte ha sido un error por mi parte y para tu satisfacción, no ha sido algo de lo que he disfrutado.

    Howh.

    Para no disfrutarlo he sentido tu lengua traspasar mi esófago como si fuera una maldita Anaconda.

    Pensé pero no se lo dije. No obstante y con todas las de la ley por ese sentimiento de poco placer considerado por su parte -no por la mía, por supuesto-, me puso hecha una fiera y mi boca se adelantó a los pensamientos de mi cabeza y a la imperiosa necesidad de estamparlo contra la ventanilla del coche.

  –En todo ese comportamiento petulante que te rodea, te aconsejaría que cuando te den esos arrebatos no vuelvas a besarme, porque como tu boca se choque con la mía, aunque sea por error, mi pierna por error sufrirá un reflejo y tus pelotas serán el primer encuentro que tenga mi rodilla.

    Increíblemente la vena de su cuello dejó de latir a estilo vértigo para palpitar bajo su piel a un ritmo mucho más tranquilo, luego, cada gesto de su rostro se relajó y en sus labios se dibujó una sonrisa diabólica, nada sexy pero sí peligrosa.

  –Dime una cosa ¿Te sientes más mayor cuando hablas con tanta ridiculez infantil?

    Y el hombre correcto se dejaba al descubierto, con su típica arrogancia y esa gracia que se cree superior a cualquier ser vivo que lo rodea. Ahora comprendía que era lo que había animado a la bestia a salir. Mi comportamiento barriobajero.

    Por lo visto Don: No me toques la camisa que me la arrugas, se alimentaba a base de demostraciones poco educadas e incorrectas, donde quedaba claro para su ser que; él sobresalía como el mejor. Me dieron ganas de hacerle una peineta y demostrarle lo infantil que era.

  –Me siento más mujer cuando te explico lo que hay– pronuncié con voz clara y la barbilla bien alta.

    Ivan rio, una risa falsa y sacudió la cabeza, después me dirigió una rápida mirada, de arriaba abajo con gesto adusto y valorando la información que le había dado con lo que sus ojos veían. En el momento que terminó y devolvió su vista a la carretera estuve a punto de preguntarle mi valor, pero como no deseaba salir disparada por la ventanilla del bestial golpe que la boca de ese hombre y sus puntiagudas palabras podían dedicarme, preferí callarme y esperar a ver como continuaba.

  –Así que… ¿Ahora si te beso me golpearas en las partes bajas?

    Esa pregunta me hizo mucha gracia y me tocó sonreír a mí.

  – ¿Partes bajas? ¿Y me llamas a mi ridícula? –me burlé porque verdaderamente, después de escuchar la liberada y descarada expresión en otro hombre (Liam) que no había tenido problemas en decir lo que pensaba y tal como le había salido del alma, esas preguntas, tan educadas, tan finolis… Dios, me hacían gracia.

  – ¿Es que ahora te molesta que yo tenga más educación que tú?

    Apreté los puños y me mordí la lengua para no soltar un grito con un insulto incorporado y demostrar lo fácil que era llevarme a mis límites.

  –Lo tuyo no se llama educación, se llama vergüenza ajena.

    Casi, sólo casi levanto el brazo en alto, tan alto como para chocar con el techo solar, con el puño en alto vanagloriando ese increíble comentario y celebrar el careto de póquer que se le había quedado a Ivan tras escucharlo.

  –Tal vez sea el sentimiento que tú me proporcionas.

    Oug.

    Tocada y hundida. Y estampada contra la luna delantera.

  –Así que ¿Ahora te causo vergüenza?– no contestó se limitó a levantar las cejas y dedicarme una mirada de aburrimiento–. Sinceramente, yo en tu lugar no me casaría con alguien que te avergüenza porque… Esto va a peor, te lo digo yo… Me lo noto y cuanto más te conozco, más ganas me dan de ser una autentica…

    Su mano se apoyó en mi muslo y fue como si una manta térmica ardiendo me calentara la pierna, sus dedos se presionaron desde el índice hasta el meñique, uno detrás de otro, en una seguida tocando la mitad de un segundo.

    Miré la mano con la garganta atascada y el centro de las piernas sudando. El efecto de ese contacto era puro fuego y me cortaba la respiración tan radical como si me hubiese golpeado contra el salpicadero el pecho. El corazón, tan loco como la sangre por mi cuerpo, latió en mis tímpanos en un grito feroz.

  –No comiences con lo de la puta boda…– no dije absolutamente nada, mi cabeza estaba en modo apagado y mi cerebro no ejecutaba ninguna función correcta de orden de huida, pero lo peligroso no fue mi patético estado, fue esa mano, esos dedos grandes y fuertes se movieron hacia arriba, clavando sus yemas por la zona interna de mi piel y con mucha lentitud acercándose peligrosamente a mi intimidad–. Sabes cuál es mi opinión, y aunque ahora tengo un concepto de ti–, Ivan se cortaba, notaba un latido tan frenético como el mío en el pulgar haciendo interferencias con mi carne, y su voz, ese detonante duro se volvió ronco–, decepcionante y…– la respiración emergía de su garganta tensa y a trompicones, como si se ahogara con el simple trago de un vaso de agua–, aprenderás a complacerme y a…– cuando los dedos rozaron una zona sensible de mi muslo solté un gruñido, o algo parecido, no estaba muy segura, pero ese sonido activo las neuronas de él y de pronto, como si no hubiese sucedido nada, retiró la mano de mi muslo, apretó los puños necesitando control y sacudió la cabeza. Después, cuando sus ojos se clavaron en los míos vi como una bestia completamente enfurecida se despertaba en su mirada y su voz, pasó de ronca a dura y de grave a absolutamente cruel–. Aprenderás a comportarte como una autentica dama decente y educada delante de todo el mundo y en especial, en la intimidad de mi presencia.

    Sentí como un aluvión de agua fría, hasta guijarros de granizo tan grandes como mis puños me caían encima dándome golpes por todo el cuerpo, uno detrás de otro con dolor y marcándome por lo idiota que había sido y la facilidad con la que había caído en su red.

    Genial, estupendo. Un premio Gaela.

    El resto de recorrido sinceramente, el silencio me pudo. Decidí no mencionarme porque si abría la boca era sólo para meterle su comentario por el culo. Como las manos no dejaban de temblarme, como la campanilla de mi garganta, actué con madurez y, ni lo miré, ni me moví del asiento (únicamente para bajarme un poco el vestido) por miedo a que al final le metiera uno de mis tacones por esa bocaza que tenía el muy…

   Llegamos a su edificio, e Ivan, tengo que informar qué para mi orgulloso comportamiento, llegó entero y con una sonrisa de satisfacción en los labios.

    Arrogante, fanfarrón, desgraciado…

    Eso me hizo sentir mucho mejor, pero lo que me dejó completamente alucinada fue su hogar y la decoración, algo completamente inesperado.

    Su apartamento, el lugar que nunca había visitado en mi vida y al que nunca me imaginaba entrando por la puerta con él detrás de mí, se encontraba en la última planta de un edificio de treinta alturas.

    Ivan había mencionado que estaba buscando una casa para ambos, una casa adecuada donde comenzar nuestra vida de casados, quedando su piso de soltero fuera de la lista donde pasar la noche, al menos para mí, porque Ivan estaba dispuesto a mantenerlo y esa persistencia significaba que muchas cosas no cambiarían entre nosotros.

    Él continuaría con sus escarceos en su picadero de soltero.

    Y encima, seguramente me diría que me alegrara de que no trajera a sus guarras a la misma casa donde yo dormía.

    Si se atrevía a decime algo así, le metería los morros hacia dentro.

  El apartamento se definiría por una estructura de caracol, todo en el mismo piso y con una única entrada de fuga, dirigiéndote de habitación en habitación hasta alcanzar la salida, que era el mismo lugar por donde habíamos entrado.

    El recibidor, un lugar grande, cuadrado y vacío, sin nada exceptuando un enorme cuadro a carboncillo que llegaba del suelo a la pared donde varias sombras de cuerpos de mujeres y hombres competían por el trono central. No había que tener mucha imaginación para pensar que esos cuerpos estaban desnudos y que sus posiciones, colocados unos encima de otros eran de lo más erótico.

    Las paredes de toda la casa eran hormigón desde el claro de la entrada hasta el oscuro que llegaba al salón, el suelo, el mismo cemento pero encerado y por los rincones de la casa se podían ver las tuberías de cobre envejecido que daban un toque vintage al hogar.

    Si me había fascinado el cuadro subido de tono de la entrada, el escaparate que me encontré en el enorme salón justo delante del enorme ventanal panorámico que daba a la ciudad fue como ver, cara a cara al espíritu de Michael Jackson.

    Dios, tenía un Bugatti 57 gris plata del año 1935 a tamaño real dentro de una enrome vidriera. Me acerqué, sorteando el enorme sofá que pacerían dos camas juntas para llegar a ese cristal.

    No me lo podía creer. Era algo impresionante, increíble y de belleza deslumbrante.

    ¿Cómo demonios lo había hecho para subir eso hasta el último piso?

    Me pregunté incrédula y en silencio.

  –Subieron cada pieza desmontada y después lo montaron aquí mismo, antes de que me trajeran los muebles –habló orgulloso después de leerme el pensamiento, aunque tampoco fue un gran esfuerzo, mi mandíbula nada más verlo, había chocado contra el suelo en un violento golpe.

  –Sabía que te gustaba esta marca coches, pero, ¿no crees que esto es un poco exagerado? –pregunté al tiempo que notaba como en mi voz resaltaba ese toque de fascinación.

  –Es un coche de colección, y no lleva motor, tan sólo lo que ves y los sillones auténticos. –Ivan se colocó a mi lado sin dejar de mirar tal pieza. Detecté un brillo cálido, como ternura en sus ojos grises cuando apoyó el bazo en el cristal–. Fue un regalo, y no me quería desprender de él.

    Por unos segundos, unos preciosos segundos vi en él a otra persona, una dulce cariñosa y hermosa reflejada a la luz del sol que entraba por los ventanales, y sin darme cuenta me quedé embobada mirándolo, impresionada y fija, como si de esa forma pudiese detener el tiempo para guardar en mi memoria esa expresión, esa naturalidad limpia, hermosa y bella que había en él.

    Ivan, tal vez al notar mi mirada se giró y nuestros ojos se quedaron, por unas milésimas de segundos en constante unión, su expresión no cambió y no hubo, durante ese pequeño momento nada que estropeara lo que estaba sucediendo, nada hasta que la idiota desesperada que había dentro de mí se fue acercando a él, como un maldito imán a esos relajados labios y… todo se rompió.

    La magia vivida se destruyó de una forma siniestra.

    Ivan volvió a la normalidad, a la resistencia del ser petulante y asqueroso que tanto odiaba y se retiró, se alejó de mí pasando por mi lado con una facilidad increíble y con tono severo me pidió que lo siguiera.

    Para mí no fue tan rápido recuperarme, ni dar un paso, pero dejándome llevar por alguna maravilla más que me pudiese encontrar en ese casa avancé diciéndome que lo que había sucedido era simplemente un espejismo.

    La cocina, alargada e iluminada por un precioso ventanal donde se podía ver una abundante vegetación en la otra parte, era la única iluminación clara que se repartía por toda esta zona, se me presentó majestuosa y organizada.

  – ¿Has comido algo?–preguntó Ivan hurgando en la nevera nada más me vio entrar.

  –No– contesté al tiempo que pasaba por esa fila de taburetes arrimados a la larga barra central que había en medio de la cocina a modo de mesa, para llegar a ese nuevo ventanal.

  –Voy a calentar un poco de carne ¿te preparo para ti?

    Con la misma boca abierta me giré lentamente para mirar a Ivan. Lo sorprendente no era la pregunta en sí, que eso también se llevaba unos puntos de alucinación total, sino el hecho de que ese hombre se preocupara, aunque sólo fuera en cuestión alimenticia, de mí.

  – ¿Lo dices en serio?– pregunté incrédula.

  –No soy tan inútil como te piensas, se me da bien la cocina. –Me giré completamente dejando atrás las preciosas vistas verdes y avancé hacia delante. Tomé asiento en uno de tantos taburetes que había en esa isla principal, justo enfrente de Ivan, este sacó los preparativos de la nevera y los repartió por encima de la encimera–. Cuando puedo y me sobra tiempo, me preparo mi propia comida. Me gusta cocinar.

  –Impresionante –dije en voz alta mientras apoyaba los codos en la fría materia.

  – ¿El qué?–preguntó levantando una ceja pero sin rastro de sonrisa u otro sentimiento en su rostro. Siempre correcto–. ¿Descubrir que soy un buen partido? ¿Por fin te has dado cuenta?– ronroneó con chulería y mi cabeza tatuó en mi cerebro la palabra “impresionante” con sarcasmo en mayúsculas.

    Hasta sus bromas eran sacadas de un manual de buen comportamiento.

  –Seguro que de esa forma te las llevas antes al huerto –reté en vez de contestar a esa pregunta.

    Ivan tiró la carne cortada dentro de una salten redonda de metal y después añadió las verduras que habían ya troceadas en un envase de plástico.

  –Sinceramente es una buena táctica, y más porque aparte de que mi comida es para un paladar exquisito, un hombre que alimenta a una mujer con sus propias manos resulta más encantador que otro que saca a la mujer de cena a un restaurante de lujo.

    ¿Encantador tú? Seguro que sí.

  –No te creas –contradije como si nada, fue más que nada un comentario–. Cenar fuera de casa es un terreno neutro para ambos. Uno en su casa se siente el rey y puede manejar la situación como le plazca, hasta intimidar a la persona si se lo propone…

    Me frené porque en mi anterior discursito había un error.

    En mi primera cita con Liam, había resultado intimidante, tensa y muy peligrosa. Mientras que él se sentía realmente a gusto, yo perecía como una rata en un laberinto; perdida, confusa, mareada y excitada por el misterio que lo envolvía.

  –Hablas con demasiada experiencia.

    Sacudí la cabeza porque la voz de Ivan me había sacado de las altas nubes de un tirón y la caída me había dejado tonta y con la cabeza revuelta.

  –No eres el único que tiene citas y se divierte –contesté finalmente.

    Una simple mirada, únicamente eso me cortó el aire.

    Que sus ojos se clavarán en mí como agujas ardiendo y su semblante fuese el de un espectro sacado de una maldición que te amenazaba desde el más allá, sirvió para que me convirtiera en Pulgarcita encima de un taburete que comenzó a dame vértigo.

    Tragué saliva sin poder retirar mi mirada de la de él, era como si su advertencia, una silenciosa que sólo se reflejaba en su cara, permaneciera en el aire y ese aire me rodeara contaminando todos mis sentidos y acorralándome en un callejón sin salida. Las paredes, cuyo espacio abierto era enorme me pareció de pronto pequeño y claustrofóbico.

    No podía salir de ese trance y cuanto más tiempo pasaba más oprimida me sentía.

  –Sino sabes decir nada bueno, sería correcto que te mantuvieras callada. Sueles estar más guapa en silencio.

    Y salí de ese espacio por todo lo alto, pero cuando mi boca hizo el gran esfuerzo de contestar, mi garganta no ejecutó ningún sonido.

    Mierda. Algún día conseguiría deshacerme de esta intimidación con la misma facilidad que él se deshacía de mí. Como ahora.

    Colocó un plato delante de mí y él se preparó otro, se sentó y comió en silencio, sin mirarme, prácticamente había desaparecido de su alrededor. Sólo se mencionó en el momento que terminó y fue para decirme con sequedad y con una orden implícita:

  –Tengo que hacer unas llamadas. Date un baño, te dejaré la ropa preparada encima de la cama.

    Fin.

    Cogió el móvil, me señaló donde estaba la habitación y desapareció por la única puerta que había en el salón.

    En la habitación, cuyo lugar se comenzaba a ver ciertos cambios y no sólo por las paredes que estas habían dejado atrás el cemento para llenarse de ladrillos antiguos con las rayas blancas, sino por los muebles o la ropa de cama. Todo tenía el pincelado del negro y el gris, hasta el pequeño sofá de piel con forma de ocho que había en una esquina era gris.

    Aun siendo colores tan fúnebres los que me rodeaban, el precioso invernadero que había justo delante de la cama, esa zona que ya anteriormente había visto en la cocina, hacía del lugar un sitio acogedor y muy relajante.

    Se accedía por aquí y era como si tuvieras tu propio trozo del Amazonas salvaje. Me asomé por curiosidad y la belleza, gracias al techo acristalado en forma triangular era espectacular.

    Tenía que reconocer que Ivan tenía buen gusto, cada mezcla de estilos había encajado entre ellos a la perfección y el resultado era tan óptimo que había levantado mi buen humor.

    Entré en el vestidor, un pasillo lleno de espejos para terminar en el baño, un lugar completamente negro, tanto las paredes, los muebles y el techo pero con unas pequeñas luces muy pequeñas, tipo bombillas de árbol de navidad, en un color blanco, incrustadas en el techo.

    Después de la ducha salí de nuevo a la habitación, y como había mencionado Ivan, había un vestido en color rojo encima de la cama y unos zapatos en el suelo, pero nada más…

    Oh, oh.

    No había ropa interior y yo tampoco tenía ropa interior, es más, mi ropa interior se encontraba en el bolsillo de un desgraciado que seguramente estaría burlándose de mí.

    Bufé, me arranqué la toalla de un movimiento violento y me puse ese vestido por debajo…

    Era tan suave, tan delicado y tan fino que mi momento rabieta terminó. El vestido fue acoplado sobre mi cuerpo como si fuera la seda más cara que existía en todo el mundo, pero podía tratarse de algo así. Su suavidad y su comodidad me hacían sentir desnuda y a la vez, más provocativa de lo que realmente parecía. No era nada especial, un vestido sencillo de tirantes, por la rodilla y con un escote en caja por delante y un triángulo largo por detrás, pero su textura era una maravilla.

    Ahora tenía una ligera idea de lo que sentía Cleopatra al dormir entre el vaporoso y blandito algodón egipcio.

    Mientras trataba de subir la cremallera de mi espalda -misión imposible- me acerqué a ese invernadero atraída por las luces que salían de su interior. Ya era de noche y la imagen que reflejaba ese lugar era aún más bella. Escuché un chasquido y el agua fluir por un lugar hasta caer en lo que parecía un enorme charco. Sin poder evitarlo me introduje en esa selva y me choqué con lo que parecía un pequeño estanque, ese era el lugar de donde salía esa luz amarilla que daba claridad a todo el lugar.

    Estaba tan fascinada que no escuché quien se me acercaba por la espalda hasta que Ivan se pronunció.

  –Ese color no podía quedarte mejor –aludió y me dio un vuelco el corazón al escuchar, por primera vez, un halago de su parte.

  –Supongo que será porque el color te gusta–opuse tratando de echar por tierra su halago.

  –Ahora mismo, ese color no es lo único que veo y me gusta –murmuró débilmente, como si se tratara de un secreto.

    Cuando me giré, por un momento creí que estaba viviendo una alucinación, que todavía no había salido del baño porque me había resbalado y me había dado un golpe tan fuerte en la cabeza para estar flipando de esa manera.

    Pero si se tratara de un sueño, el rostro de Ivan seria completamente diferente y a parte de ese torso desnudo, definido, bronceado y sin ningún pelo, los pantalones no los llevaría puestos.

    En mis sueños normalmente él estaba desnudo y en este momento ya lo tenía encima de mí violándome con pasión y locura

    Y como este Ivan, estaba medio vestido y continuaba quieto, a un metro de distancia de mí, esto era real y una putada.

    Dios que cuerpo. Mi imaginación no le hacía justicia, en persona era mucho mejor. Demasiado bueno.

    Lo que me faltaba.

    Una espalda ancha con unos bíceps cincelados y marcados, su torso, como siempre había imaginado; liso, suave, brillante y dando principio a un estómago marcado que daba la definición en un término de una flecha que marcaba lo que se escondía dentro sus pantalones…

    Estaba babeando.

  –Gírate, te subiré la cremallera –me ordenó con la mandíbula tensa, pero después de ver ese panorama, no podía moverme de mi sitio.

    Me lamí los labios deseando lamer cada curva de esa tableta baja, lamer con la punta hasta el límite de sus pantalones y sólo entonces, ponerme a morder su carne como un vampiro salido.

  –Gaela, pones mi paciencia a prueba continuamente –pronunció ronco.

    Levanté mi vista a sus ojos utilizando toda mi fuerza y mi voluntad. Pero me costó lo mío. Era la primera vez que veía tanta carne al aire y deseaba disfrutarlo.

  – ¿Lo haces queriendo o sólo te sale por naturaleza?

    No contesté. Me faltaba la respiración y el pulso me latía con fuerza y dolor, en la ingle. Así pues, antes de hablar y cagarla, me giré en el mismo instante que Ivan abría la boca de nuevo.

    Él soltó la respiración o un bufido, no lose, a ese punto el latido de mi corazón retumbaba en mis oídos y el bom-bom, dejaba en ecos más fuertes a cualquier sonido exterior. Después se acercó, escuché tres pasos fuertes y marcados y noté sus dedos sobre el vestido, justo en la zona baja del vestido, donde estaba el enganche de la cremallera, pero… No la subió.

  

 

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