Unos pesados ojos azules se posaron en los
míos, era difícil leer en esa mirada como en su rostro. La frialdad lo cubría,
lo enmascaraba cerrándolo para mí. Y me hice las dos preguntas más tontas desde
que había entrado aquí:
¿Por qué? ¿Y cómo había sucedido?
Pero ambas respuestas eran tan ilógicas
como hacerse uno mismo las preguntas en cuanto, yo misma había venido por mi
propio pie, y yo misma, ya conocía esa expresión, es más, lo que más me había
impresionado de Liam, era eso mismo, el aura demoniaca que lo rodeaba; de
hombre oculto entre las sombras con los rasgos afilados, marcados y plenamente
atentos a mis movimientos, pero como mi cuerpo no se había meneado ni un solo
palmo, el del demonio que tenía delante… Menos.
Y la calma solo es motivo para la
tempestad.
– ¿Te sientes insegura? –preguntó con esa voz
grave y ronca que hacía que todas mis extremidades se salieran de mi cuerpo.
–No creo que me hagas daño –murmuré
débilmente.
Liam alargó solo un lado de su boca en una
media sonrisa, y fue un gesto casi imperceptible que no pegaba nada con su
postura ni con su mirada, y no me infundió tranquilidad si eso es lo que
pretendía. Pero me negaba a demostrarle que me sentía algo amenazada.
–Tienes razón, claro que no, ese no es el
plan. Infringirte algún daño sería algo irracional, –ahora se volvía todo un
profesional de la psicología–, y eso que así somos todos, estúpidos e
irracionales, como tu novio. Aunque… yo lo achaco al miedo, miedo a lo
desconocido.
Al nombrar a Ivan me tensé y me di la
vuelta buscando aquello que él, momentos antes me había mencionado, pero tan
solo me di con una sala donde la mitad abarcaba, una serie de mesas y sillas
montadas unas encima de las otras en una esquina, una pared blanca con cortinas
recogidas por cordeles rojos a los lados de varios pilares y toda una enrome
cristalera del techo al suelo que daba al exterior, justo a la zona del
restaurante.
–Lo tienes a tres mesas a la derecha
–pronunció con la voz tensa.
Me giré un poco y lo miré por el rabillo
del ojo, continuaba en el mismo lado donde lo había dejado, así que me puse a
buscar a Ivan según las indicaciones de Liam, algo que me recordó a una
información tipo, aviso del encuentro de un enemigo:
<<Sujeto localizado al norte. Punto
de encuentro; a trescientas millas de nuestra posición>>
Dejé a un lado mi
imaginación de guerrillera y fijé más la vista hasta encontrar a Ivan justo a
tres mesas de la entrada y a mi derecha, exactamente en el punto mismo que Liam
me había indicado.
Alucinante, solo le faltaba darme las
coordenadas exactas para que la cosa me pareciera, aún más fantasiosa.
Ivan compartía mesa con los mismos hombres
con quien lo había visto hablar en el vestíbulo, y una mujer más, bien
arreglada que aparentaría unos cuarenta años y se encontraba sentada entre los
dos hombres más jóvenes, uno de ellos Ivan.
–No te he mentido… Desde aquí lo puedes
vigilar, y veo que… Esta cómodamente sentado en una silla, bien acompañado y
tomando un bourbon del 83, mientras
sabe que, tú estás fuera, sola y sentada en un taburete esperándolo.
Me fascinó la forma de Liam en describir la
escena, yo, desde mi lugar casi no podía ver si Ivan estaba tomando algo hasta
que, me aproximé al cristal que me lo mostraba y lo vi alzando la copa para
darle un trago, pero que Liam lo supiera y no solo eso, que también adivinara
la bebida o la marca… Me dio un poco de mala espina.
– ¿Cómo sabes…?
–El vaso –contestó y su voz sonó muy cerca–.
El vaso que tiene en la mano solo se utiliza para servir esa bebida.
Ya no solo escuché su voz como si rozara mi
oreja, el calor de su cuerpo me golpeó con fuerza contra el cristal, y eso que
él no me había tocado, pero sabía que estaba detrás de mí, algo sorpréndete,
por lo visto se había movido muy sigiloso, como si fuera un ninja en la noche.
–Eres muy observador –murmuré y me cagué en
todo lo que se me venía en la cabeza al escuchar el temblor en mi voz.
–Gracias a eso estoy vivo –pronunció de una
forma que me confundió, ya que parecía hablar y pensar en otra cosa.
Me giré para ver su rostro y me choqué con
una vista baja, lo que declaraba, ya que al girarme cara él levantó la mirada y
me miró con las cejas alzadas, que le había privado de las vistas de mi
trasero.
Lo siento.
– ¿Por qué dices eso?
–pregunté sintiendo como vibraba mi voz y notando un nuevo y delicioso calor
por el cuerpo.
–Ponte como estabas –me ordenó pasando
olímpicamente de mi pregunta, como si no hubiera abierto la boca, y algo, algún
gesto tuvo que ver en mi rostro porque la suavidad que le daban esas cejas a
sus gestos había desaparecido, y de nuevo me encontraba ante un hombre
peligroso.
– ¿Qué? –pregunté sin comprender pero el
brillo que saltó en esos ojos me mostró el mal camino que tomaba todo esto–.
No.
Tras mi respuesta, Liam colocó una mano en
ese cristal, justo al lado de mi cabeza y acercó su cara a la mía, un gesto
intimidador que provocó que me pegara más al cristal, e incluso deseé tener
poderes para traspasarlo y largarme de allí cuanto antes.
–Hazlo –marcó la orden con la barbilla tensa.
Igualmente no me moví, pero si sentí un ligero temblor que terminó en mis
piernas, y al moverse, como tratando de quitarme de encima esa sensación, mis
rodillas chocaron con las de él.
Liam sonrió de nuevo de lado, orgulloso de
provocar esos temblores en mí.
Desgraciado.
–A pesar de ser lista, de venir aquí
decidida, veo que tienes miedo.
–No tengo miedo –contesté con algo llamado
supervivencia.
La necesidad básica de sobrevivir fue lo
que me animó a hablar y mantener al menos parte de su mirada, porque uno de mis
ojos padecía un tic extraño y junto con la valía, cosa que perdía por segundos,
vacilar en un momento así sería como cavar mi propia deshonra hacia las mujeres
al poder.
–No, solo me tienes miedo a mí –pronunció con
lentitud, no alargaba las palabras, era como si el tiempo las marcara.
Cuando terminó de hablar, justo al llegar a
la última palabra, Liam me dio una pequeña embestida, como un juego, un empuje
débil a través de un vaivén de cadera, y se mantuvo pegado a mí, así que lo
noté, lo noté con intensidad, tanto como el escalofrío que me recorrió por todo
el cuerpo.
Todos mis pensamientos, mis miedos y la
única razón que existía en mi cabeza desaparecieron completamente, se
esfumaron, se evaporaron fugazmente, ya que, ese bulto que se aprisionaba
contra su pantalón, se convirtió en la causa, el pensamiento y mi alboroto.
Algo malo… muy malo.
–No Gaela, no es malo, es totalmente lógico.
–Estaba tan perdida que se me escapaban los pensamientos en voz alta–. Te
sientes amenazada y… mi querida morena, eso es ahora mismo lo que menos quiero,
que me temas. Así que ¿Que sugieres? ¿Cómo puedo hacer para que te sientas más
calmada?
Ronroneó con mucha provocación al tiempo
que posaba una mano en mi cadera. Lo miré con atención y contuve la
respiración. Liam me dirigió una sonrisa lenta que exudaba sexo.
–Lo ideal sería que te quitaras de encima y
me dejaras ir –dije recuperando algo de cordura.
–Eso sería perfecto y muy corto –contestó él,
y entonces la mano que había en mi cadera comenzó a bajar, con lentitud hasta
la orilla de mi vestido, se mantuvo ahí, unos segundos mientras jugaba con la
tela–. Pero, su pon que, prefiero no elegir esa opción, que tengo algo en la
mente que nos calmará a ambos.
Su voz vibró en mi interior y me estremecí
con cada silaba. Dios, aquel hombre era tremendamente increíble, una bestia
dominante y cargada de testosterona, repartía sensualidad por todas partes, por
su voz, su mirada de infarto, su cuerpo y su aroma.
Madre mía, ese olor era una etiqueta
especial e imposible de encontrar; única, perfecta y detallada para gente
exclusiva, era su exclusividad marcada y etiquetada sin sacar a la venta,
porque si llegaran a sacar ese aroma… Las mujeres se volverían locas.
– ¿Te refieres a jugar? –pregunté y aunque me
faltaba el aire, noté la timidez en mi voz.
–Yo no juego, Gaela –contestó arrastrando
cada palabra mientras esa mano que había estado jugando con mi vestido se
deslizaba por el interior con los dedos por delante.
Acarició mi muslo tan solo con las yemas
de sus dedos y las rodillas me fallaron. Con rapidez, Liam introdujo una de sus
rodillas entre mis piernas y me sujetó tomándome de la cadera con la otra mano
libre.
Peligro… Sus dos manos ya estaban en mi
cuerpo.
Cuerpo contra cuerpo, respiración contra
respiración y tención contra tensión. Cada músculo de Liam se marcaba alrededor
de mi cuerpo, las venas de su cuello se hinchaban y su pecho, sólido y hecho de
hierro se presionaba contra la tela de su camisa haciendo que los botones
tiraran de la tela. Los dedos me temblaron por abrir o rasgar la camisa y tocar
la calidez de su piel. Apreté los puños y evité esa magnífica y tentadora
visión.
Liam tomó una intensa bocanada y se colocó
mejor entre mis piernas para no perder el equilibrio. Una vez recuperado y
centrado, apretó las yemas para continuar, y gruñó al sentir el tacto de mi
piel al paso que sus dedos tomaban posesión de mi muslo, un poco más arriba.
–Eres suave y delicada… te fundes bajo mis
caricias.
Mientras hablaba, era eso lo que me pasaba,
me ardía la carne que sus dedos rozaban, y esos dedos, estaban haciendo
maravillas. Habían llegado ya a una zona sensible, la ingle, pero la tela de
mis bragas le impedía subir más, o eso me pensaba yo.
En el momento que sus dedos se introdujeron
bajo la capa de encaje y volantes que bloqueaban su camino, me arqueé y tuve
que apoyarme a sus hombros porque esta vez me veía comiéndome el suelo de boca,
ya que, aunque no hubiese tocado nada, esa tentación que se acercaba, me
arrollaba a necesitarla. Y para colmo, el tacto de Liam estaba tenso y su
respiración salía a presión, como si bufara en vez de soltar el aire.
¿Qué
estás haciendo, Gaela? Páralo.
¿De dónde demonios salía esa voz? ¿De mi
cabeza? Tenía que serlo, solo había una mujer en la sala y era yo, pero parecía
un eco lejano, como el sonido estridente y molesto salido de una máquina de
discos viejos donde la voz femenina no hablaba, gritaba formando gallos
insoportables.
Con lo cual, la desconecté.
–Cada vez estás más caliente –gruñó entre
dientes, como si le faltara a él también el aire.
Las manos de Liam me abandonaron, soltaron
completamente mi cuerpo y antes de que me venciera hacia delante, me tomó de la
cintura y me giró colocándome cara el cristal.
Esos movimientos rudos me devolvieron a la
tierra y a la escena que estábamos dando a todos los comensales que estaban en
el restaurante.
Y ha Ivan… Me iba a matar.
–La gente…
–Nadie nos ve –me cortó Liam, que dio unos
golpecitos al cristal con los nudillos y el camarero que pasó justamente por
delante de nosotros, se giró, pero solo echó un vistazo, se encogió de hombros
y continuó hacia delante–. Al otro lado solo hay un espejo.
Eso me relajó solo en parte, solo un
segundo hasta que mis ojos, como si trataran de advertirme, se dirigieron
directos a la mesa donde estaba Ivan. Entonces me di cuenta de todo lo que
estaba haciendo y algo dentro de mí se revolvió, como mi cuerpo, que en un
momento de estrés trató de empujar a Liam de mí para salir de su jaula.
–Esto no está bien… Ivan…
–No –cortó severamente.
Me sujetó con fuerza y aplastó mi cuerpo
con el suyo contra ese cristal, tuve que ladear la cabeza para no darme con los
morros, sin embargo, mi mejilla si se quedó presionada contra el cristal, como
todo mi cuerpo. Esto parecía más un intento de arresto que un acto erótico…
Bueno, algo erótico sí que había: que mis
esposas eran carne y el poli que me tenía atrapada, estaba muy bueno.
Liam colocó su nariz en mi mejilla y sentí
su tensa respiración con gran intensidad chocar contra mi piel, pero no me
produjo ninguna amenaza, al contrario, esa agresividad y su postura hizo que se
me erizara el bello.
–Ahora estás conmigo, él ya ha tenido su
oportunidad en el ascensor y no ha sabido aprovecharla, ahora yo te voy a
enseñar lo que es qué un hombre te de placer.
Dio otra embestida, un poco más fuerte que
la anterior para mostrarme de lo que era capaz, y sentí como todo el cuerpo se
me quedaba inútil.
–Muy bien –apremió mi rendición. Se separó,
el mínimo espacio y me cogió de las muñecas para colocarlas por encima de mi
cabeza con los brazos estirados–. Mantén las manos apegadas al cristal, y por
nada del mundo te atrevas a quitarlas de ahí.
Obedecí. La dominación que salía de su voz
era algo antinatural, me bloqueaba mentalmente, era como si su sonido no solo
resbalara por mi cuerpo, también se introducía dentro y hacia que todo vibrara.
Las manos dejaron mis muñecas y bajaron por
los brazos en suculentas caricias, después se demoraron en mis hombros, lugar
que apretó como un masaje pausado y profesional, y esa deliciosa fricción me
relajó cada célula. Encorvé la cabeza hacia arriba con los ojos cerrados y
solté la respiración con un gruñido.
Esos dedos deberían de estar bendecidos.
En el mejor momento dejó el masaje y me
quejé. Escuché la risa baja de Liam, satisfecho de mi queja, pero me mantuve
callada y seguí el ritmo de sus dedos por mi espalda. Liam se retiró de mi
trasero para no estorbarse a él mismo y continuó con ese masaje por el lateral
de mi cintura, más lentamente hasta llegar a mis nalgas.
Entonces el masaje comenzó de verdad y yo,
tras otro estremecimiento, vi las estrellas del desierto, porque me sentía a
ese punto, quemándome como una polilla.
–La primera vez que vi tu trasero, sentí una
pequeña molestia en los pantalones, la segunda, se me empalmó entera, pero la
tercera… Sentí un intenso dolor en los huevos. –Pues yo sentí casi lo mismo cuando vi el tuyo. Pensé–. Y me prometí
a mí mismo que, lo primero que haría nada más te tuviera desnuda en la cama,
sería ponerte a cuatro patas y darte por detrás mientras veo como mis caderas
chocan contra esas nalgas, y mis huevos contra tu coño –soltó un gruñido que
salió de su garganta y se unió al mío–. Me dan temblores de sólo pensarlo.
Esa grosería me puso a mil, como una moto,
y miedo me daba ver todos los espasmos que estaba sufriendo. Parecía que me
volvía loca, loca de remate, pero era algo de lo más natural, yo era una
novata, y aunque en mi juventud algunos chicos con los que salía me hubiesen
metido mano, esto no era ni remotamente comparable.
Ese hombre era un artista con las manos,
con su cuerpo. Sabía lo que hacía y como lo hacía, tan solo tenía que presionar
un poco para inflamar partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían y
conseguía un resultado óptimo como: dejar muy tonta a la mujer a la que le
estaba metiendo mano sin consideraciones.
Solo que yo había pasado de la tontuna a la
esquizofrenia.
Remitente: Ayuda asistida de inmediato.
Liam dejó de tocar y pegó sus caderas a las
mías, me movió con la ayuda de sus manos y la fuerza de sus dedos para sacar un
poco, fuera mi trasero y dejarlo más que empinado cara él, después lo noté,
presionándose y moviéndose en círculos sobre mi culo.
Santo cielo… Estaba perdida.
–Y encaja perfectamente a mí.
La fuerza grave y ronca de su voz ya era
motivo para estar tan caliente como una olla a presión, pero el baile que se
cernía sobre la parte de atrás de mi cuerpo me mareó y tuve que apoyar la
frente contra el cristal, Liam me siguió y sentí todo su cuerpo sobre mí, al
igual que el aliento caer contra mi oreja.
Gruñí e hice fuerza para que los brazos no
me cayeran muerto a los lados del cuerpo.
–Dime una cosa, ¿de qué color son tus bragas?
–Murmuró al oído mientras me acariciaba la cadera de nuevo, solo que esta vez
con las dos manos–. Ya noto que son de encaje ¿pero blancas como tu vestido?
¿Quizás negras porque eres una chica desobediente?
Los
dedos de Liam se deslizaron con facilidad por dentro, tan solo levantando
levemente mi vestido, se movieron por mi culo en círculos, sobándolo como antes
pero retirando a un lado la braga, convirtiéndola de pronto, en un tanga, y
volvieron de nuevo a las caderas para comenzar a dejar un rastro de marcas
calientes hasta llegar, cada vez más cerca, a la unión de mis piernas.
Por
favor que me toque… que me toque ahí…TÓCAME
No lo hizo.
–Estoy esperando –exigió.
–Por favor… –maullé.
–Respóndeme.
La orden fue taxativa, aunque no pude
evitar el escalofrió que me entró, como si hubiera recibido una descarga
eléctrica. Una sacudida o un destello de deseo.
–Blancas.
Santo Dios, sonaba jadeante y ansiosa,
parecía una enferma rogando por un chute para el dolor.
–Muy bien, morena –pronunció con voz
victoriosa.
Como recompensa, Liam deslizó los dedos por
debajo del elástico de las braguitas y rozó mi clítoris.
Se me detuvo la respiración literalmente, y
mi corazón comenzó a latir alocadamente mientras él trazaba un círculo en el
vórtice de mi sexo. Justo donde más lo necesitaba, pero con demasiada suavidad
para lanzarme por el borde. Se me hinchó el clítoris como si ese bulto saliera
en propulsión y jadeé cuando el dolor intenso que sentía se propagó por todo mi
vientre.
–Liam…
El nombrado se tensó, hasta incluso, frenó
esa caricia.
–Vuelve a decirlo –ordenó con una voz falta
de aire.
–Liam –repetí y noté como esa mano que tenía
entre mis piernas temblaba.
–Gaela… Como me gusta que seas la única que
me llama así.
Y en agradecimiento, su toque personal se
hizo más intenso, más loco, más perturbado. Uno de sus dedos se mantuvo en mi
clítoris, pero dos de ellos se encargaron de presionar mientras subían y
bajaban por toda la zona de los labios vaginales, como abriendo un hueco y
cerrándolo al mismo tiempo, como rascando con insistencia para después marcar
la ruta de entrada. Me removí mientras dejaba salir un gruñido detrás de otro,
en más de una ocasión, cuando el dedo que se mantenía en mi botón lo golpeaba,
me estampé, dándome un cabezazo contra el cristal. Pero es que no sabía que era
lo que me pesaba, que era esa sensación de angustia que se centraba en mi
estómago.
–Estás tan mojada… Tengo los dedos empapados
con tus jugos. Necesito tocarte más, tocarte mejor, necesito sentirte entera.
Se calló y quitó esa mano, pero cuando
quise quejarme, Liam se arrodillo a mi espalda y me levantó la falda de un
tirón.
–Oh… ¿Pero qué…? –balbuceó para sí mismo
mientras admiraba mi trasero envuelto con la tela blanca–. Esto no me lo
esperaba. Eres una mujer llena de sorpresas… Me encanta que mimes tu cuerpo con
estos detalles–. Me ruboricé cuando halagó mis bragas.
Era una especie de culote lleno de volantes y encajes que hacían juego con el vestido, una especie de braga baby–doll que usan las madres para ponerles a sus pequeñinas
cuando
el vestido es muy corto, pero es que tenía devoción por la ropa interior un
tanto extravagante. Mi colección empezaba desde los colores llamativos,
pedrerías e incluso mix de tela y piel negra, hasta, como no, picardías sexys,
pero eso a Liam no pensaba decírselo.
Liam metió los dedos y me bajó las bragas
con tan solo dos movimientos. Me levantó una pierna y luego la otra y no me
opuse, y antes de que me moviera de nuevo, lo tenía otra vez pegado a mi
espalda con sus caderas restregándose con las mías y su mano, entre mis
piernas.
Di un grito por la violencia de esa
posesión, en menos de un segundo sus dedos estaban en el mismo lugar que antes
y juro que al sentir el primer roce, toque y caria, me puse bizca. Tuve que
morderme los labios para que esos gritos alocados que nacían de mi garganta no
salieran al exterior, porque que no nos viesen no significaba que nos
escucharan, y notando el nivel de leona que rugía en mi interior, el grito
hubiese salido de la sala hasta escamparse por todo el edificio.
–Esto… de recuerdo –murmuró con agresividad,
como si fuera algo indiscutible.
Se refería a mis bragas, pude ver por
debajo de mi brazo como se metía la tela blanca en el bolsillo delantero de su
pantalón. En ese momento no me importaba nada, podía quitarme el vestido de la
misma forma y guardárselo en el mismo bolsillo si a cambio, me permitía llegar
al clímax de una maldita vez.
–Liam –gruñí con los dientes apretados.
–Sí morena, ahora te doy tu regalo.
Apretó los dedos, presionando y comenzó a
mover el que se cernía sobre mi clítoris en círculos, más rápidos, mas
suculentos. Casi al instante, el resto de dedos se frenaron y se centraron
todos en el mismo lugar mientras su otra mano libre comenzó a tirar de mi
cabello para ladear mi cabeza.
Sus labios comenzaron a mordisquear mi
oreja, lamiendo el lóbulo como si fuera admirar esa zona. Me apoyé en él, a su
pecho con mi espalda, como una mano a sus pantalones, estaba perdiendo el
equilibrio y me agarré a esa tela con fuerza mientras notaba, con extasiada
felicidad como me arrasaba una corriente mágica de colores y cosquillas que se
centraban en mi vagina y por mi estómago.
–Córrete para mí –me exigió mientras mi
cuerpo volaba. Su tacto continuaba, no había bajado el ritmo, aunque su
respiración estaba tan loca como la mía–. Córrete y grita mi nombre, Gaela. Di
el nombre del hombre que te está llevando al clímax.
Y así lo hice, correrme con su voz mientras
gritaba como un animal su nombre.
Y fue increíble, casi no había recuperado
el aliento cuando lo tenía de nuevo pegado a mi oreja susurrando.
–Toma aliento, porque todavía no he terminado
contigo.
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