Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 13


    Unos pesados ojos azules se posaron en los míos, era difícil leer en esa mirada como en su rostro. La frialdad lo cubría, lo enmascaraba cerrándolo para mí. Y me hice las dos preguntas más tontas desde que había entrado aquí:

    ¿Por qué? ¿Y cómo había sucedido?

    Pero ambas respuestas eran tan ilógicas como hacerse uno mismo las preguntas en cuanto, yo misma había venido por mi propio pie, y yo misma, ya conocía esa expresión, es más, lo que más me había impresionado de Liam, era eso mismo, el aura demoniaca que lo rodeaba; de hombre oculto entre las sombras con los rasgos afilados, marcados y plenamente atentos a mis movimientos, pero como mi cuerpo no se había meneado ni un solo palmo, el del demonio que tenía delante… Menos.

    Y la calma solo es motivo para la tempestad.

  – ¿Te sientes insegura? –preguntó con esa voz grave y ronca que hacía que todas mis extremidades se salieran de mi cuerpo.

  –No creo que me hagas daño –murmuré débilmente.

    Liam alargó solo un lado de su boca en una media sonrisa, y fue un gesto casi imperceptible que no pegaba nada con su postura ni con su mirada, y no me infundió tranquilidad si eso es lo que pretendía. Pero me negaba a demostrarle que me sentía algo amenazada.

  –Tienes razón, claro que no, ese no es el plan. Infringirte algún daño sería algo irracional, –ahora se volvía todo un profesional de la psicología–, y eso que así somos todos, estúpidos e irracionales, como tu novio. Aunque… yo lo achaco al miedo, miedo a lo desconocido.

    Al nombrar a Ivan me tensé y me di la vuelta buscando aquello que él, momentos antes me había mencionado, pero tan solo me di con una sala donde la mitad abarcaba, una serie de mesas y sillas montadas unas encima de las otras en una esquina, una pared blanca con cortinas recogidas por cordeles rojos a los lados de varios pilares y toda una enrome cristalera del techo al suelo que daba al exterior, justo a la zona del restaurante.

  –Lo tienes a tres mesas a la derecha –pronunció con la voz tensa.

    Me giré un poco y lo miré por el rabillo del ojo, continuaba en el mismo lado donde lo había dejado, así que me puse a buscar a Ivan según las indicaciones de Liam, algo que me recordó a una información tipo, aviso del encuentro de un enemigo:

    <<Sujeto localizado al norte. Punto de encuentro; a trescientas millas de nuestra posición>>

    Dejé a un lado mi imaginación de guerrillera y fijé más la vista hasta encontrar a Ivan justo a tres mesas de la entrada y a mi derecha, exactamente en el punto mismo que Liam me había indicado.

    Alucinante, solo le faltaba darme las coordenadas exactas para que la cosa me pareciera, aún más fantasiosa.

    Ivan compartía mesa con los mismos hombres con quien lo había visto hablar en el vestíbulo, y una mujer más, bien arreglada que aparentaría unos cuarenta años y se encontraba sentada entre los dos hombres más jóvenes, uno de ellos Ivan.

  –No te he mentido… Desde aquí lo puedes vigilar, y veo que… Esta cómodamente sentado en una silla, bien acompañado y tomando un bourbon del 83, mientras sabe que, tú estás fuera, sola y sentada en un taburete esperándolo.

    Me fascinó la forma de Liam en describir la escena, yo, desde mi lugar casi no podía ver si Ivan estaba tomando algo hasta que, me aproximé al cristal que me lo mostraba y lo vi alzando la copa para darle un trago, pero que Liam lo supiera y no solo eso, que también adivinara la bebida o la marca… Me dio un poco de mala espina.

  – ¿Cómo sabes…?

  –El vaso –contestó y su voz sonó muy cerca–. El vaso que tiene en la mano solo se utiliza para servir esa bebida.

    Ya no solo escuché su voz como si rozara mi oreja, el calor de su cuerpo me golpeó con fuerza contra el cristal, y eso que él no me había tocado, pero sabía que estaba detrás de mí, algo sorpréndete, por lo visto se había movido muy sigiloso, como si fuera un ninja en la noche.

  –Eres muy observador –murmuré y me cagué en todo lo que se me venía en la cabeza al escuchar el temblor en mi voz.

  –Gracias a eso estoy vivo –pronunció de una forma que me confundió, ya que parecía hablar y pensar en otra cosa.

    Me giré para ver su rostro y me choqué con una vista baja, lo que declaraba, ya que al girarme cara él levantó la mirada y me miró con las cejas alzadas, que le había privado de las vistas de mi trasero.

    Lo siento.

  – ¿Por qué dices eso? –pregunté sintiendo como vibraba mi voz y notando un nuevo y delicioso calor por el cuerpo.

  –Ponte como estabas –me ordenó pasando olímpicamente de mi pregunta, como si no hubiera abierto la boca, y algo, algún gesto tuvo que ver en mi rostro porque la suavidad que le daban esas cejas a sus gestos había desaparecido, y de nuevo me encontraba ante un hombre peligroso.

  – ¿Qué? –pregunté sin comprender pero el brillo que saltó en esos ojos me mostró el mal camino que tomaba todo esto–. No.

    Tras mi respuesta, Liam colocó una mano en ese cristal, justo al lado de mi cabeza y acercó su cara a la mía, un gesto intimidador que provocó que me pegara más al cristal, e incluso deseé tener poderes para traspasarlo y largarme de allí cuanto antes.

  –Hazlo –marcó la orden con la barbilla tensa. Igualmente no me moví, pero si sentí un ligero temblor que terminó en mis piernas, y al moverse, como tratando de quitarme de encima esa sensación, mis rodillas chocaron con las de él.

    Liam sonrió de nuevo de lado, orgulloso de provocar esos temblores en mí.

    Desgraciado.

  –A pesar de ser lista, de venir aquí decidida, veo que tienes miedo.

  –No tengo miedo –contesté con algo llamado supervivencia.

    La necesidad básica de sobrevivir fue lo que me animó a hablar y mantener al menos parte de su mirada, porque uno de mis ojos padecía un tic extraño y junto con la valía, cosa que perdía por segundos, vacilar en un momento así sería como cavar mi propia deshonra hacia las mujeres al poder.

  –No, solo me tienes miedo a mí –pronunció con lentitud, no alargaba las palabras, era como si el tiempo las marcara.

    Cuando terminó de hablar, justo al llegar a la última palabra, Liam me dio una pequeña embestida, como un juego, un empuje débil a través de un vaivén de cadera, y se mantuvo pegado a mí, así que lo noté, lo noté con intensidad, tanto como el escalofrío que me recorrió por todo el cuerpo.

    Todos mis pensamientos, mis miedos y la única razón que existía en mi cabeza desaparecieron completamente, se esfumaron, se evaporaron fugazmente, ya que, ese bulto que se aprisionaba contra su pantalón, se convirtió en la causa, el pensamiento y mi alboroto.

  Algo malo… muy malo.

  –No Gaela, no es malo, es totalmente lógico. –Estaba tan perdida que se me escapaban los pensamientos en voz alta–. Te sientes amenazada y… mi querida morena, eso es ahora mismo lo que menos quiero, que me temas. Así que ¿Que sugieres? ¿Cómo puedo hacer para que te sientas más calmada?

    Ronroneó con mucha provocación al tiempo que posaba una mano en mi cadera. Lo miré con atención y contuve la respiración. Liam me dirigió una sonrisa lenta que exudaba sexo.

  –Lo ideal sería que te quitaras de encima y me dejaras ir –dije recuperando algo de cordura.

  –Eso sería perfecto y muy corto –contestó él, y entonces la mano que había en mi cadera comenzó a bajar, con lentitud hasta la orilla de mi vestido, se mantuvo ahí, unos segundos mientras jugaba con la tela–. Pero, su pon que, prefiero no elegir esa opción, que tengo algo en la mente que nos calmará a ambos.

    Su voz vibró en mi interior y me estremecí con cada silaba. Dios, aquel hombre era tremendamente increíble, una bestia dominante y cargada de testosterona, repartía sensualidad por todas partes, por su voz, su mirada de infarto, su cuerpo y su aroma.

    Madre mía, ese olor era una etiqueta especial e imposible de encontrar; única, perfecta y detallada para gente exclusiva, era su exclusividad marcada y etiquetada sin sacar a la venta, porque si llegaran a sacar ese aroma… Las mujeres se volverían locas.

  – ¿Te refieres a jugar? –pregunté y aunque me faltaba el aire, noté la timidez en mi voz.

  –Yo no juego, Gaela –contestó arrastrando cada palabra mientras esa mano que había estado jugando con mi vestido se deslizaba por el interior con los dedos por delante.

     Acarició mi muslo tan solo con las yemas de sus dedos y las rodillas me fallaron. Con rapidez, Liam introdujo una de sus rodillas entre mis piernas y me sujetó tomándome de la cadera con la otra mano libre.

    Peligro… Sus dos manos ya estaban en mi cuerpo.

    Cuerpo contra cuerpo, respiración contra respiración y tención contra tensión. Cada músculo de Liam se marcaba alrededor de mi cuerpo, las venas de su cuello se hinchaban y su pecho, sólido y hecho de hierro se presionaba contra la tela de su camisa haciendo que los botones tiraran de la tela. Los dedos me temblaron por abrir o rasgar la camisa y tocar la calidez de su piel. Apreté los puños y evité esa magnífica y tentadora visión.

    Liam tomó una intensa bocanada y se colocó mejor entre mis piernas para no perder el equilibrio. Una vez recuperado y centrado, apretó las yemas para continuar, y gruñó al sentir el tacto de mi piel al paso que sus dedos tomaban posesión de mi muslo, un poco más arriba.

  –Eres suave y delicada… te fundes bajo mis caricias.

    Mientras hablaba, era eso lo que me pasaba, me ardía la carne que sus dedos rozaban, y esos dedos, estaban haciendo maravillas. Habían llegado ya a una zona sensible, la ingle, pero la tela de mis bragas le impedía subir más, o eso me pensaba yo.

    En el momento que sus dedos se introdujeron bajo la capa de encaje y volantes que bloqueaban su camino, me arqueé y tuve que apoyarme a sus hombros porque esta vez me veía comiéndome el suelo de boca, ya que, aunque no hubiese tocado nada, esa tentación que se acercaba, me arrollaba a necesitarla. Y para colmo, el tacto de Liam estaba tenso y su respiración salía a presión, como si bufara en vez de soltar el aire.

    ¿Qué estás haciendo, Gaela? Páralo.

    ¿De dónde demonios salía esa voz? ¿De mi cabeza? Tenía que serlo, solo había una mujer en la sala y era yo, pero parecía un eco lejano, como el sonido estridente y molesto salido de una máquina de discos viejos donde la voz femenina no hablaba, gritaba formando gallos insoportables.

    Con lo cual, la desconecté.

  –Cada vez estás más caliente –gruñó entre dientes, como si le faltara a él también el aire.

    Las manos de Liam me abandonaron, soltaron completamente mi cuerpo y antes de que me venciera hacia delante, me tomó de la cintura y me giró colocándome cara el cristal.

    Esos movimientos rudos me devolvieron a la tierra y a la escena que estábamos dando a todos los comensales que estaban en el restaurante.

    Y ha Ivan… Me iba a matar.

  –La gente…

  –Nadie nos ve –me cortó Liam, que dio unos golpecitos al cristal con los nudillos y el camarero que pasó justamente por delante de nosotros, se giró, pero solo echó un vistazo, se encogió de hombros y continuó hacia delante–. Al otro lado solo hay un espejo.

    Eso me relajó solo en parte, solo un segundo hasta que mis ojos, como si trataran de advertirme, se dirigieron directos a la mesa donde estaba Ivan. Entonces me di cuenta de todo lo que estaba haciendo y algo dentro de mí se revolvió, como mi cuerpo, que en un momento de estrés trató de empujar a Liam de mí para salir de su jaula.

  –Esto no está bien… Ivan…

  –No –cortó severamente.

    Me sujetó con fuerza y aplastó mi cuerpo con el suyo contra ese cristal, tuve que ladear la cabeza para no darme con los morros, sin embargo, mi mejilla si se quedó presionada contra el cristal, como todo mi cuerpo. Esto parecía más un intento de arresto que un acto erótico…

    Bueno, algo erótico sí que había: que mis esposas eran carne y el poli que me tenía atrapada, estaba muy bueno.

    Liam colocó su nariz en mi mejilla y sentí su tensa respiración con gran intensidad chocar contra mi piel, pero no me produjo ninguna amenaza, al contrario, esa agresividad y su postura hizo que se me erizara el bello.

  –Ahora estás conmigo, él ya ha tenido su oportunidad en el ascensor y no ha sabido aprovecharla, ahora yo te voy a enseñar lo que es qué un hombre te de placer.

    Dio otra embestida, un poco más fuerte que la anterior para mostrarme de lo que era capaz, y sentí como todo el cuerpo se me quedaba inútil.

  –Muy bien –apremió mi rendición. Se separó, el mínimo espacio y me cogió de las muñecas para colocarlas por encima de mi cabeza con los brazos estirados–. Mantén las manos apegadas al cristal, y por nada del mundo te atrevas a quitarlas de ahí.

    Obedecí. La dominación que salía de su voz era algo antinatural, me bloqueaba mentalmente, era como si su sonido no solo resbalara por mi cuerpo, también se introducía dentro y hacia que todo vibrara.

    Las manos dejaron mis muñecas y bajaron por los brazos en suculentas caricias, después se demoraron en mis hombros, lugar que apretó como un masaje pausado y profesional, y esa deliciosa fricción me relajó cada célula. Encorvé la cabeza hacia arriba con los ojos cerrados y solté la respiración con un gruñido.

    Esos dedos deberían de estar bendecidos.

    En el mejor momento dejó el masaje y me quejé. Escuché la risa baja de Liam, satisfecho de mi queja, pero me mantuve callada y seguí el ritmo de sus dedos por mi espalda. Liam se retiró de mi trasero para no estorbarse a él mismo y continuó con ese masaje por el lateral de mi cintura, más lentamente hasta llegar a mis nalgas.

    Entonces el masaje comenzó de verdad y yo, tras otro estremecimiento, vi las estrellas del desierto, porque me sentía a ese punto, quemándome como una polilla.

  –La primera vez que vi tu trasero, sentí una pequeña molestia en los pantalones, la segunda, se me empalmó entera, pero la tercera… Sentí un intenso dolor en los huevos. –Pues yo sentí casi lo mismo cuando vi el tuyo. Pensé–. Y me prometí a mí mismo que, lo primero que haría nada más te tuviera desnuda en la cama, sería ponerte a cuatro patas y darte por detrás mientras veo como mis caderas chocan contra esas nalgas, y mis huevos contra tu coño –soltó un gruñido que salió de su garganta y se unió al mío–. Me dan temblores de sólo pensarlo.

    Esa grosería me puso a mil, como una moto, y miedo me daba ver todos los espasmos que estaba sufriendo. Parecía que me volvía loca, loca de remate, pero era algo de lo más natural, yo era una novata, y aunque en mi juventud algunos chicos con los que salía me hubiesen metido mano, esto no era ni remotamente comparable.

    Ese hombre era un artista con las manos, con su cuerpo. Sabía lo que hacía y como lo hacía, tan solo tenía que presionar un poco para inflamar partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían y conseguía un resultado óptimo como: dejar muy tonta a la mujer a la que le estaba metiendo mano sin consideraciones.

    Solo que yo había pasado de la tontuna a la esquizofrenia.

    Remitente: Ayuda asistida de inmediato.

    Liam dejó de tocar y pegó sus caderas a las mías, me movió con la ayuda de sus manos y la fuerza de sus dedos para sacar un poco, fuera mi trasero y dejarlo más que empinado cara él, después lo noté, presionándose y moviéndose en círculos sobre mi culo.

    Santo cielo… Estaba perdida.

  –Y encaja perfectamente a mí.

    La fuerza grave y ronca de su voz ya era motivo para estar tan caliente como una olla a presión, pero el baile que se cernía sobre la parte de atrás de mi cuerpo me mareó y tuve que apoyar la frente contra el cristal, Liam me siguió y sentí todo su cuerpo sobre mí, al igual que el aliento caer contra mi oreja.

    Gruñí e hice fuerza para que los brazos no me cayeran muerto a los lados del cuerpo.

  –Dime una cosa, ¿de qué color son tus bragas? –Murmuró al oído mientras me acariciaba la cadera de nuevo, solo que esta vez con las dos manos–. Ya noto que son de encaje ¿pero blancas como tu vestido? ¿Quizás negras porque eres una chica desobediente?

    Los dedos de Liam se deslizaron con facilidad por dentro, tan solo levantando levemente mi vestido, se movieron por mi culo en círculos, sobándolo como antes pero retirando a un lado la braga, convirtiéndola de pronto, en un tanga, y volvieron de nuevo a las caderas para comenzar a dejar un rastro de marcas calientes hasta llegar, cada vez más cerca, a la unión de mis piernas.

    Por favor que me toque… que me toque ahí…TÓCAME

    No lo hizo.

  –Estoy esperando –exigió.

  –Por favor… –maullé.

  –Respóndeme.

    La orden fue taxativa, aunque no pude evitar el escalofrió que me entró, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Una sacudida o un destello de deseo.

  –Blancas.

    Santo Dios, sonaba jadeante y ansiosa, parecía una enferma rogando por un chute para el dolor.

  –Muy bien, morena –pronunció con voz victoriosa.

    Como recompensa, Liam deslizó los dedos por debajo del elástico de las braguitas y rozó mi clítoris.

    Se me detuvo la respiración literalmente, y mi corazón comenzó a latir alocadamente mientras él trazaba un círculo en el vórtice de mi sexo. Justo donde más lo necesitaba, pero con demasiada suavidad para lanzarme por el borde. Se me hinchó el clítoris como si ese bulto saliera en propulsión y jadeé cuando el dolor intenso que sentía se propagó por todo mi vientre.

  –Liam…

    El nombrado se tensó, hasta incluso, frenó esa caricia.

  –Vuelve a decirlo –ordenó con una voz falta de aire.

  –Liam –repetí y noté como esa mano que tenía entre mis piernas temblaba.

  –Gaela… Como me gusta que seas la única que me llama así.

    Y en agradecimiento, su toque personal se hizo más intenso, más loco, más perturbado. Uno de sus dedos se mantuvo en mi clítoris, pero dos de ellos se encargaron de presionar mientras subían y bajaban por toda la zona de los labios vaginales, como abriendo un hueco y cerrándolo al mismo tiempo, como rascando con insistencia para después marcar la ruta de entrada. Me removí mientras dejaba salir un gruñido detrás de otro, en más de una ocasión, cuando el dedo que se mantenía en mi botón lo golpeaba, me estampé, dándome un cabezazo contra el cristal. Pero es que no sabía que era lo que me pesaba, que era esa sensación de angustia que se centraba en mi estómago.

  –Estás tan mojada… Tengo los dedos empapados con tus jugos. Necesito tocarte más, tocarte mejor, necesito sentirte entera.

    Se calló y quitó esa mano, pero cuando quise quejarme, Liam se arrodillo a mi espalda y me levantó la falda de un tirón.

  –Oh… ¿Pero qué…? –balbuceó para sí mismo mientras admiraba mi trasero envuelto con la tela blanca–. Esto no me lo esperaba. Eres una mujer llena de sorpresas… Me encanta que mimes tu cuerpo con estos detalles–. Me ruboricé cuando halagó mis bragas.

    Era una especie de culote lleno de volantes y encajes que hacían juego con el vestido, una especie de braga baby–doll que usan las madres para ponerles a sus pequeñinas
cuando el vestido es muy corto, pero es que tenía devoción por la ropa interior un tanto extravagante. Mi colección empezaba desde los colores llamativos, pedrerías e incluso mix de tela y piel negra, hasta, como no, picardías sexys, pero eso a Liam no pensaba decírselo.

    Liam metió los dedos y me bajó las bragas con tan solo dos movimientos. Me levantó una pierna y luego la otra y no me opuse, y antes de que me moviera de nuevo, lo tenía otra vez pegado a mi espalda con sus caderas restregándose con las mías y su mano, entre mis piernas.

    Di un grito por la violencia de esa posesión, en menos de un segundo sus dedos estaban en el mismo lugar que antes y juro que al sentir el primer roce, toque y caria, me puse bizca. Tuve que morderme los labios para que esos gritos alocados que nacían de mi garganta no salieran al exterior, porque que no nos viesen no significaba que nos escucharan, y notando el nivel de leona que rugía en mi interior, el grito hubiese salido de la sala hasta escamparse por todo el edificio.

  –Esto… de recuerdo –murmuró con agresividad, como si fuera algo indiscutible.

    Se refería a mis bragas, pude ver por debajo de mi brazo como se metía la tela blanca en el bolsillo delantero de su pantalón. En ese momento no me importaba nada, podía quitarme el vestido de la misma forma y guardárselo en el mismo bolsillo si a cambio, me permitía llegar al clímax de una maldita vez.

  –Liam –gruñí con los dientes apretados.

  –Sí morena, ahora te doy tu regalo.

    Apretó los dedos, presionando y comenzó a mover el que se cernía sobre mi clítoris en círculos, más rápidos, mas suculentos. Casi al instante, el resto de dedos se frenaron y se centraron todos en el mismo lugar mientras su otra mano libre comenzó a tirar de mi cabello para ladear mi cabeza.

    Sus labios comenzaron a mordisquear mi oreja, lamiendo el lóbulo como si fuera admirar esa zona. Me apoyé en él, a su pecho con mi espalda, como una mano a sus pantalones, estaba perdiendo el equilibrio y me agarré a esa tela con fuerza mientras notaba, con extasiada felicidad como me arrasaba una corriente mágica de colores y cosquillas que se centraban en mi vagina y por mi estómago.

  –Córrete para mí –me exigió mientras mi cuerpo volaba. Su tacto continuaba, no había bajado el ritmo, aunque su respiración estaba tan loca como la mía–. Córrete y grita mi nombre, Gaela. Di el nombre del hombre que te está llevando al clímax.

    Y así lo hice, correrme con su voz mientras gritaba como un animal su nombre.

    Y fue increíble, casi no había recuperado el aliento cuando lo tenía de nuevo pegado a mi oreja susurrando.

  –Toma aliento, porque todavía no he terminado contigo.

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