Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 23 y 24


    Al entrar en esa cutre y destartalada habitación de carretera, todo adquirió un extraño cambio. La chica decidida que lo había traído hasta aquí desapreció y la tímida Gaela, esa que poca gente conocía apareció. Liam por su parte, decidió llevar las riendas cuando se chocó con mi espalda. Me tomó de la cintura para empujarme hasta el centro de la habitación, después, cuando me quedé frente a la cama me giró y me observó detenidamente del mismo modo que un hombre observa la belleza; embelesado e impresionado.

    Abrí la boca simplemente para soltar un latido de aire, un soplo que conllevaba un gemido por la sensación de ser admirada de esa forma. El sonido que produje atrajo su mirada y la decisión calculada estaba escrita en su color.

    El experto amante salvaje se había adueñado de su cuerpo, ya no existía el bromista, ni el juguetón, esto iba muy en serio y él, no hacía nada por evitar que ese rostro se escondiera.

  – ¿Estás segura?

  –Sí. –E impresionantemente lo estaba, al cien por cien.

    Liam asintió y se dio la vuelta para acercarse al mueble bar que había enfrente, justo donde estaba el televisor y una máquina de pago para el aire acondicionado. Se movía con confianza felina y dejando su aura oscura por toda la estancia.

    Dejó las llaves de la habitación, las de su moto, la cartera y después se quitó la chaqueta. Me maravillé al ver, como lentamente la visión de esa flexión de brazos se mostraba de una forma ralentizada y muy suculenta, pero en el momento que tiró esa pieza de cuero encima de una silla, un detalle en su brazo me llamó la atención.

    Llevaba camiseta de manga corta y aunque no pude deducir que era exactamente, supe, en ese instante que deseaba descubrir el tatuaje que había dibujado en su piel y que comenzaba o terminaba en uno de sus codos.

  –Sé que no es el mejor lugar pero… es mejor que una pared en plena calle –murmuró ladeando la cabeza un poco para poder mirarme por encima de su hombro. Con el golpe de su voz grave, me devolvió a la tierra.

    Dios, cada uno de sus movimientos eran tentadoramente peligrosos. Se movía con algo de salvajismo mezclado con erotismo puro.

    Ese hombre era el edulcorante más importante para la biagra femenina.

  –No me importa el lugar. –Me asusté de lo mucho que me costaba respirar–. Únicamente el motivo que nos ha traído aquí.

    Liam se dio la vuelta y se quedó plantado, a un metro de distancia de mí, con las piernas separadas y los brazos tensos a cada lado de su cuerpo. Parecía la típica estampa de un animal preparándose para atacar a su presa.

  –Antes de que todo dé comienzo debo advertirte de unas cuantas cosas –anunció con profesionalidad.

    De pronto, me vi sumergida en una película de la mafia, planeando un robo o un asesinato, y con el cabecilla detallándome la información de un plan perfecto.

    Liam era todo un misterio de los malos y esa vocecilla interna, llamada cordura, me advirtió del peligro que corría al estar con él, a solas, en una habitación tan lejos de cualquier lugar...

    Retiré esa voz criticona y molesta de una palmada mental. La sensación de peligro me provocaba adrenalina, y esa vibración, o nervios…me gustaban.

  –Puedes estar tranquilo, no lloraré.

    Una parte de sus labios se abrió en una media sonrisa.

  –Sé que no lo harás, yo me encargaré de eso –anunció con una seguridad total. Liam pensaba cosas de las guarras–. Pero no me refiero al sexo que vamos a practicar ni a la forma en que te voy a follar.

  – ¿Y-y que te preocupa?

    Era imposible acostumbrarme a sus groserías. Mi voz perdía casi tanta fuerza como mi cabeza en pensar algo decente.

  –Puede que sufras alucinaciones, que te sientas extraña en la habitación, pero no debes preocuparte ni temer a nada. Yo soy real y todo lo que te voy hacer será real.

    Arrugué la frente y dibujé una sonrisa burlona en mis labios.

  – ¿Qué pasa? ¿Le has pagado al recepcionista para que expulse por el aire acondicionado un poco de alucinógenos?

    No estaba muy segura de sí me estaba vacilando. Lo decía tan serio y con el nivel de voz tan controlado que mi cordura se perdía, y esas alucinaciones que él indicaba, ya las estaba sufriendo.

  –No –contestó serio y lentamente–. Todo eso, todo lo que estás a punto de experimentar, saldrá de mí, yo te voy a llevar a ese límite. Por eso necesito que estés completamente tranquila y muy receptiva a mi voz y, a mí.

    Tragué saliva.

  –Vale…

  –Y sobre todo, no te asustes. Disfruta de la experiencia.

  –Está bien –aseguré con una seguridad ciega.

    ¿Qué tendría en mente?

    No lo pienses, ese sádico te lo va hacer pasar genial.

    Sonrió, aceptando mi respuesta como adecuada y se cruzó de brazos haciendo que esa camiseta se le acoplara mucho más al cuerpo como un guante.

    Y ahí estaba, un metro noventa y dos de puro y duro músculo, salvaje y cavernícola. Al verlo sentí el latigazo en el estómago y me permití el placer de devorarlo con la mirada hasta que alcancé esos ojos azules llenos de promesas eróticas… Una urgente necesidad me atravesó entera y deseé que comenzara con esa alucinación de inmediato.

  –Liam –murmuré casi sin darme cuenta, por unos labios que se habían abierto lo mínimo para expulsar y absorber el aire, algo tan fundamental que hoy no parecía funcionar.

    A él, como si le hubieran inyectado combustible en la venas se tensó de una forma radical, tanto que, hasta me pareció que la habitación se meneaba a causa de un terremoto, pero no, era él y esa sensación que emanaba de su cuerpo, de su poder.

  –Nunca en mi vida me había empalmado tanto con una mujer tan sólo, por mirarla.

    Ya somos dos…

    Se descruzó de brazos y aspiró con fuerza todo el aire de la habitación, hinchando su pecho y dejándome ver una escena de lo más sensacional, después, se acercó con su típico aire demencial de ser todo un experto en dar y obtener un placer inimaginable.

  –Hoy… va a ser muy interesante y muy difícil –susurró con la voz estrangulada. Me miró de arriba abajo y el movimiento de su nuez me dio a entender que forzaba a su garganta a tragar saliva–. ¿Te cuidas? –preguntó de golpe con un toque de agresividad.

    Alcé las cejas sorprendida. Me pareció una pregunta idiota ya que le había dicho que nunca me había acostado con nadie.

  –Oh, sí. –De lo nerviosa que estaba solté una risita histérica brotar de mi garganta–. Mi madre le ordenó al doctor que me colocara un Diu nada más nací –mi ironía fue tan sutil que hasta yo misma me lo creía, él sin embargo, notó el sarcasmo y una de sus morenas cejas se levantó.

  –Para comprender lo que va a suceder, te lo tomas muy a la ligera –regañó.

  –El que debería de estar preocupado eres tú. Tú eres quien debe impresionar… Yo sólo soy tu conejillo de indias.

  –Tranquila, vas a disfrutar tanto que… rogarás repetir de nuevo.

    Todos los síntomas anteriores de descontrol o ansiedad, habían desparecido de su voz y de su rostro, ahora tenía ante mí al egocéntrico que conocí.

  –Hablas mucho, ¿sabrás dar la talla?

    Liam sonrió de lado, muy seguro de sí mismo, después se acercó a la única mesilla de noche que había en toda la habitación, a parte del mueble bar, y se metió la mano en el bolsillo, sacó un fagote de paquetitos de colores que tiró encima de la mesa como si nada.

    Preservativos. Conté seis y se me cortó el aliento.

    ¿Que tenía ante mí? ¿Un adicto al sexo?

  – ¿Y te preocupa que no me cuide? –Me atreví a preguntar con incredulidad sin poder retirar los ojos de esos plásticos cuadrados–. Has venido muy preparado, y no sé si me molesta más lo seguro que tenías que esto pasaría, o lo seguro que estás de ti mismo y tanto condón.

  –No tengo ni idea de si los llegaré a utilizar todos, pero prefiero llevar y que me sobren a necesitarlos y no tener más.

    Interesante y muy buena contestación. Pensé con una sexy sonrisa en la mente.

    Bajé la vista y apreté los puños. Liam se acercaba de nuevo por mi espalda y escuchando como el sigilo lo precedía en unos pasos lentos y marcados pero sumamente silenciosos, es que la cosa estaba a punto de dar comienzo.

  –Recuerdo tu trasero, la imagen de tu culo expuesto para mí, un precioso aspecto de tu anatomía que me vuelve loco, que me ronda en sueños, que se revuelve entre mis sabanas para rogarme que lo tome, que me suplica que lo torture con mis manos… pero cuando alcanzo a rozar su piel, desaparece. –Tomé aire porque sabía que lo necesitaría, el roce de sus palabras eran mucho más perturbadoras que el roce de sus manos…No, espera y verás cómo te equivocas. Liam, en persona es mucho peor–. Recuerdo tus piernas, abiertas, cálidas y suaves, casi puedo tocarlas y eso que todavía estoy lejos de ti–. Y ahí tenía la falta de aire, el corazón loco y el temblor en los dedos. Hasta las manos me sudaban y sentí ese mismo cálido líquido recorrerme el escote hasta meterse entre mis pechos como un río decidido a llegar al cauce principal–. Y recuerdo tu sabor, esa deliciosa crema que tienes entre las piernas… Se me hace la boca agua, dulcemeum, se me nubla la vista y mis ansias crecen por poseerte, por dominarte, por hacerte completamente mía…una y otra vez, sin detenerme, hasta que caigas muerta, tanto del cansancio como del dolor de haberme pasado horas dentro de ti.

    Seis condones, seis condones, seis condones… Oh, por favor…

    Recé mentalmente en que, el relajante muscular que Adri había dejado en mi bolso la otra noche, aun estuviera en el bolsillo interior.

  –Pero lo que más recuerdo, lo que más ha permanecido en mi mente, –Liam me rodeó y se frenó justo delante de mí. Alcé la mirada a la suya, oscura y brillante–, es el sonido de tu placer. Esos gemidos se han convertido en mi perfecta y la mejor banda sonora que jamás he escuchado. Y yo, yo soy el dueño de esos derechos, tu sonido me pertenece porque he sido yo el que ha logrado la sintonía perfecta–. Noté una brisa fría recórreme todo el cuerpo y el bello se me erizó como si me arrasara la electricidad–. Una música que, he guardado en mi cabeza celosamente para hacer que pueda correrme cada noche, imaginando que mi mano es tu delicioso culito, las sabanas tus perfectas piernas y la humedad de mis dedos los jugos de tu virtud.

    Solté un gemido tipo grito lleno de energía sexual. Liam dio un paso adelante y me dedicó esa sonrisa salida del infierno.

  –Sí, Gaela, me la he menado cada noche, desde que te conozco, y únicamente pensando en ti. –No pude retirar mi mirada de la suya y al intentar hacer el mínimo movimiento, sentí como el labio inferior comenzaba a temblarme por el esfuerzo–. Y ahora, te tengo aquí, delante de mí, toda para mí y… podré hacer mi fantasía real con la mujer de mis pesadillas más oscuras.

    Terminó con un fuerte tono de voz y algo, un espectacular brillo explotó en sus ojos haciendo que su color saltará de las cuencas y sus pupilas se dilataran...

    Y me perdí en la profundidad del mar.

    La intensidad de su mirada, como siempre, me dejó insensible, como si de pronto, mi cuerpo dejara de tener fuerzas o voluntad o el simple hecho del control de cada una de mis extremidades.

    Era algo tan aterrador como excitante, sentir como con una simple mirada, él tenía tanto poder sobre mí.

    Dominación.

    Esa palabra rebotó por mi cabeza como una pelota de tenis. Sí, puede que tuviera razón y que mi subconsciente me estuviera avisando del peligro que eso conllevaba, pero… Dios, me daba igual. Lo deseaba y punto.

  – ¿Sabes lo que te voy hacer? –preguntó con tono serio.

  –Tengo una ligera idea –contesté y él, con esa sonrisa maliciosa alzó el mentón.

    Interiormente sentí un latigazo extraño y una corriente suave, casi como un masaje que me corrió por las venas. Viajó por todo mi cuerpo alimentándose de mi energía.

     Levantó una mano y la posó en mi mejilla, sus dedos, con lentitud se abrieron paso hasta rozar la zona interna de mi oreja y la curvatura de mi cuello, esa zona me ardió de una manera feroz y toda la sangre subió por mi cuello, expandiéndose por debajo de sus dedos y haciendo que mi corazón rabioso latiera contra ese tímpano.

  –Tú eres una puja –susurró levemente y con mucha lentitud, como si me hiciera falta para comprender bien lo que decía–. Virgen, pura y hermosa. Y yo, he pujado por ti porque quiero que me lo des a mí –marcó las últimas sílabas con énfasis–. ¿Estás dispuesta?–. Le dije que sí con la cabeza. Perdía la respiración como cualquier capacidad de pensar bien sus palabras–. Dilo –ordenó.

  –Sí –contesté sin perder detalle de la iluminación que saltó a su mirada.

    La intensidad, el ambiente y mis sentidos se volvieron locos.

    Me sentí flotar, como si la habitación de improvisto tuviera gravedad y a la vez, el mismo aire me pesaba, pero lo que más sentía, con gran intensidad ardiendo sobre mi piel, eran sus dedos y su mirada fija hasta tal punto, que dejaba aquello que nos rodeaba fuera de mi vista. Únicamente la figura que tenía ante mí, fue lo que mis ojos me mostraban como si dependiera de esa visión, como si la necesitara. Llegué a temer en cerrar los ojos, temía que desapareciera.

  –Seré delicado. –Al tiempo que comenzó hablar dejó caer sus dedos por el contorno de mi mejilla hasta llegar a la barbilla, incliné la cabeza sin que él me lo pidiera, era mi ansiedad y la fantástica sensación de notar sus dedos tocar la carne fría que se calentaba sin remedio y que actuaba sin permiso y sin necesidad de recibir una orden–, seré paciente y haré que sientas más, mucho más, antes de entrar en ti–, continuó con esa voz, ronca, dura y grave pero deliciosa, un sonido que se vertió sobre mí como si me colocara un jersey de cashmere por la cabeza–. Y una vez esté dentro… no puedo asegurarte nada –me advirtió al tiempo que subía sus dedos a mis labios y cruzaba la forma con las yemas, aún más lentamente que las anteriores caricias. Deseé sacar la lengua y lamer hasta sacar la sangre de su cuerpo como él estaba haciendo conmigo–. Llevo deseándote desde que te chocaste conmigo en el club, y trataré de controlarme para no hacerte daño. Trata tú de no hacérmelo a mí.

    Tragué saliva y solté la respiración.

  –Seré buena.

    Liam levantó la mirada de mis labios y me observó bajo unas pestañas pesadas. Me estremecí cuando choqué con la fuerza de sus ojos, el azul de su mirada se marcaba más que nunca, brillaba limpio como el centro del océano. No dijo nada, se mantuvo en silencio, observando, sin pestañear hasta que decidió continuar.

    Esta vez, utilizando las dos manos pero siguiendo la misma táctica de combate; la lentitud y el ardiente misterio, convirtiendo en un misterio el rumbo de sus pensamientos. Posó sus dedos en mi cuello y bajó por mis hombros retirando los tirantes del pantalón que cayeron inertes sobre mis manos. Trazó círculos deformes y haciendo que allá donde sus yemas rozaran mi piel mi propia carne ardiera.

    Me sentí mecer, llena de mil sensaciones, mil vibraciones y con temblores típicos de una fiebre alta, pero, sin embargo, eso sólo era interno, mi cuerpo permanecía quieto y dando muestra de algún que otro temblor que se escapaba a mi razón, el resto permanecía por debajo de mi piel.

    Los dedos saltaron de mis brazos a la cintura, justo a la orilla de la camiseta. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, la deslizó hacia arriba y me la quitó por la cabeza, luego la tiró hacia un lado, la prenda, como si de una hoja otoñal se tratara, bailó de un lado a otro, flotando en el aire. Me impresionó esa imagen y creí que estaba alucinando. Todo era tan sumamente extraño, tan intenso.

  –Gaela –me llamó y volví mis ojos hacia él–. No dejes de mirarme.

    Esperó unos segundos, tal vez a ver si yo me negaba o le respondía, pero bien se lo podía ahorrar, estaba en un mundo, un mundo en torno a él y a todo lo que acontecía, y con la precaria o loca decisión de dejar que todo sucediera como se llevaba a cabo.

    Me gustaba, para que romper el hechizo.

    Liam se arrodilló en el suelo y me quitó las deportivas y los calcetines con una delicadeza absoluta, fue tan emotivo el gesto que me recordó una entrañable imagen, pero al chocar con la pícara sonrisa que se dibujó en sus labios cuando sostuvo mi pie en alto y me miró con intensidad, la escena cariñosa desapareció y el sexo fluyó a mi mente como el din del microondas marcando que el contenido ya está caliente.

  –Debo añadir a la lista de preferencias tus pies, me gustan.

  – ¿Hay algo en mí que no te guste? –hablaba, lo sabía y con muy poca fuerza, no tenía aliento para poder dar una frase casi entera, pero lo extraño era como escuchaba mi voz. Completamente distorsionada, alejada y en ecos.

  –Por ahora… es difícil, muy difícil responder a eso.

    Su sonrisa se amplió con gran diversión y las rodillas me fallaron. Liam miró fijamente ese gesto y me devolvió la mirada, la sonrisa había desaparecido y la seriedad cubría completamente su rostro, después, negó con la cabeza.

  Dulcemeum –arrastró cada letra con voz sedosa–, que tus rodillas no fallen o… seré el único que disfrute de esto.

    Me vi tentada, deseosa por ver como la bestia arremetía contra mí al desobedecer su orden, pero como también deseaba ver como se iniciaría todo, obedecí mandando una fuerte orden a mi cerebro y esperé ansiosa su siguiente movimiento.

    Liam, desde abajo, arrodillado ante mí, ofreciéndome todo un espectáculo que admiraba de una forma borracha y drogada, dejó mi pie en el suelo y comenzó a deslizar sus manos por mis muslos, presionando las yemas, reanudando el masaje. Llegó al botón de mi pantalón corto y lo desabrochó con una sola mano mientras la otra, inmediatamente bajaba la cremallera. Le dio un pequeño tirón, y la prenda cayó como el agua de una cascada hasta enrollarse en mis pies.

  –Levanta un pie –ordenó y mi pie derecho se levantó sin más–, ahora el otro –ordenó del mismo modo y mi cuerpo actuó de la misma forma.

    Lo único que, esta vez, antes de apoyar la suela en la fría madera, Liam aprovechó y separó mis piernas un poco, formando un triángulo abierto que le permitió a él meter una de sus manos sin ningún obstáculo.

  –Interesante –mencionó echándole un vistazo a mis braguitas nuevas–. Ese singular gusto tuyo por la ropa interior, me encanta. Te hace parecer diferente y juguetona, una mujercita muy juguetona–. Era un modelo único de flores con unos lazos de cordones naranja colgando de los laterales. Perfectamente podían pasar por la parte baja de un biquini–, increíble –vanaglorió desde abajo sin retirar su mirada de esa parte intima–, eres… demasiado preciosa para…

    Un extraño y dudoso sentimiento de dolor traspasó su mirada, que por un momento dejó de brillar y me despertó de un aletargado golpe en la nuca, como si me hubieran dado un tirón en la piel. Perdí el equilibrio pero él, con agilidad me sostuvo y, en el momento que nuestras miradas se cruzaron, aquello que había visto ya no existía y su ojos volvieron a brillar chispeantes de fuerza y dominación y…

    Otra vez, todo a mi alrededor todo se volvió aletargado, susurrado, cálido, suave y…

    Caí otra vez en esa deliciosa sensación de sumisión a él.

  –Gaela, mírame –me llamó y dejé de ver los borrones en que se habían convertido la habitación y todo lo que me rodeaba, para ver la claridad de él–. Escúchame con atención. No dejes de mirarme a mí, hasta que no te ordene lo contrario.

    Asentí con la cabeza -creo- y él continuó.

    Tuve que apoyarme a sus hombros cuando removió la sangre bajo mi carne con su tacto. Uno de sus brazos rodeó mi muslo, deslizando los dedos hacia arriba hasta tocar con las yemas la orilla de mi braguita, y la otra, agarró el gemelo con fuerza, después, el ataque fue ofrecido por su boca. La sangre, de la nada se concentró en aquello que tocaba. La sentí moverse a su antojo, a sus órdenes, únicamente marcando el sendero que él definía con sus caricias.

    Sin dejar de mirarme comenzó un sendero de lametazos y mordiscos desde la rodilla, el muslo hasta la cara interna de este y terminó dándome un beso a mis partes femeninas por encima de la tela. Se retiró un poco, me dedicó una sonrisa traviesa y sacó la lengua para lamer la zona que había besado.

    La respiración se me cortó y le clavé las uñas en los hombros mientras soltaba un grito de lo más animal. Me sentí completamente empapada. Ese juego había conseguido que me mojara de una forma vergonzosa.

    Entonces se levantó y se quedó justo delante de mí, a una distancia de apenas dos centímetros.

  –Cierra los ojos. –Fue un susurro, pero mis párpados, que comenzaron a pesarme demasiado se cerraron lentamente–. Déjate llevar por el sonido de mi voz –. Sentí el aire de su aliento chocar con mi hombro. Ya no estaba delante de mí, me rodeaba–. Nota como se desliza por mi garganta y sale por mi boca–. Ahora lo sentía en mi nuca, justo detrás de mí–. Siente la vibración de mi voz por tu cuerpo–. Noté sus dedos en mi espalda. Desabrochó el enganche del sujetador y, como había pasado con los pantalones, la prenda se deslizó por mis brazos y cayó a mis pies–. Únicamente, déjate llevar por mis palabras.

    Exhalé el aire con la boca abierta. Me escuchaba con mucha atención, lo escuchaba a él como si mis sentidos estuvieran súper desarrollados. Su aroma, su respiración, su presencia, todo me venía en aumento.

  –Sumérgete en mí –murmuró y el sonido final me llegó en ecos junto con el tintineo de una campanilla.

    De pronto, me sentí más ligera que nunca, tan activa como si me acabara de dar un baño de agua fría y tan tranquila, a la vez que confiada como si todo lo malo que existía en este mundo hubiera desaparecido.

    Retiró el cabello a un lado y pasó una mano por toda mi espalda, masajeando cada zona con sus dedos, luego, esos dedos convertidos en hierro fundido, se deslizaron por mi hombro, acariciando la curvatura como si estuviera midiendo, tentando y mostrando cuan ser provocador podía llegar a ser.

  – ¿Te gustaría estar en otro lugar? –preguntó contra mi oído y luego pasó la lengua por el lóbulo.

    Llegué a olvidar hasta mi nombre, pero tras sentir esa directa sacudida al borde de mi ingle, mi boca se abrió y mencionó las palabras que él deseaba escuchar. Lo único es que no sé cómo lo hice.

  –No, quiero estar contigo.

  –Lo sé, dulcemeum, pero te pregunto si, ¿es en esta habitación donde quieres estar?

  –Sí.

  –Como quieras. Tus deseos son órdenes para mí.

    En recompensa los brazos de Liam pasaron, como el hilo de un ojal entre mis brazos y mi cuerpo y, sus manos se posaron en mi vientre. Después, ascendió por el plano estomago hasta topar posesión de mis pechos con suavidad.

    Solté un gruñido y me vencí contra él.

    Sus manos eran fuertes y rasposas, sin embargo, su toque era aterciopelado y muy cuidadoso, se aseguró de no infringirme el menor daño, de modo que me tocó con la ligereza de una pluma, tan solo un levísimo roce, muy provocador de los dedos índices sobre la satinada piel del seno, trazando círculos una y otra vez. Cuando el dorso de los dedos rozó ambos pezones en un toque intencionado me sobresalté, pero no por el susto, sino por el ardiente fervor que nació en mi interior. Liam mordió el lóbulo de mi oreja, adorando el temblor que me sacudió.

    Los dedos me rozaron de nuevo cada pezón, sólo que con mayor precisión.

  – ¿Te gusta? –me preguntó al oído.

    Traté en balde en decir algo para comunicar mi respuesta pero, nada más pude abrir la boca, simplemente. De todos modos, si le decía que no, sabría que mentía descaradamente. Liam parecía leer mi cuerpo perfectamente.

  –Sí –dijo moviendo las manos sobre los pechos, encerrándolos entre sus dedos, donde pudo sentir el frenético latido de mi corazón–, tu cuerpo me habla–, y mis pensamientos, por lo visto también–, puedo leerlo, sentirlo en mis manos–. Otro suave roce del pulgar sobre el pezón que había pasado de ser un tierno capullo a una pequeña y cima dura–. Te gusta, te gusta cómo te toco, como están mis manos sobre tus pechos.

  –Sí –contesté aun sabiendo que lo había afirmado.

  –Abre los ojos y mírame, Gaela –ordenó con la voz tensa.

    Me eché hacia atrás para mirarle la cara y apoyé mi cabeza en su hombro. Sus ojos, esos dos pozos oscuros se abrieron y me observaron, mirando cada parte de mi rostro que se enrojecía al ver como su expresión admiraba de una forma hambrienta mis labios.

  –Dime que te gusta que te toque –insistió.

  –Me gusta todo lo que me haces, Liam –admití sin más.

    Él sonrió victorioso y complacido, a la vez que sus ojos danzaron otro destello fuerte cargado de emoción. Luego besó mi nariz, mordiendo suavemente con dulzura y mientras esos dientes se arrastraban por todo el puente, sentí como los pelillos de la nuca se erizaban.

  – ¿Seguirás cumpliendo mis órdenes?

    Asentí con la cabeza. Cada vez que Liam abría la boca los músculos abdominales se me contarían. Y cada vez que me tocaba mi cuerpo tardaba menos en prepararse para él.

  –Quiero que me desnudes tú a mí, ahora.

    Me soltó con cuidado y cuando se aseguró de que me mantenía en pie, dejó mi espalda para rodearme y volver de nuevo a estar delante de mí. Con esa mirada turba y unos ojos pesados se me ofreció, levantando los brazos como si me diera permiso para hacer lo que me diera la gana con él. Así que, dispuesta aprovechar esa oferta, llevé mis dedos directamente, y sin perder más tiempo a la orilla de su camiseta. Tardé mucho menos en quitársela de lo que me imaginaba, pero…

    El torso desnudo me dejó temporalmente KO.

    La definición de sus músculos era la perfección de un hombre cuidado y bendecido con la complexión que todo hombre desearía. De cintura estrecha pero marcando una ingle descaradamente, que te mostraba un estomago duro, plano, y lleno de pequeños cuadros con un corte central y… una curiosa y alargada cicatriz en un lateral.

    El torso daba preferencia a unos pezones pequeños pero perfectos para su constitución y varias cicatrices de forma diferente exceptuando las que eran cubiertas con la tinta negra que gobernaba la mitad de ese cuerpo. Y las clavículas que se marcaban en esos anchos hombros constituían una amenaza a esa garganta que mecía una nuez de arriba a abajo.

    Pero definitivamente, eso no fue lo más llamativo.

    Mis dedos fueron a parar a la primera cicatriz que había descubierto, y de ahí ascendieron hasta el pico de ese extraño tribal que cubría la mitad de su abdomen. Con las yemas acaricié cada curva de esa figura y sentí como su cuerpo se estremecía con cada pulgada de mis dedos.

  –Pensé que no te gustarían mis dibujos –murmuró sin aliento.

    Subí mi vista, a duras penas hasta su cara. Liam tenía la mandíbula completamente tensa, temí que por un momento reventara sus dientes con la presión que estaba ejerciendo.

  – ¿Por qué?

  –Porque a las niñas ricas no les gusta los hombres tatuados.

  –Pues te equivocas.

    Contesté sin aliento. Mi cuerpo o el suyo, no estaban muy claro cual, pero nos acercábamos, el uno al otro, deseosos por besarnos ya que, eran lo que nuestros ojos se estaban comiendo…

    Mi cuerpo se frenó y mi mirada se dirigió a un pequeño bulto que había encontrado en el pecho de Liam, justo donde estaba el corazón. Miré esa zona de su pecho y me choqué con el dibujo de un sol negro, dos más lo rodeaban y en su interior, se encontraba la misma cicatriz, exactamente igual. Acaricié esa deformada herida redonda ya curada que se concentraba exactamente en el centro del sol y sobre su corazón…

    Aplasté mi mano en todo su pecho y sentí que el corazón se me paraba al notar que no latía nada ahí dentro. Lo miré directamente a los ojos, impactada, sin saber muy bien que pensar.

  –Tu corazón…

    Liam me tomó de la muñeca y comenzó arrastra mi mano de un pecho al otro, con lentitud, después presionó y lo sentí, fuerte, rápido y rebotando contra mi mano. Me quedé completamente impresionada. Liam se acercó a mi oreja.

  –Sí, sí que tengo corazón, pero está en el lado equivocado. Nací con un problema y, –su voz bajó de nivel cuando añadió–: gracias a eso estoy vivo.

    Entonces retiré mi mirada de la suya y la clavé en esos tres soles que escondían tres cicatrices extrañas.

  – ¿Qué son? –murmuré.

    Su mano desapareció del aplomo de la mía que se aseguraba de que el corazón realmente latiera, y la posó debajo de mi barbilla para obligarme a mirarlo. En el momento que nuestros ojos se cruzaron sentí ese aplomo de esa extraña sensación de flotar, de dominación y de difusa sensación sobre todo lo que me rodeaba,

    De nuevo, me encontraba en otro mundo presa de un encantamiento que me sentenciaba a ser la presa que quería para tenerlo a él.

  –Otro día, Gaela, ahora continúa.

    Parpadeé con lentitud, los párpados comenzaron a pesarme pero un parpadeo de los suyos y, la debilidad se esfumó. Otra vez, me encaré contra su cuerpo y el descubrimiento de continuar con el dibujo de su cuerpo.

    Pasé mis dedos por su brazo mientras lo rodeaba y los fui subiendo por su hombro para llegar a su espalda y encontrarme un tesoro detrás de otro.

    El tatuaje se fundía, igual de extraño y feroz, por todo un lateral de su espalda hasta perderse dentro de sus pantalones. Apoyé el aplomo de mis dos manos y sentí como esa espalda se puso recta al notar la calidez de mis dedos sobre su piel. Liam soltó un gruñido cuando bajé los dedos por su espina dorsal para tentar a la tela del pantalón…

    Otro sol. Al otro lado de la espalda, justo en la zona vacía, un sol en la zona baja donde los rayos eran camuflados por la misma tela de la que tiraba en ese momento.

    Pasé mis dedos por encima y descubrí la misma cicatriz.

    Estos soles escondían una vida, un dolor y una misma herida, pero como era presa de algún fuerte sentimiento que me empujaba a ejecutar lo que Liam me indicaba. No saqué conclusiones, no me apetecía. Lo único que deseaba hacer era continuar desnudándolo, así pues, enhebré mis brazos por los suyos y su cuerpo y busqué la hebilla del cinturón.

  –Déjame a mí –dijo mientras retiraba mis manos.

    No discutí. Mientras él se peleaba con el cinturón, los botones y la cremallera. Yo, me acerqué a su piel, y la besé. Tentadora saqué mi lengua y lamí hacia arriba, hasta donde pude alcanzar poniéndome de puntillas. Los brazos de él cayeron inertes a los lados y su cabeza cayó hacia atrás mientras soltaba un gemido profundo que vibró desde su espalda hasta pasar por mi lengua, la garganta y detenerse en mi estómago, revolucionando cada una de mis hormonas.

    Grité sin poder evitarlo. Fue una sensación impresionante. Como un chute de heroína pura. Me cosquilleaba el cuerpo y sentí el frío erótico de un cubito de hielo a lo largo de mi espina dorsal.

    Me mareé y retrocedí perturbada.

    Escuché de nuevo otro gemido loco de él y mi cuerpo volvió a sacudirme. De pronto, cuando aclaré mi vista choqué con sus ojos y fui suspendida en el aire.

  –Esto ya es demasiado aguante. –Sus brazos rodearon mi cintura y mi cuerpo fue aplastado por el suyo–. Se acabaron los preliminares. Espero que estés lista, porque…–Liam lamió mi boca limpiando el sabor de mis propias babas, retirando cualquier humedad que yo misma me hubiera hecho para dejar únicamente la suya–…voy a penetrarte, dulcemeum.

    Me tiró en la cama, como si fuera una muñeca, pero sentí esa violencia lenta, pausada, como si hubiese fumado algo que ralentizaba cualquier cosa a mí alrededor y la caída fue hermosa. Vi mi cabello volar, mis brazos abrirse y mi piernas rebotar contra el colchón. Después lo vi a él, quitándose los pantalones y dejando en libertad su pene.

    Solté un gemido al ver la agrandaría de esa cosa y me agarré a las sabanas temiendo caer de la cama.

    Esto va a doler.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 24

 

    Su cuerpo comenzó a reptar por la cama, una rodilla detrás de la otra, una bestia sedienta, hambrienta de hincar el diente en la carne. Toda la piel se me puso de gallina. Verlo desnudo, dorado y brillando gracias a la luz del sol que entraba por la ventana fue una imagen impresionante. Ese hombre era impresionante por todas partes.

    Él mismo me abrió las piernas sin dejar de avanzar, completamente abiertas se colocó en el centro y apoyó la mitad de su peso sobre mí, después se quedó mirando.

  –La imagen que acabo de tener de ti, abierta, preparada y mirándome con deseo, no la olvidaré jamás. Casi haces me que corra. –Se balanceó y noté la prueba de aquello de lo que hablaba–. Siéntela… dura, lista para ti.

    Solté el aire y juro que escuché una obscenidad salir de mis labios, pero en mi cabeza latía el corazón y esa palabra solo fue escuchada por él, ya que, las comisuras de sus labios se abrieron y esa sonrisa me cortó el aliento.

  –Espero que sepas contener el dolor, porque no creo que pueda controlarme durante mucho más tiempo.

    No sé qué le dije, o si moví la cabeza para contestar a su ruego, pero sí que tuve que hacer alguna muestra de respuesta, porque inmediatamente Liam alargó el brazo hacia la mesa donde estaba la colección de condones y cogió uno. Lo rompió con los dientes para no perder el equilibrio y no tener la necesidad de apoyarse sobre su cuerpo. Después, se puso el plástico alrededor de su pene con rapidez.

    Al ver ese movimiento una parte de mí se entristeció por la poca carne que notaria e inmediatamente me arrepentí de no decirle que me tomaba la píldora, pero como mi vida era similar a mi desastre personal, también recordé que la última vez que me la había tomado era ya, hacia dos días, y fue porque Gina, en ese momento se la estaba tomando, delante de mí, en el trabajo.

    Con lo cual, y analizando ese detalle, decidí callármelo y memorizar, como nota mental: tomarme la píldora todos los días.

    Dejé el perfecto capullo envuelto en su impermeable, para deleitarme con su torso, las figuras de tinta negra que rodeaban su cuerpo y finalmente llegué a su rostro. Liam me miraba con ceño, pero bastó una de mis sonrisas para que se tensara y ese ceño desapareciera.

    Lentamente él subió, marcando un sendero con sus manos por mis piernas hasta llegar a los lazos de la braguita. Desató las tiras como si fuera una caja de regalo hasta dejar completamente la prenda suelta, no hizo falta menearme, él mismo, con la fuerza de su brazo rodeando mi cadera, me alzó lo mínimo para que mi ropa interior saliera de mi cuerpo. No vi donde la tiró y tampoco me preocupé mucho en saber si había recibido el mismo trato indeseado que mis pantalones, mi camiseta y el sujetador, simplemente me dediqué a mirarlo  él y la pericia calculada que se leía en cada palmo de su cara.

  –Jamás, en mi miserable vida había vista algo tan bello como a ti desnuda –ronroneó ronco, fascinado–. Mi memoria, mi mente enferma no te ha hecho justicia, eres como una maldita ninfa de los bosques, deslumbrante, bella y a la vez peligrosa.

    Me estremecí con sus palabras y me hizo sentir realmente poderosa, hermosa y sensual. Una mujer provocativa que podía tener lo que deseara con una simple mirada.

    Repasó de nuevo todo mi cuerpo haciendo que la sangre ardiera allí donde fijaba su azul y llegó hasta mis ojos.

  –Es difícil diferenciar la realidad de la ficción, porque en este momento me estoy volviendo loco.

    Él sí que me estaba volviendo loca a mí.

  –Ven –lo animé.

    Lo deseaba, lo necesitaba, mi cuerpo lo anhelaba como si no hubiera otra cosa en el mundo, como si necesitara más su contacto que el hecho de comer, beber o respirar.

   Únicamente lo necesitaba a él.

   Liam no se hizo de rogar e inmediatamente arremetió contra mi boca, desenfrenado por absorber mi esencia a través de mis labios. Sus manos comenzaron a moverse por todas partes, explorando los esbeltos contornos de mi cuerpo como si jamás los hubiera tocado. Como un conquistador, con cada caricia parecía marcarme como suya. Sus movimientos eran bruscos, más duros y más desenfrenados que antes.

  –Estás ardiendo –dijo sin aliento.

    Deslizó los dedos entre nuestros cuerpos hasta llegar a mi pecho, los pezones se me endurecieron de tal manera que por un momento pensé que me explotarían. Cuando los torturó lo suficiente dejó mi boca para llevarse uno a los labios, chupó haciendo girar el palpitante botón entre los dientes y la lengua hasta que me retorcí de frustración.

    Pero él no se detuvo, lo soltó de un tirón y después pasó al otro mientras su mano comenzaba acariciarme las caderas. Me estremecía con el hormigueo de expectación despertado en cada sitio donde nuestros cuerpos se tocaban.

  –Nata, fresa, chocolate, canela o vainilla… a la mierda todo ese dulce, me gusta el sabor de tus pechos.

    Que hablara a la vez que me torturaba hacia que mi cuerpo se volviera cada vez más delicado a cualquier roce de su aliento o del mismo aire que pasaba en nuestros cuerpos cuando se movía.

    Sus labios volvieron a buscar mi boca mientras su mano subía audaz por la parte interior de mis muslos. Me tensé con el corazón desbocado.

    Por fin.

    Oh Dios, como me provocaba. Esas atormentadoras caricias me habían puesto los pelos de punta, los roces y toques habían aumentado lentamente la divina presión hasta hacerme temblar. Su lengua entraba y salía de mi boca como una espada atacando sin piedad, y de repente se detuvo.

    No. Grité mentalmente.

    Lo cogí del pelo, enredando mis dedos en cada fina enhebra oscura y tiré de él. Sentí la risa de Liam rebotar por el interior de mi boca y su mano, como obedeciendo mi ansia, subió hasta arriba.

    Gemí, deleitándome en la arrolladora oleada de alivio que sentí cuando su dedo se introdujo rápidamente en la humedad que había entre mis piernas.

  –Lo sabía, completamente húmeda, bien mojadita –murmuró acariciando, dando pequeños golpes hasta que finalmente introdujo un dedo.

    Me arqueé y solté un gruñido que se juntó con el fuerte sonido que salió de entre los dientes de él.

  –Dios, que apretada estás. –Su voz sonaba tensa, como si sintiera dolor.

    Mi respiración se aceleró convirtiéndose en un jadeo mientras él continuaba con sus embestidas y caricias prohibidas con otro dedo en mi clítoris, despertando un escandaloso frenesí de necesidad.

    La presión creció en mi interior al ritmo que sus movimientos, estaba a punto de estallar, él lo sabía. Introdujo su dedo hasta el fondo, lo dejó haciendo círculos y masajeando mi punto más débil con el pulgar. Me tensé y finalmente me rompí en pedazos.

    –Relájate –murmuró sacando su dedo de mi interior y besándome en la oreja–, esto no ha terminado, ahora vas a saborear un placer mucho mejor.

    Me relajé con el simple sonido de su voz y abrí los ojos, pero Liam no estaba, en su lugar me encontré con unos turbios ojos grises mirándome con deseo. La respiración se me aceleró y presioné, con fuerza, los hombros que me tomaban para colocarme mejor.

  –Esto te dolerá al principio pero…

    Escuchaba a Liam de lejos, muy de lejos, pero tenía a Ivan encima de mí, con su torso completamente limpio, sin tatuajes.

  –No –susurré con la respiración agitada–. No…

  – ¿Te duele? –Era Liam, pero yo veía como las cejas de Ivan se levantaban–. Pero si aún no he metido ni la punta…

  –Liam. Liam. Liam. ¡Liam! –grité.

    Lo llamé, lo centré en mi cabeza…quería que Ivan se fuera. Yo sabía seguro que no estaba con él, estaba con mi jinete.

  – ¿Qué? ¿Qué cojones te pasa?

    La furiosa pregunta de Liam despejó mi mente y tras dos rápidos parpadeos, unas cuencas azules me miraron fijamente.

  –Eres tú… Liam.

  –Sí…

    En un arrebato loco por disipar la cara de Ivan, cogí del cabello a Liam y lo estampé con violencia contra mi boca.

    Como una enferma comencé a besarlo. Devorarlo. Centrarlo por todas partes para que la versión 0.0 de Ivan, no volviera aparecer jamás.

    Al principio, Liam, perplejo abrió la boca aceptando el beso pero sin participar. Mi arrebato lo había confundido, pero una vez introduje mi lengua en su interior para espabilarlo, él gruñó y comenzó a devolverme ese beso salido del infierno. No se limitó a corresponder ese beso, sino que asumió el control absoluto. Su beso estaba lleno de un hambre que bordeaba la inanición.

    Audaz y desenfrenado.

    Entre gemido y gemido la cosa se descontroló tanto que, colocó sus manos en mis caderas y con un fuerte empujón la metió entera. Sentí como se me rompía el himen, una pequeña molestia, como una punzada, y me tensé completamente evitando la invasión.

    Con el cuerpo completamente tenso y las venas marcando cada trozo de su piel, Liam se mantuvo quieto. Muy quieto.

  –Dios, que sensación –gimió.

    Presioné contra su pecho e hice el intento de quitármelo de encima. Me dolía, eso era muy grande y el muy cabrón había entrado a lo bestia.

  –Me duele…

    Cubrió mi queja con su boca.

  –Lo siento, dulcemeum. –Me besó de nuevo, mimándome, pidiendo perdón con la dulzura de sus besos–. No sabes cómo siento el daño que te he provocado, créeme, provocarte algún dolor no es lo que quiero, pero… Cuando te tengo cerca no sé controlarme, estoy perturbado ahora mismo, como loco por poseer hasta tú último aliento, por eso te pido que respires y te dejes llevar por mí. El dolor desaparecerá, te lo prometo.

    Traté de hacerlo, pero la molestia persistía. Me moví para poder tomar otra postura que no me fuera tan dolorosa, pero las manos de él, presionando mi cadera me frenaron quedamente.

  –Gaela, confía en mí. Relájate. Siénteme dentro de ti. Concéntrate en el sonido de mi voz, nota como se desliza por mi garganta y vibra por nuestra unión hasta desparramarse por tu cuerpo como una ola cálida.

   Y así lo hice, dejándome llevar por los sonidos que efectuaba su garganta y la unión de nuestros cuerpos, finalmente el dolor desapareció y muy lentamente sentí como mi cuerpo cobraba vida de nuevo.

    La sensación de tenerlo dentro era completamente diferente a cualquier cosa buena que hubiera experimentado en mi vida.

    Empezó a moverse, entrando y saliendo con cuidado. Noté como volvía la fiebre cuando los movimientos se hicieron más rápidos.

  –Joder… estás tan estrecha, y esto es tan bueno…mmm…no puedo parar… es delicioso.

    Su voz era pecado envuelto en terciopelo. Dulce como la miel y picante como una guindilla.

    Levanté los brazos para cogerme a sus hombros, afirmándome contra su fuerte empuje. Instintivamente levanté las caderas para responder a sus ataques maestros, y ese simple movimiento hizo resurgir a la bestia que habitaba en su cuerpo.

  –Sí. ¡Joder! Así –gruñó enloquecido.

    Liam comenzó a martillear mucho más rápido, más fuerte y más hondo. La presión que se acumulaba en mi interior era mucho más intensa que antes. Nunca la había experimentado.

  – ¡Sí! –gritó como un animal.

    Mis tímpanos se llenaron de un estrepitoso rugido voraz, una tensión a mi alrededor que me engarrotó y noté como el pene de Liam dentro de mí se hinchaba, marcando los latidos de su corazón en esa última penetración, que se volvió bestial y más salvaje. Y explotó…

    ¿Qué?

    Sentí como se estremecía y directamente noventa kilos me cayeron encima, aplastándome contra el colchón. Liam se quedó inerte. Un peso muerto encima de mí. Un peso muerto e inútil.

    NO, no, no…

  – ¿Ya? –conseguí decir casi sin aliento.

    Liam se incorporó con rapidez y miró incrédulo mi cuerpo y el suyo, después, ese rostro adquirió un tono morado y finalmente el purpura.

    En ese momento todo se enfrió dentro de mí.

    No… ¡Todavía NO!

    Se había acabado ¡YA! No me lo podía creer, después de todo lo que había presumido, después de decir lo fantástico que me lo haría pasar… No había llegado ni a empezar a sentir el cosquilleo cuando sentí como él se desvanecía. Dios, no me había acostado con nadie, pero desde luego es que: Liam era el peor amante de la historia (ahora comprendía lo de rogar para que repitiera) me había dejado a medias.

    ¿Qué había sucedido? ¿O es que la cosa era así?

    Eso por hacerte ilusiones.

    ¡NO! No podía ser. Que mala suerte, con lo bien que iba todo…

  –Mierda –ladró–, esto nunca en la vida me había sucedido –mencionó mirándose su vanagloriado pene con gesto alucinado y asustado.

    Bueno esa declaración y la muestra de horror que demostraba su rostro, me animó a pensar que se había dejado llevar por la misma locura enferma a la que yo había sido sometida, con la única diferencia de que él, era el más afectado y yo... No estaba; afectada ni satisfecha, al menos él, había llegado a la cumbre.

  –No pasa nada…

    Traté de animarlo, pero a don perfecto, su problema personal lo marcó como si fuera un toro fuera del mercado.

  –Nunca pierdo el control de esta manera–balbuceó incrédulo, muy afectado–. Nunca durante el sexo–. Hablaba solo. Yo estaba debajo de él, con las piernas abiertas y rodeándolo, con mi cuerpo demasiado pegado al suyo, pero sin embargo, no existía–. Aprendí a controlar mis emociones y la potencia de mi cuerpo a una edad muy temprana… ¡Joder! El control está arraigado a mi mente y a mi sangre, forma parte de mí y ahora–, Liam se interrumpió y me miró con atención, clavó sus ojos en mí de una forma tan profunda que me estremecí–, tú.

    En un movimiento violento y rabioso se arrancó el condón que cubría su pene y arremetió con otro paquete. Rompió el plástico con los dientes y se lo introdujo con gran facilidad.

    Antes de que me diera cuenta o antes de que se lo colocara del todo, me embistió de un solo empujón, metiendo toda su longitud en mi interior de un único golpe.

    Grité por la sorpresa y abrí la boca cuando él comenzó de nuevo el vaivén, Liam ahogó cualquier queja que salió de mis labios con uno de sus locos besos, me besó salvaje y apasionadamente, y con su cuerpo entero. Besaba como si nunca fuera a detenerse.

    Hasta que de pronto, paró y me dejó respirar. Pero ya no pude añadir una queja, Liam se había vuelto a inflamar. Lo notaba endurecerse en mi interior, hacerse todo lo grande que era y llenarme por completo, y sólo entonces, cuando disfruté de su rostro bello y resplandeciente bajo los rayos del sol...Decidí dejar de pensar y dedicarme a disfrutar de esta experiencia.

    Suspiré su nombre, acaricié su mejilla y enterré mis manos en su helado, húmedo y sedoso cabello como una lengua cálida. Su mirada se expandió con una emoción extraña que me traspasó el cuerpo entero regalándome un creciente cosquilleo. Y podría jurar que la habitación desapareció y en la oscuridad del techo que nos gobernaba se juntó un mar de estrellas brillantes. Todo se volvió más fuerte, más sensible y mucho más brillante.

    Sabía que algo me sucedía… Las alucinaciones, me recordó mi mente.

  –Yo soy real –indicó Liam fijando sus ojos en los míos.

    Tomó una intensa bocanada de oxígeno, un respiro que casi fue tacto, casi gusto, casi una visión, y daba más información que los tres. Se detuvo y simplemente me inspiró.

  –Te prometí algo bueno y te lo voy a dar –me indicó jadeante. 

  –Sí, por favor –rogué.

    Cerré los ojos ante aquel dulce anheló y me dejé llevar…

  –Mírame Gaela. Quiero que me recuerdes –exigió dando una embestida.

    Lo miré, clavando mis ojos en él, aguantando el parpadeo y la necesidad de arquear mi cuello y echar la cabeza hacia atrás al sentir como salía de mí lentamente, haciéndome sufrir.

  –Buena chica.

    Cabrón.

    En ese mismo momento comenzó a moverse, saliendo y entrando como antes, incrementando de nuevo mi deseo. Las estrellitas que había en el techo se hicieron también borrosas y el frenesí subió desde mis pies hasta el estómago.

    Gemía, gruñía, maullaba y gritaba algo que no podía identificar. Eso era un nuevo idioma para mí, pero por lo visto, Liam sí que hablaba esa lengua, porque escuché un: , rotundo, y la fiesta se animó.

    Subió las manos desde los muslos hasta mis caderas, me levantó un poco más, y comenzó a penetrarme con unas estocadas tan rápidas y profundas que clavé mis uñas en sus hombros, tratando de marcar su cuerpo del mismo modo que él lo hacía con el mío.

    Una frenética necesidad hacía que se me enrojeciera la piel, que me burbujeara la sangre. Liam estableció un veloz ritmo que me dejó sin aliento…

    Era un animal.

    Impulsó las caderas contra las mías, friccionando mi clítoris de tal manera que los pensamientos y las objeciones desaparecieron de mi mente. Tan pronto como las sensaciones se adueñaron de la situación, el deseo creció sin parar hasta que ya no pude respirar.

  –Liam…–Me aferré a las sabanas y gemí arqueando completamente mi cuerpo.

    Y vi el cielo abrirse.

    Exploté en un violento orgasmo. Estallé en miles de pedazos, como añicos de cristal lanzados por un precipicio.

    La habitación me daba vueltas, mi corazón resonó en mis tímpanos y casi no podía respirar cuando lo escuché gritar a él, al dar la última estocada tan profunda como si quisiera traspasar mi cuerpo.

    Liam se dejó caer encima de mí y por un momento ninguno de los dos nos meneamos, ninguno quiso deshacer esa concesión que nos unía en el sensual nido de un motel de carretera de mala muerte, pero que, en ese preciso momento me pareció el lugar perfecto y un sitio del cual no me apetecía irme.

  –Esto me marcará. Ahora las pesadillas serán más fuertes –murmuró Liam muy suave, casi no llegué a escucharlo, pero sentí un extraño aleteo en la boca del estómago.

  –Que no te deprima, siempre hay una primera vez en la que se pierde el control y uno se deja llevar de una manera loca.

    Liam se incorporó con el codo y me miró con una ceja alzada.

  – ¿Crees que puedes olvidar ese detalle?

  –Es difícil olvidar mi primera vez –me burlé.

    Liam sonrió, y ese gesto no lo comprendí.

  – ¿Qué? –pregunté alegremente.

  –Que no puedas olvidar tu primera vez significa que no te podrás olvidarte de mí tan fácilmente.

    El aleteo se hizo tan intenso que me estremecí, y el temblor se repartió por todo mi cuerpo hasta chocar con el de él, cosa que provocó que todo su cuerpo se contrajera y se tensara completamente, tanto que la sonrisa se le borró de los labios y sus dientes presionaron el ligero temblor que se le formó en el labio inferior.

  –No puede ser –balbuceó con la voz ronca, grave y tensa.

    Abrí los ojos al notar como esa cosa se volvía a endurecer entre mis piernas y asustada lo miré. Estaba fascinada, jamás había imaginado que un hombre se recuperara de un orgasmo y que de nuevo necesitara otro con tanta rapidez.

    Yo era novata, pero tenía a toda una experta del sexo como mejor amiga y esas cosas no las había mantenido en secreto, es más, me había informado de como excitaba de nuevo al hombre para volver a trotar y que, a la segunda vez, siempre le había costado un poco más. Liam, sin embargo, se había recuperado exactamente en tres minutos, lo que yo había tardado en controlar la respiración.

    Tomó otro paquete, el tercero y actuó igual. Se quitó el que llevaba y se colocó el otro y de nuevo, se preparó para penetrarme.

    Me removí inquieta debajo de él, evitando esa intromisión y sentí como me dolían las caderas, los muslos y mi propio sexo.

  –No te muevas –me pidió tras escuchar las quejas que salieron de mi garganta. Lo miré y algo que vio en mi mirada suavizó sus gestos–. Tú la controlas, no soy yo el que la pone así – se defendió.

  –Otra vez no…

    La intromisión de su mano, que se movió entre mis piernas, me cortó la queja. Metió un dedo entre mis pliegues y gimió.

  – ¿Te das cuenta de cómo tu cuerpo me desea? –Se inclinó para besarme–. Ya vuelves a estar húmeda para mí.

    Eso de dar su versión de la realidad me jodió bastante. Bien, mi cuerpo ya estaba ardiendo y reclamando que le dieran placer, pero también me encontraba un poco dolorida por la bestial actuación de Liam en ser bueno.

    Y una buena mierda. Había sido duro… pero… tenía que reconocer que me había encantado.

    ¿Era masoca? ¿Es que a hora, aparte de gustarme los tíos duros también me gustaba el sexo duro?

    Sí, y por lo visto…MUCHO.

    Mis pensamientos quedaron anulados tras el meneo de él para colocarse mejor entre mis piernas, ya preparado con el pene en la misma entrada. Apoyé una mano en su pecho para frenarlo.

  –Si la metes de nuevo, te aseguró que no saldré viva…

    Liam eligió ese preciso momento para restregarla por toda mi abertura. Me mordí los labios para no volver a gritar.

    Seguramente mañana estaría afónica.

  –Si no te la meto, tú me mataras a mí hoy.

    Hizo el mismo movimiento, de arriba abajo y me estremecí encogiendo los dedos de los pies.

  –Liam –gruñí.

  –Seré suave esta vez –suplicó atragantándose con su propia voz y meneándose hacia arriba, trepando por mi cuerpo.

    Me removí, evitando ese roce y lo que conseguí, gracias a la mierda de fuerza que me quedaba en el cuerpo fue meterme la punta yo misma. Me quedé completamente quieta y tensé las piernas alrededor de sus caderas, lo que provocó que su pene entrara un poco más.

    Liam contuvo la respiración, parecía poseído por el demonio y esa imagen me derritió por dentro cada neurona sana que me quedaba.

    Lo deseaba, para que negar lo evidente.

    Las sensaciones me inundaron dejándome débil. Por favor, que me hacia ese hombre…Solo tenía que tocarme un momento y yo ya me mareaba. Apreté los puños contra la cama, tirando de la sabana.

    Liam introdujo dos dedos entre los dos y rozó levemente mi clítoris castigado y ultra-sensible.

  –Así–canturreó dulcemente–. Preparada. Lista de nuevo para mí.

    Estaba preparada para él, a pesar de estar algo inflamada por la reciente actividad, ya era consciente de nuevo que mi vagina lo quería dentro.

    Amoldó su boca a la mía y una vez más me besó con una voracidad que me robó el aliento. Me dejé llevar de nuevo y apreté mi cuerpo al suyo, aceptando cualquier cosa que me diera, y mi mente fue arrollada por un torrente de impecable deseo, un momento después, entró completamente dentro de mí y me cabalgó tan enfermo como antes, sin detenerse, sin dejar que respirar. Entraba y salía hasta que ambos llegamos al orgasmo en un grito atroz que nos rompió en dos.

    Esta vez Liam cayó a mi lado, boca arriba. Trató de recuperarse y una vez se encontró en sus cabales, se incorporó para levantarse. Completamente desnudo se paseó por la habitación hasta entrar al baño, dándome otra visión de infarto e inflamando un poco mi dolorido sexo. Salió con una toalla pequeña en las manos y antes de que le dijera nada, él mismo me limpió con cuidado.

    Me quejé al sentir el frescor, pero agradecí que remojara esa tela en agua fría. Después la tiró encima de la mesa que acompañaba la cama y cogió la sabana para taparnos a ambos. Cuando se aseguró de que esa tela nos cubría completamente se tumbó cara mí y comenzó acariciarme una mecha de pelo que se repartía por la almohada.

  – ¿Por qué te casas con Ivan? –preguntó de repente. Me giré y lo miré–. Sé que por dinero no es, al tarugo, debo reconocer que no le va mal económicamente, y tu familia es una de las más potenciales y ricas. Así que le dinero no es el motivo.

  –Sabes mucho de mi dinero.

    Solté un bostezo y Liam miró fijamente el movimiento de mis labios.

  Google, es una fuente de información muy amplia si quieres saber algo.

  –Odio las redes sociales –murmuré más para mí misma pasándome la mano por la cara.

  –Bueno, a mí tampoco me gustan mucho. Pero dime; sí tu familia es una de las más prosperas en el país, ¿por qué te casas con ese tío?

  –Porque así lo decidieron nuestras familias cuando él tenía once años y yo siete.

    La cara de poquer de Liam lo decía todo. Para él, al igual que para cualquier persona que se le mencionaba esa clase de matrimonios era como hablarles en un idioma que no comprendían.

  –Entiendo. –Mentira. No entendía una mierda, pero me daba igual, estaba agotada, lo único que quería es que terminara con esta conversación y me dejara dormir–. Un matrimonio concertado. ¿Por qué? –insistió–. ¿Le debéis un favor a la familia Toscana, u os lo debe ella a vosotros? ¿Tal vez es la forma de firmar una tregua en una guerra familiar antigua? ¿O es que quieren una unión financiera que se llevará a cabo después de vuestras nupcias?

  –No.

  –No, ¿a qué? –Bufó.

  –No a todo –contesté con un bostezo y cerré los ojos.

  –No, morena, no te duermas. –Liam me sacudió un poco y al ver que no obedecía, deslizó su mano dentro de la sabana y la metió entre mis piernas. Nada más sentí sus dedos en mis labios vaginales, gemí de dolor y presioné las piernas juntándolas…Eso fue mucho peor. Gruñí de nuevo.

  –Liam…

  –Dime cual es el motivo real de tu matrimonio.

    Lo miré directamente a los ojos mostrándole lo furiosa y magullada que estaba, él insistió y comenzó acariciar mi clítoris. Me removí inquieta, sintiendo como el dolor se mezclaba con el maldito placer.

  –Basta, por favor –rogué.

  –Dímelo –ordenó con su típica voz autoritaria.

  –Por la tradición familiar. Desciendo de un linaje antiguo Romaní, y mi madre quería continuar con esa tradición.

    Liam frenó las caricias pero no quitó la mano, luego me miró incrédulo.

  – ¿Me estás diciendo que lo que te obliga a casarte con ese payaso es un estilo de vida? Y una mierda. –Sus dedos se presionaron y las caricias aumentaron en una tortura tan horrible como ardiente. Comencé a quejarme y no sabía si era de dolor o de placer.

  –Liam, te lo ruego, déjalo ya…no…no…no puedo más.

  –Pues tenemos un problema –indicó contra mi oreja de una forma pasmosa y ronca–. Yo la tengo otra vez dura, así que dime la verdad… o juro que esta vez te la meteré hasta al fondo, con violencia y no me detendré hasta que no gastemos todos los condones que he traído.

  –Te he dicho la verdad.

    La lástima se leía en mi voz, pero ese salido mental no tuvo piedad de mí, y lo peor es que, aunque intentara menarme, no tenía fuerzas ni para quitar esa mano de mi cuerpo.

  –Morena… estoy pensando en follarte esta vez por detrás. Tengo la fantasía de tu culo todavía en la mente…

  – ¡Maldito maniaco sexual degenerado! Te estoy diciendo la verdad…

    Grité tras recibir la descarga de un pellizco.

  –Pues añade otros tres polvos más al día de hoy.

    Antes de que llegara a quejarme, arrancó la sabana de mi cuerpo y se montó encima de mí. Me abrió las piernas con dos golpes de sus rodillas y se colocó en posición, preparado para el ataque. Y era cierto, esa bestia estaba tan dura y tiesa como una piedra.

    Mierda.

  –Te lo prometo, te digo la verdad –insistí, implorando con la vista nublada y sin aliento al notar la punta ya preparada en mi entrada, y lo peor de todo es que yo también estaba lista para recibirlo. Liam había hecho un buen trabajo con sus dedos.

  – ¿Y porque no anulas ese matrimonio?

  –Por qué no puedo. – ¿Estaba lloriqueando?

  – ¿No puedes, o no quieres? –farfulló con desdén.

  –Sería una deshonra para ambas familias, no es tan fácil como crees.

    Su pene insistió en entrar en mí, arrastré mi cuerpo para negar esa invasión y ese movimiento provocó que la mandíbula de él se tensara.

  –No puede ser tan difícil, hay algo más.

  –Te estoy diciendo la verdad.

    Se quedó quieto, con los brazos tensos a cada lado de mi cuerpo. Mis manos, de algún modo habían llegado a su pecho, y los dedos se enroscaba de una forma que mis uñas estaban clavadas a su piel.

  – ¿Y porque acabas de follar conmigo, y no lo has hecho antes con él? –preguntó entre dientes con el rostro deforme por soportar el control de su cuerpo.

  – ¡Porque él no me quiere!

    Cerré la boca abruptamente tras mi feroz grito.

    Sí Liam no era muy tonto -cosa que dudaba- me acaba de delatar ante él expresando mis sentimientos en voz alta. No obstante, o era un mago increíble tapando sus sentimientos o sus opiniones ante esa declaración le daban exactamente igual porque su rostro permaneció pasivo, completamente vacío. Al menos conseguí relajarme, al fin y al cabo, me importaba una mierda lo que él pensara.

    Me iba a casar con Ivan, con él simplemente acaba de echar un polvo, bestial e inolvidable, pero nada más. Liam no significaba nada para mí.

  –Ves que fácil habría sido comenzar por ahí.

    Sonrió de una forma espeluznante, luego se quitó de encima, cogió las sabanas para volver a taparnos y se tiró en la cama justo a mí lado.

  –Tus padres firmaron un contrato legal cuando tú ni siquiera podías oponerte a nada, –reanudó, explicando. Me giré sobre la almohada y lo miré. Con un brazo sobre su estómago desnudo y otro bajo su cabeza miraba el techo con un rostro frío y completamente astuto–, el problema es que cuando decidiste poner fin a esas cadenas, lo conociste y te encantó que halagara cada parte de ti–, que ironía, no podía estar más equivocado en eso–, te dejó tan deslumbrada y babeando, que terminaste enamorándote de ese idiota que no te merece. Es más, eres demasiado para él.

  –Estás muy equivocado en tu versión de los hechos y…

  –Morena –interrumpió pronunciando ese apelativo con cinismo–, no me importa, es tu vida y no me implicaré mientras me dediques unos días a mí.

    Me hirvió la sangre.

  –No pienso darte más –farfullé rabiosa.

  –Sí que lo harás, porque ahora que sé lo que le hace tu cuerpo al mío, no pienso dejarte en paz. –Liam se giró y me miró, sus ojos habían adoptado la oscuridad de una noche sin estrellas y llena de nueves grises–. Ni en tus sueños.

    Me estremecí al escuchar el tono salvaje de su voz.

  –No busco un amante.

  –Y lo has encontrado.

  –Menuda suerte entonces –dije con un débil sarcasmo–. Mi amante es tan frágil que se corre antes que yo y…

  –Sshuu –siseó al tiempo que posaba dos dedos en mi boca y se cernía sobre mi cuerpo con gesto intimidante. Me miró directamente a los ojos y su penetrante ira me caló hasta los huesos–, morena, aún sigo caliente, no hagas que me arrepienta de perdonarte esta vez–, su voz y su aspecto se asemejaba completamente al del mismísimo demonio–, porque si esa boquita tuya vuelve a mencionar otra queja, otra pulla de las tuyas o un simple gesto ofensivo, te montaré como a una yegua hasta que me ardan los huevos.

    Tentador, muy tentador...

    Inmediatamente recordé los tres condones que quedaban encima de la mesa sumado con las dolorosas punzadas que recibía cada quince segundos en la entre pierna, me quité la idea de la cabeza y decidí que por hoy, mi acoso verbal podía irse al garete un rato.

  – ¿Puedes quitarte de encima? –Habría deseado que saliera de mis labios con la fuerza de una orden, pero salió con la penosa respuesta de una súplica.

    Para mi sorpresa, algo alucinante, Liam me dio un beso en la frente y se tumbó de nuevo a mi lado, solo que esta vez, me llevó con él y me apoyó a su pecho, hasta, como si fuera una muñeca, tomó mi mano y la dejó encima del latido de su corazón, único.

  –Cierra los ojos y duerme –murmuró a forma de orden–. Yo cuidaré de ti.

    ¿Pero qué…?

    Inexplicablemente y tras escuchar el leve sonido de una campanilla, los párpados me pesaron una tonelada. Mi cuerpo se relajó y me sentí completamente resguardada de todo entre sus brazos, protegida…Y me dormí sin más.

 

 

 

 

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