Durante unos segundos, que se me hicieron
eternos, sentí la necesidad de girarme para ver que le impedía subirme la
cremallera, no obstante, no lo hice, me mantuve quieta hasta que escuché el
sonido de su voz y todo adquirió un extraño ambiente.
–No…
Esa palabra fue soltada como un suspiro y
el aliento que salió de su boca chocó contra mi nuca haciendo que todos los
pelillos de esa zona se erizaran como si hubiese recibido una descarga
eléctrica.
–Siempre me he imaginado que ese aroma a
jazmín era del perfume que usabas, pero no, me he equivocado. Esa deliciosa
fragancia es tuya, desprende de ti y reconocer eso… Lo hace todo mucho más
difícil.
– ¿A qué te refieres? ¿Qué se ha vuelto
difícil?
La última pregunta casi no salió de mis
labios y las últimas silabas fueron roncas y en un grito sordo que lo produjo
mi pecho cuando él, posó su mano en el centro de mi espalda desnuda. El calor
que sentí casi me mató y cada uno de mis síntomas se multiplicó.
–Que me gusta –susurró sin voz.
Ese sonido era maravilloso, nunca lo había
escuchado en él y cada timbre, cada fuerza nacía de su contacto en un temblor y
se mezclaba por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi estómago.
Cerré los ojos y me centré en tratar sobre
todo de mantener la calma y no desmayarme. Tragué saliva pero fue un error, me
atraganté con ella y todo por culpa de él.
Ivan había traspasado el límite de
separación, se había apegado a mí, notaba su torso desnudo contra mi espalda y
las rodillas me fallaron, no obstante, como pude mantuve el equilibrio. La mano
que había estado en la espalda ahora estaba en mi brazo y subía rozando con la
yema de sus dedos todo el largo hasta llegar al cuello, la otra había subido
hasta mi nuca, al paso, retiró mi cabello a un lado para dejarlo por encima de
mi hombro, justo por delante de mí.
–La cremallera –le pedí tontamente pero ese
hombre no me escuchó y la voz interna de mi cabeza me pidió que me callara
soltando gritos locos y descontrolados.
–Gaela –pronunció mi nombre con fuerza, con
ansiedad–, hoy he visto algo que no me ha gustado–. Sentí su nariz y sus labios
nadar por mi cuello, pero sin tocarme.
– ¿El qué?–conseguí decir de puro milagro.
En un pasado una confesión así debería de
haberme puesto las hormonas en fila recta, pero había algo, algo en su voz que
me debilitaba y me calmaba, como una especie de tranquilizante, con lo cual, no
me preocupé mucho de ese comentario.
–He visto muchas miradas posarse en ti con
lascivia, con envidia, miradas que me han causado orgullo de saber que les
gustaba mi trofeo–, eso no me gustó nada, esa palabra la odie desde el primer
día que la escuché de su boca, sin embargo, como estaba agilipollada, no pude
decir nada–, pero hoy, por primera vez, una mirada ha conseguido ponerme
nervioso.
Me tensé completamente. Sabia de quien
hablaba.
–Sabes a quien me refiero –afirmó en el mismo
nivel, sólo que percibí un tono salvaje en su voz.
–No –dije.
Deseé
que saliera de mis labios con más convicción pero ese cuerpo, ese tacto y ese
cálido aliento cayendo sobre mí se produjeron en mi contra y mis palabras no
sonaron tan realistas como me hubiese gustado.
–No me mientas, Gaela, no voy a ser tolerante
contigo. Nunca.
Me removí inquieta entre sus brazos, un
poco nerviosa pero las manos de Ivan apresaron con rapidez mis brazos y mi
cuerpo directamente chocó contra su pecho. La tensión vivida anteriormente se
convirtió en una completamente diferente.
– ¿Qué quieres? –pregunté en un hilo de voz.
–De ti, la verdad –murmuró entre dientes. Si
ladeaba mi cabeza me chocaría seguro con su mandíbula–. ¿Estabas en el baño
cuando no te encontré antes?
Aguanté la respiración y conté hasta diez
antes de volver hablar.
– ¿Dónde iba a estar? –pregunté a la
defensiva.
Mal asunto.
La presión que ejercían esas manos sobre mí
se aumentó y un momento después, Ivan me dio la vuelta en un movimiento
violento y me puso cara él. Lo primero que vieron mis ojos fue ese delicioso
torso desnudo y de nuevo, sólo que más intenso porque esta vez tuve que
añadirle su aroma, se disparó la locura por cada célula de mi piel, comenzando
con el temblor, la respiración, el calor y terminando con el terrible y
ardiente calor.
Presioné los labios con fuerza para
controlar la lengua. Sentía el impulso descontrolado de lamer esa carne, esa
endurecida carne para saber si su sabor podía resultar tan delicioso como su
aroma… Seguro que sería mejor…
Grité mentalmente, controlando cada
impulso, cada tentación y cada sensación.
Sube
la mirada, mirar esos músculos puede resultar tan peligroso como terminar esta
noche en la cárcel.
–Quiero besarte –dijo de repente y sin
ninguna explicación.
Eso sí que me hizo subir la mirada con
rapidez.
El gris plata, puro líquido derretido y
brillante no me miraba a mí, observaba atentamente mis labios.
– ¿Me pides permiso?
–Sí –respondió con sinceridad y cortándome el
aliento.
–Te avisé de lo que sucedería si tu boca
tocaba la mía.
Inconscientemente me lamí los labios,
sentía la boca tan húmeda que tenía la sensación de que la baba se me caía,
pero sólo era eso, una ilusión de lo muy motivada y francamente mojada que me
sentía de pronto, al ver cada rasgo de su cara. Sus pupilas se dilataron y las
manos que estaban apoyadas en mis brazos subieron hacia arriba, muy lentamente
hasta frenarse en mis mejillas, los dedos largos se abrieron y rozaron la zona
interna y sensible de mi oreja. Me estremecí sin piedad.
–Lo sé –murmuró sin fuerza en la voz.
– ¿Y aun así, vas a arriesgarte?
–Me parece que sí. –Su aliento cálido cayó
sobre mí y mis labios se hincharon.
Me parecía irracional como había cambiado
todo. Su comportamiento sufría una transformación y cada gesto de su rostro
vivía la misma sensación.
– ¿Que te ha pasado?
–Si no quieres… Estás a tiempo de darme un
empujón y alejarte de mí. Puedes impedirlo.
– ¿Y si no lo hago? –pregunté levemente al
tiempo que levantaba mis brazos y apoyaba mis manos en sus bíceps.
Al sentir su piel desnuda, su cálido
músculo tensarse bajo mi contacto, sentí la necesidad de presionar, de notarlo
con intensidad y estrujé mis dedos contra su carne, deseando arrancarle la
piel, a cambio, el cuerpo que tocaba se tensó después de temblar ligeramente.
–Te besaré y correré el riesgo de recibir ese
golpe en las pelotas. No obstante… Inténtalo y déjame besarte, déjame qué por
una vez, disfrute de tus labios sin nada que me lo impida.
Suspiré al escuchar ese timbre
completamente ronco en su voz. Ivan siempre tenía lo que quería, era un artista
en ese tema y ahora sabía que buen actor era porque ahora mismo parecía desearme
de una forma desesperada y yo, me lo creía, me creía que verdaderamente
necesitara mis labios.
–Nunca has tenido nada que te lo impida,
nunca te he plantado una barrera para impedirte hacer lo que te diera la gana
–pronuncié en murmullos–. Siempre has hecho conmigo lo que has querido–. Mi voz
perdía la poca voluntad que le quedaba a todo mi cuerpo.
Es tarde… Deja de fingir.
–Aunque no te lo creas, contigo las cosas
siempre son complicadas y las barreras, por muy trasparentes que sean, siempre
están ahí, presentes entre los dos. –No sé en qué momento se había acercado
tanto a mí, pero ya sentía el roce de su nariz contra la mía y mis fuerzas
comenzaban a flaquear, caía lentamente y sin remedio hacia él–. Deja de
pisotearme y por una vez, dame algo que no tenga que implorar.
Hazlo.
Susurré mentalmente porque ni para eso
tenía fuerzas. Pero algo tuve que pronunciar porque sus ojos por fin se alzaron
y se chocaron con los míos, y el brillo que anteriormente había gobernado todo
su color aumentó por toda su pupila, hasta en su rostro, en cada uno de sus
gestos percibí el brillo que macaba unas facciones que ahora eran tan
descaradas como las de un animal levantando el mentón ante una victoria, encima
de una roca y con su presa bajo sus patas.
No me
envió ninguna señal de las que decían que lo iba hacer, no hubo nada, tan sólo
los alientos chocando, el cálido aire de su boca cayendo por las comisuras de
mis labios y desparramándose por mis mejillas, y finalmente, lo mejor, el toque
de sus labios contra los míos.
Ivan simplemente se lanzó.
Al principio fue un choque, pero después,
el descontrol, tras un sonido ronco que salió de su garganta y rebotó por todo
mi cuerpo, se volvió repentinamente algo completamente inesperado.
La palabra beso no describía lo que ese
hombre le estaba haciendo a mi boca. Era demasiado insulsa para expresar el
movimiento posesivo y carnal de boca, dientes, lengua reptante y aliento.
Indicaba intimidad y necesidad, hasta su mismo cuerpo se pegó con fuerza al mío
y las manos que enjaulaban mi rostro, presionaron con fuerza para que no me
escapara.
Todo vibraba por mi cuerpo en una pasión
apenas incontrolada, tanto que, descendí mis manos de sus brazos para abajo y
de ese modo pude tocar más trozo de piel, y de la nada me vi introduciendo mis
bazos entre los dos para poder deslizar mis dedos en ese torso.
Dios, él era cálido, delicioso y muy suave,
cada músculo que parecía endurecido, a mi tacto estaba blando y marcado.
Tremendamente…excitante.
Hubo dos sonidos fuertes y desgarradores,
dos gruñidos y uno supe que era mío, el otro, más animal, era masculino, sólo
que ese sonido bestial, jamás lo había escuchado en él. Ivan parecía
descontrolado, su lengua arremetía sin piedad, explorando a la vez que jugaba
conmigo en una guerra de posesión y victoria absoluta.
De pronto, perdí el equilibrio y tardé unos
segundos en comprobar que eso se debía a que el beso se había terminado.
–Mierda –se quejó sin aliento–. Ese debe de
ser Ted–. Por lo visto el timbre de casa sonó y ni siquiera ese sonido pude
escucharlo de lo perdida que estaba–. Maldita sea –farfulló agitando la cabeza,
dejando que su cabello se meciera con el sonido–. No me acordaba.
Eché un vistazo a través de la nube de
pasión que me emborronaba la vista al cuerpo de Ivan que se movía por toda la
habitación.
Él parecía más recuperado, o al menos en
parte, porque se movía por la habitación como loco, buscando algo que no
encontraba, sin embargo yo, me encontraba alterada y con las constantes vitales
pasando lentamente por mil sintonías diferentes.
Estaba apoyada, como podía, en el cristal
con los bazos en plena tensión, centrando un registro de mis niveles de oxígeno
para dejar que el aire comenzara a entrar por mi boca con normalidad.
–Termina de vestirte. Te esperaré en el salón
–me pidió, con gesto agitado y mirándome apenas unos segundos, luego, se marchó
con la corbata en la mano y la camisa roja desabrochada.
Menéate.
Obedecí la orden estrepitosa de mi cabeza y
fui directa a la cama para sentarme y terminar de arreglarme.
Los zapatos, unos cómodos pee toe en color plata con piedras a los
lados me levantó un palmo, eran bonitos y elegantes pero decidí quitármelos y
volver a ponerme mis salones rojos. Eran mi amuleto y temía dejarlos en
cualquier lado que no fuera el zapatero de casa. Me planté una coleta alta y
tras dar el visto bueno en el espejo, salí fuera.
Me los encontré en el salón, sentados en
una esquina de lo que suponía que era el sofá -continuaba etiquetándolo de cama
doble a medida, eso era gigante-, susurrando con la cabeza baja como si
compartieran un secreto.
Ivan que estaba cara mí, nada más me vio se
levantó y cortó inmediatamente la conversación que tenían. Ted fue el siguiente
y me dedicó una mirada de esas que te miden, te pesan y te sacan las tallas de
todo el cuerpo.
Cerdo,
pensé a la vez que ampliaba los labios en la sonrisa más falsa que podía haber
nacido de mí.
–Gaela, encantado de volver a verte
–pronunció en un ronroneo descarado que me produjo una mueca que por suerte,
pude camuflar bien.
Lo conocí por primera vez en la fiesta que
organizaba la familia Toscana para legalizar el contrato matrimonial entre Ivan
y yo, fue el mismo Ivan quien me lo presentó y aunque ese día fui presentada a
muchísimas personas, como si fuera una obra de arte que habían vendido a un
buenísimo precio, ya que su comprador me mostraba como un trofeo, la cara de
Ted no se me había quitado de la cabeza, y no se trataba de su físico
especialmente, aunque el chico no estaba tan mal.
Con un metro ochenta y cuatro, atlético,
unos ojos castaños oscuros con largas pestañas y unos carnosos labios donde se
veía claramente una cicatriz en el labio inferior que provocaba en él una
sensación de chico malo.
No, su físico no había causado grandes
estragos en mi cabeza, todo se debía a que el muy imbécil, trató de ligar
conmigo con insistencia, como si Ivan me fuera a compartir con él, llegando
incluso a intimidarme, y cuando lo rechacé con un fuerte empujón, él fue uno de
los que me comunicó de que pie cojeaba Ivan, cosa que me marcó. En ese momento,
ofendida lo había enviado a la mierda y amenazado, y ahora, aunque lo creía,
continuaba sintiendo el mismo deseo de enviarlo a la mierda, pero por mostrar
educación, ya que estaba de buen humor, avancé hacia él y levanté mi mano.
–Y yo. –Mentirosa.
Estrujé su mano y me coloqué al lado de
Ivan. Tanto Ted como él se dedicaron una mirada directa y en los labios de Ted,
apareció una extraña sonrisa que no comprendí pero en cierto modo me molestó.
Parecían que se comunicaran con la mente y el resultado de cada gesto, no me
gustó mucho.
–Hasta parecéis una pareja de verdad –se
atrevió a decir Ted, con una especie de mofa.
–Y tú, hasta pareces un hombre de verdad con
ese traje. ¿Te lo han prestado? –continué su juego, como siempre atacándonos
sin piedad.
Todo comenzaba así y terminaba bastante
mal.
–Vaya –exclamó con los ojos abiertos y dando
un paso hacia atrás al paso que dejaba los brazos abiertos suspendido en el
aire–. ¿Es que hoy no le has metido el nabo en la boca a tu preciosa novia?
Será…
Me ruboricé y me tensé chocando con la
mitad del cuerpo de Ivan contra mi espalda.
–Ted.
El aviso de Ivan me cosquilleó la oreja y
parte del hombro, pero en ese momento la pregunta ofensiva de Ted tenía mi
plena atención y mi subidón de mala hostia.
– ¿Y a ti hoy no te ha llegado el dinero para
poder metérsela por el culo a una de tus baratas novias, o es que, el club que
frecuentas te ha echado para que no escampes la gorronea?
A la yugular, no me corté ni un pelo.
Puede que hubiese perdido un poco control,
el cuerpo que se rozaba con mi hombro se tensó de sobresalto, como si alguien
detrás de él le pegara un fuerte golpe en la nuca. Noté la mirada de Ivan
quemarme la mejilla y aunque deseaba darme la vuelta para ver qué cara de horror
se dibujaba en su rostro, la cara de ira que tenía delante y que me miraba
ardiendo en ese instante, tenía toda mi atención.
Si miraba a Ivan corría el riesgo de perder
el hilo de la discusión y Ted me ganaría terreno.
–No, pero si me lo dejas a buen precio, tal
vez te deje hacerme un buen trabajo de limpieza con esa picarona boca…
– ¡Ted! –rugió Ivan de una forma salvaje.
Ted era lo que se podía considerar como un
hermano para Ivan. Él era su socio y aparte, su mejor amigo desde la infancia.
Los dos habían levantado la empresa y juntos habían conseguido no sólo que
funcionara sino que fuera de las más beneficiosas de la ciudad, hasta habían
conseguido un hueco en el extranjero y su lucha por continuar ampliándose era,
desde luego, increíble y un gran trabajo reconocido por aquellos que lo habían
visto crecer.
Pero en mi caso, Ted era un auténtico
gilipollas.
Había coincidido con él en dos o tres
ocasiones más, y en todas ellas su trato hacia mí había resultado ser; de
impertinente, una mosca molesta, hasta; obsceno, vulgar y asqueroso.
No me caía bien y ni me gustaba como
trataba a las mujeres con las que salía (cosa que era para alucinar), ni me
gustaba la chulería con la que iba por la vida, por eso, su juego de palabras
que para él comenzaron como una broma, ya que se creía con derechos de tratarme
como a una cualquiera por ser el gran amigo de Ivan, para mí había ido a más y
el respeto o la amistad, se habían ido a la mierda en el mismo momento que
había abierto la boca.
–Te agradecería que te controlaras, Ted.
Estás en mi casa –lo amenazó Ivan con la mandíbula tensa al tiempo que colocaba
una mano en mi espalda.
Ted me dedicó una mirada amenazante y
después, suavizando sus rasgos de una forma sorprendente, miró a Ivan.
–Lo siento Ivan. Es que…Tu novia tiene el don
de tirarme de la lengua –dijo en broma y guiñándome un ojo a mí.
Todo un ángel.
Siempre me había preguntado cuál de los
dos, si Ivan o yo, seria quien terminaría pegándole un puñetazo a Ted para
callar una de sus ofensas, pero por el aguante de Ivan, o la vieja amistad que
los unía, una parte de mi me decía que yo sería la persona que terminaría
reventándole la boca, porque Ivan, sí, lo callaba y lo amenazaba, pero nunca
había pasado de ese tope y no daba señales de que fuese a traspasarlo jamás.
Me moví a un lado para retirarme un poco de
ese cuerpo y del tacto en su espalda pero la mano de Ivan tomando mi brazo me
lo impidió. Me giré para mirarlo. Él clavó sus ojos en los míos e
inmediatamente noté la presión de sus dedos en mi espalda… Me estaba
acariciando.
–También va por ti, Gaela. Compórtate, por
favor –murmuró con suavidad al mismo tiempo que sus dedos bajaban en caricias
por toda mi espina dorsal hacia abajo. Y todo para que finalmente terminara
subiendo la cremallera del vestido.
Cosa que ni recordaba.
–Eso ha sonado a guarrería –señaló Ted, al
escuchar el eco que había producido el metal al entrelazarse.
Ambos nos giramos y lo miramos con
desprecio.
–Cállate Ted, y vámonos ya.
Ivan me dio un leve empujón para animarme a
caminar y fue a buscar las llaves, Ted y yo nos dirigimos a la salida, este abrió
la puerta como un caballero, pero todo fue un truco que ejecutó, aun escuchando
como se acercaba Ivan. Se arrimó en el preciso instante que pasé por su lado
para salir y me tiró un soplo de aire de su boca contra la oreja.
–Zorra –susurró.
Me frené y lo miré por encima de mi hombro.
–Ladilla –susurré a tiempo, antes de que Ivan
llegara a nuestro lado.
No hubo más contestaciones ni insultos, yo
me mantuve al margen mientras ellos hablaban, bueno, más bien era Ted quien
hablaba, describiendo físicamente su última conquista y lo mucho que le había
gustado la guía turística que recibió por su casa, probando cada mueble, cada
azulejo de la pared o cada mullido cojín.
Me mantuve al margen pero no pude evitar
bufar en algún que otro comentario e imaginarme la cruda realidad, si no
estuviera encerrada con ellos, Ivan también estaría contando sus batallas.
Cerré los ojos y me centré en mantener la
mente en blanco para alejar lo máximo posible mis pensamientos nefastos y
recordando únicamente lo sucedido en la habitación, cosa que me gustaba más y
algo tenía que significar.
Porque algo bueno había sucedido entre Ivan
y yo, y todo gracias a Liam…
Mierda.
Recordarlo a él, fue peor, tanto que, hasta
las piernas me temblaron y sentí un ligero temblor en mi ingle. Me apoyé en la
barandilla del ascensor y solté impulsivamente la respiración.
Finalmente abrí los ojos y terminé
escuchando la larga lista de tonterías que salían de la boca de Ted.
Mejor eso que pensar en un hombre que no
volvería a ver y cuyo recuerdos me producían un terrible problema mental.
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