Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 16


    Durante unos segundos, que se me hicieron eternos, sentí la necesidad de girarme para ver que le impedía subirme la cremallera, no obstante, no lo hice, me mantuve quieta hasta que escuché el sonido de su voz y todo adquirió un extraño ambiente.

  –No…

    Esa palabra fue soltada como un suspiro y el aliento que salió de su boca chocó contra mi nuca haciendo que todos los pelillos de esa zona se erizaran como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

  –Siempre me he imaginado que ese aroma a jazmín era del perfume que usabas, pero no, me he equivocado. Esa deliciosa fragancia es tuya, desprende de ti y reconocer eso… Lo hace todo mucho más difícil.

  – ¿A qué te refieres? ¿Qué se ha vuelto difícil?

    La última pregunta casi no salió de mis labios y las últimas silabas fueron roncas y en un grito sordo que lo produjo mi pecho cuando él, posó su mano en el centro de mi espalda desnuda. El calor que sentí casi me mató y cada uno de mis síntomas se multiplicó.

  –Que me gusta –susurró sin voz.

    Ese sonido era maravilloso, nunca lo había escuchado en él y cada timbre, cada fuerza nacía de su contacto en un temblor y se mezclaba por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi estómago.

    Cerré los ojos y me centré en tratar sobre todo de mantener la calma y no desmayarme. Tragué saliva pero fue un error, me atraganté con ella y todo por culpa de él.

    Ivan había traspasado el límite de separación, se había apegado a mí, notaba su torso desnudo contra mi espalda y las rodillas me fallaron, no obstante, como pude mantuve el equilibrio. La mano que había estado en la espalda ahora estaba en mi brazo y subía rozando con la yema de sus dedos todo el largo hasta llegar al cuello, la otra había subido hasta mi nuca, al paso, retiró mi cabello a un lado para dejarlo por encima de mi hombro, justo por delante de mí.

  –La cremallera –le pedí tontamente pero ese hombre no me escuchó y la voz interna de mi cabeza me pidió que me callara soltando gritos locos y descontrolados.

  –Gaela –pronunció mi nombre con fuerza, con ansiedad–, hoy he visto algo que no me ha gustado–. Sentí su nariz y sus labios nadar por mi cuello, pero sin tocarme.

  – ¿El qué?–conseguí decir de puro milagro.

    En un pasado una confesión así debería de haberme puesto las hormonas en fila recta, pero había algo, algo en su voz que me debilitaba y me calmaba, como una especie de tranquilizante, con lo cual, no me preocupé mucho de ese comentario.

  –He visto muchas miradas posarse en ti con lascivia, con envidia, miradas que me han causado orgullo de saber que les gustaba mi trofeo–, eso no me gustó nada, esa palabra la odie desde el primer día que la escuché de su boca, sin embargo, como estaba agilipollada, no pude decir nada–, pero hoy, por primera vez, una mirada ha conseguido ponerme nervioso.

    Me tensé completamente. Sabia de quien hablaba.

  –Sabes a quien me refiero –afirmó en el mismo nivel, sólo que percibí un tono salvaje en su voz.

  –No –dije.

    Deseé que saliera de mis labios con más convicción pero ese cuerpo, ese tacto y ese cálido aliento cayendo sobre mí se produjeron en mi contra y mis palabras no sonaron tan realistas como me hubiese gustado.

  –No me mientas, Gaela, no voy a ser tolerante contigo. Nunca.

    Me removí inquieta entre sus brazos, un poco nerviosa pero las manos de Ivan apresaron con rapidez mis brazos y mi cuerpo directamente chocó contra su pecho. La tensión vivida anteriormente se convirtió en una completamente diferente.

  – ¿Qué quieres? –pregunté en un hilo de voz.

  –De ti, la verdad –murmuró entre dientes. Si ladeaba mi cabeza me chocaría seguro con su mandíbula–. ¿Estabas en el baño cuando no te encontré antes?

    Aguanté la respiración y conté hasta diez antes de volver hablar.

  – ¿Dónde iba a estar? –pregunté a la defensiva.

    Mal asunto.

    La presión que ejercían esas manos sobre mí se aumentó y un momento después, Ivan me dio la vuelta en un movimiento violento y me puso cara él. Lo primero que vieron mis ojos fue ese delicioso torso desnudo y de nuevo, sólo que más intenso porque esta vez tuve que añadirle su aroma, se disparó la locura por cada célula de mi piel, comenzando con el temblor, la respiración, el calor y terminando con el terrible y ardiente calor.

    Presioné los labios con fuerza para controlar la lengua. Sentía el impulso descontrolado de lamer esa carne, esa endurecida carne para saber si su sabor podía resultar tan delicioso como su aroma… Seguro que sería mejor…

    Grité mentalmente, controlando cada impulso, cada tentación y cada sensación.

    Sube la mirada, mirar esos músculos puede resultar tan peligroso como terminar esta noche en la cárcel.  

  –Quiero besarte –dijo de repente y sin ninguna explicación.

    Eso sí que me hizo subir la mirada con rapidez.

    El gris plata, puro líquido derretido y brillante no me miraba a mí, observaba atentamente mis labios. 

  – ¿Me pides permiso?

  –Sí –respondió con sinceridad y cortándome el aliento.

  –Te avisé de lo que sucedería si tu boca tocaba la mía.

    Inconscientemente me lamí los labios, sentía la boca tan húmeda que tenía la sensación de que la baba se me caía, pero sólo era eso, una ilusión de lo muy motivada y francamente mojada que me sentía de pronto, al ver cada rasgo de su cara. Sus pupilas se dilataron y las manos que estaban apoyadas en mis brazos subieron hacia arriba, muy lentamente hasta frenarse en mis mejillas, los dedos largos se abrieron y rozaron la zona interna y sensible de mi oreja. Me estremecí sin piedad.

  –Lo sé –murmuró sin fuerza en la voz.

  – ¿Y aun así, vas a arriesgarte?

  –Me parece que sí. –Su aliento cálido cayó sobre mí y mis labios se hincharon.

    Me parecía irracional como había cambiado todo. Su comportamiento sufría una transformación y cada gesto de su rostro vivía la misma sensación.

  – ¿Que te ha pasado?

  –Si no quieres… Estás a tiempo de darme un empujón y alejarte de mí. Puedes impedirlo.

  – ¿Y si no lo hago? –pregunté levemente al tiempo que levantaba mis brazos y apoyaba mis manos en sus bíceps.

    Al sentir su piel desnuda, su cálido músculo tensarse bajo mi contacto, sentí la necesidad de presionar, de notarlo con intensidad y estrujé mis dedos contra su carne, deseando arrancarle la piel, a cambio, el cuerpo que tocaba se tensó después de temblar ligeramente.

  –Te besaré y correré el riesgo de recibir ese golpe en las pelotas. No obstante… Inténtalo y déjame besarte, déjame qué por una vez, disfrute de tus labios sin nada que me lo impida.

    Suspiré al escuchar ese timbre completamente ronco en su voz. Ivan siempre tenía lo que quería, era un artista en ese tema y ahora sabía que buen actor era porque ahora mismo parecía desearme de una forma desesperada y yo, me lo creía, me creía que verdaderamente necesitara mis labios.

  –Nunca has tenido nada que te lo impida, nunca te he plantado una barrera para impedirte hacer lo que te diera la gana –pronuncié en murmullos–. Siempre has hecho conmigo lo que has querido–. Mi voz perdía la poca voluntad que le quedaba a todo mi cuerpo.

    Es tarde… Deja de fingir.                 

  –Aunque no te lo creas, contigo las cosas siempre son complicadas y las barreras, por muy trasparentes que sean, siempre están ahí, presentes entre los dos. –No sé en qué momento se había acercado tanto a mí, pero ya sentía el roce de su nariz contra la mía y mis fuerzas comenzaban a flaquear, caía lentamente y sin remedio hacia él–. Deja de pisotearme y por una vez, dame algo que no tenga que implorar.

    Hazlo.

    Susurré mentalmente porque ni para eso tenía fuerzas. Pero algo tuve que pronunciar porque sus ojos por fin se alzaron y se chocaron con los míos, y el brillo que anteriormente había gobernado todo su color aumentó por toda su pupila, hasta en su rostro, en cada uno de sus gestos percibí el brillo que macaba unas facciones que ahora eran tan descaradas como las de un animal levantando el mentón ante una victoria, encima de una roca y con su presa bajo sus patas.

    No me envió ninguna señal de las que decían que lo iba hacer, no hubo nada, tan sólo los alientos chocando, el cálido aire de su boca cayendo por las comisuras de mis labios y desparramándose por mis mejillas, y finalmente, lo mejor, el toque de sus labios contra los míos.

    Ivan simplemente se lanzó.

    Al principio fue un choque, pero después, el descontrol, tras un sonido ronco que salió de su garganta y rebotó por todo mi cuerpo, se volvió repentinamente algo completamente inesperado.

    La palabra beso no describía lo que ese hombre le estaba haciendo a mi boca. Era demasiado insulsa para expresar el movimiento posesivo y carnal de boca, dientes, lengua reptante y aliento. Indicaba intimidad y necesidad, hasta su mismo cuerpo se pegó con fuerza al mío y las manos que enjaulaban mi rostro, presionaron con fuerza para que no me escapara.

    Todo vibraba por mi cuerpo en una pasión apenas incontrolada, tanto que, descendí mis manos de sus brazos para abajo y de ese modo pude tocar más trozo de piel, y de la nada me vi introduciendo mis bazos entre los dos para poder deslizar mis dedos en ese torso.

   Dios, él era cálido, delicioso y muy suave, cada músculo que parecía endurecido, a mi tacto estaba blando y marcado.

    Tremendamente…excitante.

    Hubo dos sonidos fuertes y desgarradores, dos gruñidos y uno supe que era mío, el otro, más animal, era masculino, sólo que ese sonido bestial, jamás lo había escuchado en él. Ivan parecía descontrolado, su lengua arremetía sin piedad, explorando a la vez que jugaba conmigo en una guerra de posesión y victoria absoluta.

    De pronto, perdí el equilibrio y tardé unos segundos en comprobar que eso se debía a que el beso se había terminado.

  –Mierda –se quejó sin aliento–. Ese debe de ser Ted–. Por lo visto el timbre de casa sonó y ni siquiera ese sonido pude escucharlo de lo perdida que estaba–. Maldita sea –farfulló agitando la cabeza, dejando que su cabello se meciera con el sonido–. No me acordaba.

    Eché un vistazo a través de la nube de pasión que me emborronaba la vista al cuerpo de Ivan que se movía por toda la habitación.

    Él parecía más recuperado, o al menos en parte, porque se movía por la habitación como loco, buscando algo que no encontraba, sin embargo yo, me encontraba alterada y con las constantes vitales pasando lentamente por mil sintonías diferentes.

    Estaba apoyada, como podía, en el cristal con los bazos en plena tensión, centrando un registro de mis niveles de oxígeno para dejar que el aire comenzara a entrar por mi boca con normalidad.

  –Termina de vestirte. Te esperaré en el salón –me pidió, con gesto agitado y mirándome apenas unos segundos, luego, se marchó con la corbata en la mano y la camisa roja desabrochada.

    Menéate.

    Obedecí la orden estrepitosa de mi cabeza y fui directa a la cama para sentarme y terminar de arreglarme.

    Los zapatos, unos cómodos pee toe en color plata con piedras a los lados me levantó un palmo, eran bonitos y elegantes pero decidí quitármelos y volver a ponerme mis salones rojos. Eran mi amuleto y temía dejarlos en cualquier lado que no fuera el zapatero de casa. Me planté una coleta alta y tras dar el visto bueno en el espejo, salí fuera.

    Me los encontré en el salón, sentados en una esquina de lo que suponía que era el sofá -continuaba etiquetándolo de cama doble a medida, eso era gigante-, susurrando con la cabeza baja como si compartieran un secreto.

    Ivan que estaba cara mí, nada más me vio se levantó y cortó inmediatamente la conversación que tenían. Ted fue el siguiente y me dedicó una mirada de esas que te miden, te pesan y te sacan las tallas de todo el cuerpo.

    Cerdo, pensé a la vez que ampliaba los labios en la sonrisa más falsa que podía haber nacido de mí.

  –Gaela, encantado de volver a verte –pronunció en un ronroneo descarado que me produjo una mueca que por suerte, pude camuflar bien.

    Lo conocí por primera vez en la fiesta que organizaba la familia Toscana para legalizar el contrato matrimonial entre Ivan y yo, fue el mismo Ivan quien me lo presentó y aunque ese día fui presentada a muchísimas personas, como si fuera una obra de arte que habían vendido a un buenísimo precio, ya que su comprador me mostraba como un trofeo, la cara de Ted no se me había quitado de la cabeza, y no se trataba de su físico especialmente, aunque el chico no estaba tan mal.

    Con un metro ochenta y cuatro, atlético, unos ojos castaños oscuros con largas pestañas y unos carnosos labios donde se veía claramente una cicatriz en el labio inferior que provocaba en él una sensación de chico malo.

    No, su físico no había causado grandes estragos en mi cabeza, todo se debía a que el muy imbécil, trató de ligar conmigo con insistencia, como si Ivan me fuera a compartir con él, llegando incluso a intimidarme, y cuando lo rechacé con un fuerte empujón, él fue uno de los que me comunicó de que pie cojeaba Ivan, cosa que me marcó. En ese momento, ofendida lo había enviado a la mierda y amenazado, y ahora, aunque lo creía, continuaba sintiendo el mismo deseo de enviarlo a la mierda, pero por mostrar educación, ya que estaba de buen humor, avancé hacia él y levanté mi mano.

  –Y yo. –Mentirosa.

    Estrujé su mano y me coloqué al lado de Ivan. Tanto Ted como él se dedicaron una mirada directa y en los labios de Ted, apareció una extraña sonrisa que no comprendí pero en cierto modo me molestó. Parecían que se comunicaran con la mente y el resultado de cada gesto, no me gustó mucho.

  –Hasta parecéis una pareja de verdad –se atrevió a decir Ted, con una especie de mofa.

  –Y tú, hasta pareces un hombre de verdad con ese traje. ¿Te lo han prestado? –continué su juego, como siempre atacándonos sin piedad.

    Todo comenzaba así y terminaba bastante mal.

  –Vaya –exclamó con los ojos abiertos y dando un paso hacia atrás al paso que dejaba los brazos abiertos suspendido en el aire–. ¿Es que hoy no le has metido el nabo en la boca a tu preciosa novia?

    Será…

    Me ruboricé y me tensé chocando con la mitad del cuerpo de Ivan contra mi espalda.

  –Ted.

    El aviso de Ivan me cosquilleó la oreja y parte del hombro, pero en ese momento la pregunta ofensiva de Ted tenía mi plena atención y mi subidón de mala hostia.

  – ¿Y a ti hoy no te ha llegado el dinero para poder metérsela por el culo a una de tus baratas novias, o es que, el club que frecuentas te ha echado para que no escampes la gorronea?

    A la yugular, no me corté ni un pelo.

    Puede que hubiese perdido un poco control, el cuerpo que se rozaba con mi hombro se tensó de sobresalto, como si alguien detrás de él le pegara un fuerte golpe en la nuca. Noté la mirada de Ivan quemarme la mejilla y aunque deseaba darme la vuelta para ver qué cara de horror se dibujaba en su rostro, la cara de ira que tenía delante y que me miraba ardiendo en ese instante, tenía toda mi atención.

    Si miraba a Ivan corría el riesgo de perder el hilo de la discusión y Ted me ganaría terreno.

  –No, pero si me lo dejas a buen precio, tal vez te deje hacerme un buen trabajo de limpieza con esa picarona boca…

  – ¡Ted! –rugió Ivan de una forma salvaje.

    Ted era lo que se podía considerar como un hermano para Ivan. Él era su socio y aparte, su mejor amigo desde la infancia. Los dos habían levantado la empresa y juntos habían conseguido no sólo que funcionara sino que fuera de las más beneficiosas de la ciudad, hasta habían conseguido un hueco en el extranjero y su lucha por continuar ampliándose era, desde luego, increíble y un gran trabajo reconocido por aquellos que lo habían visto crecer.

    Pero en mi caso, Ted era un auténtico gilipollas.

    Había coincidido con él en dos o tres ocasiones más, y en todas ellas su trato hacia mí había resultado ser; de impertinente, una mosca molesta, hasta; obsceno, vulgar y asqueroso.

    No me caía bien y ni me gustaba como trataba a las mujeres con las que salía (cosa que era para alucinar), ni me gustaba la chulería con la que iba por la vida, por eso, su juego de palabras que para él comenzaron como una broma, ya que se creía con derechos de tratarme como a una cualquiera por ser el gran amigo de Ivan, para mí había ido a más y el respeto o la amistad, se habían ido a la mierda en el mismo momento que había abierto la boca.

  –Te agradecería que te controlaras, Ted. Estás en mi casa –lo amenazó Ivan con la mandíbula tensa al tiempo que colocaba una mano en mi espalda.

    Ted me dedicó una mirada amenazante y después, suavizando sus rasgos de una forma sorprendente, miró a Ivan.

  –Lo siento Ivan. Es que…Tu novia tiene el don de tirarme de la lengua –dijo en broma y guiñándome un ojo a mí.

    Todo un ángel.

    Siempre me había preguntado cuál de los dos, si Ivan o yo, seria quien terminaría pegándole un puñetazo a Ted para callar una de sus ofensas, pero por el aguante de Ivan, o la vieja amistad que los unía, una parte de mi me decía que yo sería la persona que terminaría reventándole la boca, porque Ivan, sí, lo callaba y lo amenazaba, pero nunca había pasado de ese tope y no daba señales de que fuese a traspasarlo jamás.

    Me moví a un lado para retirarme un poco de ese cuerpo y del tacto en su espalda pero la mano de Ivan tomando mi brazo me lo impidió. Me giré para mirarlo. Él clavó sus ojos en los míos e inmediatamente noté la presión de sus dedos en mi espalda… Me estaba acariciando.

  –También va por ti, Gaela. Compórtate, por favor –murmuró con suavidad al mismo tiempo que sus dedos bajaban en caricias por toda mi espina dorsal hacia abajo. Y todo para que finalmente terminara subiendo la cremallera del vestido.

    Cosa que ni recordaba.

  –Eso ha sonado a guarrería –señaló Ted, al escuchar el eco que había producido el metal al entrelazarse.

    Ambos nos giramos y lo miramos con desprecio.

  –Cállate Ted, y vámonos ya.

    Ivan me dio un leve empujón para animarme a caminar y fue a buscar las llaves, Ted y yo nos dirigimos a la salida, este abrió la puerta como un caballero, pero todo fue un truco que ejecutó, aun escuchando como se acercaba Ivan. Se arrimó en el preciso instante que pasé por su lado para salir y me tiró un soplo de aire de su boca contra la oreja.

  –Zorra –susurró.

    Me frené y lo miré por encima de mi hombro.

  –Ladilla –susurré a tiempo, antes de que Ivan llegara a nuestro lado.

    No hubo más contestaciones ni insultos, yo me mantuve al margen mientras ellos hablaban, bueno, más bien era Ted quien hablaba, describiendo físicamente su última conquista y lo mucho que le había gustado la guía turística que recibió por su casa, probando cada mueble, cada azulejo de la pared o cada mullido cojín.

    Me mantuve al margen pero no pude evitar bufar en algún que otro comentario e imaginarme la cruda realidad, si no estuviera encerrada con ellos, Ivan también estaría contando sus batallas.

    Cerré los ojos y me centré en mantener la mente en blanco para alejar lo máximo posible mis pensamientos nefastos y recordando únicamente lo sucedido en la habitación, cosa que me gustaba más y algo tenía que significar.

    Porque algo bueno había sucedido entre Ivan y yo, y todo gracias a Liam…

    Mierda.

    Recordarlo a él, fue peor, tanto que, hasta las piernas me temblaron y sentí un ligero temblor en mi ingle. Me apoyé en la barandilla del ascensor y solté impulsivamente la respiración.

    Finalmente abrí los ojos y terminé escuchando la larga lista de tonterías que salían de la boca de Ted.

    Mejor eso que pensar en un hombre que no volvería a ver y cuyo recuerdos me producían un terrible problema mental.

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