–No comprendo esta rutina. ¿Porque el
Béisbol? –dije, mientras me aguantaba la cabeza con las dos manos.
Nuestra tradición implicaba varios
compromisos y esta era una de esas rutinas que se escribían en la agenda con
permanente y que se repetía una vez al mes.
Todo comenzaba con un partido de béisbol
entre casados y solteros, después, una barbacoa en el barrio de Gina. Se
celebraba una especie de Festival dedicado a la juventud, algo loco y de ritmos
diferentes en todo lo largo de la calle y en una zona abierta que había más
arriba.
La tradición implicaba compromisos y ese,
era nuestro compromiso más fijo. Jugar, reír, comer, beber, bailar y… todos los
finales del día eran alternativos.
–Porque necesitamos, de vez en cuando, un
buffet libre de culos prietos –contestó Adriana, bajando sus gafas por el
puente de la nariz para que viera el guiño pícaro que me dedicaba.
– ¿Sólo por los pantalones y los traseros en
forma? –preguntó Gina, con sarcasmo y dirigiéndole una mirada graciosa.
–Está claro porque le gusta tanto el deporte
a Adri –me burlé sacándole la lengua.
–Míralos y alégrate la vista –aconsejó
dándome un golpe en el muslo–. Esos tíos usan los pantalones tan ceñidos que…
mmm, mira el nueve, se lo comería todo, hasta la coquilla.
Negué con la cabeza. La rubia se comportaba
de una manera que podía ser mal interpretada, en ese momento, mostrando la
dentadura delantera y lanzando mordiscos mientras, alargaba el cuello como si
fuera posible atrapar entre sus dientes, desde las gradas, donde solo estábamos
nosotras sentadas y tres parejas más, los culos a los que ella se refería.
–Te romperías los dientes –dijo Gina.
–Y otra cosa –insinuó Adriana, meneando sus
cejas de arriba abajo.
Le di un empujón, de forma corriente, como
un gesto de burla y ella me sacó la lengua. Un fuerte gritó llamó nuestra
atención y nos centramos en una de las jugadas que se originaban en ese momento
y el principal jugador, era Logan consiguiendo casi una carrera, sólo le faltó
una base. Igualmente nos levantamos y aplaudimos la jugada. Nuestro equipo iba
perdiendo y eso era lo mejor que habían conseguido los solteros.
– ¿Pero que les darán de comer?
Miré a Adri, y ella me miraba tan perpleja
como seguramente me había quedado yo. Esa pregunta me la esperaría más de la
salida de Adri que de la pelirroja.
–Supongo que carne, mucha carne –contesté con
doble intención.
Ahora era Gina la que me miraba alucinando,
pero que quería, me lo había puesto al alcance de las manos.
–Te has fijado que ¿el que menos chicha tiene
es Ete?
–Tus habilidades para desnudar a los hombres
fallan, Adri. Mi chico no está tan cachas como Logan y compañía, pero te
aseguro, –Gina sonrió con picardía y me guiñó un ojo antes de volver a dirigir
su mirada a Adriana–, que mi hombre tiene mucha carne; dura y traviesa.
Las tres saltamos en una enorme carcajada
–Cambiando de tema –cortó Gina, que fue la
primera en calmarse mientras, agitaba las manos–. ¿Os quedáis en casa a dormir?
–Como siempre –contestó Adriana dando un
trago a su bebida especial–. Tengo todos mis pensamientos fijos en no privarme
de nada hoy, y paso de coger el coche.
–Yo también –dije tomando el vaso que Adriana
me ofrecía–, pero cogeré el coche y lo aparcaré en tu casa–. Olí el contenido y
me entró una arcada. No sabía lo que era, pero era una bomba de las fuertes sin
condimentar con algo dulce. Dejé el vaso sin probar a mis pies–. Mañana tengo
comida familiar.
– ¿Mami o el Mohicano? –preguntó Gina. Ella
fue más lista y le echó a su vaso casi toda la lata de limón.
–Stefan, y no lo llames así, un día de estos
se me escapará delante de él, y las consecuencias por ese apelativo serian de
las malas, la peor.
– ¿Cuáles?
–Una noche en un calabozo.
Mi hermano, el padre de Victoria y el mayor
del rebaño de Olimpia, había pasado unos años en el servicio militar. Su
estrategia, en campo, había sido tan buena que retornó de esa jungla con una
condecoración al valor, y decidió terminar su carrera en una de las ramas más
legales que existía. Ahora era uno de los sargentos principales de su distrito,
pero el peón de nivel más bajo de su casa. A parte de Victoria y su mujer Zoe,
la casa estaba completamente gobernada por mujeres, ya que mi cuñada le había
dado dos niñas más.
Y ese era uno de los motivos por los que
acudía todos los domingos a casa de Stefan a comer sus típicas hamburguesas de
salsa secreta y a ver cómo, sus niñas lo toreaban a más no poder.
– ¿Tú hermano sería capaz? –preguntó Adriana
con voz juguetona.
Seguramente por su mente enferma estarían
pasando imágenes totalmente diferentes a la realidad.
– ¿De encerarme para hacerse respetar y que
todo el mundo viera, lo macho alfa que es en su casa? Sí.
–Que exagerada –Anunció Gina.
–Parece mentira que no lo conozcas –farfullé
robándole el vaso… No estaba mal, al menos el alcohol era un fondo muy
profundo.
–Te aseguro que no me importaría conocer… muy
bien, a tu hermano. –La voz de Adriana fue como el sonido de una mosca pasando
por delante de nuestros morros. Molesta y nada interesante.
–Lo que parece mentira es que; Stefan no se
lleve bien con tu madre, considerando lo iguales que son…–Gina se silenció y
abrió la boca. Ete había lanzado la bola casi fuera de la alambrada–. Ohhh.
Mira eso–, se levantó de su asiento y comenzó a dar palmadas y gritos–. Venga,
vamos –animó a Ete, quien corría como un maldito demonio pasando por encima de
cada base–. ¡Animo! –gritó a pleno pulmón. Ete estaba a punto de conseguir la
primera carrera del equipo.
Entusiasmada tanto Adriana como yo, nos
levantamos y comenzamos animar al campeón.
–Retiro lo dicho. Ete no está cachas pero
tiene unas piernas que debería asegurar de inmediato.
Don palillo consiguió la carrera perfecta,
tan bien lograda que hasta los compañeros salieron al campo para felicitarlo.
Sinceramente, desde que comenzó la temporada, era la mejor jugada que había
hecho el equipo de los solteros.
Parecía mentira viniendo de la nueva
generación, aunque, nosotras lo achacábamos al exceso de trasnochar y no nos
equivocábamos mucho, siempre que había un despistado en el centro a punto de
lanzar, pero de espaldas al bateador era de nuestro equipo, vale, era gracioso,
pero a la vez, muy penoso.
El partido se terminó y tras esperar una
media hora a que las mujeres (Ete y Logan) terminaran de ducharse y arreglarse,
nos dispusimos a coger los coches, Gina se vino conmigo y quedamos con el resto
en el Festival directamente.
Esto era de locos, la calle estaba atestada
de gente de todas las edades, desde críos corriendo mientras se arrojaban
globos de agua, jóvenes que ya habían comenzado la fiesta por el final
(directamente pasando de la comida y derramando las botellas en bidones
mezclados con zumos dulces), hasta los mayores que si no estaban sacando
bandejas de comida para exponerlas en las largas mesas, bailaban al son de la
música en pareja como jóvenes enamorados.
Ete nos esperaba al final, en una de tantas
mesas alienadas, con parte de los primos de Gina. Cuando llegamos brindaban por
la jugada que había efectuado. Nos sonrió y le dio un beso a Gina, saludé a los
primos de mi amiga y agradecí los halagos obscenos a los que ya estaba más que
acostumbrada. Finalmente, y con gran esmero, conseguí sentar mi culo en uno de
los bancos de madera, delante de Ete y al lado de Gina.
– ¿Por qué hablar contigo siempre resulta tan
difícil? –preguntó Ete, pasándome un vaso de plástico.
Lo miré y con una sonrisa levanté una ceja.
–Debería hacerte yo la misma pregunta.
De repente, la seriedad cubrió su rostro.
–No, de verdad, esto es muy serio.
Dirigí mi mirada a mi lado y le eché un
vistazo de soslayo a Gina. Ella, mucho más atenta que yo, se apoyaba con los
codos en la mesa y mordía el pliegue del vaso mientras me miraba con atención.
– ¿El qué? –pregunté dirigiéndome de nuevo a
él.
–Marlowe.
Me tensé, completamente recta en un asiento
que no tenía respaldo. Perfectamente, si Gina decidiera sentarse encima de mí,
estaría completamente segura de no caerse por falta de equilibrio y desde
luego, se encontraría mucho más cómoda.
–Tú lo llamas…
–Liam –terminé por él, en un suspiro–. ¿Qué
pasa con él? –pregunté desinteresadamente pero la cosa estaba bastante fuera de
parecerme poco importante.
–Me ha estado haciendo muchas preguntas sobre
ti de una forma intimidatoria.
Ete parecía realmente molesto e incluso,
asustado se rascaba la cabeza, desde la mitad de la cabellera hasta la nuca y
vuelta a empezar.
–No lo conocía tanto –continuó–: pasa muy
poco tiempo en el club y nuestras conversaciones cuando no son a través de su
secretaria, simplemente se basan en; yo hablo nervioso y el escucha como un
mafioso bajo las sombras. Sinceramente, lo veía más como un inversor
desinteresado que como un socio. Ni siquiera sabía que se llamaba Liam –dijo
estupefacto–, y después de la insistencia que ha mostrado y como la ha
mostrado, en querer saber de ti… ¡Coño! Me parece que no quiero conocerlo–.
Sacudió la cabeza negando y de nuevo, se pasó las manos por la curvatura de su
cabeza–. Prácticamente me arrebató el bolso de las manos cuando supo que era
tuyo.
– ¿Que ha estado preguntando de mí?
Ete sacudió la cabeza para recuperar el
hilo de la conversación.
–La pregunta más repetitiva era si estabas
con alguien, el resto…chorradas. –Se adelantó un poco flexionando los brazos–.
Le dije que si quería saber las respuestas que te las preguntará a ti
directamente.
– ¿Qué chorradas?
–Tonterías. –Ete hizo un gesto con las manos
para restar importancia a la información–. Como; cuál es tu color preferido, tu
comida, tu película, si lees, si te gusta el teatro, o el deporte de riesgo o
los juegos alternativos…
Fruncí el ceño, porque realmente me parecía
una tontería, pero como mi amigo estaba muy nervioso, desestimé mi propia
opinión y me centré en él.
–Ete.
Lo tomé de la mano que se apoyaba en la
mesa para que se estuviera quieto, había comenzado de nuevo a rascarse, pero
esta vez la mano alcanzó el hombro.
Ese gesto me estaba poniendo de los nervios
y como Gina, continuara mordiendo el vaso de esa manera, se llevaría un golpe
en la frente.
–Tranquilo, ya no te molestará –añadí.
Mi amigo miró su mano, a Gina y a mí,
respectivamente.
–Lo dudo. Anoche me llamó, quería que le
diera tu número de teléfono, y cuando me negué, me exigió que se lo diera de
una forma amenazante.
Una corriente de aire me raspó la nuca como
si cada soplo estuviese cargado de agujas puntiagudas. El cabello se me erizó y
me estremecí sin poder disimular ese pequeño temblor.
¿Y ahora que quería?
Recordé nuestro último encuentro y las
palabras se repitieron en mi cabeza más que las imágenes. Me echó como una
vulgar niñata salida que se había aprovechado de él, y en tal caso, yo fui de
la que se aprovechó…
Tú
disfrutaste como una guarra.
¡Mierda! Mi mente retorcida tenía razón,
pero es que no comprendía esa insistencia. Sentí cosquillas en mi estómago y
las evité apretando mi barriga con fuerza. Cualquier rasgo de ilusión era una
muestra de debilidad y ante ese hombre, eso era de todo, lo que menos podía
permitirme.
– ¿Se lo diste? –pregunté notando como me
temblaba la voz.
Desde que formulé la pregunta hasta que mi
amigo decidió contestar fue como si un largo y perpetuo silencio se metiera por
el medio para rajarme la nuca con fuerza. Después de esta conversación le
pediría el espejo que Gina guardaba en su bolso con los polvos, estaba segura
que, mi nuca estaría destrozada por culpa de ese maldito nervio.
–No –contestó con gesto sorprendido y en un
tono molesto, luego, miró a su novia–. Gina me hubiera matado.
Expulsé toda la respiración y me sobresalté
cuando noté el peso de la mano de Gina en mi hombro. Mi amiga retiró esa mano
de inmediato tras sentir mi gesto, pero la dudosa mirada que me dedicó delató
todas las vibraciones que había sentido.
– ¿Estás bien?
–Sí. Creo que estoy un poco a la defensiva
desde lo de ayer –comenté y mi amiga se relajó.
Después de la noche vivida, esta mañana al
despertar me había prometido a mí misma, no volver a mencionarlo. Ivan había
muerto para mí y desde que cerrara los ojos la noche anterior, mi propósito,
aunque me costara una eternidad, era ser y actuar con Ivan, como si fuera un
socio al que debía hablar solo si era meramente obligatorio y no volver a
permitirle, jamás, que me pusiera las manos encima.
Con él, todo había terminado.
Fin.
–Marlowe no es mejor que Ivan– indicó Ete,
llamando mi atención mientras, se estiraba para arrancarme el vaso aplastado de
mis manos y lo cambiaba por otro–. Tiene más conquistas que tú, números de
teléfono en la agenda del móvil–. Me encogí de hombros con exageración porque
el nervio que había jugado en mi nuca, ahora bajaba por la espina dorsal. Ete
llenó el vaso con agua fría–. Mientras que cada noche yo me voy con Gina, o
solo a casa, él se marcha, cuando le da la gana, con dos tías en su coche.
– ¿Todas las noches? –preguntó Gina. Ete no
contestó, simplemente levantó con sarcasmo una ceja–. Es arrogante y muy
persuasivo –continuó–, es un puto misterio de tío, nadie sabe nada de él, lleva
tan escondida su vida que ni siquiera puedes reconocer cuál es su país de
nacimiento.
–Liam no tiene acento– expliqué mientras
analizaba nuestros dos encuentros, y a parte de vivir recuerdos que me
estremecieron, viví otros que me pusieron los pelos de punta, pero en todos
ellos no noté nada fuera de lo común en su forma de hablar.
Que
yo recordara.
–Le escuchado hablar cuatro idiomas
diferentes con una pronunciación perfecta –añadió mi amigo.
–Eso no significa nada –sentencié.
De pronto, me di cuenta de que lo estaba
defendiendo, de que daba la cara por un hombre que me había tratado como una
mierda. ¿Es que era idiota? ¿O es que era demasiado masoquista?
–Gaela, creo que es muy peligroso –advirtió–.
Tiene una forma muy extraña de solucionar los problemas… El tío intimida de una
forma muy agresiva y profesional.
La pausa que lo siguió sólo me sirvió para
pasar de la confusión a la molestia. No me molestaba que me advirtieran del
hombre que me había acechado, me molestaba que me vieran como a un cordero que
necesitaba salir del callejón sin salida. Era mayorcita, sabía lo que tenía que
hacer.
–Para decir que no lo conoces hablas con
demasiada claridad de él –dije un poco tensa.
–Soy hombre y tengo ojos, oídos y olfato. Has
despertado su interés y un extraño juego macabro en su cabeza…
–Ete…
–No, déjame terminar –interrumpió con
brusquedad–. Si no lo cortas antes de que todo dé comienzo, vas a salir
magullada.
Bufé.
Daba por sentado que, al jugar con el
jinete -si es que aún estaba interesado en mí- me enamoraría y terminaría
llorando por las esquinas como una destrozada mujer sin personalidad.
Mi corazón, desgraciadamente ya estaba
hecho pedazos y si quedaba algo que palpitara dentro de mí, era por causa de
Ivan, en cuanto a Liam, no sentía nada más profundo a parte de la atracción
física, algo bestial, pero nada más.
–Deja tus preocupaciones a un lado –dije–, a
Liam ya no le intereso.
– ¿Estás segura? –insistió Gina con su voz
dulce y comprensible.
Tomé la respiración y controlé el impulso
de gritar.
–Por supuesto. Está claro –los corté porque
estaba un poco harta de que hablaran de mí con esa facilidad y mucho más, de
que me contaran la agenda personal de Liam y sus revolcones con tanto aplomo. Y
lo peor de todo es que, eso era lo que más me molestaba–. Ese hombre no me
interesa–, eso era algo que debía memorizar para decírmelo a mí misma cuando de
nuevo pensara en él y en esos ojos azules–, y tampoco le intereso, me trató de
una forma penosa la última vez que me crucé con él… que si no llega a ser por
la interrupción de ese tal Born le hubiera…
Me mordí el labio por no soltar una
blasfemia.
– ¿Born? ¿De qué me suena ese nombre? –meditó
Gina mientras fijaba la vista en el vacío de la mesa.
–Supongo que el apellido te sonará del Hotel Faery –contestó Ete, como si nada.
Un dato importante. No lo había pensado
hasta ahora porque mi cabeza había tenido otras cosas en que pensar y de las
que encargarse, pero… ¿Podía ser posible que hubiese conocido a uno de los
famosos Born?
Podía ser, pero que más me daba, no
volvería a ese hotel ni loca, como tampoco volvería a comer en una terraza
llena de lucecitas de colores, ni a bailar con un hombre de ojos azules.
No has bailado con Liam…
En mi imaginación SI, y en pelotas, así que
deja de darme por saco hoy.
Discutir conmigo mismo era tan inútil como
patético. Mi madre tenía razón, estaba perdiendo la cabeza.
–No, de eso no me suena –aclaró Gina, metida
de nuevo en sus pensamientos.
Y entonces, pareció que una bombilla se
encendiera en su cabeza y descendieran hasta sus labios que se abrieron y se
cerraron de golpe, esa misma bombilla se convirtió en horror cuando dirigió su
mirada hacia la mía.
–Y dices que ese tal Born, ¿es amigo de
Marlowe?
–Supongo –contesté sin interés, más
preocupada por sus gestos que por el motivo de esa amistad–. Gina ¿Qué pasa?
Mi amiga comenzó a negar con la cabeza con
rapidez y se mordió los labios. Guardó las manos bajo la mesa pero antes de ese
movimiento percibí que le temblaban.
–Gina –la llamó Ete. Ella levantó la vista de
su regazo a él y negó de nuevo con la cabeza.
Alargué mi brazo para pasarlo por sus
hombros y animarla pero unos finos dedos me taparon la vista y un aliento cayó
por mi oreja.
–Si fuera hombre serías la primera de mi
lista. –Adriana terminó mordiéndome la oreja.
Me retiré soltando una escandalosa
carcajada, al sentir el cosquilleo que me produjeron sus dientes al tocar la
zona sensible del lóbulo. Mi amiga me empujó y se sentó a mi lado, abrazó mi
cuerpo con fuerza y me dio un beso en la mejilla.
–Hola plebe, ¿me echabais de menos?
El buen humor de Adriana resultó ser bien
recibido y contagioso.
–Si fueras hombre, serias peor que Logan
–dije observando a Logan. Él rodeó la mesa, se quitó la gorra para peinarse el
pelo y se la colocó de nuevo–, sólo que, tú tratarías de ligar con dos mujeres
por día –continué con la broma y aunque sonreía de oreja a oreja, Logan tomó
asiento al lado de Ete y no me miró.
–Pues os adelanto a todos que mi record ha
bajado a dos por semana –anunció el protagonista mientras levantaba la mano
para saludar al fono norte, los primos de Gina vitorearon su nombre.
Soltó una carcajada mientras bromeaba con
el mayor, después golpeó la espalda de Ete, y le guiñó un ojo a Gina, en el
momento de pasar a mí… Simplemente pasó de largo. Me sentí invisible,
completamente invisible.
Algo sucedía.
–Una lástima –insistí poniendo mi hipótesis a
prueba, y acerté. Logan pasaba de mi olímpicamente.
–Por eso soy mujer –comentó Adriana robando
risas de aquellos que me rodeaban. Ninguno notaba ni mi tensión ni el extraño
compartimiento que tenía ese hombre conmigo–. Lo tengo mucho más fácil que tú–,
señaló a Logan con el dedo, él la miró con una ceja alzada, después mi amiga se
levantó de la mesa y señaló a nuestros compañeros del fondo–, y que todos
vosotros.
–Tú siempre lo tienes fácil Adri, sólo tienes
que abrir la boca, soltar uno de tus coquetos y refinados comentarios y… Los tendrás
enterrados entre las piernas en un abrir y cerrar de ojos –comentó Gina,
dándole un trago a su bebida.
No podía quitar la mirada de Logan, mi
amigo miraba la mesa, a Adri y a Gina, pero evitaba cualquier cruce de miradas
conmigo.
–
¿Eso es sarcasmo o me estas halagando? –preguntó Adriana.
–Puedes interpretarlo como quieras.
Adriana lo pensó con exagerados gestos,
finalmente sonrió.
–Voy a decidirme por la envidia –dijo antes
volver a sentarse.
–No te amargues –le dijo Ete a Logan,
rompiendo las miradas de Gina y Adri mientras, le daba una palmada comprensiva
en la espalda–. Amigo mío, tal vez elegiste el lugar inadecuado y la presa
incorrecta, esa misma que quiere; anillo en su dedo, casa en el campo y cunas
en cada una de las habitaciones.
Usando todos los métodos disimulados que
sabía para llamar la atención de Logan, opté por ir un paso más y le di un
puntapié, Logan se sobresaltó, miró por debajo de la mesa y después, al ver mis
pies estirados me miró a mí.
Su ceño se frunció sin comprender y su
mentón se levantó en un gesto de pregunta silenciosa un tanto petulante que me
chocó, aun así, después de sentir como se me encogía el estómago, vocalicé un: ¿qué te pasa?, mientras movía los
hombros. Él negó con la cabeza en un gesto educado, pero había, además, una
dureza desconocida en su expresión que percibí con gravedad antes de que él me
retirara la mirada con la misma facilidad que se la quitaba a una hormiga en la
cera.
–O que otros tienen más suerte que yo
–murmuró estirando el cuello y buscando algo por encima de la mesa.
Desconcertada, me encogí de hombros. A la
mierda, yo ya lo había intentado, ya se le pasaría… ese extraño
comportamiento.
– ¿Lo dices por ese tal: Marlowe? –preguntó
Adriana
Tras escuchar ese nombre me giré
abruptamente cara ella, mi amiga, con un amplia y descarada sonrisa en los
labios observaba a Logan.
–Por empezar con alguien –contestó él, con
una voz vacía.
La conversación entre ellos me resultó
mucho más interesante que la presión del pasotismo de Logan en mis hombros. En
el momento que Adriana había pronunciado el nombre de mi jinete, mi cuerpo se
tensó y el corazón comenzó a golpear fuerte y con energías contra mi pecho.
–Aun no me has dicho que te dijo anoche
cuando se te acercó.
Miré a Logan intentando no abrir mucho la
boca.
Sentí la mano de Gina encima de mi muslo,
haciendo presión como si la historia fuera con ella y temiera que nuestra amiga
descubriera nuestros secretos.
–Te dije que se había confundido –murmuró
Logan, con tono helado.
Dudaba mucho que la respuesta que acababa
de dar fuese verdad, pero eso no lo sabría, no por parte de él. Maldita sea, me
moría de ganas por preguntar, por saber que había sucedido, por saber que le
había dicho Liam a Logan.
– ¿Lo conoces? –preguntó Ete, sorprendido.
–Personalmente no, hasta ayer– contestó
Logan, apropiándose de una de las cervezas que habían en un cubo con hielo
encima de la mesa–, pero he oído hablar de todos ellos.
– ¿Ellos? –insistió Adriana, con mucha
curiosidad.
Sentí el impuso de agradecerle en silencio
tanta insistencia ya que yo deseaba preguntar lo mismo, pero eso delataría
muchas cosas.
–Son tres hermanos –contestó–. Tres buenas
piezas.
– ¿Tres hermanos? No lo sabía –murmuró Ete.
Yo tampoco. Prácticamente no sabía nada de
Liam.
–Son unos auténticos cabrones –añadió–. Pero
el mayor no se corta, Marlowe es más celoso de su vida privada pero igualmente
muestra sus pelotas con una impecable seguridad en sí mismo –mencionó delatando
un terrible asco en la voz–. Y el pequeño, que ni siquiera sé cómo se llama,
aunque aún no le ha dado tiempo a rellenar la lista de mujeres que tienen sus
hermanos, sigue los pasos de ambos–. Le dio un trago largo a su botellín y negó
con la cabeza al tiempo que dejaba ese cristal encima de la mesa con un golpe
seco–. Todo se pega.
–No me importa. Quiero conocerlo igual.
–Adriana cogió de las manos a Logan y tiró un poco de él–. Preséntamelo.
Logan levantó la mirada y la miró con
frialdad. Mi amiga no se dio cuenta.
–Es un cerdo, Adri, a ese hombre no le gusta
repetir con la misma mujer más de dos veces.
–Yo puedo hacer que cambie de idea.
–Lo dudo mucho –indicó Logan, con un
resoplido. Adriana lo miró y él simplemente le dio un trago más, a su cerveza.
–Venga ya, todos los hombres tenéis un punto
débil, y yo, soy una especialista en localizarlo y ejecutar mi maniobra de
tortura.
–Este no, es inmune al amor y a las mujeres.
Las ve como simples objetos a los que quitar el polvo y devolver a la tienda.
–Enternecedor –murmuró Gina, de fondo,
dedicándome una mirada baja.
–La que ve que le gusta –continuó Logan con
voz afilada–, la pesca con la misma facilidad que echar el anzuelo en una
charca llena de peces de colores.
–Yo soy un pez fácil de pescar… Venga,
preséntamelo, Logan…
–Adri –la cortó Logan severamente con la voz,
de pronto, muy fría–, te digo que no tienes nada que hacer. Marlowe ya ha
soltado la caña y ha fijado su mirada en una nueva pesca–. Logan lo dijo
mirándome a mí fijamente y manteniendo la misma voz fría–. Sólo falta ver si el
pez cae en la trampa y se come el anzuelo.
Le dio un trago a su bebida sin retirarme la
mirada. Se me pasó por la cabeza preguntarle a que se debía esa mirada y la
metáfora que acababa de utilizar, pero inevitablemente, mi estómago y mi cabeza
se revolvieron mostrándome que la respuesta la tenía ante mí y sus últimos
comentarios.
La mesa se había contagiado de la tensión y
aunque los primos de Gina formaban un jaleo de acuerdo con la fiesta que se
organizaba a nuestro alrededor, el silencio estaba muy presente en cada uno de
nosotros, y se me hizo insoportable.
Retiré mi mirada de Logan y me levanté de
la mesa.
– ¿Dónde vas? –preguntó Gina, tomándome de la
mano.
–A por algo de beber, la cerveza no me gusta
–contesté.
Gina me soltó aceptando con un movimiento
de cabeza y salí disparada de ese entorno incomodo sin mirar atrás. No dejé de
caminar hasta que la distancia entre la mesa y yo era lo suficiente larga como
para permitirme el lujo de pensar en que no me encontrarían.
Decidí quedarme en la primera barra que me
crucé. Estaba tan llena como todas con las que me había cruzado. Me interpuse
entre un grupo de chicos jóvenes, que comenzaban una pelea de aguante bebiendo
desde una enorme jarra a través de un tuvo transparente, un contenido en color
naranja. El líquido subía a gran velocidad al tiempo que los gritos de sus amigos
se producían con más intensidad.
Me coloqué a un lado de ellos y con
disimulo llegué hasta la barra.
– ¿Qué te pongo? –preguntó la camarera,
echándoles una mirada de aburrimiento al grito que dio el grupo cuando el
ganador lo terminó todo.
–Algo fuerte, pero dulce –mi voz había sonado
tan apagada que ese volumen atrajo la atención de la chica a mí. Ladeó su cara
y sonrió con compresión.
– ¿Mal día?
–Mala semana –respondí.
–Se lo que necesitas –dijo alegremente y se
fue en busca de esa especial dosis.
Tamborileé los dedos en la barra cuando un
nuevo cuerpo se me puso al lado y se me quedó mirando.
–Hola.
Me giré cara esa voz dulce, alegre y me
topé con una chica jovencita, de unos veinte años, apoyada en la barra, a mi
lado y mirándome con una feliz sonrisa.
Tenía el pelo castaño, tirando a oscuro en
algunas zonas, y sus ojos, en contraste con su cabello parecían pasar del
marrón al tono miel cuando, los volantes de la carpa del techo se balanceaban
permitiendo que la luz del sol se infiltrara y le dieran en la cara.
Analicé la lista de mis amigos
comparándolos con esa cara, pero no sabía quién era, no entraba dentro de mi
círculo amistoso.
–Hola –susurré dudosa y con el ceño marcando
el centro de mis cejas.
La chica sonrió ampliamente dejando ver una
dentadura blanca y perfecta. Sinceramente, por un momento me recordó a mi
sobrina y a su carismático sentido de conocer gente nueva.
–No me recuerdas ¿verdad? –preguntó con
cariño e incluso sorprendida.
–No, perdona, tu cara me suena pero… no sé de
qué.
Se incorporó colocándose cara mí y levantó
una mano.
–Me llamo Petunia, pero puedes llamarme Nina.
No, no me sonaba, un nombre así era difícil
de olvidar.
–Encantada, Nina –pronuncié al tiempo que
estrechaba esa mano–, yo me llamo…
–Gaela –terminó ella por mí, con gesto
admirable
Me sobresalté y retiré con gesto alucinado
mi mano de la suya.
–Vaya, eso hace que me sienta mucho peor por
no recordarte.
Nina hizo un gesto para quitarle importancia
y colocó una mano encima de la mía.
–Tranquila, no nos han presentado –alcé las
cejas. Esto me parecía cada vez más raro–. He oído hablar de ti, por eso se tu
nombre.
Eso me asustó.
– ¿Quién te ha hablado de mí?
–Mi primo –aclaró con gran felicidad. Cada
vez estaba más desorientada.
– ¿Quién es tu primo?
Nina levantó la mano y señaló hacia
delante, a la otra parte de la caseta. Mi mirada barrió esa zona de la barra de
rincón a rincón, hasta toparme con una pareja, en una de las esquinas.
Él estaba apoyado en uno de los pilares de
metal con su brazo rodeando la cintura de la mujer rubia, ella sonreía y echaba
la cabeza hacia atrás después de meterle en la boca lo que parecía de lejos una
cereza. Ella mantuvo el rabo cogido y él dio el tirón con los dientes para
terminar masticando después, le sonrió y se giró hacia delante para tomar la
copa que había encima de la barra, entonces vi claramente quien era.
Liam-Marlowe.
El cuerpo me regaló un intenso y delicioso
cosquilleo por todo el cuerpo. Su presencia aun de lejos era impactante. Me
faltó la respiración, sentí aturdimiento, preocupación y una extraña diversión,
todo al mismo tiempo.
Nada más, esos ojos me vieron el corazón
comenzó a latirme tan frenético contra el pecho que sentí por un momento que se
me iba la cabeza. Él ladeó la cabeza sin ningún rasgo de sentimientos que
reflejara ese rostro inexpugnable al verme.
Me estremecí de pies a cabeza como si lo
tuviera delante de mí. Su efecto era algo a lo que nunca podía acostúmbrame. Mi
cuerpo reaccionaba de una forma catastrófica cuando él estaba cerca de mí,
parecía que un conducto de electricidad nos rodeara.
Me agarré a la barra al ver que se
incorporaba cuan alto era, luego se cernió sobre la chica rubia que lo había
estado alimentando y le susurró algo a la oreja, a continuación, me miró de
nuevo y se dio la vuelta para comenzar a caminar, alrededor de la barra y sin
quitarme la mirada de encima, en mi dirección.
No,
no puede ser… No dejes que se te acerque.
Me gritó mi mente con desesperación, pero
no podía hacer nada…
Alguien me dio un tirón al cabello y al
girarme y ver a Victoria rodeaba por una luz blanca, supe que ella había sido
mi salvación.
–Vienes a bailar…
–Sí.
No la dejé terminar, salí disparada detrás
de ella dejando a ese hombre a mi espalda.
Capítulo
20
Mi sobrina Victoria continuaba siendo un
precioso querubín de ojos verdes que demostraba la belleza clásica de la
familia Nicola-Lee. Siempre había destacado por el parecido de mi hermano y
como mi hermano era una gota idéntica de mi padre, ver a Victoria era como ver
una versión joven y en femenino del jefe de la familia.
Su destreza en el baile era el resultado de
haber asistido a una de las mejores escuelas de danza donde, como no, mi madre
también me había apuntado a mí. Mi madre como una abuela preocupada se había
encargado de que a sus tres nietas no les faltara de nada, y en especial a su
ojito derecho, y la demostración era la misma que tenía delante.
Victoria destacaba como estrella en el
cielo en el centro del círculo que formaban sus amigos.
–Anímate –me indicó señalándome con un dedo e
incitándome para que entrara en ese círculo de pelea.
Negué con la cabeza. Ser el centro de
atención nunca y jamás sería lo mío, y más, cuando el hombre del cual huía, me
estaba buscando. Había conseguido perderlo de vista en el momento que me había
metido en esa piscina de pirañas locas que se restregaban al son de la música,
pero una muestra de esas, ampliaría la forma de encontrarme con gran facilidad.
Prácticamente me estaría ofreciendo… Aunque una parte de mí tenía serias dudas
en hacerlo o no…
Mierda, ¿Qué querría ahora?
A lo
mejor no te sigue a ti.
Esa idea me alivió, pero tristemente lo
dudaba. Su mirada, esos ojos azules habían adquirido un brillo azul oscuro
cuando me había visto. No podía deducir mucho de un hombre que nunca se dejaba
leer y que se mantenía tan inflexible como un maniquí cabreado, pero mi
encuentro había motivado a esa mole a menearse y dejar a un lado a la mujer que
lo estaba alimentando a base de cerezas.
–Gaela… ¿es que ya eres demasiado mayor para
enfrentarte a mí?– provocó de una forma deliberada mientras, meneaba los dedos
en un ánimo para que me acercara a ella.
Tentador, pensé dirigiéndole una mirada
suspicaz a mi sobrina. Y parecía mentira que esa niña tuviera diecinueve años,
era tan provocadora como madura. Se meneaba dejando claro que ella era sin duda
alguna, lo más exclusivo con lo que te podías chocar en un lugar como este. Y
eso sólo lo hacía para plantarme el reto en mis narices.
– ¿Y a ti no te da vergüenza que lo único que
miran es tu trasero menearse de un lado a otro?
Puede que mi forma de estamparle el guante
en la cara fuera algo penoso, podía hacerlo mejor, normalmente tenía buenas
ideas, pero hoy, no era mi día.
Los labios de Victoria se ensancharon en
una amplia sonrisa y después, su mirada se dirigió a mis pies, debería de haber
estado más atenta, su despreocupación demostraba mucho más y la trampa ya
estaba puesta. Definitivamente caí dentro del cebo. Sus brazos se estiraron y
antes de que me pudiera percatar de lo que estaba haciendo me encontraba metida
dentro del círculo con una joven a la que le faltaba un tornillo, dándome
golpes con su cadera en el trasero y una serie de cuatro chicos dando palmadas
en torno a nosotras.
A la mierda.
Sabia como bailar, había nacido con la
danza en mi sangre y amaba el arte del baile romaní como cualquier gitana que
ama sus cantos o sus taconeos. Tomar la iniciativa no me costó y mostrarle a mi
sobrina que había cometido un error al proclamarme la guerra fue todo un
gustazo.
En cuestión de segundos, lo que más temía
se hizo realidad cuando el círculo se amplió y las miradas se concentraron en
nosotras.
Las expresiones eran desde la fascinación
hasta la emoción. No era muy normal ver a dos chicas bailar una especie de
danza que no conocían y con la que dejaba un poco descuadrada a la música,
igualmente me sorprendió que nos animaran y que algunos, se atrevieran a
enfrentarse a esos pasos. Sin preverlo y en cuestión de unos segundos, el
círculo se había formado en un coro que trataba de imitar nuestros cruces,
nuestros movimientos de brazos, de manos y de caderas.
Cualquier preocupación que hubiera
albergado en mi cabeza se esfumó con rapidez y todo fue gracias al sonido de la
música, el baile y la diversión que me motivaron a disfrutar de estos pequeños
momentos, que desde hacía unos días eran pocos. Hasta que noté unos brazos
rodearme, una mano posarse en mi cintura y unos dedos arrastrarse desde ese
punto. Cuando alcanzó la zona baja de mi axila, continuó, hacia abajo,
repitiendo la caricia interna al tiempo que me daba la vuelta con maestría,
casi al ritmo que marcaba el bajo de la guitarra que sonaba en ese momento, y
todo para llegar a mi mano.
Al darme la vuelta completa me di con un
joven que me sonaba raramente. Me frené por completo dejando que la música y
los bailarines continuaran mientras yo, miraba al chico que me acaba de
arrancar de mi danza personal, de arriba abajo.
Lo conocía, ya lo había visto…
Y entonces todas las luces de mi cabeza se
encendieron cuando vi, detrás de él a esa tal Nina que se me había presentado
momentos antes en la barra.
Eran los mismos que había visto en el
restaurante justo antes de que Liam me abandonara. Ahora comprendía porque Nina
me resultaba tan familiar.
–Mi hermano te tiene muy escondida –dijo, con
una sonrisa nada coqueta, era un halago con buenas intenciones–. Se deja ver
contigo y luego no quiere que le preguntemos sobre ti.
¿Su hermano?
Perpleja retiré sus manos de mi cuerpo y lo
miré incrédula. Él sonrió y se pasó la mano por esa mata de pelo rubio.
El parecido era completamente nulo, a lo
mejor si los veía juntos puede que sacara algo similar en sus gestos pero no en
su rostro, cosa difícil, los rasgos eran demasiado diferentes. Este chico
resplandecía dulzura, hasta me atrevería a decir que se trataba de alguien
cariñoso, pero no tenía el rostro de Liam, ni siquiera la mirada, mientras que
Liam destacaba por el azul intenso del océano, este joven me miraba con un tono
de miel y avellana.
– ¿Quién eres? –pregunté curiosa, como si ese
chico fuera algo peligroso.
–Me llamo Enzo Born– se presentó y caí en mi
error tras escuchar el apellido…
Sin embargo no comprendía una mierda. El
único Born que había conocido era al tal Louis y desde luego que no había
llegado a intimar tanto con ese hombre como para que Enzo dijera tal cosa…
¿Serán hermanos los tres?
– ¿Cómo lo has hecho? –preguntó con
curiosidad, sacándome de mis pensamientos.
– ¿El qué?
Sacudí la cabeza porque pensaba que me
había perdido la mitad de la conversación, pero lo único que había perdido era
la noción del tiempo y el control de mi voz.
–Conquistar a Marlowe. Desde luego que no
eres su tipo– se interrumpió inmediatamente, tal vez por mi gesto de póquer.
Rápidamente añadió–: Bueno, no me mal intérpretes, eres– comenzó a tartamudear
y volvió a interrumpirse–, tú eres el tipo de mujer para cualquier tío que
tenga ojos en la cara, joder, estas muy buena.
Mi cara de póquer se acentuó tanto que ya
parecía la viñeta cómica de unos dibujos deformados por las sombras.
– ¿Gracias? – Realmente no sabía cómo
interpretar todo lo que acaba de decir, así pues mi gratitud, salió de mis
labios en forma de pregunta
Sonrió y dio énfasis con un asentimiento de
cabeza a la vez que me dedicaba otra mirada de arriba abajo. Incomoda
retrocedí, él que se dio cuenta de lo mucho que había hablado y lo poco que me
había gustado, borró su sonrisa y se me acercó con los brazos alargados,
tratando de tomarme para que no me fuera.
–No pretendía ofenderte…
–No, que va– espeté con sarcasmo y me retiré
de esas manos echándole un vistazo acusatorio. Finalmente dejó caer sus brazos
y derrotado me miró.
¿Me ponía pucheros?
Sí, lo hacía, como si fuera un niño pequeño
me mostraba unos dulces pucheros de arrepentimiento, pero que podía esperar de
un joven que todavía estaba en pañales a la hora de hablar con mujeres.
Enzo,
te queda mucho que aprender de las mujeres.
–Bueno lo decía porque a mi hermano– comenzó
a explicar haciendo gestos con las manos un poco nervioso–, le van un poco más
las rubias superficiales que le ofrecen…
–Está bien, me ha quedado claro– interrumpí
alzando la mano y retrocediendo.
Él abrió los ojos y negó con la cabeza.
Por Dios, acababa de salir de una intensa y
perturbadora conversación con mi amigo Ete, lo que menos me apetecía ahora
mismo es que, este niñato, que no sabía ponerse los pantalones rectos, me diera
otra lección del mismo hombre del que ya me habían advertido.
Sabia como era Liam, él nunca me lo había
escondido y, por si fuera poco, su apariencia era de la que se alimentaba de
las miradas de las mujeres y sesiones fuertes de sexo cada día, así pues…
No deseaba que nadie más me lo recordara.
–No quiero decir que tú seas superficial,
–pero eso era algo inevitable. Ahí estaba Enzo, tratando en balde de mejorar su
argumento con un poder del que no estaba preparado. No cielo, no vales ni para hablar con tu sexo contrario, ni como súper
héroe–. Sólo que, eres muy diferente a todas con las que lo he visto, y me
choca que esté interesado en ti.
Parpadeé porque no sabía si interpretarlo
como un insulto o como un comentario de buen samaritano.
Independientemente de su sonrisa escondida,
mi comportamiento fue lo de aceptar sus palabras como si me abofetearan en la
cara.
–Bueno, pues estate tranquilo, te equivocas,
a tu hermano no le intereso– indiqué fríamente.
Su ceño se acentuó y ladeó confundido la
cabeza. Por fin vi un rostro similar a los que Liam me había ofrecido, la
diferencia es que Liam ladeaba su cabeza cuando me había amenazado y este, la
ladeó confuso.
–Imposible, estamos aquí por ti.
Perpleja y con la cabeza funcionando a cien
por cien pero de una forma desastrosa donde, nada quedaba claro me eché para
atrás. La reacción de Enzo fue la de una persona que mira la locura escrita en
la otra.
Esto era de traca. Aun después de la calamidad
que, don Casanova me acaba de soltar,
me miraba como si yo estuviera loca.
Genial.
Dio un paso hacia delante y espantada
porque me diera otra de sus versiones biberón, me di la vuelta para salir
huyendo, pero ante mí, como si fuera cosa del desdichado destino, se abrió un
pasillo como si de una cremallera se tratara, y en el fondo apareció la figura
que menos quería ver. El hombre que podía saltar todas mis neuronas en una
locura de frenesí.
Con gesto serio, directo y una mirada
constante se fijaba en mí exclusivamente como si fuera la única persona de ese
lugar. Por un momento así me hizo sentir, es más, la música había dejado de
sonar y tan sólo podía llegar a escuchar el latido frenético de mi corazón
retumbando en mis tímpanos como un tambor en doble sound raund.
Con los brazos cruzados sobre su ancho
pecho y las piernas ligeramente separadas parecía una bestia analizando el
territorio, tranquilo pero amenazante y sobre todo, peligroso. El aura que
desprendía era demencial, una locura. Te llegaba en ondas tan destructivas que
sembraba la fiebre a todo ser viviente que rozaba. No era la única que lo
miraba, era imposible. Cuando un espécimen destila tanto control, tanta
seguridad o tanto salvajismo, era inevitable echarle un buen vistazo, sólo que,
fui la única que retiró la mirada, y se dio la vuelta.
Dios, salí corriendo, por segunda vez, hui
disparada por el lado contrario al que se encontraba él. El gran problema es
que, me introduje más y más en un callejón sin salida. Sin darme cuenta me
había metido en una trampa.
La gente se agolpaba más, mucho más y mis
zancadas pasaron de tres cada segundo a una llena de empujones y pisotones cada
cuatro segundos, hasta que me resultó imposible menearme y choqué con un pecho
solido que se negaba a dejarme pasar. Insistí, colocando mi mano en su torso y
empujando, retirando a esa mole, pero de repente, todo ese brazo me quemó.
–Hola, morena. –El sonido de su voz se fundió
por mi cuerpo como si fuera crema caliente que caía lentamente, provocándome un
azote de caricias y masaje corporal de lo más erótico.
No puede ser.
Me negaba a mirar, si me hacia la tonta
cabía la posibilidad de que él pillara la indirecta y me dejara pasar.
–Comienzo a sospechar que tu comportamiento
de huir de mí es más bien una reacción de cobardes– ronroneó ronco soltando su
aliento contra mi frente.
Sentí el ligero temblor que dio mi labio
inferior al notar su aliento. Me lo mordí con fuerza para aplastar esa
sensación y levanté la cabeza, clavando mi mirada en él. Fue como chocar con el
propio infierno de cara. Me abrasó todo el cuerpo y las llamas tomaron un
control improvisado que no me gustó, pero me centré en eso de cobarde y
enmascaré cualquier gesto que pudiera provocarle una satisfacción de mi parte.
Él, simplemente, sonrió victorioso cuando nuestros ojos chocaron.
Arrogante.
–Perdón, no te había visto– dije con
naturalidad y retirando mi mano de su pecho.
Cerré el puño para controlar un poco el
temblor, fue un error, ese movimiento hizo que el picor que me había dejado su
tacto en la palma se acentuará, así que comencé a restregarla por mi cadera, lo
malo es que… Liam estaba peligrosamente cerca y cada muestra era un regalo para
él y una desgracia para mí.
Una desgracia que alegraba la vista, te
aliviaba el tacto, te ofrecía una buena descarga de energía y te dejaba dando
saltitos como una niña pequeña que se había hecho con la colección entera de todos
los DVD de Disney.
– ¿Qué no me has visto?– preguntó con
sarcasmo. Liam arrugó la frente y ladeó su cabeza cayendo un poco sobre mí–. Y
una mierda.
Un taco, sencillo pero un taco había salido
de sus labios. ¿Dónde estaba el hombre correcto? Seguramente que, con el traje
colgado en el armario.
–Oh, vaya– exclamé con su mismo sarcasmo–. Te
quitas el traje y los modales se van a tomar por el culo.
Si mi comentario le ofendió, no mostró
ningún rasgo de ello, pero sí su mirada, sus ojos destellaron un brillo intenso
que provocó un color más claro.
–Ya veo que tú, con tacones y sin ellos,
tienes un don para personalizar tu forma adecuada de hablar. Algo que me
resulta de lo más provocador.
Vaya, por lo visto el traje le apretaba
demasiado los huevos porque el hombre que tenía ante mí no se parcia en nada al
despreciable con un nivel alto de autoestima que ayer me había enviado
prácticamente a la mierda.
Menuda novedad. ¿Ahora que me caería
encima?
Lo miré de arriba abajo, un modelo casual
de camiseta, tejanos y cazadora de piel oscura que lo marcaba con mucha
naturalidad, como si fuera su segunda piel cubría su arrogante y petulante
cuerpo. Algo sexy…
Madre mía, pero si estaba tremendo. Era
normal que el tío se lo tuviera tan creído.
– ¿Te gusta que te insulte, mamonazo?–
insulté y me encantó la forma en que se le abrieron las comisuras de sus
labios.
Temblé de pies a cabeza.
Por fin mostraba algún sentimiento, sólo
que era una de los buenos que fácilmente podían destruir mi postura de no
mostrarme babeando delante de él.
–Eres muy interesante, de verdad, simplemente
fascinante– pronunció con tal admiración que consiguió engañarme.
Parpadeé para céntrame en todo menos en él
y en ese cuerpo que desprendía tanto calor como una manta térmica, o ese aroma
que mis pulmones insistían en guardar bajo llave para que nunca se me olvidará
su toque especial de: <<poder, seducción y hombre primitivo>>, o
esa mirada, el azul penetrante y ambicioso de un rey que mira a su esclava como
si él fuera el único que puede poseer su riqueza y a cuantos quiera sin que
nadie se atreva jamás a juzgarlo o desafiarlo.
Cómo siempre lo había llamado, un demonio
en la tierra que busca el placer sin objeciones y promete lo mismo sin
defraudar a la hembra a la que quiere montar…
En fin, era difícil deshacerse de la
sensación tipo agujero de gusano a la que me trasportaba, algo que odiaba ya
que afectaba a mi carácter, mi forma de ser y mi principal principio: Enviar a la mierda a todo aquello que me
estampara contra el suelo y me aplastara con fuerza, con un pie apoyado en mi
espalda.
Con las ideas renovadas hinché mi pecho y
levanté la barbilla bien alto, para que no quedaran dudas de que, yo también
podía resultar tan peligrosa como él.
– ¿Me estás siguiendo como un salido?– acusé,
pero, desgraciadamente, de lo nerviosa que estaba, salió en forma de pregunta.
No se sobresaltó por mi repentina
acusación, Liam ladeó la cabeza y me dirigió una larga mirada pensativa.
–De todos los ejemplos que podías haber
escogido: ¿Por qué has optado por lo de salido?
Esa no era una respuesta. Y maldito fuera,
su rostro continuaba sereno sin reflejar nada. Yo estaba hecha un flan que se
tapaba bajo el sarcasmo y el asqueo, mientras que él, estaba tranquilo y
manteniendo una conversación como el que no quiere la cosa.
Capullo.
–Mi reflexión tiene una clara explicación y
aunque me encantaría dártela te voy ahorrar tiempo diciéndote que; tu
comportamiento perturbado deduce ese apelativo con creces.
Liam tomó una intensa bocanada de aire y
dedicó un rápido vistazo sobre mi hombro e inmediatamente me devolvió el
majestuoso placer de su mirada.
–Siento decepcionarte, pero no voy a admitir
nada, porque no quiero asustarte y que vuelvas a salir corriendo.
–Bueno, perdona que dude, pero la última vez
que te vi… te morías de ganas de que me fuera para que otra mujer, con espalda
de acero, te pudiera aliviar.
–Bueno –me imitó–, he cambiado de idea sobre
eso.
– ¿No me digas? –dramaticé con gesto
ofensivo–. ¿Es que ahora quieres desvirgar a la mujercita?
–Puede.
Literalmente me dejó sin palabras. Muda… Y
rabiosa.
–Pues vuelve a tu guarida y búscate a una
simia que se deje hacer de todo, porque lo que soy yo… mi respuesta es no.
–Eres una jovencita muy graciosa.
Mientras observaba como su sonrisa se
ampliaba dejando claro que se tomaba esto a pitorreo, contuve el deseo de
golpear el suelo, a los bailarines que nos rodeaban, hasta su propia cabeza y
maldije entre dientes.
–Y tú… un sol.
Me di la vuelta para irme pero, su mano en
mi ante brazo me lo impidió, y de nuevo, tras un fuerte tirón me choqué contra
su torso. Inmediatamente, coloqué una mano en su pecho y me retiré de él dando
un paso hacia atrás. Miré esa mano que me sostenía con desprecio y luego a él.
– ¿Me devuelves mi brazo?
–No –contestó sonriendo.
Bufé y negué con la cabeza.
–No estoy de humor para tus tonterías. ¿Qué
coño quieres?– pregunté marcando mi furia.
Él borró su sonrisa y aunque no estaba
serio sí que había un rasgo tenso en su mandíbula.
–Te he estado buscando– dijo.
Recordé la conversación de Ete y la
insistencia, casi amenazante, como había expresado mi amigo a la hora de
describir la forma en que Liam le había pedido mi teléfono.
– ¿Para qué?
Liam bufó y me soltó para pasarse las manos
por el pelo.
–Porque necesitaba hablar contigo, necesitaba
aclarar nuestro asunto.
Resoplé y puse los ojos en blanco.
–Pues has estado perdiendo el tiempo. No
tenemos nada de qué hablar. –Me di la vuelta para irme de nuevo pero me detuve
para decirle una cosa más al mismo tiempo que él me tomaba del brazo para
frenarme. Miré su mano con ceño y luego a él. Me miraba de muchas formas y
ninguna buena, me dio igual, y continué–: Que sea la última vez que vas por ahí
acosando a mis amigos, nadie te dirá nada de mí y si quieres algo tendrás que
preguntármelo a mí–, lo miré de arriba abajo con desdén, cuando llegué a su
rostro, Liam estaba muy tenso–, aunque, ahórratelo, ya te digo que yo, suelto
tan poca prenda como mis amigos y más, a una persona que me ha visto como su bufón
particular.
Arrasé con voz grave, casi rabiosa,
manteniendo su mirada clavada en la mía, manteniendo una postura dura y firme,
Liam levantó una ceja, como estudiando mi reacción. Me encogí de hombros
frustrada, tiré para quitarme esa mano de encima y me di la vuelta para salir
de su escrutinia observación y con un poco de suerte perderlo de vista.
–Espera. –Su petición no era un ruego, no
debería mal interpretar las palabras con la forma de decirlas y está
precisamente se saltaba toda naturalidad de amabilidad.
Ese hombre ladraba, no hablaba.
Continué hacia delante, como pude,
avanzando tal vez tres o cuatro o un paso, con tanta gente impidiendo moverme,
no podía decir si me meneaba yo o ellos.
Pero, para qué imaginarme que esto se había
terminado, estaría loca si supiera la razón que le impulsaba a insistir, ya que
me tomó del brazo de nuevo, marcando sus huellas dactilares en la piel y tiró
de mí. Choqué, otra vez, contra su maldito pecho y todo mi cuerpo se tensó.
Pero… ¿Qué comía ese hombre para tener
tanta fuerza?
–Te he dicho que esperes –rugió con los
dientes apretados contra mi oreja.
Con la respiración acelerada, me erguí
frente a él en toda mi altura, lo que quería decir que le llegaba hasta la
parte inferior de la barbilla, un poco más abajo (este hombre era demasiado
grande por todas partes). Pero no permití que eso me disuadiera.
–No, no quiero continuar hablando contigo.
Hubo un momento de silencio, unos segundos
tensos donde pude ver con claridad como todo su cuerpo se relajaba poco a poco
como si le acabaran de inyectar algo fuerte o simplemente se dio cuenta de que
a las malas no iba a conseguir nada de mí.
–Supongo que soy, –sonrió con molestia
fingida y me miró de nuevo a los ojos–, bastante intragable…
–Que bien te has descrito –escupí al tiempo
que daba un tirón y me deshacía de él. Ya no insistió en volver a cogerme.
Liam se pasó la mano por el cabello,
despeinándoselo y haciendo que le cayera hacia delante, el problema es que ese
estilo desorganizado y desastre lo hacía mucho más atractivo, e incluso me
atrevería a decir que accesible, pero estaba loca si pensaba en eso. Ese hombre
era tan difícil como tocar la luna desde la tierra.
– ¿No te caigo bien, eh? –bromeó.
–No me gusta tu actitud –declaré con claridad
y secamente.
Percibí un sentimiento que pasó rápido por
su mirada, fugaz pero llamativo, ¿rabia fundida en el rencor?, no obstante,
desapareció y se encargó bien de no mostrar nada más.
–Pero sé que, –su voz se había convertido en
un susurro y su cuerpo en una cercanía intimidatoria–, aun, después de eso, te
pongo, te pongo mucho…
– ¿Qué? –solté dando un grito que se
asemejaba más a una queja de neumáticos que a una pregunta incrédula.
Dios, ¿tanto se notaba?
Me ruboricé sin poder evitarlo y fue una
victoria para él, esa sonrisa de lado se clavó en mis retinas como un clavo
ardiendo en mi mano.
–Estás flipando –me ahogué penosamente con mi
propia voz.
Liam se me acercó, bajando su cabeza para
poder estar a mi altura, aun así, no fue suficiente, si quería mantener esa
mirada provocativa con la mía necesitaba doblar mi cuello, y tras originarse
ese movimiento leí en su rostro la satisfacción que le produjo.
–No, Gaela, no alucino, y tú lo sabes bien.
No, desde luego que este hombre no era el
Liam-Marlowe que yo conocía, él era más duro, rudo y sin educación, este era
más… ¿Juguetón?
–Por supuesto que sí, lo que tú digas –admití
dándole la razón como a los locos.
–Cada vez que me miras se te caen las bragas
de lo mucho que te pesan –ronroneó.
Escuché la banda sonora de viernes Trece en mi cabeza y como la
sangre se desparramaba por mi cuerpo a gran velocidad. No estaba muy segura si
esa reacción la estaba provocando la furia o el calor de saber que el muy cerdo
decía la verdad, aun así, no admitiría nada delante de él. Tenía que estar muy
mal de la cabeza para declarar algo así.
Apreté los puños.
Gilipollas.
–Oh, sí, estoy que chorreo cada vez que me
cruzo contigo– dije con sarcasmo, plantándole cara.
–Te lo noto en los pezones, levantan un poco
esos tirantes que llevas sujetando tus pantalones –dijo señalando exactamente
ese lugar con la mirada.
¿Qué?
Instintivamente me tapé con las manos los
pechos, un gesto que no hubiera dado tanto el cante si no nos encontramos
delante de toda la gente. Miré cabizbaja a mi alrededor avergonzada, por suerte
nadie se había dado cuenta pero, por no llamar más la atención me crucé de
brazos, tapando de esa manera las vistas a las que Liam había hincado el ojo.
–Estás encantado de haberte conocido –dije
evaluando lo muy diferente que era ese hombre fuera de su entorno.
–Confieso que tengo mis días.
Bufé y cerré los ojos en un movimiento de
batida, cuando los abrí los tenía en blanco.
– ¿Y hoy?
Liam se encogió de hombros y su sonrisa se
amplió picarona. Estaba claro, este juego le estaba encantando.
–Hoy es un día de esos que me daría besos yo
mismo si pudiera.
Y continuaba con la broma. Esto me parecía
de lo más surrealista.
– ¿Qué te ha dado? –murmuré más para mí misma
que para él, igualmente él decidió que sería buena idea contestar.
–Debe de ser que, la forma en que rompes mis
esquemas me está dando patadas en el culo.
Yo sí que te daría una patada en ese culo,
sería mi satisfacción del día.
Y seguramente la suya.
Eso sí que era un buen pensamiento.
–Te aconsejaré una cosa: La María que te han pasado no es de buena
calidad.
–No es la María lo que me he fumado la causa
de este cambio, ha sido comerme otra deliciosa y jugosa cosa, –se lamió los
labios al tiempo que le dirigía una mirada a mi entre pierna, quise que la
tierra se me tragara al darme cuenta de lo que estaba hablando–, lo que me ha
producido una extraña reacción.
–Yo no te obligué –murmuré.
Liam alargó una mano y me acarició la
mejilla, retiré esos dedos de un violento manotazo antes de que me diera un
infarto.
–Pero lo disfrutaste –aseguró.
–Tus ganas –dije con agresividad.
Las piernas me temblaban, la adrenalina
recorría mi cuerpo a gran velocidad y la ansiedad de arrimarme a él, a su
cuerpo y restregarme como una gata en celo era de lo más tentadora.
De pronto, pareció leerme el pensamiento
por lo que sucedió después.
No lo vi, pero si noté la forma en que su
cuerpo se apropió del mío. Sin tiempo a darme un momento de reacción, me vi
envuelta por sus brazos y pegada a su cuerpo de un violento tirón que se
sucedió cuando sus manos llegaron al hueco de mi espalda.
Apretada pecho contra pecho, mi sentido de
anulación era tan fuerte que sólo dejé mis manos apoyadas en sus hombros antes
de poder retomar de nuevo una parte de mi saturada respiración.
– ¿Qué haces?
Mi corazón iba a mil y el temblor en mi voz
fue inevitable.
–Pero mírate, no lo niegues, la primera regla
para afrontar tus adicciones es admitirlas –pronunció ronco, presionando un
poco más su cuerpo duro contra el mío.
– ¿Y qué tengo que admitir? –pregunté sin
poder evitar mirar sus labios.
Idiota, sube la mirada, venga, sólo unos
centímetros más arriba.
–Que te he dejado sin respiración.
Lo miré directamente a los ojos. El juego
de palabras, el sonido de su voz y su forma de cogerme, todo era un truco, una
ilusión con la que me castigaba mi cuerpo por ser tan débil.
Tenía razón en todo, me volvía loca, lo
deseaba y me cortaba la respiración, pero afrontar esa realidad era tan duro
como estamparse contra un muro detrás de otro.
Alcé mi mirada, con lentitud, repasando
cada uno de sus rasgos, cada uno de sus gestos vacíos y llegué a su mirada, a
ese azul de perdición que alumbraba toda su cara como un faro en la noche. Sus
pupilas dilatadas me miraban de una forma intensa y casi destructiva.
Todo un truco.
–Sí y no –dije. Liam levantó una ceja–.
Realmente aguanto la respiración porque no soporto el perfume de pachuli que
usas.
Sonrió. Mi voz daba pena y había demostrado
que mentía, que todo lo que salía de mi boca era una bola tras otra.
Nota mental: Aprende a mentir o al menos, a
huir antes de que te dejen tan en la estacada los músculos femeninos que
tiemblan entre tus piernas.
–Me encanta esa marca, es mi preferida –dijo
sonriendo.
Que
rico, pensé con rabia.
–Se huele –murmuré más para mí misma–.
¿Puedes soltarme? –le pedí, empujando sus hombros y abriendo un pequeño espacio
entre los dos.
–Dame cinco minutos.
– ¿Cinco? Te he dado demasiados y eso que no
debería de haber perdido ni un segundo contigo.
–Gaela…
–No –lo callé y me retiré de él dándole un
fuerte empujón, ya estaba cansada de tanto juego–, después de cómo me trataste
en nuestro último encuentro, crees que esta vez…
–Lo siento –pronunció por encima de mi voz
pero, el sonido que produjo reflejaba rabia ya que, aparte de que lo había
dicho con los labios apretados, casi había llegado a escuchar cómo se limaban
los dientes–. Soy un inexperto en abordar tantos problemas.
–Ahora yo soy un problema, eso es nuevo.
–No comprendes a que me refiero. –Liam negó
con la cabeza.
–Es difícil comprender a un hombre con tantos
y tan repentinos cambios de humor.
Levantó los párpados, como impulsado por un
resorte, un movimiento lleno de intención, y prestó plena atención hacia mí.
–Me provocas un intenso dolor de cabeza que
sólo y únicamente se va cuando… vuelvo a estar cerca de ti, –sus labios
lanzaban palabras pero su voz decía completamente algo distinto, igualmente, y
como un idiota, el corazón, tras escuchar la rabia que ardía en su garganta y
su mandíbula tensa, me dio un brinco–. No tengo ni idea de cómo actuar, si
proceder como el cabrón que soy o como el cabrón que quieres que sea…
–Yo no te pido que seas un…
–Cállate –me cortó de forma violenta. Vaya el increíble Hulk, estaba de vuelta–.
No he terminado y odio que me interrumpan cuando estoy hablando.
–Perdone usted, su majestad…
–Odio más que te cachondees cuando estoy
tratando de mantener una conversación adulta.
¿Adulto?
Eso sí que era muy gracioso.
Debería de recordarle el principio de
nuestro encuentro, debería decirle que de los dos, era yo la más adulta, pero,
me quedé callada.
–Comprendo que mi comportamiento no fue… muy
adecuado.
–En absoluto –coincidí con él. Liam apretó
los labios.
–Pero el tuyo fue aun peor.
Abrí la boca para contestar a esa
observación pero uno de los bailarines se había emocionado tanto en uno de sus
pasos que cuando cayó, se me llevó por detrás.
Liam, con unos reflejos de miedo y haciendo
algo completamente increíble, me cogió de la cintura antes de que mis labios
besaran el suelo, me levantó con rapidez pegándome a su pecho y luego, se giró para
coger de la camiseta al sonriente chico. Lo tomó con tanta fuerza que, los
nudillos blancos contrastaron con su bronceado cuando apretó los dedos
alrededor de la tela.
Se acercó a él de una forma amenazante, no
llegaba a ver su rostro, pero por la palidez que tomaba el rostro del joven,
entendí que no me apetecía nada enfrentarme a ese hombre y a su repentino
ataque de furia.
–Se puede saber qué demonios haces. No te das
cuenta de que hay gente a tu alrededor –rugió y los pelos del cuerpo se me pusieron
de punta como si me hubieran enganchado, directamente a una corriente de
electricidad.
–Oye tío…
–No soy tu tío, inepto –advirtió mordaz
mientras sacudía al escuálido chico por la camiseta. Al joven comenzó a
temblarle el labio inferior.
–P-perdón…ha sido-do sin querer –tartamudeó,
asustado, con los ojos abiertos y las manos en alto.
El gruñido que dio Liam rebotó por mi pecho
precipitando a mi cuerpo a un pequeño temblor. Sentí pánico por esa criatura de
unos veinte años que había cometido el error de tropezar con un lunático.
–Liam…
Su pecho subía y bajaba, su respiración
salía a la fuerza y la vena de su cuello tiraba de su piel como si fuera tela
elástica.
–Liam –insistí con un susurro, dejando caer
mi mano en su pecho, intentando que mi tacto fuera lo suficientemente suave
para tranquilizarlo.
Finalmente se giró y lo que vi en esa cara
de facciones marcadas me cortó el aire. No me esperaba una reacción tan
violenta, y tampoco esperaba el destello de rabia que lo invadía.
–Basta –rogué en un susurro tan leve que por
un momento pensé que no lo escucharía.
– ¿Te ha hecho daño? –preguntó con la voz
grave y la mirada demasiado fija en mis ojos.
–Estoy bien, déjalo –prácticamente lo rogué.
Durante unos segundos, un tica-tac que se me hizo eterno en la
cabeza, Liam no dijo nada, se dedicó a mirarme, revisar el interior de mi
mirada, de mis labios y de nuevo mis ojos, después se giró hacia el chico y lo
soltó dándole un empujón. El joven retrocedió impactado y con paso torpe.
–Ten más cuidado a la próxima –ordenó con su
típica forma de gruñir–. E intenta que esto no vuelva a suceder, ella te ha
salvado de recibir una patada en esa cara.
El chico asintió con vehemencia varias
veces, me dedicó un rápido perdón y salió disparado como si en vez de un
hombre, hubiera sido amenazado por un demonio. Alertada y sintiendo como un
golpe en la espalda me activaba, parpadeé y me retiré de ese poderoso cuerpo
sin saber muy bien que hacer.
¿Qué demonios le había sucedido? ¿Es que
estaba loco?
Me sentía intrigada por tal comportamiento,
Liam pasaba de ser un auténtico cerdo a una bestia y finalmente a un ser
completamente peligroso.
– ¿Se puede saber que ha sido eso? –le solté.
Él se giró y me miró confundido.
–Los críos de hoy en día no tienen
consideración con las otras personas.
– ¿Y era preciso que te comportaras así?
Mi pregunta pareció caerle como agua fría,
e incluso se tensó del mismo modo que se había tensado ante el joven.
–Me preocupo por ti, ¿y esto es lo que
recibo? –preguntó un poco furioso.
Era una excusa patética.
–Yo no te lo he pedido –acusé–, ese joven ni
siquiera lo ha hecho intencionadamente.
–Fuera como fuese, me importa una mierda, ha
estado a punto de hacerte daño –vaciló bastante irritado–. No hace falta que tú
me pidas nada, es mi obligación y si tengo que pegarle una paliza a un tío por
tirarte al suelo, que demonios, encantado se la daré.
Me quedé alucinando. Pero… ¿Quién demonios
era este tío? ¿Un sicario?
– ¿Así solucionas las cosas? ¿Pegando
palizas? –pregunté incrédula.
Liam se cruzó de brazos, luego me
inmovilizó con la mirada, con una dura y penetrante mirada que hizo que me encogiera.
–Normalmente no, suelo ser más rápido y mucho
más eficaz. Sin mancharme mucho las manos. –Algo en esa información me dio no
sólo mala espina, sino que, me puso los pelos de punta.
Retrocedí unos pasos hacia atrás, Liam
miró mis pies y con una ceja alzada me miró a los ojos. Una advertencia se
escondía en esa mirada que se amplió en una amenaza cuando sus pupilas se
dilataron con un llamativo brillo.
–Estás loco –dije.
Me di la vuelta, dispuesta a alejarme de
él, dispuesta a borrar esta mierda de conversación de mi disco duro y dispuesta
a borrarlo a él. Ese hombre era un enigma, pero no de los buenos, era
simplemente algo terrible de lo que debería alejarme.
Pero a la cuarta zancada, una mano en mi
antebrazo tiró de mí con violencia. Me giró y observé a tiempo, como Liam se
inclinaba, y sin hacer caso de mi grito, me cogió de las piernas para echarme
sobre su hombro. Me rodeó con un brazo firme los muslos y posando su mano en mi
trasero me colocó mejor sobre su cuerpo.
–Ahora verás lo loco que estoy –pronunció
antes de ponerse a caminar para salir de ahí.
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