Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo 25 y 26


    El murmullo del sonido de una campanilla me animó a despertarme. Me desperecé estirando todo mi cuerpo, alargando mis brazos y choqué con la madera que había en mis pies y sobre mi cabeza. Levanté la cabeza y me incorporé con los codos. Con mi cuerpo boca abajo me vi en medio de la cama completamente sola. Miré a un lado y al otro, después torcí un poco el cuello y abarqué parte de la habitación y…estaba sola.

    Me di la vuelta con rapidez y sentí como cada músculo se quejaba dolorosamente. Me topé con una habitación a oscuras y solitaria…

  –Morena… Estoy aquí.

   Entre las sombras, en una esquina y sentado en una silla vi la silueta de Liam menearse. Me acomodé mejor y me tapé con las sabanas hasta el cuello. La silla crujió cuando se levantó para descorrer las cortinas. El sol entró con todo su resplandor e iluminó la estancia. Gruñí por la intensa molestia que me derritió las retinas y, me tiré en la cama con un gruñido de frustración cuando sentí como mi cuerpo se sacudía con unas terribles agujetas de miedo.

  –Te gusta dormir. Eh –se burló.

    Gruñí de nuevo y subí la sabana hasta enterrarme completamente por debajo de ella.

  –Apaga la luz, por favor –gruñí sin voz.

    Escuché una risita baja, pero grave. Hasta el sonido tonto de su risa me parecía un eco sensual traído del infierno.

  –Por qué no te levantas y desayunas conmigo –ordenó a forma de sugerencia.

  –Mi cuerpo tiene resaca, déjame en paz –puntualicé, dejando claro que ayer Liam, había dejado la marca de la bestia en todas partes.

    Estaba molida. Como si me hubieran pegado una paliza de las buenas o hubiera sufrido una borrachera de las de coma etílico. No recordaba la última vez que me había sentido así de agotada, de magullada, hasta me dolían partes del cuerpo que no conocía y de las que no imaginaba que podían haber músculo.

  –Sí, bueno –pronunció tímidamente pero orgulloso consigo mismo de ver el precario estado en el que estaba–, para mí también fue bastante intenso, y nuevo –añadió–, pero está mañana me he levantado con una energía increíble.

  –Qué suerte la tuya –murmuré con un bufido.

    Dios, me dolía, inclusive, abrir la boca para hablar. Pero si es que tenía agujetas hasta en los labios.

  –Qué asqueroso despertar. Y yo que te había traído un delicioso festín de dulces de chocolate y un café cargado.

  –No me gusta el café… ni los hombres de buena mañana dándome por saco.

    Escuché los pasos de él, al acercarse a la cama.

  – ¿Cómo vas a saber eso, si soy el primer hombre con el que te acuestas? –preguntó, con esa voz que sobresalía de todo.

    Egocéntrico.

  –No eres el primer hombre con el que me despierto –pinché.

  – ¿Cómo?

  –Vaya, y yo que pensaba que estabas cargado de energía…

    Liam arrancó la sabana de mis manos y mi cuerpo desnudo, quedó más expuesto de lo que hubiese querido. Me quejé e inmediatamente me incorporé para poder robarle la tela y cubrirme, pero él la tiró volando y esta cayó entre la esquina de la cama y el suelo.

    Tasté la idea de reptar por el colchón hasta llegar a ella, pero la posibilidad de ofrecer mi trasero al aire con una pequeña indirecta equivocada a ese hombre, cerró completamente el cajón de tal estrategia, que en cuyo caso, me hubiese salido penosamente mal. Así pues, apreté mis rodillas contra mi cuerpo y me aseguré de camuflar la carne dañada lo máximo posible mientras, me abrazaba yo misma.

    Su mandíbula se tensó al ver ese gesto y me dedicó una mirada fulminante.

  – ¿Cuántos hombres han compartido cama contigo?

    Mi cerebro confuso volvió a funcionar.

  –Uno, y dos veces –esto ya lo hacía para joder.

  – ¿Quién? –Exigió Don todopoderoso.

    Alcé el mentón de lo más desafiante.

  –Logan…

    Un segundo después, me vi empotrada contra la cama con su cuerpo sobre el mío. Esta vez fue listo y atrapó mis muñecas antes de que le clavara las uñas en la cara. Presionó mis brazos contra el colchón a cada lado de mi cabeza.

  –Dime que únicamente me dices eso porque tienes muy mal despertar.

  – ¿Quieres que te mienta? –lo tenté.

  –Procura –ronroneó peligrosamente.

  –Bueno…pues, literalmente, él me metió en mi cama ambas veces y luego se metió él, en calzoncillos.

    Una sonrisa de lo más feroz apareció en esos carnosos labios. La calculada precisión de sus actos era una auténtica pesadilla. Nunca podía leer lo que se le pasaba por la cabeza, porque cuando trataba de mirar en su rostro me topaba con algo completamente vacío y frío, y cuando subía mi vista y alcanzaba a fijarme en su mirada, la cosa se complicaba completamente para mí.

    Directamente me perdía, y con ello, lo perdía todo; la forma de respirar bien, el control del corazón, el picor del cuerpo, la ola de calor y el temblor. Y eso precisamente, el último síntoma era el peor, porque mostraba claramente como caía ante él.

    Lo sabía.

    Su ancho hombro se movió cuando respiró hondo para inhalar las emociones que le había provocado a mi cuerpo y se condesaban pesadamente por la habitación.

    Inmediatamente la presión que ejercían sus manos sobre mis muñecas, disminuyó.

  –Ese cabrón cada día me cae peor ¿te molestaría que le desinflara sus musculitos de pajillero?

    Chasqueé con la boca al escuchar el tono vacilón de su voz. Difícilmente apostaría en contra de Liam, pero Logan, sabia defenderse y le dedicaba una hora al día al gimnasio y a unas cuantas clases extras de artes marciales, desde luego que, su entrenador personal podría estar orgulloso de los musculitos que había en el cuerpo de Logan.

  –Yo de ti no menospreciaría la valía de Logan –defendí a mi amigo y fue como encender un interruptor en el rostro de Liam. Esa dura mandíbula se tensó y la respiración salió forzada de esas fosas nasales hinchadas.

  –Y yo de ti, no tentaría al hombre que guarda tres condones en la mesa y cuatro en el bolsillo.

    ¿Más? ¿De dónde demonios había sacado más?

    Mierda de Moteles de carreta con dispensador en los baños.

  – ¿Eso es una amenaza directa? –pregunté.

  –Yo no diría que es una amenaza, es una advertencia –su voz grave mostró un tono ronco que acarició cada trozo de mi piel.

  –No es así como yo lo interpreto –dije sin aliento.

    Ya estaba sufriendo las consecuencias de tener a Liam cerca, provocativo y buscando la forma de embelesarme.

    Misión cumplida. Ya estaba tontita.

  –Veamos como lo interpreta tu cuerpo.

    Se las arregló para tirar de mis muñecas, estirando mi cuerpo hasta dejarlas por encima de mi cabeza, luego las juntó, y como si sus dedos fueran una cuerda irrompible e inamovible, me sujetó con una simple mano y deslizó, la otra libre por el peligro de la curvatura de mi piel.

    Primero pasó la mirada por mi cuerpo. Mis pechos estaban tan expuestos que cuando sus ojos se fijaron en ellos, los muy cabrones se hincharon tanto qué, prácticamente se le ofrecieron.

  –Interesante –murmuró, después de hacer un gesto egocéntrico con la boca.

    Era todo un personaje; presuntuoso y fanfarrón. Y lo envidiaba. La seguridad que desprendía era admirable y desearía que una parte de mí fuese tan despreocupada como lo era él.

  –Vale, y ahora veremos que dice tu cuerpo.

    Tomé una intensa bocanada de aire y me mordí la lengua antes de comenzar a maullar como una loca cuando su mano se dispuso a encontrar la respuesta que necesitaba. No hizo falta mucho tiempo. En el momento que colocó la palma abierta en mi cintura, me estremecí.

    Las manos bajaron en una línea provocativa, rozando un lateral; perversas caricias y calculados toques, midiendo cada zona con las yemas, como si necesitara guardar en su memoria su recorrido para encontrar cada punto que me hacía estremecer o doblarme con dolor hacia arriba.

    Su tacto era un masaje, daba placer al paso que relajaba. Tenía dedos expertos, trazaba círculos y recogía la piel en pellizcos suculentos para soltarla de un leve tirón y continuar bajando, torturando la carne que hacia enrojecer.

    Solté un sonido con una descompensada y alargada bocal. Era tremendo y lo sabía, leía mi cuerpo, sentía mis movimientos y escuchaba mi voz como si le susurrara al oído todo lo que me hacía sentir.

    Llegó hasta mi trasero y lo ahuecó, ese fue el único movimiento salvaje que rompió la cadena de masajes, pero fue tan beneficioso como los otros.

    Me arqueé otra vez y arañé la madera del cabezal con las uñas.

  –Veredicto a mi favor –declaró– Tiemblas, no puedes respirar bien, el corazón te va a mil y tu cuerpo está ardiendo–. Su boca se ladeó en una sonrisa de victoria y sentí un escalofrío–. Me parece que tu mente y tú cuerpo no estáis coordinados. Tu boca dice una cosa y este–, Liam se restregó levemente sobre mí, presionando su cuerpo con el mío, señalando a lo que se refería–, me grita, desesperadamente otra cosa muy diferente.

  –Miente –mentí descaradamente y sin aliento–. Te está tomando el pelo.

  –Pues me encanta la forma que tiene de tomarme el pelo.

    Se restregó más fuerte, dejando la marca de su tejano en mi feminidad. El botón hinchado tembló y me proporcionó un intenso dolor que se expandió, como una onda de fuego en un campo de maíz, por cada uno de mis músculos.

    Me quejé poniendo una mueca y tensé mi cuerpo evitando más roces, más torturas y más pinchazos. Estaba excitada, muy excitada, pero también estaba dolorida y ese efecto, por suerte, fue visible y Liam, aceptó la tregua. Se despegó un poco de mi cuerpo soltando una maldición.

  –Me cabrea mucho esa mueca, –dijo y negó con la cabeza soltando un bufido de frustración–, y sepa Dios que hoy te mereces un castigo de los buenos, tus provocativas palabras me excitan a la vez que me declaran la guerra–, me dedicó una mirada profunda antes de cambiar su cara, como si se quitara un velo de la cara y sonrió–, pero comienzo a entenderme con tu cuerpo, y aunque deseo estar dentro de ti, te voy a dar un respiro para que cojas fuerzas. Después de estar bien alimentada… Tu otra boca, también la alimentaré igual de bien.

    Se quitó completamente de encima y se levantó alargando su formidable cuerpo vértebra a vértebra, para dirigirse a la mesa, donde había una bolsa y una bandeja con dos vasos. Lo miré atentamente, llenándome la vista con él y pensando en que podría aguantar sin comer para poder comérmelo a él.

    Posiblemente mi cuerpo estaría de acuerdo conmigo y la dieta única de; Liam a la barbacoa.

    Vi algo diferente y, tonta de mí, al estar babeando mientras lo devoraba, no me había dado cuenta de que se había cambiado de ropa.

    Arrogante, presumido, presuntuoso…mucho más… y prevenido. Lo tenía todo, lo bueno y lo malo.

    Los vaqueros claros se le ajustaban a sus hermosas piernas, moldeaban sus caderas estrechas, y la camisa dejaba entrever todos sus músculos.

    Mientras que él lucia perfecto, yo estaba completamente desnuda y con la ropa desperdigada por algún rincón del suelo.

    Volvió de nuevo.

  –Me gusta tu camisa –le dije señalando con la cabeza la prenda de cuadros en varias tonalidades de azules.

    Liam levantó una ceja y sonrió de lado.

  –Es un diseño único del antiguo oeste –bromeó mientras me tendía la bolsa para que me sirviera yo misma–. Así que, ¿no te gusta el café?–. Negué con la cabeza–. ¿Y el zumo de naranja?

  –Me gusta más el de uva, pero me conformaré.

    Me dio el vaso e inmediatamente le di un trago. Su sabor dulce entró de maravilla por mi garganta y me relajó una parte del cuerpo, solo una leve, porque la otra continuaba tan caliente como Liam la había dejado.

    Él cogió el otro vaso y se sentó delante de mí.

  – ¿Me puedes acercar la sabana?

  –No –contestó rotundamente sin opción a debatir su respuesta.

  –Me siento incomoda –insistí.

  –Por mí no te preocupes. No hay nada en ti que no haya visto.

    Le dio un trago a mi café sin dejar de mirarme fijamente con un brillo acentuado en su mirada. Nerviosa por esa persistente mirada, disimulé retirando mi mirada y fijándola en la distracción de la comida. Abrí la bolsa que me había traído y saqué unos donuts de chocolate que habían enrollados en papel.

  –Son caseros –mencionó.

    Genial.

    Me llevé uno a la boca y… casi muero de placer, estaban deliciosos. El segundo bocado no se hizo de esperar, prácticamente me olvidé de que estaba desnuda y comiendo chocolate, delante de un hombre que llenaba toda la habitación con su energía.

    Dios, estos donuts estaban de infarto.

  –Sabes que duermes profundamente –comentó–. Ya pueden estar lanzando fuegos artificiales justo a tu lado que ni te inmutas.

    Sentí un pequeño cosquilleo de ilusión en el estómago al darme cuenta de que me había estado observando mientras dormía.

  –Sí, mi madre también lo decía cuando era pequeña a la hora de despertarme. Casi siempre me dejaba para el final y prácticamente me arrastraba de la cama al baño, después me vestía y continuaba arrastrándome hasta la cocina –negué con la cabeza mientras sonreía al recordar esos viejos tiempos.

  –Serias todo un bicho de pequeña –adjuntó dulcemente.

    Lo miré y sonreí. Por su rostro pasó un sentimiento tan dulce que por un momento su cara se deformó al no encajar dicho rasgo con su marca afilada, pero pasó tan fugaz que creí imaginarlo. Sacudí la cabeza para retirar las mariposas que me rodeaban nerviosas.

  –Un poco –reconocí.

    Hubo unos segundos de silencio, solo se escuchaba el movimiento al masticar de mi mandíbula y el piar de los pájaros fuera.

  – ¿Y qué opina tu prometido de que te lleves hombres a casa? –preguntó tan de repente que el bocado se me quedó a mitad de camino. Liam enseguida me animó a beber del zumo, levantando el vaso de plástico a mis labios.

    Menudo cambio de conversación, completamente inesperado. Me aclaré la garganta y contesté:

  –Nada, él no lo sabe.

  – ¿Y no crees que se enfadará si se entera?

  –Me da igual. –Me encogí de hombros–. Él también reparte amor a diestro y siniestro.

  –Un auténtico imbécil que no sabe disfrutar del buen placer –susurró para sí mismo echándole una rápida ojeada a mi coraza de brazos y piernas, después, con una sonrisa me devolvió la mirada. Retiré mis ojos con rapidez de esas cuencas azules que comenzaban adquirir un tono ardiente–. Ayer le diste una buena dosis de venganza –lo dijo con una doble intención que no me pasó desapercibida.

    Lo miré abruptamente, y de pronto, deseé terminar con la conversación.

  – ¿Podemos dejar a Ivan fuera de nuestras conversaciones?

  –No.

    Fruncí el ceño.

  – ¿Te pone hablar de mi prometido? –marqué la palabra “prometido” apostas para soltarle una indirecta y provocarlo un rato.

    Liam levantó el mentón y dibujó una sonrisa de lo más traviesa en sus labios.

  –No. La que me pone eres tú, lo único que trato es buscar un tema lo bastante raro como para distraerme de lo que realmente me gustaría hacer.

    Lo miré y la palabra “sexo duro y a lo guarro”, la llevaba grabada en la frente.

  – ¿Nunca te han dicho que eres un salido?

    Catástrofe… Me estaba fallando la voz.

  –Nunca había desayunado con una mujer desnuda que me provocara tanto.

    El corazón comenzó a latirme tan deprisa que comencé a sentir mareos. Sentí esa energía peligrosa que me había impulsado a estampar el coche de mi padre contra la verja, o la misma sensación que me impulsó a tirar de la alarma de incendios en el instituto.

    Era alucinante y muy perturbador, una señal de que una zorra mala, habitaba en mi interior y Liam, el día de ayer la había resucitado para dejarla despierta y cuando él la necesitara, dentro de mi cuerpo.

    Y antes de que me diera cuenta…lo estaba haciendo…

    Estaba abriendo las piernas mostrándole todo el producto sin cortarme ni un pelo.

  –A la mierda –espetó de improvisto–. Aceptó la invitación.

    Me quitó mi delicioso afrodisiaco privado de una mano y el zumo, de la otra. Tres segundos después estaba encima de mí con una pierna alrededor de mi muslo.

    Solté una carcajada y pasé mis brazos por sus hombros hasta rodear su cuello.

  –No sabes controlarte bien –dije.

  –A mi control no le pasa nada.

  – ¿A no? Explícame entonces porque estás encima de mí y no me dejas comer como habías prometido.

  –Yo no te he prometido nada, simplemente lo he sugerido.

  –Y yo te sugiero que te quites de encima y me dejes comer, o…te prometo que me quedaré inútil y tú, –pasé un dedo por todo el puente de su nariz y noté un pequeño bulto similar a un desvío. A simple vista, Liam, no lo aparentaba pero supe, que en algún momento de su vida se había partido la nariz, sólo que esa herida ya estaba curada, como todas las cicatrices de su cuerpo–, terminarás montado a un postizo de silicona.

  –No me importa. La experiencia de estar dentro de ti, ya me es más que gratificante.

    Me besó, un corto beso que inflamó cada palmo de mi cuerpo y me obligó a tomar una intensa bocanada de aire.

    Olerlo era maravilloso, y un poco extraño. Dentro de su especial fragancia el aroma del jabón me penetró en el cerebro.

  – ¿Te has duchado?

  –Sí –murmuró mientras comenzaba besarme desde el cuello hasta llegar al lóbulo de mi oreja.

    La idea de meterme en la ducha y darme un baño relajante fue deliciosa y muy necesitada.

  – ¿Hay agua caliente?

  –No lo sé.

    Lo detuve y lo empujé un poco para mirarlo a la cara.

  –Te acabas de duchar, ¿y no lo sabes?

  –No me he duchado aquí, me he duchado en mi casa –sonrió y me dio un beso.

    El beso se prolongó tanto que aprovechó para colocarse mejor, apoyó sus mansos en mis caderas elevándome mientras sus rodillas, lentamente, separaban mis piernas y se introdujo como una serpiente en el centro, con ese paquete marcado contra mi sexo.

  – ¿Has ido apostas a tú casa para darte un baño? –murmuré débilmente, sintiendo con intensidad como restregaba su pene contra la hinchada vagina.

    Madre mía, la idea del bañó se evaporizó. De sólo imaginarme la estampa de lo que sería ese pequeño cubilete para que Liam, viajara más de una hora en moto por el hecho de tener un aseo decente, me hizo estremecer.

  –No, después de que te durmieras, volví a casa porque tenía que solucionar unas cosas, se me hizo tarde y me quedé allí, así, de ese modo, he podido cómprate el desayuno esta mañana.

    Lo explicó con total tranquilidad al tiempo que pasaba su mano por mi cadera. No sabía con seguridad si era una forma de manipularme o de provocarme, de todas formas, si ese era su intento lo daba por fallido ya que mi sentido decente se puso en guardia de inmediato.

    Lo retiré de nuevo dándole otro empujón con la mano. Liam me miró con ceño, como si no comprendiera porque lo molestaba tanto en cortarle el ritmo de sus caricias.

  – ¿No has dormido aquí? –Mi voz, aunque no sonaba fuerte mostró el sentimiento incrédulo que sentía.

  –No –asumió.

    Un tendón me dio un tirón de muerte tras escucharlo.

  –Me estás diciendo que: ¿he dormido sola toda la noche en medio de un destartalado Motel?

    Liam se me acercó. Estaba tan anonadada que ni me inmuté para retirarlo.

  –No ha pasado nada y tú, ni siquiera te has dado cuenta –dijo como si nada mientras, pasaba su lengua por mí cuello provocándome otro estremecimiento.

    ¿Qué?

    Sabía que era yo la que tenía que detener aquello. Liam era fuerte, su cuerpo sobre el mío era demasiado tentador y ahora mismo tenía ganas de ser súper Woman para destrozar cada uno de sus huesos con miles de golpes.

    Sin esperar ni un segundo más, me escurrí bajo el cuerpo de él, tiré de la sabana que estaba caída en la esquina de la cama, cubrí mi cuerpo y me levanté con las piernas temblorosas. Sin decir ni una palabra comencé a buscar mi ropa como una loca. Terminé encontrándola desperdigada por el suelo. Agarrándome la sabana bien al pecho me agaché para recogerla y aguanté como una campeona cada tortura de dolor que me infringía mi propio cuerpo cada vez que lo obligaba a menearse.

  – ¿Qué haces? –preguntó confundido.

    Hay que joderse, si aún se pensaría que estaba loca.

  –Recoger mi ropa.

  –Sí ya lo veo, pero, ¿por qué?

  –Porque tú estás vestido y yo también quiero estarlo.

  –Eso tiene fácil solución, dulcemeum. Deja la ropa en el suelo, yo me quitaré la mía.

    Lo miré furiosa, con los labios temblando y me mordí la lengua para no enviarlo a tomar por culo. El muy cabrón se estaba quitando la camiseta con un descaro total, como si lo que me acaba de decir no valiese ni una mierda para él, sólo pensaba en gastar esos siete condones que le quedaban.

  –No te molestes –dije con sarcasmo–. Déjate la camisa puesta… Yo paso de continuar con tu sesión porno.

    Me di la vuelta y entré en el baño. Cerré la puerta con pestillo y comencé a vestirme.

  –Gaela. –Liam golpeó tres veces–. ¿Qué es lo que te pasa?

    Miré esa puerta deseando que me salieran láseres por los ojos para atravesar la madera y quemarlo vivo.

  –Gaela –insistió con una entonación marcada–. Abre la puerta–. Me mantuve callada mientras me colocaba la ropa interior, comenzando por los calcetines para tocar lo menos posible ese suelo lleno de mosaicos–. Gaela –alargó mi nombre con un detonante amenazante–, abre al puerta de una vez.

    Sentí un nervio subirme por la espina dorsal, ese mismo escalofrío fue el que habló.

  –Que te jodan. 

  –Á-bre-me –insistió con el mismo nivel de voz.

  –No –marqué esa negación con fuerza.

  – ¡Abre la puta puerta o la abro yo! –gritó dando un fuerte golpe contra la madera.

  –A ver si tienes huevos…

    El pestillo se corrió delante de mis narices, como si fuera algo mágico y la puerta se abrió. Liam desenganchó algo tan fino de ese trozo alargado de metal que no pude diferenciar lo que era, y se dio la vuelta con el rostro impasible, en mi dirección.

  – ¿Cómo…? –estaba tan alucinada que no supe continuar la pregunta.

  –Quiero saber a qué viene está rabieta.

    Miré la puerta de nuevo, y lo miré a él, parpadeé y terminé sacudiendo la cabeza. ¿Para qué molestarme en preguntar? Seguramente sacaría otro misterio más que añadir a la lista.

  –Me has dejado sola –le escupí.

  – ¿Por eso te has enfadado?

  –No, que va –solté con sarcasmo a la vez que gesticulaba exageradamente con los brazos agitando los pantalones–, pero si eso me ha encantado, lo que me ha molestado es que me trajeras un café –brutalmente irónico.

    Liam bufó impacientándose.

  –Venga ya, sabía que no ocurriría nada, estabas completamente a salvo.

  – ¿Y tú qué sabes? –Metí un pie a presión en los pantalones y luego el otro sin mirarle, después, comencé a balbucear–. Podrían haber entrado, haberme sodomizado y haberme violado mientras dormía… es más, me duele el cuerpo a rabiar, puede que no esté tan loca y…

    Dejé la frase a medias porque de solo pensarlo se me ponía la piel de gallina.

  –Deja de imaginarte cosas que no han sucedido, doña peliculera.

    Lo miré con los ojos tan abiertos como la boca.

  – ¿Peliculera? –Y encima se atrevía a burlarse de mí–. Podría haber pasado mil cosas, Liam, estamos en el culo del mundo–. Negué con la cabeza y me retiré el pelo, violentamente de la cara–. No me lo puedo creer, te has largado a tu casa, después de desahogarte, para dormir tranquilamente en tu confortable cama–. Lo miré directamente a la cara, rabiosa y escuchando una sirena en mi cabeza–. Eres un impresentable que no piensa en las consecuencias…

  – ¡No hubiese sucedido nada! –interrumpió con un feroz grito

    No me amedrenté. Tomé la camiseta y después de pasarla por mi cabeza lo miré para dedicarle una mirada fría como el acero. Liam seguía al lado de la puerta. Tan alto y perfectamente arreglado como si acabara de salir de una sesión de fotos. Estaba realmente guapo y, como siempre, me robaba el aliento. Sin embargo, en mi interior había una bola molesta que se accionaba sin piedad aumentando mi rabia hasta términos locos, y esa locura se estaba convirtiendo en unas ganas horribles de coger la cadena oxidada de la cisterna y ahogarle con ella lentamente.

  – ¿Acaso estabas aquí para asegurarlo? –repliqué furiosa.

  –No, pero nadie ha entrado en esta habitación, eso sí que te lo puedo asegurar –admitió rotundamente–. No soy tan imbécil como para largarme sin más y dejarte al alcance de cualquiera. Avisé al recepcionista y…

    Se silenció y tragó saliva, pero antes de que pronunciara una palabra más lo corté.

  –Pagar a un recepcionista para que me vigile no te exhume de tus actos.

  –Lo interpretas todo bastante mal. –Se pasó las manos por la cabeza, echándose el pelo hacia atrás y soltando unas cuantas maldiciones, después, apretó los puños–. Joder.

  –Dime una cosa: ¿Lo tenías planeado? –pregunté intencionadamente.

    Se giró abruptamente clavando sus ojos azules en los míos, negros y apagados.

  – ¿Qué quieres decir?

  –Ya lo sabes. Lo de irte después de…

    El labio inferior me tembló. Me sentía utilizada, sucia, manchada de vergüenza y asqueada conmigo misma.

    ¿Cómo había sido tan tonta como para acostarme con él? ¿Cómo para permitirle que me utilizara de esa forma?

  –Soy un idiota al pensar que serias más madura al aceptar esto como algo casual.

    El corazón se me paró en seco y la vista se me nubló.

  –No eres idiota, eres el mayor de ellos –escupí–. Eres un cabrón egocéntrico que buscaba un polvo y se ha llevado tres sesiones de porno duro con una mujer a la que acaba de desvirgar sin mostrar la mínima suavidad. –Sentí un pequeño mareo que fue desencadenado por un leve vértigo, pero conseguí recuperarme y continué–: Fuiste egoísta. Me follaste sin parar y sin cuidado, únicamente pensaste en ti y en tu placer…

  –Te di placer –dijo, como si mordiera cada palabra–. Ahora no te atrevas a decirme que fingiste cada orgasmo –exclamó sin disimular su rabia.

  –No, no lo fingí –declaré porque, era imposible negarlo, él los había sentido en directo y en contacto, pero no le permitiría que se creyera mejor que yo–, pero por muy cabrón que seas, no me esperaba que fueras tan cerdo como para abandonarme en medio de la carretera…

  –No me ofendas más cuestionando mi integridad.

 – ¿Integridad? –Indignada por su cometario solté una carcajada amarga–. Ten decencia y admite que no soportas compartir la cama con una mujer si no es más qué para revolcarte. Admite que pasar a ese extremo es asumir una responsabilidad que tú no quieres.

  – ¡Pues sí! –gritó encolerizo. Liam acababa de perder el control–. Me largué porque no podía dormir contigo. Únicamente consigo dormir solo y en mi colchón.

    Palidecí. Esa frase era como una bofetada. No me respetaba, eso estaba claro, desde que lo conocía no me había respetado. Virgen o no, simplemente era una conquista más que añadir a su larga lista.

  –No sé por qué me sorprende tanto. La gente me advirtió sobre ti.

  – ¿Quién te ha hablado de mí? –preguntó con agresividad. De pronto, parecía muy interesado en el tema.

    ¿Qué escondes Liam? ¿Quién eres realmente?

    Me senté en la orilla de la bañera, mostrando una completa pasividad y, sin dirigirle ni una sola mirada a su rostro me puse las deportivas.

  –Eso no te importa una mierda…

    Un momento después, y completamente helada por la agresividad de su comportamiento, me encontraba estampada, de espaldas contra la pared y con él encima de mí. Pero no era un gesto erótico, esto estaba sacado de una escena de tensa intimidación donde el atacante quería sacar su información fortuitamente y acojonando a su víctima.

  –No hay nadie en este mundo que me conozca bien –dijo entre dientes y con la mirada completamente encendida–, y las pocas personas que podían haber mencionado algo de mi vida privada, no arriesgarían su propia vida en contárselo a una desconocida, así que, asumo que, tus comentarios son sacados de unos rumores venidos de gente que no sabe y no pueden, meterse en su jodida vida únicamente.

    Su respiración se había acelerado y todo su cuerpo irradiaba ira, la furia contenida que resurgía como el fuego en las brasas. Ya había visto ese rostro descompuesto por la rabia cuando había tomado al joven en el festival, pero ahora lo enfocaba hacia mí, y no me gustó.

  –Eres peligroso –murmuré con voz asustada–. Y ahora te tengo miedo.

    Liam se retiró soltándome y retrocediendo como si le hubiera pegado una patada en el estómago. Aproveché que fijaba la mirada en el suelo y me escabullí fuera del baño. Él me siguió y antes de que colocara mi mano en el pomo de la puerta sentí su presencia justo en la espalda.

  –No te vayas –rogó con una voz completamente diferente.

    No caigas, no seas tonta. Ese hombre está loco.

  –Gaela, perdona…No quería decirte eso…No así, no es lo que…

  –No me toques –interrumpí con brusquedad soltando un grito cuando noté sus dedos justo en la nuca.

    No le permitiría que me volviera a tocar. Había conseguido recuperar las fuerzas y el impulso necesario para salir de ahí corriendo… Sin embargo, no me movía. La mano flotaba en el aire, a un milímetro de mi salvación, tan solo tenía que dejarla caer, ejecutar un movimiento circular y fin, pero… No reaccionaba.

  –Espera un momento. –Liam se acercó más a mí–. No te vayas así, Gaela, por favor–. Cerré los ojos porque ya comenzaba a sentir la delicada vibración del pétalo de una flor sobre toda mi piel–. Déjame solucionar esto–. Finalmente acarició mi espalda. Me estremecí como una idiota–. Discutamos esto de una forma que nos guste a los dos–. Me dio la vuelta y presionó su cuerpo contra el mío. Después colocó una mano en mi cadera y la otra, bajo mi barbilla para obligarme a mirarlo–. Te quitaré ese miedo–, su boca, lentamente cayó sobre la mía, pero no me besó, la dejó pesada sobre mis labios–, y te mostraré lo mucho que mimo tu cuerpo y lo mucho que lo deseo–, mordió el labio inferior, tirando de él y provocándome un temblor detrás de otro–, está vez lo haremos a tu manera, te follaré como tú quieras.

    Din.

    Te está utilizando.

    Y faltó esa palabra para que me diera un golpe contra el suelo y me despertara de este sueño. Nada con él era realidad. El hombre dulce no existía, no tenía sentimientos simplemente era un artista a la hora de currarse un polvo asegurado. Pero se había equivocado conmigo.

    Deslicé mi rodilla entre sus piernas y en el momento que la decisión de su boca tomó el poder. Levanté la pierna y le di con todas mis fuerzas a su gran tesoro mundial.

    La entre pierna.

    Liam retrocedió venciéndose hacia delante y aguantándose sus testículos como si se le fueran a caer. Viendo como maullaba de dolor hasta caer al suelo de rodillas retrocedí, levanté el mentón y con orgullo me di la vuelta para abrir esa puerta. Lo conseguí y antes de salir lo miré por encima del hombro por última vez.

  –Vete a la mierda y olvídate de mí.

  –Hija de…

    Ya no terminé de escuchar su queja. Salí corriendo de ese lugar y no frené hasta que ese odioso Motel hubo desaparecido de mi vista.

 

 

 

 

Capítulo 26

 

    Me arrepentí de inmediato no decirle al recepcionista que me pidiera un taxi. Pasear por una carretera desierta no me pareció buena idea, pero de eso me di cuenta tarde, cuando llevaba diez minutos caminando por la cuneta.

    Saqué mi móvil del bolso mientras le dirigía un rápido vistazo al bosque, al menos tenía toda una frondosa laguna para esconderme, pero rápidamente recapacité y recordé que si tenía la suerte de que algún perdido coche pasara por este inhóspito lugar, tendría una oportunidad para librarme de una buena caminata.

    Miré la pantalla y traté de desbloquearlo, después me di cuenta de que lo había apagado ayer, al ver la insistencia de Ivan con tanta llamada. Lo enchufé e inmediatamente mi mano fue atacada por la insistente vibración del aviso de llamadas y mensajes.

    Recé a todos los santos que conocía… posiblemente cuatro y los dos últimos creo que me los inventé porque, cuando comencé abrir sobrecitos vi con atención que, en tanto rezo algo había salido mal…Y bien mal.

    Dios, Ivan había pasado de ser un educado hombre de respeto a un demencial lunático descontrolado.

    ¿De dónde sacaba a los hombres? ¿Del psiquiátrico?

    Tras leer los cuatro primeros, me esperé, de los cinco que me quedaban cualquier cosa preciosa que ese hombre podía pensar de mí… Y no me equivoqué.

 

    Mensaje uno:

Tú y tu manía de colgar el teléfono. Necesito hablar contigo, por favor, es importante y sabes que odio los inútiles mensajes de texto. No somos niños de doce años. Coge el teléfono y habla como la gente madura y civilizada.

    Mensaje dos:

Gaela, si estás enfadada me da exactamente igual. Necesito arreglar unas cosas y me urge hablar contigo. Coge el maldito teléfono.

    Mensaje tres:

Genial, ahora lo apagas. ¡Eres una maldita zorra! 

 

    Gracias, pensé.

 

    Mensaje cuatro:

Maldita seas. Escóndete bajo tierra por que como te coja…

 

    Ese mensaje me dejó los pelos de punta, Ivan ni siquiera lo había terminado.

 

    Mensaje cinco:

Si esto es una de tus estratagemas para olvidarte de mí y torcer lo planes de la boda, te informo de que te olvides. Ya te lo dije; quieras o no, te casarás conmigo porque así lo he decidido yo.

 

    Apreté el teléfono entre las manos y leí ese mensaje de nuevo. Odiaba la idea de que se pensara que ya era dueño de mi vida y de todas mis decisiones. Me frené y salí de la bandeja de entrada para introducirme en el archivo de salida, y contestar, en mayúsculas; que yo no era su esclava, pero al ver como el dedo me temblaba cuando toqué la primera letra…Decidí dejar que mi frustración se despejara con dos puntapiés a una piedra pequeña que había en medio de mi camino. Después de hacer la tonta un poco, continué leyendo.

 

    Mensaje seis:

No sé cuánto tiempo más soportaré esto. No tengo ni idea de que hacer contigo. Me estás volviendo loco.

 

    Mensaje siete:

Me estás castigando ¿verdad? Por lo que pasó en la bodega… <<

 

    Levanté la vista de la pantalla y algo que reconocí como remordimiento se posó en mi estómago regalándome una arcada.

    ¿Qué estaba haciendo?

    Huía de mi futuro oscuro, para tener un presente que se asemejaba mucho al filo de una Katana. Liam era la espada y tan oscuro como Ivan, pero al menos el último no me había tomado el pelo ni se había aprovechado de mí…

    Desgraciadamente.

    Ivan siempre me había dicho la verdad, sabía a qué me enfrentaba, pero Liam, él no decía nada y lo poco que decía era en cuenta gotas, además de añadirle que él no era algo serio, simplemente una aventura pasajera que pronto olvidaría…

    Sentí un intenso pinchazo en la cabeza y reviví la imagen de ese torso desnudo, marcado de tinta negra y revistiendo la mitad de su cuerpo, y mis dedos, llenos de antojos, surcar lentamente los soles que tapaban otro enigma más.

    Negué con la cabeza y bufé largo y tendido hasta vaciar mis pulmones.

  –Liam…te estoy cogiendo un asco –murmuré mintiéndome a mí misma. Era patético, lo sé, porque ese hombre comenzaba a gustarme mucho–. Mierda.

    Dejé a un lado mi deprimente estado y continué leyendo algo mucho más deprimente.

 

>>…Bien, puede que me lo merezca, pero tienes una maldita obligación conmigo, me debes obediencia y sumisión, y me debes el mínimo respeto, aunque pienses que no. >>

 

    Vale, debería de haber terminado de leer antes de venirme abajo.

  –A ti también te estoy cogiendo asco, Ivan.

    Lo malo de este es que, aparte de gustarme mucho, me había enamorado… Pero si es que soy tonta.

 

    Mensaje ocho:

Ya no puedo confiar en ti.

 

    Eso no era una novedad.

 

    Mensaje nueve:

Más te vale que la tontería infantil se te pase pronto y que cuando estés localizable, me llames, o te prometo que cuando te tenga delante, la cosa se complicará bastante para ti.

 

    Terminé de leer y me pasé la mano por el pelo. Un discursito típico de Ivan era lo que menso necesitaba en ese momento. Se me pasó la idea de llamarlo y ahórrame el detalle de tener ese cuerpo delante de mí, con su postura de ser mejor que yo, mientras me hundía más en la mierda, pero no me apetecía hablar con él, no tenía fuerzas ni para escuchar su voz, aunque fuera detrás de un altavoz.

    De pronto, un coche se paró a mi lado en el mismo momento que Ivan comenzaba a dar su toque de llamada. Me sobresalté al notar la vibración en mi mano y miré la pantalla sin dar crédito a lo que veía. Tenía que tener poderes, era imposible que supiera que ya estaba disponible…

    Error. Tienes cuarenta llamadas desde que le colgaste. Eso es de suponer.

    El motor del coche que tenía a mi lado rugió llamando mi atención. Era un coche viejo, antiguo en un color negro, tenía tantas chapas de diferentes modelos que no supe diferenciar que clase era. La música, un sonido que salía de unos altavoces súper potentes cesó cuando una cara con unas gafas oscuras asomó por la ventanilla bajada.

  –Hola guapa –saludó a la vez que sacaba un brazo y lo dejaba caer por el metal de la puerta–. ¿Quieres que te llevemos algún lado?

    Lo miré a él y al resto, analizaba la situación con la mente concentrada en el móvil que tenía en la mano, cuyo aparato no cesaba de moverse entre mis dedos. Eran tres con unas pintas de esas que no les obligaba a esforzarse mucho más para aparentar un peligro constante, pero no un peligro sexy como el que Liam me inspiraba, esto se trataba de un peligro diferente y del que tenía que huir.

    Con una sonrisa educada lo miré de nuevo.

  –No gracias. –Levanté el móvil y se lo mostré–. Vienen a recogerme.

    Inmediatamente descolgué y me puse el teléfono en la oreja.

  –Gaela –la estrepitosa forma de Ivan, en llamarme me puso los pelos de punta y aceleró mi corazón–. ¿Se puede saber…?

  –Ivan –interrumpí con una nota de pánico–. Ahora no… –me interrumpí por que la voz me temblaba y lo que menos deseaba en ese momento es que él se pensara algo completamente erróneo. Me aclaré la garganta, dándoles la espalda a los chicos y caminé hacia delante–. Ahora no puedo hablar.

    El coche aceleró un poco y se colocó a mi lado, siguiendo mi ritmo sin detenerse.

  –Venga guapa, sube al coche…No te vamos a morder –ronroneó el conductor y, los tres soltaron una carcajada.

    Ese sonido me cortó la respiración.

  –Gaela, ¿qué pasa? ¿Quiénes son esos?

  –Nadie –contesté, después me giré hacia mis nuevos amigos–, gracias, de verdad, pero ya vienen a por mí…

  – ¿Dónde estás? –exigió saber Ivan, con una voz cortante–. Gaela, no me dejes así. ¿Qué demonios está sucediendo?

  –Nada –contesté delatando el miedo en mi voz.

  –Muñequita, si no es molestia para nosotros – insistió el conductor, golpeando más fuerte la chapa de la puerta y quitándose las gafas con la otra mano–. Una mujer como tú no debería ir sola por estas carreteras, hay mucho loco suelto.

    No me digas.

    Disimulé, otra de mis sonrisas para no levantar sospechas y mostrar que me estaban asustando. Y sobre todo, no dejé de caminar en ningún momento.

  –No…

  –Sube con nosotros –interrumpió el copiloto, un chico rubio, asomando la cabeza y dibujando una sonrisa maliciosa en su boca–. No nos gustaría que algo horrible le sucediera a ese precioso culo.

    Las piernas me temblaron y casi no supe como conseguí dar los pasos que necesitaba para dejarlos atrás. Igualmente no sirvió de nada, antes de dar la sexta zancada ya lo tenía otra vez a mi vera.

  – ¡Gaela! –repetía Ivan, una y otra vez. Me llamaba pero lo único que tenía en la mente era un plan de acción, lo malo es que cualquier salto de fuga que se me ocurría tenía el mismo terrible final.

    Sólo me quedaba rezar para que al final me dejaran en paz.

  –Mi novio vendrá en un par de minutos. –Miraba hacia delante, recta como un palo y con una decisión suprema–. Ya lo he avisado. Sabe dónde estoy.

    Los tres, de nuevo, soltaron otra carcajada y escuché un murmullo que reconocí del copiloto, ya que, era el que tenía la voz más dulce. Después, el piloto volvió a golpear la chapa de su puerta con el puño.

  –No nos lo estás poniendo fácil… Vamos sube –insistió elevando su voz al final.

    El coche aceleró hasta atravesarse en mi camino ejecutando una maniobra de giro. Frenó y mi cuerpo se quedó helado cuando el ocupante de atrás abrió la puerta y salió. Me giré y me topé con un imponente tío de metro noventa con un enorme cuerpo de gorila. El tipo levantó un poco la cabeza, haciendo que su cuerpo se ampliara más y sonrió mostrando un diente de oro.

  –Vamos princesita, ¿te vas a venir con nosotros? –dijo, a la vez que se acercaba a mí.

  –Oh. Mierda –dije asustada y retrocedí.

  –Vamos, preciosa, anímate, te llevaremos a donde nos pidas. –Este había sido el conductor y, detecté una nota lasciva en su forma de hablar.

    Me di la vuelta y, esquivando el coche comencé a caminar más deprisa. El gorila con el diente de oro me siguió y el coche, marcando la gravilla a la rueda, salió detrás de nosotros.

  –Dime que está pasando… ¿Estás en peligro? –preguntó Ivan, con voz ansiosa–. Háblame, maldita sea. ¿Qué está sucediendo?

  –No me cuelgues, por favor –le rogué.

  –No, no, no lo voy hacer, pero dime dónde estás e iré a por ti.

  –No lo sé.

    Escuché los pasos más cercanos, más marcados, pisando fuerte como si se trataran de látigos contra mis hombros tensos. Aceleré mi paso y la cagué.

  – ¡Cógela, Tony! –rugió el conductor.

  –Gaela… ¡Sal de ahí! –gritó Ivan dejándome sorda, cosa que casi parecía imposible ya que mi corazón lanzaba un bombardeo de miedo contra mis tímpanos.

    Y salí corriendo.

    Tras un grito que no llegué a entender, el gorila que me había perseguido se abalanzó contra mí. Cogí una bocanada de aire, que fue más como un grito cuando esos enormes brazos me rodearon el cuerpo, atrapando en su abrazo la movilidad de mis brazos. El teléfono resbaló de mis dedos al notar la fuerte presión contra las costillas, y cualquier intento de volver a respirar escaseó.

    Abrí la boca, pero lo único que produje fueron meros gruñidos lastimeros antes de que esa mole me levantará en vilo y me estampara contra el capo del coche, que de nuevo, se había colocado en nuestro camino, torcido con el culo cara la carretera.

  –Sí, déjala ahí, Tony.

    Me liberó los brazos pero apoyó inmediatamente una mano en el centro de mi espalda para mantenerme bien pegada y besando la parte delantera del coche. Ladeé mi cabeza y me encontré con la cara del conductor puesta, con una sonrisa asquerosa en sus labios, en nosotros.

    El metal caliente y el rugir del motor se filtraron en mis venas haciendo que la sangre me circulara a una velocidad de vértigo.

    Intenté luchar con mi cuerpo, apoyándome con las palmas al capó y lanzando patadas al aire a mi espalda, acerté una, pero lo único que conseguí fue enfadar al gorila.

  –La muy zorra… Te vas a enterar.

    Plass.

    Sólo me habían dado azotes tres personas en mi vida. Mi madre y mi padre me habían dejado el culo rojo, Liam ardiendo, pero este cerdo me había dejado la marca de esa enorme mano. Lanzó otro azote, mucho más fuerte y el grito que di estranguló cada rincón del bosque, haciendo saltar la alarma de cada animal que nos rodeaba, e incluso los pájaros, una bandada saltó al cielo con un sonido nervioso.

  – ¿Qué hago con ella?

    Hablaban de mí como si yo fuera un animalillo que se habían encontrado en medio de la carretera.

  –Pues arrancarle los pantalones –dijo el conductor con arrogancia, como si ese tal Tony fuese tonto.

  – ¿Lo vamos hacer aquí? –preguntó Tony, incrédulo.

    El corazón me latía con fuerza y me temblaban las rodillas cuando vi la amplia sonrisa que me dedicaba el conductor.

  –Sí –contestó alargando esa simple letra–, esa tía me ha puesto muy burro.

    En el momento que noté su mano en la orilla de mis pantalones, todo mi cuerpo reconoció la situación y comenzó a sacudirse con violencia.

  –Tranquila, princesita. Lo vamos a pasar bien.

    El terror me dominó y cada síntoma de miedo me golpeó con una fuerza bestial.

  – ¡No! –grité desesperada.

  – ¡Hazlo! –gritó el conductor.

    Pero, de pronto, el bestial rugido de unas ruedas al frenar contra el asfalto nos dejó a todos completamente quietos y atentos a ese violento sonido.

  –Pero…

    Me incorporé de una forma que pude ver lo que ellos miraban con tanta atención, y la escena de un hombre que dejaba caer su moto al suelo para salir corriendo en nuestra dirección, fue como una luz en el horizonte, cálida y tranquila.

    Me dio un vuelco el corazón al darme cuenta de que era Liam, completamente loco, era un animal depredador y oscuro. Noté más que vi esa amenaza, ese hombre estaba completamente fuera de sus cabales.

  – ¡Soltarla! –bramó Liam, salvaje, irreal.

    Tampoco les dio la oportunidad de hacerlo. Antes de que el gorila retirara su mano de mi cuerpo, el puño de Liam caía a una velocidad fugaz sobre su cara. La mole que me había azotado el culo con la fuerza de un mazo, cayó al suelo como si fuera un tronco recién cortado. Inmediatamente, tanto el conductor como el ocupante de atrás abrieron sus puertas.

    Con un movimiento rápido y muy calculado, Liam cerró la puerta de una patada, haciendo que el conductor se estampara contra el metal y cayera, quejándose mientras caía contra los sillones, después, esperó al rubio, que ya se avecinaba a él, rodeando el coche, con una navaja en la mano.

  –Aléjate de aquí, Gaela –me ordenó con la misma voz salvaje.

    Lo intenté, traté de dar un paso, pero mi cuerpo estaba temporalmente congelado y no conseguí menearme.

    Esquivó ese acero con una agilidad sorprendente ladeándose hacia un lado y golpeando con un codo al agresor, después tomó la muñeca que sujetaba la navaja y con el mismo codo, cuando este se encorvó hacia delante por el dolor, arremetió, con la misma rapidez, otro golpe en ese brazo.

    Se me cortó la respiración y sentí por un momento que ese hueso roto era el mío. El rubio maulló y se cayó de rodillas mirándose incrédulo el hueso saliendo de su carne y su chaqueta. Liam, no contento con ello, estampó su cabeza contra el metal con la fuerza de su mano como si tan solo fuera plastilina, después, dio otra patada, con el talón, a la puerta que el conductor abría de nuevo.

    El grandullón, desorientado se levantó y cuando recuperó algo de la conciencia fue a por Liam, pero mi demonio ya estaba prevenido. Con un arte de movimientos fluidos, se agachó esquivando esos brazos que iban en su dirección y arremetió dándole un puñetazo en sus partes.

    Nunca en mi vida había escuchado gritar a un hombre de esa manera, pero ese sonido que produjo su garganta consiguió ponerme los pelos de punta.

    Liam, como si no causara ningún efecto en él, ver como dos hombres lloriqueaban de una forma espeluznante, dio media vuelta y de una simple patada le rompió la pierna…

    Dios, otro hueso. Me entraron arcadas. Estaba completamente temblando y sentía las manos heladas. La mole terminó besando el suelo de boca y pude ver como rebotaba contra el asfalto, que sentí temblar bajo mis pies.

    El jinete era una fiera, un ser sacado del infierno preparado para matar; sin piedad, sin emociones en su rostro. Parecía que hubiese nacido para ello, era perfecto, implacable en sus golpes y se adelantaba a sus oponentes, sumiendo, de una forma increíble el control absoluto que teína de cada perímetro que lo rodeaba y mucho más.

    El sonido del motor me hizo retirar la mirada de esa masa inútil que había en el suelo y fijarla en la cara de espanto del conductor cuándo metió la marcha para salir de ahí.

    Me invadió el pánico al ver como Liam, se daba la vuelta, con un gesto asesino en su mirada y veloz como un poseído, metió la mano por la ventanilla y cogió al tipo por la chaqueta con tal fuerza que lo sacó por ese mismo agujero y lo tiró al suelo como si pesara menos que una garrafa de agua.

    El chico se quejó y como pudo, se incorporó sentado. Liam con las piernas abiertas y las manos convertidas en puños, lo enfrentó. Al ver tal escena, el piloto se arrastró hacia atrás, tratando de huir de algo imposible. Liam no lo iba a dejar en paz.

  –Oye tío… No le íbamos hacer nada malo –el chico levantó las manos en señal de rendición. Liam dio un paso más hacia delante con gesto amenazante.

    Unos pocos rayos de sol se reflejaron en su barba incipiente y su mirada brilló con satisfacción al ver su trabajo.

  –No deberíais de haberla tocado.

    Tenía una voz firme, sin rasgo alguno de alteración, como si fuera un caminante que estaba pidiendo indicaciones.

  –N-no pretendíamos…

  –Mala suerte –interrumpió con naturalidad–. Esto no es personal, te has atrevido amenazar, insultar y golpear a la mujer equivocada. Has cometido un grave error al fijar tus ojos en ella.

  – Lo siento, de verdad…

  –Yo no perdono –dijo frío como el acero.

  –Liam –lo llamé e inmediatamente se giró.

    Se me hizo un nudo en la garganta cuando me topé con esos rasgos. Algo tuvo que ver en mis gestos porque su rostro se suavizó.

  –Espérame junto a la moto –pidió, y al ver que no me movía alargó una mano con los dedos estirados– Dulcemeum, hazlo.

    Con el pulso temblando estiré mi brazo y tomé su mano. Liam tiró de mí y me acercó a él, inspiró llenándose las fosas nasales con mi aroma y después, con mucha delicadeza, me empujó, animándome para que comenzara a caminar. En el momento que le di la espalda y caminé hacía de su moto, escuché el grito de dolor que dio el conductor.

    No quise saber más de lo que había sucedido. Me permití unos segundos para agacharme y recoger mi móvil y el bolso del suelo mientras, aprovechaba en aclararme las ideas y meditar sobre la bestia que me había salvado la vida de una forma muy loca… Y decidí, también, que no quería pensar en ello.

    Era una locura. Lo sucedido me superaba, martilleaba contra mi cabeza sin explicación. Lo que acababa de ver solo pasaba en las películas, esa forma de moverse, la agilidad de saber qué hacer, de cómo leer a su oponente, de cómo acabar con tres hombres sin agotarse y sin ningún rasguño en menos de diez minutos.

    ¿Quién demonios era ese hombre?

    Me giré al escuchar los sonidos de unos pasos. El cuerpo del jinete se agachaba para coger algo del suelo. Hasta que no observé como rajaba las ruedas traseras del coche no supe que se trataba de la navaja del rubio. Después, la tiró al interior del bosque, lanzándola muy lejos, se limpió las manos como si nada y se acercó a mí. Sin mirarme levantó la moto del suelo y se subió en ella, luego, me miró a mí.

  –Sube. –Me sobresalté por la nota dulce que había utilizado y antes de que me diera cuenta, estaba subiendo detrás de él.

    Estaba completamente tensa, asustada y el pulso se marcaba en mis dedos, temblaban violentamente y, mi respiración no me tranquilizaba mucho más. Las tripas se me revolvían, no podía quitar de mi cabeza la imagen de esos huesos fuera de sus sitios.

  –Cógete Gaela, no quiero que te caigas.

    Obedecí tac sativamente, pero mi postura no era la de abrazarlo como a él le hubiera gustado. Lo cogía con miedo y eso provocó que el cuerpo que tenía delante se tensara. Abrí la boca para pedirle que me hablara, para que me soltara una de sus tonterías ofensivas y me quitara la escena vivida de la cabeza, pero no conseguí pronunciar ni una sola palabra, y para colmo, Liam iba callado, tenso y muy rápido.

    Se me pasó por la cabeza la imagen de un accidente bestial…

  –Para, para –le pedí.

  –No –dijo rotundamente.

    De pronto, sentí una gran ansiedad. Necesitaba bajar, necesitaba pisar tierra.

  –Para, por favor –mi voz crispada lo tensó mucho más.

  –He dicho que no.

    Liam aceleró más.

  – ¡Que pares!

    Presioné su cuerpo, sufriendo una leve claustrofobia. Liam perdió el control de su moto y, las ruedas dieron una sacudida que hizo que el vehículo diera un violento tirón. Consiguió, entre maldiciones, mantenerla recta y se detuvo completamente en el arcén.

  – ¿Qué demonios ha sido eso? –me culpó con tono rabioso.

    Me bajé de la moto y comencé a hiperventilar mientras mis pies formaban un círculo de arena a mí alrededor siguiendo un circuito continuo de camino.

  – ¿Estás loca? –continuó.

    Me giré y lo miré con los ojos abiertos como platos.

  – ¿Loca yo? –pregunté con cara de poquer.

    Bajó de la moto clavando al suelo el caballete y caminó en mi dirección. Sus pasos aumentaron la presión de mi pecho y la ansiedad subió un tono más. No era temor, era algo similar a la locura y al nervio mental.

    Vi, en un refilón de sombra el brazo de Liam alzarse, tomando la decisión de tocar mi hombro. Me retiré de un salto. Él miró ese gesto con una ceja alzada.

  – ¿Me temes?

    Lo observé con atención. Parecía un hombre normal en ese preciso momento, con miles de pensamientos, de sentimientos y emociones reflejados en su rostro y con el cuerpo tenso, quieto, esperando, casi sin parpadear mi respuesta.

    No le tenía miedo, verdaderamente no lo temía, y eso era algo completamente ilógico. Debía reconocer la vena loca que le asaltaba en sus momentos, pero gracias a esa vena, a mí no me había sucedido nada y a él… Bueno, Liam estaba muy entero.

    No obstante, temía todo lo que le envolvía en una nube oscura, tapando cosas raras; incógnitas y preguntas sin responder, y lo mucho que me afectaba su mirada, me sumía en un dominio de manipulación completa.

  –Estoy buscando la forma de asumir todo lo sucedido, pero es demasiado para mí y para un solo día, estoy desbordada –expliqué con voz nerviosa e inmediatamente le di la espalda para retirarme el pelo de la cara.

  –No te voy hacer daño a ti –murmuró débilmente.

  –No sé qué pensar –murmuré para mí misma.

    Noté instantáneamente la presencia de Liam detrás de mí.

  –Déjame ayudarte, Gaela, yo puedo hacer que desaparezca todo –susurró con suavidad como si me ofreciera una cura rápida.

    Giré con un suspiro ahogado. Estaba muy, pero que muy cerca.

  – ¿Tu don? –Él asintió–. No tengo ni idea de lo que me estás haciendo, pero me estás provocando un enorme lío mental.

    Liam insistió y dio otro paso más. En sus ojos solemnes asomó una sombra de compasión.

  –Puedo entenderlo, yo también comparto ese sentimiento.

  –Pero yo no te estoy haciendo nada.

    Liam tomó su mano con la mía y presionó, ofreciéndome el calor que necesitaba mi cuerpo.

  –No conscientemente –añadió con voz leve–, pero inconscientemente has provocado una enorme brecha en mi vida. Has revolucionado todo lo que me rodea.

  –Tus normas –dije entre suspiro y suspiro.

    Me sentía vulnerable, débil, mareada y profundamente enganchada a su voz, a su tacto y a su mirada, y él lo sabía, se estaba aprovechando de la situación.

  –Mis reglas, mis pensamientos, mi rutina, todo ha sufrido un giro inesperado, y… muchas más cosas que ahora no te puedo decir.

    Lo miré a los ojos directamente y me ahogué en sus profundidades. Como siempre.

  – ¿Por qué?

  –Por que, cuanto menos sepas de mí, mejor. Confórmate con lo que te puedo dar y no intentes averiguar más.

  – ¿Y si quiero saber?

  –Será un problema y me obligaras a tomar una decisión que, ahora mismo ni deseo, ni quiero tomar.

  – ¿Qué decisión? –susurré, notando que mi corazón estaba a punto de explotar.

  –Alejarte de mí.

    Me quedé sin aliento y cerré los ojos. Oh, Dios.

  –Dime al menos una cosa –pedí débilmente. Al cerrar los ojos todo se había sensibilizado y, notaba cualquier sonido, tacto del viento y emoción con gran intensidad–, ¿estás en el lado bueno, o el lado malo?

  –He tenido una vida que me ha empujado al lado malo para poder sobrevivir, pero…intento ser bueno.

    Sabía a qué se refería, lo había visto en varias ocasiones, es más, la primera vez que me había cruzado con su mirada, tuve ante mí a un ser sacado del infierno. Aunque su comportamiento juguetón me perturbara en ocasiones, el halo de misterio y el cartel de cuidado con la bestia, estaba presente en él, en cada movimiento, en cada palabra y en cada mirada.

  –Ya sé que eres peligroso…

  –No, no tienes ni idea –murmuró con voz apagada y seca–. Pero tranquila, conmigo estarás siempre en buenas manos –dijo a solo unos centímetros de mí, su aliento me agitó el pelo–. Tú te has vuelto una prioridad.

    Abrí los ojos de golpe cuando me cogió por los codos. Me quedé inmóvil. Esperaba que mi instinto cobrara vida con un destello de furia, pero no pasó nada. Liam estaba hechizándome otra vez con la intensidad de sus ojos. Una absurda parte de mí le gustó, y como una idiota, no hice nada cuando debería haberle dicho que me soltara, que saliera cagando leches de aquí y que no se acercara a mí.

    Pero, era imposible. Liam estaba francamente guapo allí plantado y a mí no dejaban de atormentarme los recuerdos; imágenes del primer día que lo conocí, después, sus brazos alrededor de mi cuerpo en aquella terraza simulando a la Toscana, la sala de los cristales con él detrás de mi cuerpo, acariciando mi trasero, nuestros cuerpos desnudos, sudados, ansiando sentirlo y que me sintiera entera…la chispa con la que me atravesaron sus ojos cuando dejó a los matones tirados en la calle, la agresividad de su tacto cuando me había empotrado contra los azulejos de aquel Motel de carretera…

    Retrocedí unos pasos, pero para cuando me di cuenta el tiempo había pasado y Liam, había desaparecido de mi cercanía para caminar directo a la moto.

  –Vámonos, te llevaré a casa de tu amiga.

    Sentí el golpe seco del agua fría contra mi cuerpo. El soplo del aire acariciando mi piel y la sensación de caer de las nubes al suelo. La realidad me golpeaba.

  –Gaela, se me hace tarde. –Liam arrancó y me miró con una ceja alzada.

    Parpadeé. Tuve la sensación de que había pasado una hora, una hora que se había perdido ya que yo no me había enterado de lo que había sucedido. Liam volvía a ser el que era y yo, volvía a sentir el rencor, la rabia y las ganas de estamparle la suela de mis deportivas en toda la cara.

    ¿Cómo podía ser?

  –Gaela. –Se estaba impacientando y su tono prepotente solo consiguió darme un guantazo en toda la cara para terminar de despertarme.

  –Prefiero caminar todo el día para llegar a casa, antes de volver a subir contigo en esa moto.

    Su cuerpo se tensó y los rasgos suaves que había enseñado desaparecieron para mostrarme a la persona vacía y fría que había conocido.

  –Que subas –exigió.

  –No –repetí hincando los talones en el suelo.

  –Sube, oh…

  – ¿Oh, qué? –Interrumpí con chulería–. ¿Me vas a dar la misma paliza que a ellos?

  –Es posible –dijo, tranquilamente cruzándose de brazos.

    ¿Sería capaz? Viniendo de él me esperaría cualquier cosa.

  –E-eso simplemente me anima a salir corriendo lo más rápido posible –mierda, me temblaba la voz.

  –Y sé que correrías deprisa, soy testigo de ello pero, te agradecería que subieras en la moto y no te metieras en más líos.

    El recuerdo de lo sucedido me animó a cambiar de idea. Otro encuentro más con otros mercenarios que, terminaría en una catástrofe de sangre y huesos fuera del cuerpo me empujó a dar unos pasos hacia delante.

    Me quedé a un metro de distancia, mirando la moto y al hombre que estaba montado en ella y… Se me ocurrió otra idea mucho mejor.

  –Déjame conducir a mí. –Liam, sorprendido, arrugó la frente–. Será la única forma de que vuelva a montar otra vez contigo.

  –Debo admitir que esto no me lo he visto venir.

  – ¿Eso significa que no?

  – ¿Necesitas un chute de adrenalina? –Asentí y pensé, al mismo tiempo que estaba loca–. Ven aquí –aceptó, para mi sorpresa.

    Me dejó un hueco delante, aguantando con sus piernas el equilibrio de la moto y me senté delante de él. Inmediatamente se apegó a mi espalda y pasó los brazos por mi cintura para llegar al depósito de gasolina y apoyarlas ahí.

  – ¿Sabes llevarla? –preguntó contra mi oreja.

  –He montado en bici.

  –Morena, esto no es una bicicleta –ronroneó contra mi oreja–. Las…

  –Lo sé, se acelera con el manguito, –coloqué una mano encima–, y se frena con la manivela–. Coloqué la otra encima del hierro en forma de media luna–. No es un rompecabezas.

  –Bien. Y las marchas están en los pedales.

    Mierda, eso no lo sabía.

  –Vaya, la gallita no es tan lista. –Puede sentir la sonrisa de sus labios contra mi oreja.

  –Oye –me quejé.

  –Tranquila, se me ha ocurrido una idea. Pon los pies en los hierros que sobresalen de delante. –Busqué los hierros a los que se refería y los encontré casi al instante. Puse mis pies encima–. Bien– aludió, colocando un pie encima de uno de los pedales–. Yo te cambiaré de marchas y te indicaré cuando apretar el embrague, y tú, te encargaras de marcar el rumbo y el paseo. ¿Te parece bien?

  –Bien.

  –Vale. Dale al contacto.

    Giré la llave de contacto y tras escuchar el rugir de la bestia que tenía entre mis piernas, la loba que había en mi interior maulló. Aceleré sin darme cuenta y la moto se revolucionó.

  –La has puesto muy caliente, morena… como a mí.

    Sus manos cayeron en mis muslos y las piernas comenzaron a temblarme, el volante, que sufrió el mismo trato fue amparado por la rapidez de Liam, en actuar para que no volcáramos en el primer metro de trayecto, luego, venciéndose sobre mí colocó una mano encima de la mía y me frenó.

  –Me parece que esto no es muy buena idea…

  –Quita tus manos de encima de mi cuerpo y no pasará nada.

  –Me pides un imposible.

  –No lo es. Se mayorcito y obedece. Manos fuera y quietas –ordené.

  –Lo intento, pero sabes que me dicen mis dedos…que te toque antes de que desaparezcas.

    Eso era difícil cuando sentía al hombre a mi espalda tan pegado a mí…

  – ¿Cómo tú ayer?

    Liam se tensó.

  –Créeme si te digo que era mejor así.

    Respuesta… incomprensible. Con su mano sobre la mía aceleré la moto y… de nuevo, se volvió loca y Liam tuvo que hacer el resto para controlar a esa bestia y a él mismo mientras yo soltaba una carcajada.

  –Maldita sea, Gaela, nos vas a matar.

  –Eso es lo bueno…

    Mis quejas fueron interrumpidas porque, el loco que tenía detrás ya había tomado la decisión, de cortarme el rollo. Con un brazo de hierro alrededor de mi cintura, me pasó detrás de él. En dos segundos había pasado de pilotar a ser un paquete detrás.

    Lo golpeé en la espalda con frustración y con ganas de estrangularlo. Me había tomado el pelo de nuevo.

  –Eres un cabrón –escupí y me retiré de él para minimizar ese contacto.

  –Gaela, provocas tentadoramente y eres una temeraria, eres… –Liam se interrumpió porque su teléfono comenzó a sonar.

    Sacó un aparato negro, pequeño y muy extraño del bolsillo y se lo colocó en la oreja. Después, arrancó y le dio al acelerador pasando olímpicamente de mí.

  –Marlowe –respondió secamente–. ¿Ahora?–preguntó incrédulo y esperó a que la otra persona continuara–. ¿Estás seguro? ¿Y qué quiere de mí? Ya me leyó el carnet en directo–. Liam se tensó y sentí como una ola de rabia se repartía por su cuerpo al escuchar con atención lo que le decían–. ¡Joder! Esa zorra quiere matarme. No le basta con castigarme sino que… –se interrumpió bruscamente, yo me tensé pero decidí que, los problemas personales de Liam y sus conquistas eran suyos, fuera quien fuese, lo estaba mosqueando así que…allá ella. Moviéndose incómodo en el asiento, bajó el tono de su voz–. Tyler, ahora luego te llamo, tengo compañía –Tyler lo interrumpió–. Sí –contestó y de nuevo, fue cortado. Liam soltó un bufido–. Ahora mismo estoy hasta el cuello, así que, imagínate la respuesta–. Soltó una maldición y aceleró un poco más. Me cogí como pude al sillón colocando mis manos por debajo de mi trasero–. Voy a dejar mi paquetito en casa y, ahora te veo.

    No vi sus gestos pero sí noté la violencia con que se quitó el auricular de la oreja y lo guardó de nuevo en su bolcillo. A partir de ahí, no dijo nada más.

    Ya no sólo había desaparecido, sino que, había dejado de existir para él.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario