Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

viernes, 25 de julio de 2014




Capítulo 7

 

 

    La semana había transcurrido de lo más agitada. Mí día a día se había convertido en un remolque de locura detrás de otra. La tensión no solo se palpaba, te estampaba contra las paredes de boca. La gran fiesta en la que trabajábamos, era la gran oportunidad que necesitábamos para conquistar y ampliar en la sociedad nuestra marca para dar a conocernos entre ese mundillo.

  -¿Me has echado de menos?

    Alcé mi vista del ordenador a duras penas y le dediqué una sonrisa a Adriana, ella entró, cerró la puerta y se paseó por la oficina como una diva entre papeles. La miré, exactamente esa falda que dejaba poco para la imaginación y volví de nuevo a repasar el horario de ruta que habían construido lo gemelos para uno de los días en la isla.

  -¿Qué haces aquí? –Pregunté sin mirarla y en un tono que bien podía dejar claro lo agobiada que estaba en ese momento.

    Los invitados, a quien nosotras llamábamos huéspedes o males de cabeza, habían solicitado, en el último momento un requisito más. Una pequeña excursión al interior de una cueva de un nivel “Junior” , un nivel para que todos se apuntaran, los que sabían y los que no tenían ni idea de caminar, bucear o escalar, aunque la última palabra la tenía Gina y su obligación de castrar a los atontados que iban de atrevidos… En fin, no deseábamos comernos la responsabilidad de un accidente por darle el placer a un sujeto que solo quería chulear delante de los demás.

    La cueva que se había seleccionado era más que nada un tobogán en un parque de atracciones situado casi, en el centro de ese paradisiaco lugar, y me tocaba a mí, encargarme de ser su guía, con lo cual, aquí estaba, peleando con la información que nos había enviado Carlos, nuestra temporal adopción de Hawái para echarnos una mano.

    Todavía no conocía a nuestros huéspedes y ya les estaba cogiendo un asco de miedo.

  -Es la única forma de verte. –Continuó Adriana pasando olímpicamente del bufido que solté cuando la escuché hablar de nuevo. -Gina también va a tope y la otra noche se pasó por casa. –Se sentó en uno de los sillones, cruzó las piernas y se puso a jugar con su pelo. –Cenamos todos juntos menos tú…

  -Y Ete. –Rectifiqué levantándome para buscar los informes que me faltaban en una esquina de mi mesa.

  -Él al menos está de viaje, tiene escusa. –Replicó dedicándome una mirada acusatoria. Le sonreí y ella me miró confundida. -¿Dónde vas?

    Me giré abruptamente cara ella sin entender. Por lo visto mi confusión me hizo parecer loca, porque mi amiga bufó y con un movimiento de manos me señaló mi vestido con desdén.

  -Estas cañón… -Declaró con tono sorprendido antes de que consiguiera lanzarle alguna contestación.

    Después se levantó lanzándome una sonrisa juguetona mientras le dedicaba un silbido a mi vestido blanco de manga corta y, al salón rojo de unos once centímetros de tacón que, aunque a simple vista se convertían en dos piezas exclusivas de la moda, para mí eran solo dos armas masivas de tortura para mis pies.

    Pero más me valía soportar el dolor, mi aspecto estaba en juego.

    Vale, tenía que reconocer que me había pasado un poco con el modelito. Pero mi intención, esta vez, era dejar muerto a Liam, y con un increíble dolor de cuello, mientras miraba como me iba.

  -¿Ivan ha adelantado su cita? –Preguntó Adriana.

  -No. –Contesté con rapidez… demasiada rapidez.

    Comencé a sentirme un poco nerviosa. No me gustaba mentirle a mi amiga pero no me apetecía contar la historia de nuevo como un disco rayado, y menos una historia a la que hoy pondría fin y en la que el protagonista, era el mismo por el que Adriana había demostrado un gran interés.

  -Tengo una comida. –Dije finalmente sintiéndome orgullosa de mí misma ya no solo por la rapidez que…

    Dos puntos Gaela.

    También por la seguridad que desprendía mi voz.

    Dos puntos más y OLÉ.

  -¿Con quién? –Cortó mi fiesta privada con un tono que me sacaba un poco de quicio.

    Le dediqué una mirada fija sin parpadear para indicarle que estaba trabajando y no tenía tiempo de darle un informe, detallado, de mi día de hoy.

  -No pienses mal, es solo trabajo…

  -Mmm, no me interesa. –Se acomodó de nuevo en el sofá y fijó la vista en las uñas de sus pies, la miré por el cambio radical de esa cara y quise reírme por lo fácil que era tratar con ella en algunos casos.

    Debería de haber comenzado por ahí.

  -¿De quién es la fiesta que preparáis con tanta pasión?

    Otro cambio de conversación, y este, con todo lo que tenía encima, no le presté tanta atención.

  -Ni idea, eso lo sabe Gina, hablaron con ella directamente. –Contesté mientras volvía de nuevo a la silla para plantar mis ojos en la pantalla de nuevo.

  -Crees que… -Alcé la vista de nuevo y me la encontré apoyada en el brazo del sillón mordiéndose los labios. –Hay alguna forma de colarme en esa fiesta.

  -Habla con Gina…

  -Ella me dirá directamente que; nooooooo.

    Sonreí por la imitación barata que hizo de la voz de nuestra amiga y dejé a un lado el trabajo, al fin y al cabo podía cogerme un pequeño respiro. Aunque tampoco trabajaba mucho con una mosca silbándome en la oreja.

  -¿Has venido a verme o para sacarme un pase vip para la fiesta?

  -Las dos cosas. –Adriana sonrió como un angelito inofensivo, le faltó juntar las manos y la imagen sería la original y sacada de una estampita.

    Toda una artista en artimañas.

  -Veré que puedo hacer.

    Me rendí al final por no continuar con una discusión de veinte minutos que terminaría con la misma frase que había soltado en tan solo un minuto.

    Llamaron a la puerta, tres toques y antes de que indicara a la otra persona que podía entrar, un cabello revuelto y rojizo, entró con su dueña maldiciendo a la bendita madre de la naturaleza. Aunque la realidad era que su cabello parecía un estropajo en ese momento por la pesada humedad que había dejado una noche lluviosa y no por la supuesta ventisca que Gina había exagerado tener encima de ella.

  -Maldita sea… -Se quejó mientras trataba en balde, coger unas greñas peleonas para aplastarlas contra su melena. Lo dejó estar y después de bufar, le dedicó un ceño a Adriana. -¿Todavía estas aquí?

    Adriana ni se inmutó, tan solo se encogió de hombros mientras pasaba uno de sus dedos por la tela del sillón de piel donde estaba sentada.

  -¿Pues es que no me ves? –Se burló después de unos segundos.

  -¿No sabes lo que es el sarcasmo? –Si no se había enterado, esa pregunta se lo dejó claro ya que el sarcasmo había sido utilizado con tono deliberado.

  -Tú sarcasmo no me preocupa tanto como tu necesidad de echar un polvo. –Se mofó de buen humor Adriana.

  -No tengo necesidad de sexo. –Se quejó Gina con un gruñido.

    Mentirosa.

    Desde que Ete se había ido, Gina se había convertido en un gremlin remojado con los labios pintados en rojo.

    Adriana contratacó ese comentario casi leyéndome el pensamiento, pero tuve que dejar de escuchar en el momento que el teléfono de mi mesa sonó. Al escuchar el segundo toqué el estómago me dio un brinco y cuando alargué los dedos para tomar el aparato vi que estaba temblando.

  -Dime. –Contesté en un susurro.

  -Gaela, el coche que esperabas ya está aquí. ¿Quieres que le diga que espere?

  -No, ya salgo…

    …O eso pensaba yo.

    Mierda, ya está aquí. Respira y no te mates… ¿Por qué demonios había optado por ponerme estos tacones?

    Porque eran mis preferidos y prácticamente se habían convertido en mi amuleto de la suerte por tres razones;

    1º Los llevaba puestos el día que conseguimos una financiación para nuestra empresa.

    Un milagro caído del cielo con el bolsillo lleno.

    2º Un cambio de última hora, como decidir ponerme esos zapatos esa mañana, consiguió nuestro mayor trabajo para una cantante de pop reconocida. La asociación que ella había contratado la dejó plantada, y de pronto, en el mismo momento que me colocaba los zapatos, uno de sus agentes llamó a Gina y… Boom.

    Trabajo a la vista.

    Preparamos su fiesta de cumpleaños en la isla Ariara, en Filipinas, donde, a parte de un viaje gratis, mucha faena y una legión de locos jóvenes perdidos por el alcohol, el vieja resultó ser toda una experiencia y un pequeño lanzamiento para nuestra empresa.

    No obstante, todavía nos quedaba mucho camino que recorrer, por ese motivo Gina había aceptado esta nueva fiesta.

    3º Y el último. Los llevaba puestos el día que conocí a Ivan. Está bien, él me había rechazado ese mismo día, pero, mirando el lado bueno (Que lo había) me iba a casar con un dios griego de ojos grises, así que el efecto mágico del zapato de tacón funcionaba.   

    Lo malo de ese poder es que ahora no surtía mucho efecto, porque toda la valentía que había demostrado en mis pensamientos se fue a tomar por el culo.

    Era el momento, y había estudiado cada palabra, hasta lo había interpretado cara el espejo para poder memorizar mis gestos, pero ahora mismo, esas frases, esos comentarios inteligentes y esas caras altivas, desaparecieron, ya no estaban y yo estaba hecha un flan, como una quinceañera en su primera cita, o como una novata en su primer beso…

    Tranquila, eso no va a pasar. Hoy habrá una guerra, no una bacanal.

    Me repetí eso mentalmente, una y otra vez, y conseguí levantarme de la silla. Gina y Adriana me miraban intensamente y un poco perplejas.

  -¿Te has tirado un pedo?

    Parpadeé porque no me esperaba esa pregunta y por qué no me lo había tirado. Miré a Adriana con los ojos abiertos como platos.

  -No. –Contesté secamente y de pronto sentí las mejillas arder.

  -¿En serio? –Insistió.

  -¿Acaso has escuchado algo?

  -No, es por la cara que estas poniendo.

  -¿Qué cara? –Pregunté tocando mi rostro con las manos, pero inmediatamente al caer que iba maquillada retiré las manos.

  -Sí, pareces un poco estreñida. –Esa fue Gina, y desde luego que de ella no me esperaba una broma de tan mal gusto.

    ¿Es que ahora era la pedorra del grupo?

  -Que os den a las dos.

    Me di la vuelta y salí del despacho escuchando las carcajadas a mi espalda.

    No presté atención a nada, concentrada en lo mío como estaba no había lugar para continuar con la broma ya que la saturación de sentimientos que me arrollaban eran mi principal motivo para dejar a un lado a todo el mundo.

    Así que, seguí adelante pasando de todo, no hice caso a nada, ni siquiera cuando me choqué con un cuerpo que entraba y ni siquiera cuando ese cuerpo me tomó del brazo para frenarme. Me giré con la mano levantada para darle un empujón de los buenos y tumbarlo en el suelo, así de esa forma, descargaría contra el pesado toda mi mala hostia, pero mi mano se frenó a mitad de camino cuando el individuo, que yo había calificado de pesado, sonrió.

    Era imposible no responder a la sonrisa de Ete. Ahora entendía como se sentía Gina cuando él estaba cerca y como influenciaba ese hombre en ella.

  -¿Y esas prisas? –Preguntó alegremente mientras su mano se resbalaba por mi brazo hasta llegar a mi mano, después dio un tirón para acercarme a él y me dio un beso en la mejilla.

  -Me están esperando...

  -Señorita Lee.

    El mismo hombre que vino a mi casa a traerme el bolso en persona, apareció a mi lado con un rostro inflexible, pero demostrando una gran educación.

  -Un segundo.

    Le pedí amablemente y el hombre, a una pequeña distancia, aceptó con un movimiento de cabeza, después colocó las manos a su espalda. Me giré para despedirme de Ete, mi amigo le echó una mirada dudosa al hombre, luego se giró cara mí con ceño.

  -¿Lee? –Preguntó Ete arrugando la frente.

  -Es largo de contar. –Le expliqué con una sonrisa. Ete lo aceptó, se metió las manos en los bolsillos y comenzó a balancearse.

  -Perdona por no contestar a tus llamadas, he estado un poco ocupado…

  -Tranquilo, no te preocupes.

    A la vez que interrumpí a mi amigo, miré de reojo al hombre, su postura tan recta, disimulando sin mostrar ninguna reacción me resultó de lo más incómoda.

  -De todas formas tengo que hablar contigo. ¿Tienes mucha prisa?

  -Señorita Lee, -Interrumpió el desconocido con tono suave. -no quisiera intervenir, pero se hace tarde y el coche espera. –Recordó el hombre mientras dirigía una mirada hacia delante, donde un elegante coche negro con los cristales oscuros se mantenía en segunda fila.

  -Sí, un poco. –Señalé con la cabeza al hombre mientras que con una sonrisa burlona, señalaba el motivo de mi prisa. -¿Qué tal si lo dejamos para mañana?

  -¿Mañana? ¿Tanto durara esa comida? –Preguntó Ete con los ojos abiertos.

    La comida ni siquiera se va a iniciar.

    Pensé.

    Por supuesto, estaba de acuerdo, tenía pensado pegarle la patada a don perfecto, antes de que mi cuerpo decidiera por mí. Pero no tenía intención de mencionar mis pensamientos en voz alta, que el desconocido ausente se enterara rompería con todos mis planes.

  -No, pero esta noche tengo cena familiar y… ya sabes lo estrictos que son en mi familia con la puntualidad.

    Ete se rascó la cabeza deshaciéndose el pelo. Miró un poco incómodo al hombre que teníamos al lado, y luego se acercó un poco a mí, tratando de que solo yo escuchara su comentario.

  -Está bien, entonces… Mañana nos veremos en el festival y hablaremos, esto es importante.

    Acepté con la cabeza sin darle mucha importancia a esa conversación y me despedí de Ete para seguir a Don estirado.

    El hombre, embutido esta vez en un traje gris marengo, me abrió la puerta como todo un caballero y entré. Pensé que me encontraría a alguien ahí dentro, pero la soledad ocupaba todo ese espacio lleno de frescor gracias al aire acondicionado.

    Me sentí decepcionada, porque aun manteniendo mi postura de darle la patada a Liam, una parte de mí deseaba mantener un agradable paseo con ese hombre, aunque el paseo se basara en una conversación acalorada, que tal vez terminara aun peor de lo que comenzara, pero al menos, disfrutaría de su compañía y…

    Detente Gaela. Tus pensamientos no van por un buen camino.

    Sacudí la cabeza y fijé la vista en el conductor. No sabía nada del hombre que tenía delante, era, aún más incógnita que el otro hombre al que me dirigía.

  -¿Desde cuándo trabaja para el señor Marlowe?

    Mi intención era entablar una conversación con el conductor y de esa manera, tratar sobre todo de no pensar en el otro hombre que me esperaba.

  -¿Marlowe? –El conductor parecía confundido, aunque, tras mirarlo a través del retrovisor, no vi ningún cambio en su cara que me indicara alguna alteración de mi pregunta.

  -Liam Marlowe. –Contesté como algo natural, por si acaso no me había entendido la primera vez.

  -Perdone, pero no acostumbro a llamar al señor por su nombre de pila.

    Eso sí que me confundió a mí, y ahora parecía que fuera yo la que no entendiera a que se refería.

  -¿Su nombre?

  -Sí, es Liam-Marlowe, con guion entre los dos nombres.

    Interesante.

    Tenía su lógica, pero a mí me dejaba como una tonta. Ese hombre solo me había dado su nombre y sin embargo, él no solo sabía mi apellido, sino que lo había modificado a su antojo.

    Que genuino de mi parte. Lo malo de todo es que ahora estaba interesada en su apellido, ya que si no lo daba, era porque… ese hombre tenía algo que esconder, y no hay mayor placer que, un enigma por descubrir.

    Qué lástima que hoy sea la última vez que lo veas.

   Me adelanté un poco en mi asiento, sentándome de lado para no chocar con el sillón de enfrente y poder conversar mejor con el conductor mientras pasaba olímpicamente de los comentarios contradictorios que me lanzaba mi cabeza.

  -Ah. ¿Y como acostumbra a llamarle?

  -Eso debería preguntárselo a él. -Un empleado muy listo. –Por favor, señorita Lee, póngase el cinturón de seguridad.

    Recibí una mirada severa a través del retrovisor que funcionó. Volví a mi puesto y me abroché el cinturón, después devolví mi mirada a ese espejo, solo que el conductor ya no me miraba, fijaba su vista en la carretera.

  -Muy bien, si se rige por sus principios o por el respeto hacia su jefe, al menos, podría decirme como se llama usted…

  -Bennet.

  -¿Simplemente? O ¿Queda algo delante o detrás?

  -Bennet es mi nombre, señorita Lee. –Pronunció mirando de nuevo por el retrovisor interior en mi dirección.

  -Y el mío es Gaela Nicola-Lee. –Rectifiqué a Bennet.

    Sabía que esto no era un juego, pero no estaba mal, de vez en cuando, tener algo con lo que poder atacar y mi dialecto acusatorio en broma funcionó, ya que, en sus ojos pude ver un destello de incomodidad.

  -Disculpe, no lo sabía, el señor me dijo que preguntara por Gaela Lee…

  -No se preocupe, me imagino lo suspicaz que es Liam-Marlowe…con guion en el medio, en cuanto a dar órdenes. –Las últimas palabras las alargué con intención.

    Bennet sonrió y dio un cabezazo estando de acuerdo conmigo, y por primera vez vi una sonrisa natural en ese rostro estirado. Sonreí, compartiendo con él la broma y me recosté en el asiento con mucha más serenidad. Dirigí mi vista al paisaje que se presentaba por la ventana y me dejé llevar por el trayecto. Bennet, un correcto hombre al volante, ya no se pronunció más hasta que llegamos al lugar.

    Esta vez el coche fue aparcado en el interior, en una plaza privada de una planta baja, un piso inferior de la entrada y donde más coches estaban estacionados. Bennet me abrió la puerta y me acompañó hasta el ascensor. Ni me permitió darle al botón para llamarlo, ni cuando estábamos ya dentro, así que, totalmente servida, apoyé mi espalda en la placa de metal de ese enorme ascensor y fijé mi vista en los números que se marcaban en letra roja encima del teclado.

    Seis, siete, ocho, nueve…

    Comencé ahogarme sin darme cuenta.

    ¿Era una cuenta atrás?

    Sí. Exactamente. Ver los números aumentar en una lista hacia arriba se convirtió en una cuenta atrás que me sentenció a estar condenada. Bajé la vista para olvidar la pantalla que ya parecía borrosa y me centré en el suelo de mármol blanco.

    Demasiado tarde.

    Los síntomas eran la definición clara de ponerme nerviosa, y no me lo explicaba, había pasado un día de lo más tranquilo, bueno, tampoco tranquilo, podía decirse que ocupado, con la mente totalmente ocupada, basándome en sacar cuentas, reservando habitaciones de hoteles, dando nombres, cuentas colectivas de invitados, rutas de senderos y mil cosas más, pero ahora, había llegado el momento y me comía la ansiedad.

    Tenía la respiración tan acelerada como el corazón, las manos me temblaban y, escuchaba el mecanismo del ascensor como una polea desquebrajándose en mis propios tímpanos. Una gota de sudor frío recorría mi canalillo mientras otra caía pesada por toda mi espalda.

    Doce, trece, catorce, quince…

    Los síntomas aumentaban y el frenesí estaba cada vez más cerca. Mi corazón ya no solo latía, eso era una locomotora antigua a toda presión, de las que hacían un terrible sonido, hasta incluso Bennet, si ponía mucha atención, podía escuchar cada uno de mis síntomas como el sonido de una grabación.

    Diecisiete, dieciocho...

    No sabía en qué momento se detendría el maldito montacargas al que me había subido, no sabía en qué piso nos pararíamos, pero el viaje se estaba convirtiendo en una confusión detrás de otra.

    Veinte.

    El din, de la parada y de la señal de las puertas abriéndose, fue como un bom contra mi cuerpo. Del nervio pasé al pánico.

    ¿Qué demonios? ¿Es que era idiota?

    Me mecí hacia delante llegando a creer que no podría dar ni un paso y conseguí poner un poco de control sobre un cuerpo que parecía gelatina arrastrándose como una serpiente herida por el suelo. Avancé siguiendo mi instinto y colocando un paso delante de otro.

    Escuché a la gente hablar, escuché a Bennet dirigiéndome por la gran sala e incluso escuché un fondo de música a violín, completamente relajante, pero no surgió efecto en mí. Mi cuerpo parecía aletargado, todo eso me llegaba en ecos, susurros y leves corrientes, unas suaves corrientes como si una de las ventanas de ese enorme salón se mantuviera abierta única y exclusivamente para mí, para que me empujaran a caminar.

    Mis ojos estaban fijos y constante hacia delante, nada me hizo retirar la mirada y estaba claro el porqué. Él apareció en mi campo de visión como si fuera una mancha oscura en un escenario blanco, y eso que era completamente al contrario, el vestía de blanco y todo lo que nos rodeaba eran colores oscuros, fúnebres que subían hasta la gama de grises, pero ante mis ojos, él era lo más oscuro y peligroso del mundo en el que me encontraba ahora mismo.

    Mis pies, como si sufrieran un terror redujeron su marcha, mientras que mis ojos, con el mismo síntoma, lento y gradual, para que viera perfectamente aquello que había delante de mí con exactitud lo observaron, comenzando por su calzado, luego pasaron a esos pantalones color crema, cerniéndose sobre unos muslos musculados que se acoplaban bajos a su cadera.

    Deseé, babeando, ver ese culito prieto, duro, cálido y perfecto de más de diez, pero no hubo forma, su postura tan solo me permitió ver un perfil perfecto.

    Liam se apoyaba, un poco encorvado y con el codo, en la barra, así que la americana clara, tapaba más que mostraba, igualmente vi como esa tela se tensaba en su brazo y en parte de la espalda, y fue una imagen que me dejó completamente sin aliento.

  -Llegas seis minutos tarde. –Pronunció con voz grabe.

    Sentí el golpe en la frente, como un toque con un dedo, un pequeño golpe que me detuvo y me dejó parpadeando.

    No me había hecho muchas ilusiones en que nuestro segundo encuentro fuese diferente pero, esperaba más un:

  -Hola… ¿Qué tal Gaela?

  -Pues yo muy bien, ya ves, aquí, a punto de darte una patada en ese culo.

  -Oh, qué bien. ¿Quieres que me ponga en posición y así me la das más fuerte?

  -Sí, por favor, pero cara ese ventanal, con un poco de suerte, lo atraviesas y ¡buala!...Puenting gratuito y sin cuerdas.

  -Gaela, eso sería genial…

    Sonreí por mi ingenio y mi forma de darme ánimos yo misma, cosa única. Después di unos pasos más y me acerqué a él.

  -Hola. –Lo saludé con sarcasmo, tan igual a como había sonado la conversación privada en mi cabeza.

  -Que te retrases a una cita conmigo demuestra muy poca educación. – No era muy tonta para entender que esa voz era pura agresividad, como si fuera una advertencia.

    No me había mirado, tan solo miraba esa copa ancha que mantenía en el aire. Balanceó el contenido que deduje seria wiski por el color, y el sonido de los cubitos al chocar contra el cristal me produjo un ligero temblor de terror.

  -Tenía cosas que hacer.

    Liam inhaló levantando la barbilla y ese perfil afilado se marcó más.

  -Te dije que no me gustaba que me hicieran esperar. –Se giró y por fin me miró.

    Primero sus ojos, el azul intenso, oscuro y penetrante cargado de emociones radiactivas, significado de que Liam estaba cabreado, se centró en mi mirada, tal vez para mostrarme lo poco que le había gustado mi excusa o solo para mostrarme qué; a él nadie le hablaba de esa manera.

    Luego, cuando esos ojos me habían dejado las cosas claras y yo como una idiota no había abierto la boca a causa de la precisión felina de esa mirada, le dedicó un vistazo a mi cuerpo sin cortarse ni un pelo. Un buen repaso de arriba abajo como si fuera un maldito escáner, lo malo es que, a mi cuerpo que esos ojos lo miraran de esa forma analizadora no le molestó en absoluto, al contrario, me estremecí sintiendo una corriente eléctrica allí donde ese azul se retenía.

    La hostia, si es que hasta me dio un gustazo terrible sentir esa emoción y su mirada mirándome descaradamente…

    El tío sabía cómo trastornar a una mujer con una simple mirada. Me pregunté si eso era un don o lo trabajaba antes de salir de casa.

    Finalmente terminó en mi mirada y algo que vio en ella relajó esos labios que se habían convertido en una linera recta y tensa.

  -Tomemos asiento, tenemos algo de qué hablar mientras preparan nuestra mesa…

  -No te preocupes por la mesa. –Lo interrumpí con una voz llena de vida.

    Gracias a Dios.

    Pero claro, que él tuviese tan claro que me quedaría, que tragaría toda la mierda que quería decirme y después me sentaría a comer con él con una sonrisa para que finalmente me echara de una patada con su elegante blücher, del edifico, me motivó a cargar las pilas de energía positiva.

     Que te lo has creído.

     Liam levantó una ceja pero no mostró ningún signo en una cara totalmente enmascarada en la frialdad a la que comenzaba a acostumbrarme.

  -Hablaremos y luego me iré, no pienso quedarme a comer. –Le aclaré.

    No dijo nada, solo se plantó completamente recto, dejando el vaso encima de la barra y alzó un poco el mentón, solo un poco, como un gesto de superioridad o un acto de chulería, y sonrió, pero era una sonrisa cargada de malicia.

    Me tensé por ver esos gestos y ver lo inmune que era a mis palabras, era como si le acabara de contar un chiste sin sentido al que no merecía ni respuesta, sentí como el nervio me subía por la espalda tirando de mi piel, pero en ese momento Liam eligió colocarse a mi lado. Me puso la mano en la espalda, justo en la curva donde comenzaba mi trasero y cada uno de mis pensamientos o mis sentimientos se esfumaron a gran velocidad al sentir su cálido tacto traspasar la fina tela de mi vestido.

  -Sentémonos, luego hablaremos de la comida…

  -No...

    Su mano se presionó, una presión que provocó un pequeño empujón y ese empujón terminó en que mi cuerpo chocara con el perfil del suyo, Liam, al tenerme tan cerca se agachó un poco y se acercó a mi oreja.

  -Tu vestido ha desinflado mi mal estar e inflamado otra cosa. No tengo ni idea de porque has elegido esa ropa, aun sabiendo que nuestra conversación seria completamente tensa, pero el resultado te ha funcionado, por ahora. Así que sígueme, y continuaremos con nuestra conversación. Si no lo haces… -Se ciñó un poco más sobre mí y bajó su mano un poco, pero no era provocador, era una acción amenazante, igualmente me provocó un estremecimiento y un desazón de calor impresionante, sentí la necesidad de rascarme el cuerpo ya que la piel, de pronto, me picaba a la vez que me ardía. -…Yo mismo te arrastraré a la fuerza.

    No le die pie a que lo hiciera, me moví, con un poco de temor y avancé hacia donde él señalaba, tres sofás, dos de una plaza enfrentados y uno de tres plazas cara un enorme ventanal del suelo al techo que mostraba toda la ciudad a nuestros pies. Liam indicó que me sentara en el largo, pero rodeé la mesa baja de metal que se encontraba en el centro, y me senté en uno de los sillones de piel negra de una única plaza.

    Él soltó un bufido, se desabrochó el botón de la americana y tomó asiento en el largo, y justo, en la parte más cerca de mí.

    Uno de los camareros se nos acercó y Liam me dirigió una mirada seca y completamente vacía.

  -¿Quieres tomar algo? –Su voz era exactamente como él, seca y sin rastro alguno de sentimiento adicional.

    No había diferencias ni amigables ni carismáticas, pero era algo normal, mi existencia en este lugar era tan hostil como la suya, así que no hacía falta que yo lo tratara con respeto.

  -Una Coca-Cola estaría bien. –Dije mirando al camarero y no a él.

    De reojo pude ver como Liam se giró hacia el camarero y con un moviente de cabeza le indicó algo al joven, quien a su vez, le dijo que sí.

  -¿Y usted señor?

  -Yo continuaré tomando lo mismo, pero esta vez doble. –Contestó Liam con una voz grabe y autoritaria.

    Cuando el camarero se alejó Liam se apoyó en el respaldo, dejó caer una mano encima del brazo del sofá y la otra encima de su muslo derecho. Miré a mí alrededor con la esperanza de encontrar algo que me turbara para no cometer el error de mirarlo a él, sin embargo era inevitable. Liam estaba más presente que nunca y sentirme tan observada por sus ojos no mejoraba nada en absoluto.

    Así que, puestos atacar y copiando el detalle de su observación… ¿Por qué no mirar?

    Su pose, hasta sentado era de dejarte babeando. Un hombre autoritario, con un control absoluto sobre todo lo que se materializaba a su alrededor. Si interpretara un papel en una película, sería el del villano, pero un malo cañón que siempre salía victorioso.

    No sabía la edad que tenía, pero a simple vista aparentaba mucho menos de treinta, tal vez veintiséis o veintisiete años, no obstante, su rostro parecía haber vivido muchas batallas, como si fuera un experto en la vida, como si supiera todos los trucos o todas las respuestas. Era como un luchador que siempre se adelantaba a su oponente sin piedad y terminaba no solo ganando, sino, amparándose del alma del perdedor para llevar a cuestas más poder.

  -Te sienta bien el color rojo. –Dijo de repente sin sentimiento en la voz.

    Levanté la vista de su pecho, de esa tela tensa sobre sus pectorales para mirarlo. Sus ojos bajaban por mi pierna desde mi muslo hasta mi tobillo para terminar en mis zapatos, donde su mirada se quedó perpetua durante unos segundos, luego, me miró con una extraña sonrisa pícara en los labios que me derritió completamente, pero encontré la forma de enfriar mi piel y centrarme en mi propósito de haber aceptado este segundo asalto con él.

  -¿Me has traído aquí para hablar de lo que me sienta bien o mal?

    La sonrisa despareció y la seriedad lo cubrió de nuevo.

    Bien, la cosa entraba en acción.

  -No, en absoluto. –Contestó con sequedad sin mover ni un solo músculo de su cuerpo.

  -En ese caso, dime de una vez que quieres y de esa manera me largaré cuanto antes.

    Su comportamiento solo conseguía que hablara con frialdad y que me comportara a la defensiva, pero realmente, que me enfadara conmigo misma por lo mucho que me gustaba escuchar su voz ronca.

  -Me gustaría saber porque me has mentido. –Comenzó con voz autoritaria.

    Otra vez con lo mismo.

  -Yo no te he mentido. –Dije con voz cansada.

  -Y continúas haciéndolo. –Parecía escéptico cuando me acusó. -Morena, no tienes límites. –El apelativo y la acusación final la alargó marcando cada palabra mientras dirigía su mirada a un lado.

    Sera…

  -¿Me llamas mentirosa? –Pregunté un poco crispada.

     Liam dejó su buen asiento y se venció hacia delante, apoyó los codos en sus muslos y clavó una mirada oscura en mí. Ese aspecto salvaje y el color que adoptaron sus ojos, me estampó más en el sillón, e incluso deseé abrazarme las piernas para poder hacerme un ovillo como una capa protectora contra él.

    Sabía cómo intimidar.

  -Sí, te llamo mentirosa. –Declaró con tanta seguridad que una parte de mí se encendió como una lamparita y trajo un mosqueó serio.

  -No soy una mentirosa, y si lo fuera, me parece que no eres el más indicado para pedirme explicaciones.

    Liam se tensó visiblemente del mismo modo que si le hubiese pegado un golpe en todo el estómago.

  -Aceptaste una cita con un desconocido. Sabías exactamente a que venias y lo que sucedería. –Dijo mordaz y más frío que el acero.

  -Te equivocas. Realmente pensaba que la cita era con otra persona, por ese motivo acepté. –Le dije igual de mordaz y la cagué.

  -Así que, ¿Querías reunirte con otro hombre? –Sonreía pero esa sonrisa era pura rabia, pude escuchar sus dientes chocar al hablar.

  -Sí, exacto. Pensé que mi cita era con otro hombre. –Reconocí con una chulería impactante.

    Antes de que me diera cuenta, Liam me había cogido de la muñeca con fuerza, rodeando con sus dedos mi piel y presionando.

  -Cuando te pregunté que si estabas con alguien me dijiste que no, y no solo me negaste eso, también que con el piloto no tenías nada. –Giró mi muñeca y la levantó un poco. –Me mentiste, te vas a casar con él, y no solo tu dedo me mostró la prueba, ese hombre te trata como si fueras suya.

    Por inercia, o por el hecho de que él lo mencionara, miré la pieza en plata que brillaba más nunca en mi dedo. Abrí los ojos, tal vez demasiado y alcé la vista a su mirada. Estaba oscura y peligrosa puesta en mí.

  -Tú no sabes nada de Logan. –Acusé molesta.

    Los dedos de Liam pasaron por mi mano, lentamente, como dándome una caricia y toda la vitalidad que tenía mi cuerpo desaparecieron.

  -Conozco como actúa un hombre cuando aquello que quiere poseer se encuentra muy cerca de él. –Ronroneó de una forma que despertaría a los muertos para desear comérselo.

  -Logan no actúa así. –Defendí a mi amigo sin respiración, pero qué quería, la forma en que lo había dicho, me había sonado de otra manera muy diferente.

  -Sí que lo hace Gaela, el problema es que tú eres tan ignorante que no lo ves. –Lo pronunció con tanta tranquilidad que el mismo se creía sus propias palabras. Actuaba como un maldito santo, un salvador y…

    Era un cretino.

  -Pero tú estás aquí para indicar mi error y ayudarme. –Dije con sarcasmo deliberado.

  -Eso mismo hago. –Reconoció con la mirada brillante, como con satisfacción, solo que no lo revelaron sus labios, esos dos trozos de carne estaban perpetuos a la arrogancia.

  -Y supongo que, estas esperando… ¿Que te pida perdón?

  -Para empezar no estaría mal.

    El muy pedante se atrevía a regocijarse como si fuera el amo de todo. Su resultona voz y la seguridad, como si realmente mereciera la disculpa fue el interruptor necesario que necesitaba para plantarle cara al idiota que tenía delante.

  -Lo siento… -retiré mi mano de entre la suya de un brusco tirón y la enrollé con mi otra mano, entrelazando los dedos, como asegurándome de que esa manera, él ya no la podía coger de nuevo. -…pero perdonar no entra en mi vocabulario. –Pronuncié con el mentón en alto y el pecho lleno de fuerza. Los gestos de él no cambiaron, pero si llegué a percibir un intenso brillo de ira en su mirada. Más animada que antes continué. –Y…Te has equivocado en una cosa. –Liam alzó una ceja. 

  -¿En qué? –Preguntó con soberbia.

  -Logan es mi mejor amigo, no tengo nada con él, en eso no te mentí. –No tenía ni idea de porque le daba explicaciones, pero mi cabeza funcionó en ese momento así. –Y él, no es el dueño de este anillo.

    Me miró intensamente, como leyendo o analizando mi comentario, después tras soltar una bocanada de aire de esas que levantan el mentón, se apoyó de nuevo en el sofá con los brazos cruzados, y la imagen de tensión de su camisa, fue algo que debí censurar antes de quedarme mirando fijamente.

  -Aunque me cueste de creer, y tengo mis motivos para hacerlo. –Comentó con burla, prácticamente se trataba de un comentario jocoso. –Supongo que te creo y…

  -¿Supones? –Me burlé yo cortándolo, algo que no le gustó. –Te piensas que me importa algo que te lo creas o no.

  -Deberías. –Contestó tranquilamente, sin gesticular nada, ni siquiera en su rostro se vio algo diferente.

  -¿Por qué?

  -Porque he decido ser solidario contigo y darte una segunda oportunidad.

  -¿Qué quieres decir?

    Liam, más interesado o con un plan en la cabeza se venció hacia delante y apoyó los codos en los muslos para terminar juntando las manos. Miró esa unión y cuando sus ojos se cruzaron con los míos había una decisión en ellos similar a la de un policía antes de un interrogatorio con una máquina de la verdad por el medio.

    Y eso me dio miedo.

  -Dime con quien te vas a casar y te diré cuan generoso voy a ser contigo. –Un juego, ahora todo se volvía un juego.

    No se lo digas. A él no le interesa.

    Me recordó mi voz interna y una un poco más centrada, como mi propia razón.

  -No lo conoces.

    Liam sonrió de lado, juguetón y dispuesto a todo.

  -Prueba. Dime su nombre.

    Justo, en ese momento llegó el camarero con nuestros pedidos y la petición se quedó en el aire, no obstante, la tensión no, y las miradas menos. Liam parecía perpetuo a mis ojos y yo, más vacilante que él, no rompí esa constate y fija ola del mar trasparente y mareado, porque así estaba su mirada, llena de remolinos peligrosos.

    Vi la sombra del camarero que en silenció dejó dos vasos con la lata de refresco encima de la mesa y a continuación se fue. Liam también lo notó, porque se acercó un poco más a mí y con gran intimidación, insistió:

  -Gaela… ¿Con quién te vas a casar?

  -Eso es información clasificada y que no te interesa ni una mierda.

    Se pasó la mano por el pelo y soltó un bufido con desesperación, luego miró a un lado y a otro, observando tal vez lo que nos rodeaba, a lo mejor le preocupaba que nos miraran o simplemente que en ese momento no soportaba la mía.

  -Tu forma de hablar deja mucho que desear.

  -Espera que esto sí que lo vas a desear: Que-te-den-por-el-cu-lo. –Deletreé cada palabra con chulería.

    Acto seguido me levanté y me di la vuelta para largarme cuanto antes, pero Liam se posicionó delante de mí bloqueándome el paso y con rapidez, antes de que retrocediera, atrapó mis brazos con sus manos.

  -Siéntate. –Ordenó. -Aún no hemos terminado.

  -Yo diría que si hemos terminado. –Insistí en quitarme esa manos de encima removiéndome y colocando mis manos en su torso.

    Error.

  -No. –Gruñó ronco y miró mis manos en su pecho y luego, una mirada oscura se cruzó con la mía.

  -¿Por qué insistes? Está claro que tienes un problema conmigo, pero aun así… No me dejas ir.

    Mi voz había logrado superarse en todos los términos de penosa total. Creí que la culpa era de esa asquerosa, penetrante y libidinosa mirada, pero la razón de mi baja de defensas era su roce, el calor que desprendía su cuerpo y la seda fina de su camisa. Eso era lo que me había bajado del escenario.

  -Siéntate Gaela y lo comprenderás. -Su voz se suavizó, hasta su tacto sobre mis brazos, ya no apretaban, casi llegaban acariciarme. -Todavía me queda algo de lo que hablar contigo, un tema interesante y beneficioso para ti. –Ronroneó haciendo que su voz resbalara por todo mi cuerpo.

    Cuidado.

    Aun en un estado de fuera de combate, saltaron, milagrosamente, todas mis alarmas de peligro en un repetido sonido crescendo.

  -No. –Le dije con fuerza y Liam tomó una intensa bocanada de aire que sentí bajo mis manos.

  -No insistiré más con lo del dueño de ese anillo. –Era sincero.

    Lo pensé seriamente, lo pensé durante tres segundos y aunque sé que cometía una gran estupidez o una locura, según como se mirara. La intriga de saber que podía decirme que me iba a beneficiar, tragó mi orgullo y acepté de nuevo sentarme donde estaba, en el mismo lugar exacto y él, haciendo que todos los músculos de su cuerpo se destensaran, se sentó en su sillón, cerca de mí y con la misma postura, cómodamente en su trono.

    Esperé a que comenzara, y él parecía un poco perdido, como si encontrara la palabra adecuada o su cabeza estuviese hecha un lío.

  -Confieso que me tienes cautivado. –Dijo al fin con la voz un poco atrancada, como si se sorprendiera él mismo de lo que estaba diciendo.

    A mí también me sorprendió pero, no podía negar que la conversación comenzaba muy bien, no solo por el halago del final, su cuerpo, sus gestos hasta su voz comenzaron a relajarse, aun después del primer impacto de comentario. Liam estaba mucho más tranquilo y ese repentino cambio me invadió a mí también.

  -Es más, -Continuó llamando mi atención. -has causado un gran revuelo en mis reglas.

  -¿Tienes normas? –Pregunté sorprendía. La conversación se tornaba muy interesante.

  -Sí, y una, en especial, no paro de romperla. –Detoné un tono asqueado, pero lo disimuló, aunque sus ojos no lo pudieron esconder tan bien, le brillaban, y lo poco que deducía de esa mirada ya que ese resplandor lo había visto en varias ocasiones, es que, Liam se encontraba, un poco, en una tensión interna.

  -¿Cuál? –Insistí con curiosidad y un poco tentada a picar su estado.

    Esto terminará mal Gaela.

  -Insistirle tanto a una mujer que no hace más que desear irse. –Me acusó y no me importó, me gustaba su confesión, al menos eso me señalaba que no era la única loca detrás de otra persona.

  -No estás acostumbrado a que te dejen plantado.

  -No. No suelen irse hasta que les he dejado las cosas claras. –Reconoció con orgullo.

     Impresionante, el tío tenía un ego de lo más demencial.

  -Bueno, y si no, tú te encargas de echarlas. –Le recordé tirándole por los suelos su anterior comentario.

  -Ver ese anillo me mostró una de mis normas principales en letras mayúsculas, fue como recibir un aviso. –Liam tomó su vaso y le dio un trago, esperé porque sabía que había dejado la frase a medias y no me equivoqué, cuando dejó el vaso de nuevo encima de la mesa, me miró bajo esas largas pestañas: -Estaba furioso. Y lo más cómico es que, al día siguiente, cuando me desperté, quería volver a verte.

  -Yo a ti no. –Dije sin darme cuenta y la sonrisa de Liam se borró.

    Quise reírme en su cara, pero recordé el enorme ramo de flores con la nota desquiciante que acompañaba a todas preciosas hojas de colores y mi sonrisa se cerró en un callejón sin salida.

  -¿Y porque has venido hoy? –Preguntó con tono seco devolviéndome a una tierra peligrosa.

  -¿Tenía otra opción?

  -Siempre la hay, Gaela. –Me sorprendió esa confesión porque recordaba claramente esa nota y su comentario no se parecía en nada a lo que había escrito en el papel.

  -¿De verdad? –Pregunté con ironía y Liam sonrió de lado.

  -Acepta que cuando leíste mi nombre en la nota ya tenías claro qué decisión tomar. –Ronroneó seductoramente con una mirada que me lanzó a tensarme completamente.

    Manipulador, arrogante, egocéntrico, pedante… y mil cosas más, pero el tío era un maldito artista de la seducción y… Maldita sea, estaba muy bueno.

    Sabia hablar aunque con esa cara, ese cuerpo y esos ojos, poco le hacía falta utilizar cuando él mismo era el pecado por el que las mujeres se comportaban como lobas en celo.

  -Eso nunca lo sabrás.

    Hubo unos segundos de silencio y algo más. Liam se movió en su asiento, lentamente hacia delante, tensando los músculos y reflejando en su rostro varios sentimientos, desde la fascinación hasta el orgullo y terminó en la decisión, esa decisión que marcaba la diferencia y el tema de conversación, como si se preparara para otra conversación íntima, más densa y cargada de misterios, y su máscara, ese rostro oculto en la sombra se hizo presente.

    Bien, podía decirse que comenzaba lo bueno.

  -Jamás me ha gustado que me presenten ante mis ojos, aquello que no puedo obtener.

    Totalmente descarado, atrevido y seguro.

    Increíble, con esa simple frase consiguió que el cuerpo me temblara como un flan y que las manos se presionaran con fuerza contra mis rodillas.

  -Y voy a ser terriblemente franco contigo. –Tragué saliva. –Mi cuerpo se ha activado y reacciona a tus movimientos, eres como un imán con el que deseo jugar, pegarme y arremeter sin piedad.

    Brutalmente descarado.

  -Y lo único que se interpone entre tú y ese deseo loco de follarte, es el anillo que llevas en el dedo.

    Mi respiración se aceleró y se frenó, todo al mismo tiempo, era como si mi cuerpo se hubiese sumergido en una burbuja dentro del mar, y esa burbuja solo me permitiera unos segundos de oxigeno mientras se sumergía más en el mar, un mar entorno a sus ojos.

  -¿Esa es otra norma?

    Me sorprendió que mi voz sonara a mí ya que, no sabía lo que decía, o si en ese momento estaba recuperada del shock, todavía tenía su anterior comentario rebotando como una pelota de pin-pon por toda la cabeza y más especialmente por todo mi cuerpo, una pelota convertida en dedos que me daban cosquillas como si fueran hormigas y que se marcaban, al tocarme, como pequeñas descargas eléctricas.

    Me había dejado en estado de hipotermia. Era la primera vez en toda mi vida que me hablaban con tanta claridad y me decían algo tan obsceno como eso. Lo peor de todo es que esa revelación, me mojó literalmente las bragas.

    Si su sinceridad me calentaba tanto… ¿Qué pasaría si practicara sexo con él?

    Coño, que te mataría de placer tras el primer orgasmo.

  -Sí. –Contestó a la pregunta que había salido de mi boca como por arte de magia. -Nunca me acuesto con mujeres que tienen pareja, resultaría incómodo para él, ya que cuando prueban conmigo… el otro desaparece. –Respondió con una sinceridad total que rasgaba la realidad.

  -Para flipar. -Murmuré sin voz, para mí misma.

  -Se lo que necesita el cuerpo de una mujer. –Reconoció con cierta molestia tras escuchar mi expresión.

    Este hombre no tenía límite.

  -Yo no soy cualquier mujer. –Le expliqué tratando sobre todo en recuperar el control de mi respiración, por suerte mi voz no sonaba tan estridente, aunque en mi cabeza le faltaba mucha realidad.

  -Lo sé. Y ese es el juego que más me atrae a ti.

    La conquista ya no existía, aunque en su caso, jamás se había dado un decente cortejo conmigo, nuestras dos únicas citas habían sido tensas, rápidas y totalmente diferentes, Liam iba a saco, a por todas y era de esperar que actuara de esa manera, solo que yo me imagina otras cosas.

  -No puedes… -Susurré al viento dejando en libertad mis pensamientos.

  -Sí que puedo. Lo único que tienes que hacer es pedírmelo. -Liam se calló y a mí me dejó temporalmente sin palabras. Y no era algo muy natural, normalmente la gente no me dejaba tan atontada, pero al igual que Ivan, este por lo visto, tenía ese don.

    Todo mi mundo parecía desvanecerse, dudar y pensar en esa oferta, estaba sucumbida y cuando un hombre se acercó a él todo pareció volver a la realidad. Caí en picado, hasta sentí un brusco movimiento que yo misma había provocado en el sillón donde estaba sentada. Me agarré a los brazos del sillón con fuerza, sentí la misma sensación que siente tu cuerpo cuando sueña que se cae de una azotea, pero al menos volví a la tierra y a lo que me rodeaba, solo que con un nuevo pensamiento en la cabeza, una mala idea que se había sembrado y el labrador era el hombre que quería plantar esa semilla llena de espinas.

    Liam se transformó, consiguió concentrarse en ese hombre y con gran facilidad se quitó la máscara anterior como si fuera un velo, se colocó la buena de amo supremo y se olvidó de mí y de todo. Por suerte yo también conseguí recuperarme y centrarme únicamente en esa inesperada intromisión que agradecí en silencio. El desconocido, con el uniforme típico de camarero se agachó y le habló a Liam a la oreja.

    No pude escuchar lo que le decía, pero Liam, tras retirarse el hombre, se giró a su derecha para mirar por encima de su hombro. Miré curiosa la dirección de sus ojos. No había nada extraño, hasta que mis ojos dieron con dos mujeres y un hombre al lado de la barra que nos miraban con mucha atención.

    Podían haber pasado desapercibidos porque, aparte de que su indumentaria era demasiado casual, no había nada extraño que llamara mi atención hasta que me fijé en una de las dos mujeres. Una rubia con reflejos cobrizos me clavó los ojos con rabia y soberbia, la otra, morena con cara de niña, solo sonreía y comía unos aperitivos que había encima de la barra, el hombre que estaba al lado de esta segunda, con una gorra negra en la cabeza, la tomaba de la cintura mientras también me miraba como si me analizara.

  -Perdona un segundo, tengo que solucionar un asunto. –Me dijo Liam al tiempo que se levantaba. Se arregló la americana y me dio la espalda sin problemas para dejarme y comenzar avanzar justo hasta donde estaban estos tres personajes.

    Lo seguí con la mirada, llenando mis sentidos con esos andares, ese paso de dios en la tierra, de ser superior y arrogante que destaca sobre todos los demás y que se forma de un estilo tan hipnótico que hace que todos los ojos femeninos le dediquen un buen repaso a todo el conjunto.

    Se reunió con ellos, y tras besar en la mejilla de la morena, darle un apretón de manos al joven que había a su lado, se dirigió a la rubia, quien enrolló sus brazos alrededor de su cuello para recibir ese beso en la mejilla también, solo que, fue un beso más lento y más seductor, después lo mantuvo un poco en su abrazo y le susurró algo a la oreja, Liam sonrió y ella, descaradamente dejó caer sus brazos por delante del cuerpo de Liam y comenzó a resbalar sus manos por el pecho de él mientras le dedicaba una preciosa sonrisa de las que dicen:

    Te voy a comer entero.

    Incomoda al tener la mala suerte de no haberme perdido ni un solo gesto, tomé mi vaso y le di un trago. Miré a mí alrededor, pensando en otras cosas, pero desafortunadamente mi mirada se dirigió de nuevo a ellos, y la cosa no solo fue a peor, sino que, me hundió como una colilla de cigarro en un cenicero lleno de basura.

    La descarada rubia se acercó a Liam y le volvió a susurrar en la oreja con gesto coqueto y seductor, solo que esta vez, cuando ella se retiró, tanto esa mujer como Liam me miraron y ambos alargaron su boca en una sonrisa burlona. Me tensé y retiré mi mirada.

    Estas alucinando. Relájate. Te ha dicho que le interesas, no puede ser tan idiota como para estar delante de tus morros burlándose de ti cuando unos momentos antes te pedía prácticamente sexo.

    Respiré para tratar de tranquilizarme y le di otro trago largo al refresco. El hielo fue una salvación, atacó a mi cabeza y dejó a un lado todas mis imaginaciones.

    Levántate y vete. ¿Qué haces ahí sentada como una lerda?

    Eso era lo que tenía que hacer, pero, no podía, estaba entre el aturdimiento y una parálisis tonta que no me permitía menearme.

    Desvié mi mirada, solo un poco mientras disimulaba para no centrarme en ellos como una loca desesperada y me encontré con que Liam ya no estaba con ellos, me giré para buscarlo y lo vi a un metro de distancia de ellos hablando con el mismo hombre que antes se había acercado a nosotros para informar de esas visitas. Cuando terminó de hablar, Liam se dio la vuelta y volvió de nuevo con el grupo sin mirarme ni una sola vez, el hombre con el que había hablado, sin embargo se me acercó.

    -¿Señorita Lee? –Retiré la mirada de Liam para fijarla en ese hombre. –El señor me ha pedido que la acompañe hasta la salida para poder llevarla a…

    Los ojos se me abrieron como platos y me giré directa a la barra para ver como Liam, se largaba con esa gente y justo al lado de la rubia-zorrón que le sonreía mientras acariciaba todo el largo de su brazo. Me quedé mirando hasta que desaparecieron por una puerta, solo, esperando que ese hombre me dedicara una última mirada, y nada, ni un solo vistazo.

    Y por segunda vez me quedaba con un par de narices, no solo plantada, sino de nuevo insultada.

    Hijo de perra.

    Me levanté y le sonreí al hombre.

  -…y que le informe de que después terminaran con su conversación.

    El hombre con perilla recortada a la moda continuaba hablando, pero mis pensamientos solo me habían dejado escuchar lo que más me interesaba, el resto simplemente me había entrado por una oreja y salido por la otra como si fuera el mismo viento.

  -No se preocupe, no hace falta que me acompañe, sé por dónde salir.

    Acto seguido y con la rabia recorriendo todo mi cuerpo, pasé por su lado y me dirigí al ascensor. Cuando las puertas se cerraron me desplomé en la pared de espejos y apreté los puños.

    Era una idiota. Lo tenía todo preparado, toda una corta lista para dejarlo esta vez yo plantado a él, dejarlo jodido y amargado, y sin embargo, la que había quedado escaldada, por segunda vez había sido yo.

    ¿Cómo podía haber sido tan tonta?

    Comencé a contar mentalmente para controlar la furia. Se había ido con otra mujer, me había dejado tirada en un sofá, sola para irse con otra.

    Cuando llegué al número quince la violencia en mi cuerpo era corrosiva. Deseé tener algo que golpear, hasta lo deseé tener a él. Qué bueno sería tener su cuerpo para aporrearlo con un bate de béisbol. Pero ni hasta ese placer me podía dar. El muy cerdo me la había jugado otra vez.

    Qué pena das Gaela. Eres la mujer número uno atrayendo el ridículo.

    Hasta yo misma me lo decía. Es que era para flipar.

    Bufé y solté un taco de los buenos antes de que el ascensor se abreviara. Por suerte cuando las puertas se abrieron no había nadie y salí fuera con una energía total. Pero de pronto, alguien en el hall, un cuerpo que conocía muy bien me frenó completamente en seco.

    No podía ser, él no. Ivan no.

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