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Uno, dos y tres… Expira.
Uno, dos y tres… ¿Dónde está la puta pistola para darme un tiro en la cabeza?
Abrí los ojos y tomé de nuevo otra bocanada
de aire con agitada exageración. Esto era lo más incómodo que me había pasado
en toda mi vida… No, error, había cosas peores que ni siquiera recordaba, pero
igualmente, esto superaba límites.
Tenía a un hombre espectacular sentado al
otro lado de la mesa hablando con mi madre, una cotorra humana que no paraba de
lanzarle piropos descarados y se reía de los comentarios que él decía. Vale, yo
también me reía, pero no era porque me hiciera gracia precisamente, al
contrario, lo mío era mucho peor. Era exquisito escucharlo hablar, como verlo
lamer la cuchara del té que mi madre había preparado o como ver como se
limpiaba los labios en ese trozo de papel.
Era para comérselo y él, era mi matrimonio
concertado desde que tenía nueve años.
Increíble ¿Verdad?
Aun estando en el siglo XXI, que se
firmaran esas cosas era algo imposible, y realmente lo era, pero, las familias
adineradas unían sangre y poder y les encantaba hacer estas cosas. Y mi familia
continuaba viviendo en el pasado, además de añadirle que una pequeña parte de
mí, y por parte de mamá, era Romaní.
Con lo cual, tenía una madre que deseaba
continuar con la tradición y estaba loca
por cazar a todos los ricachones del entorno con sus dos hijas, ya que mi
hermano y su único hijo varón, se había casado (Enamorado) con una chica simple
y sin nombre, según la Doña toca cojones de mi madre, quien ya ni le dirigía la
palabra y ni quería ni verla (aunque no solo mi hermano tenía ganas de perderla
de vista), había proclamado a los cuatro vientos, que la esposa de mi hermano,
no era de su gusto ni de su mismo status social para poder codearse con nuestra
familia.
Estefan, en siete palabras; Había barrido
su culo de su casa.
Mi hermano había marcado una diferencia y
le había plantado cara a esa bruja de Hansel y Gretel y se había convertido en
mi mayor héroe.
Me parecía a él, mamá siempre lo decía, que
era tan huraña como Estefan, pero en esto, no tenía muchas salidas, ni valor,
para poder plantar le cara a dos familias.
La mía y la del italiano que tenía sentado
delante de mí.
Yo, que nunca había creído en el
matrimonio, que me parecía algo ridículo y sin ningún significado, cuando lo
conocí, el mismo día que me dispuse a enviarlo a la mierda, mi opinión cambio radicalmente
ya que, de pronto, joder, tenía un gran interés en él, en su cuerpo y en
practicar sexo con ese hombre todos los días.
Pero todo se fue al traste cuando mi
querido prometido me había dicho en toda mi cara que yo no le interesaba y que
esto sería un matrimonio de palabra, nada más.
Un auténtico cabrón de mierda, pero
realmente, un señor moja bragas.
Que suerte la mía, para uno que me
interesaba, resulta que yo no le interesaba nada en absoluto, y si no me quedó
claro cuando él me habló, todas las mujeres que se había restregado por la
piedra, me lo dejaron totalmente claro.
Estas muy jodida Gaela.
-¿Tú qué opinas Gaela?
Su voz me sacó de mis ensoñaciones, de mis
pensamientos y de mi retaría de tacos. Miré a Ivan y me dieron ganas de
estamparlo contra la pared a la vez que enredar mis manos en su cabello.
Era un hombre impresionante, atractivo a la
vez que guapo, exudaba sexo por cada poro de su cuerpo como si fuera un perfume
de colección inédita, y parecía que llevara un letrero en la frente que
marcara: Atrápame si puedes. Y así era, un coleccionista de corazones que tenía
lo que quería y lo que pedía, con un cuerpo fibroso, bronceado y unas manos
grandes que sabían coger bien todo, todo lo que sus dedos tomaran. El pelo
castaño, a veces incluso cobrizo, según la luz, le daba un toque elegante en
una apariencia salvaje, y tenía unos ojos grises que te dejaban maullando a la
luna. Era inteligente, sabía lo que decir y como decirlo para triunfar en su
carrera de ser, ante todo un sobresaliente.
Era un diez sobre diez, y un peligro metido
en una pesadilla.
Mi pesadilla.
Como ahora. Se había camelado a todo el
mundo que estaba en esta misma sala.
El tío era todo un actor, disimulaba
adecuadamente que esto le parecía genial, y en verdad esto para él era solo una
puta tapadera y yo era su mejor coartada.
Pero que bien lo haces. Pensé con dureza
mientras aplastaba la pequeña taza en mis manos para controlar tanto mi ira
como mi depravado cuerpo.
Pero es que Ivan sabía cómo atraer a su
terreno a las personas. Tenía tanto a mis padres como a mi hermana embobados
con su forma de hablar, su forma de moverse y su forma de pensar…
Vale, yo también estaba embobada mirándolo,
pero una parte de mí se sentía traicionada y quería entrar en pelea, saltar
sobre él y darle una paliza de las buenas al tiempo que me lo comía a besos,
tocaba su piel, atrapaba esa dura mandíbula…
Para Gaela, que te pierdes.
-Querida ¿Estas bien?
La que había preguntado era mi futura
suegra. Sacudí al cabeza y miré a Ivan, no parecía muy contento con mi falta de
educación, sus ojos me taladraban y no exactamente con pasión, sino con algo de
petulancia.
Dirigí mi mirada mostrando una sonrisa
realmente falsa ya que la mirada de Ivan me había dejado mal cuerpo y… No sabía
que me había preguntado.
-Perdón ¿De que hablaban? –Pregunté con educación.
La señora Toscana sonrió con ternura, mi
madre abrió los ojos espantada y los caballeros de la sala, exceptuando Ivan
que meneaba la cabeza negativamente, estallaron en una carcajada.
-Gaela, como siempre, en las nubes. –Bromeó
mi padre, mi salvador y mi único cobijo en todo este asunto, igualmente, en
este caso, no podía ayudarme mucho, ya que él apoyaba a mi madre en este
matrimonio, pensaba que era lo mejor para mí.
-Hijo, tendrás que enseñar mucho a esta
jovencita. –Se mofó el señor Toscana dándole una palmada en la espalda a su
hijo, Ivan, sin embargo me dedicó una mirada mordaz e incrédula que decía:
“¿Y tú vas a ser mi mujer?”
-Hablábamos de la ceremonia. –Aclaró la
señora Toscana aun conservando la sonrisa en sus labios. –Decíamos que tal
sería celebrarlo todo al aire libre. Quedaría preciosa, si a ti te parece bien.
-Claro. Yo no soy muy buena organizando esas
cosas…
-Por supuesto, déjalo en nuestras manos.
–Intervino mi madre con ese tono de voz que me tensaba los dedos como si
hubiese arañado hierro con las uñas. -Gaela tendrá una boda de ensueño.
Tu sueño mamá, porque yo tendré una mierda
de boda llena de lazos rosas con un maniquí de novio.
Gruñí y cerré los ojos. Cuando los abrí,
todos ellos estaban de nuevo mirándome, así que, disimulé y con unas disculpas
y una sonrisa, salí a paso ligero del salón para llegar a la cocina.
Un par de horas más, solo un poco más y
pronto llegaras a casa, cogerás una botella de alcohol de alto grado y beberás
hasta caer en coma.
Por fin se me ocurría un plan genial.
El resplandor del sol se filtraba por toda
una cocina cuidada, limpia y de colores cremas. Llegué a la isleta central
donde se disponía los dulces para ser presentados ante las visitas y me quité
los stilettos de una patada al aire, después me apoyé en el fregadero.
Tensa como estaba solo podía desear darme
de cabezazos contra cada mueble hasta que, una de dos; o me quedara sin
conocimiento, o me quedara inútil para toda mi vida y de esa forma no viviría
la maldita pesadilla en la que se convertía mi vida al estar encariñándome de
un cerdo arrogante que lo único que quería de mí, era a una mujer que sonriera,
se relacionara con otras personas diciéndoles lo felices que eran y actuara
como una autentica tonta del culo…mientras él, era vanagloriado por ser un
perfecto marido…
-Pues cómprate una muñeca hinchable. –Rajé el
aire con la voz.
Una mentira, eso era lo que iba a vivir,
una mentira.
Mierda, mierda, mierda y MIERDA.
Grité mentalmente mientras le daba patadas
al mueble que había bajo mis pies.
-¿Este es el comportamiento que me espera de
mi futura esposa?
Di un salto y ahogué un grito que por
suerte amortizó mi lengua entre mis dientes. Ese dolor ya terminó de
enfurecerme.
-Sí, así que, aun estas a tiempo de decir que
no. –Contesté, con un poco de amortiguación para mi gusto, pero con la barbilla
en alto mientras me giraba cara él.
La sonrisa de él fue prepotente, pero esa
sonrisa me hizo tambalearme y apoyarme en uno de los extremos de la encimera a
mi espalda. Ivan, con una mirada oscura, la más provocativa que jamás había
visto, avanzó hacia delante, con su porte elegante hasta pararse delante de mí,
a escasos centímetros de mi cuerpo y esa cercanía provocó que mi corazón se
acelerara.
Así eran mis reacciones cuando él estaba
cerca, alteradas, locas y jodidamente crueles.
-De verdad, después de todas las molestias
que nuestras familias se están dando, piensas que voy a decir que no.
-Sí,
así que, aún estas a tiempo de decir que no. –Contesté, con un poco de
amortiguación para mi gusto, pero con la barbilla en alto mientras me giraba cara
él.
La sonrisa de él fue prepotente, pero esa
sonrisa me hizo tambalearme y apoyarme en uno de los extremos de la encimera a
mi espalda. Ivan, con una mirada oscura, la más provocativa que jamás había
visto, avanzó hacia delante, con su porte elegante, recto y seguro de sí mismo
hasta pararse delante de mí, a escasos centímetros de mi cuerpo y esa cercanía
provocó que mi corazón se acelerara.
Así eran mis reacciones cuando él estaba
cerca, alteradas, locas y jodidamente crueles.
-De verdad, después de todas las molestias
que nuestras familias se están dando, piensas que voy a decir que no.
-No losé, la salvación depende de ti.
-Contraataqué.
-Quiétate eso de la cabeza. Quieras o no,
este matrimonio se va a celebrar, y sinceramente me da igual tu opinión. -Ivan
dio un paso hacia delante y sus labios se ladearon sensualmente hacia un lado.
-Te casaras conmigo y terminaras acostumbrándote a mi vida.
Esas palabras podían llegar a tener varios
significados, e incluso podía llegara a convertirse en una revelación
romántica, `pero esa no era la intención de Ivan. Él era un coleccionista de
arte y yo una obra más que colgar en una pared, solo que la pared que había
elegido esta vez para mí, era una solitaria pared, tres habitaciones alejadas
de la suya, porque ni siquiera compartiríamos cama.
Nuestro matrimonio era solo de palabra y
papeles que firmar.
Una bendición.
-No pienso ser una mujer florero que esperé
sentada en su casa a que su maridito…
Mis quejas fueron selladas por sus dedos,
que aterrizaron levemente sobre mi boca.
-Tendrás todos lo que me pidas, conmigo serás
una mujer…
Esta vez lo corté yo dándole un manotazo a
esos dedos. Me retiré de esa cercanía que me afectaba y de nuevo le planté
cara.
-Puedes engañar a mi familia, hasta a la
tuya, pero a mí nunca me engañarás, porque…
No me lo esperaba, al igual que no me
esperaba que su brazo alrededor de mi cintura para tirar de mi cuerpo y pegarlo
al suyo, me dejara no solo callada, sino muda totalmente, y después, cuando
dejé de respirar, sus labios se lanzaron a los míos.
Ivan me estaba besando…
Estaba alucinando.
Si esto era el resultado de pelearme con
él… Ya se podía preparar, porque me prepararía una artillería pesada para discutir
con ese hombre continuamente.
No fue un beso con lengua incorporada, pero
fue carne contra carne y me dejó tan desorientada que cuando me soltó no sabía
el tiempo que había pasado o si las bragas aún estaban en mi cintura ya que de
pronto, mi parte baja del cuerpo me pesaba demasiado.
-Bien. –Dijo él alargando la boca en una
sonrisa de satisfacción. -Ese es el comportamiento que deseo de mi esposa.
¿Crees que puedes actuar a partir de ahora con tanta obediencia?
Parpadeé no por la sorpresa o porque dejara
de besarme y necesitara centrar la luz que me rodeaba, fue por las palabras que
utilizó. Me puse, tanto roja por la vergüenza de haber caído en esa trampa con
tanta rapidez como morada por la rabia que esas palabras dichas me
proporcionaron.
Una autentica mierda para él que me quedara
callada y…
Mierda, le estaba diciendo que sí con la
cabeza sin recibir una orden de mi cerebro.
¿Es que estaba alelá?
Sí, debía estarlo. No solo había aceptado,
es más, me había callado, yo, la que le soltaba una barbaridad de mi cosecha
personal a la primera persona que me ordenaba algo, hasta me negaba con esmero
y patinando sobre una cara pasmada tras otra. Yo que me había creado una fama
gracias a mi comportamiento y que pasaba de todo eso de la aristocracia
simplemente por darme el placer de joder a mi madre, ahora, en ese momento,
acataba esa reflexión de parte de un gilipollas que se creía el Dios del mundo…
-Y una buena mierda…
Mi queja tan solo como había salido se
había quedado, como yo. Me había quedado sola en la cocina.
Perdía facultades. Tenía que ir pensando en
organizar mi cerebro y comenzar a patear culos que no me hacían nada bueno.
Me arreglé el vestido, elegido por mi
madre, me puse esos taconazos de nuevo y salí a la sala donde los invitados en
ese momento reían.
Me dieron ganas de ahorcarme en la lámpara
de araña que mi madre mantenía pulcramente limpia justo encima del piano de
cola que decoraba el salón, pero decidí que era una lástima ofrecer tal
espectáculo gratuito, al menos, si la sociedad quería alguna noticia de las
buenas, que no fuera la mía colgada de una lámpara el día que conozco a mis
futuros suegros.
Sonreí a ese pensamiento y de pronto, no se
me hacía mala idea, mi madre e Ivan, desde luego, saldrían escaldados.
Con un ánimo un poco más positivo llegué
hasta mi silla y me senté, pero la mirada que Ivan me estaba dedicando, baja y
de advertencia, me recordó el beso que me había dado. Sin darme cuenta me rocé
los labios con los besos y ese gesto le sacó una sonrisa de victoria que me
mosqueó.
Cerdo arrogante.
Disimuladamente le planté el dedo corazón
contra mis labios como centrando una cruz, sin ser vista y lanzándole una
dedicatoria simplemente a él.
Bien hecho.
Su sonrisa desapareció y mi ánimo volvió.
Dos horas más tarde Ivan me dejaba en casa
sin un beso, ni un hasta luego, solamente un; te llamaré, después salió volando
por la calle oscura con su Bugatti clavando ruedas en la cera.
-Hasta luego chaval. –Susurré al viento con
una voz desconsolada.
Siempre sucedía lo mismo, después de
aparentar ser una pareja formal y educada que no se dedicaban ni un beso ni una
mirada, terminábamos convirtiéndonos en desconocidos, aunque, verdaderamente;
yo babeaba mirándolo y él simplemente se encontraba con un bulto en el coche
del que ansiaba deshacerse.
Lo peor es que no seguí mi instinto,
ignoraba mi carácter, mi forma de ser, mi independencia, lo dejaba todo atrás
imaginándome que esto, tal vez algún día dejara de suceder y que Ivan se diera
cuenta de que la mujer invisible existía, estaba a su lado, de que me
encontraría y tal vez, solo tal vez, pudiésemos tener una historia.
Pero Ivan era así, y me utilizaba. Fin de
la historia. Y yo, bueno, era idiota.
Sí Gaela, no eres muy lista. Y das pena.
Entrar en casa fue como deslizarme por un
templo. Mi hogar era mi burbuja y mi establo a la vez. La casa, el regalo que
me hizo mi padre cuando cumplí dieciocho años, se había convertido en el mejor
regalo de mi vida. No estaba en su mejor momento y tampoco recordaba el día que
lo dejé pulcramente limpio, y no es que tuviese mala memoria, es que hacía
mucho tiempo que no le daba una mano de limpieza a todo esto.
Me senté en el sofá encima de unas revistas
viejas que retiré de un tirón de debajo de mi culo, y me tapé la cara con las
manos para tratar de borrar todo el asqueroso día que llevaba. Imposible. De
pronto, el teléfono de casa comenzó a sonar y no me hizo falta asomarme a la
pantalla para saber quién era.
-¿Qué tal tu día amiga?
-Bueno, aún quedan un par de horas y mirando
cómo ha comenzado y el transcurso que lo ha sumado…mmm… me parece que me queda
una desgracia más por superar.
-Las desgracias van de tres en tres…
-Bien, yo llevo cinco. –La corté para
explicarle la conclusión de mis incidentes.
-Gaela, hablas como mi madre.
Sonreí y escuché una risa por el altavoz.
Adriana bromeaba, su carácter era similar al mío, solo que un poco más
descontrolado.
Cuando la conocí, mi madre ya me dijo que
no le gustaba la influencia que esa chica ejercía en mí, pero como en ese
momento tenía cinco años ¿Qué coño iba yo a entender a qué demonios se refería?
Ahora, unos cuantos años atrás, por fin lo comprendía, pero… mi madre se había
equivocado. La influencia era mutua y las dos formábamos un dúo de lo más…
Terrible.
Diferentes pero a la vez iguales, dos
hermanas separadas al nacer. Correcto, ese era el término con el cual nos
diferenciábamos.
-¿Y qué quieres? Desde que lo he conocido a
él, he envejecido diez años de golpe. –Le contesté riendo.
-Yo también. Ivan saca a la bestia que hay en
mí. –Rugió imitando a una leona enfurecida y solté una carcajada.
-En ese caso yo soy un pez Globo, a veces
hinchado, otras desinflándose como un globo.
Y ese era el término coloquial adecuado
para mi comportamiento cuando él estaba cerca. Me hinchaba cuando me
envalentonaba y después, como si hubiese sufrido un pinchazo con esa mirada o
ese tacto, Plof, me convertía en gelatina insensible.
-Un pez sexy. -Me corrigió Adriana con
énfasis. -No lo olvides, que lo que este tipo se pierde, otro lo recogerá y
entonces, se jodera…
-Pa-san-do. –La corté arrastrando la palabra.
–Paso de los tíos y sus cambios de humor. Con uno tengo más que suficiente.
Hubo
un momento de silencio, como si Adriana me diera unos segundos para ahuyentar
el luto de mi voz. Mis palabras habían salido con sinceridad, pero mi voz
escondía un matiz de pesar que, arrastraba desde que me enteré en que se
convertiría mi futuro matrimonio, por suerte, mi amiga me conocía y respetó mi
propio ahogamiento unos segundos, unos segundos que aproveché para tragar
saliva con dolor antes de dar comienzo con la conversación.
-No te desperdicies. –Susurró levemente para
animarme.
-No lo hago, solo me están cambiando por una
muñeca de porcelana. –Le dije para cambiar de tema.
Necesitaba que me animara, no que me
deprimiera más.
-¿Ya te han cambiado el vestuario? –Preguntó
arrastrando una risilla.
Adriana conocía a mi madre y sabía que
teniendo un apoyo más en contra de mi forma de vestir, estaba dispuesta a
luchar esa guerra. Pero se equivocaba, mi forma de vestir era mi firma,
señalaba como era yo, y no estaba dispuesta a ponerme trajes, faldas de tubo,
americanas o rollos de esos de gasa, puntillas o rasos.
Ni en broma.
No abandonaría los vaqueros ni las
camisetas de colores por nada del mundo. Y definitivamente me podía besar el
culo aquel que me mirara con desacuerdo, incluida mi madre, porque me la traía
floja lo que esos estirados pensaran de mí.
Yo era así y a quien no le gustara, pues
que no mirara.
-No pero, ha sido un tema de conversación
esta tarde junto con el pelo…
-¿Qué le pasa a tu pelo? –Cortó incrédula con
un tono alto de voz.
-Quieren que me lo corte.
Lo dije con resentimiento mientras
enrollaba una mecha en mis dedos y la apretaba notando la suavidad de mi
cabello.
Mi madre odiaba el pelo largo, decía que
era vulgar, yo me reía y casi siempre lo llevaba suelto, aunque hiciese un día
de estos que te queman la piel y el pelo alrededor de mi cara parecía una
ventosa húmeda, pero con tal de perturbar su estado, estaba dispuesta hacer de
todo. Y esa larga melena negra hasta mi cintura, era una pancarta de letras
mayúsculas en contra de ella.
Mi venganza y mi declaración de guerra para
ella.
-¿Has aceptado? –Preguntó Adriana.
-¿Tú que crees?
La pregunta ya me parecía tonta hasta para
mí, pero la respuesta, que necesitara una respuesta después de lo mucho que me
encantaba mi pelo, ¿Es que Adriana estaba perdiendo neuronas a corto plazo por
todos los pedos que se enganchaba de fin de semana en fin del siguiente?
Había pensado incluso que los empalmaba,
porque durante un mes entero no se dejó ver mucho, y cuando fui a su casa para
ver si se la había tragado la tierra, los ojos, inyectados en sangre que me
miraron cuando abrió la puerta, me asustaron terriblemente, y el caso es que,
no sabía ni en qué día de la semana estaba.
-Cambiando de tema. –Replicó por mi forma de
preguntarle anteriormente. –Esta noche desahogo. ¿Te apuntas?
Traducción de la frase;
“Esta noche borrachera y amnesia”
-¿Dónde?
-Cenamos en Picolos, y luego vamos al local
de Ete.
Ete, era uno de nuestros mejores amigos, un
dg fanático de los alienígenas, y con tanta ilusión por ver un ovni alguna vez,
se le quedó desde pequeño ese nombre. Ahora no tan fanático de ese fenómeno,
era dueño de una cuarta parte de un local con un resultado óptimo, que era el
que más estaba de moda para todos los públicos que se pudieran permitir pagar
la cara entrada, ya que el local disponía de grandes variedades de escenarios.
-Eso suena genial. –Dije más para mí misma
que para ella. Verdaderamente lo necesitaba.
-¿Cuánto contigo?
Quise contestarle, pero mi teléfono móvil
comenzó a sonar. Con el inalámbrico en la oreja me levanté del sofá y fui en
busca de mi bolso, nada más ver el nombre en la pantalla las piernas me
temblaron.
-Oye Adriana, luego te llamo, Ivan me está
llamando al móvil.
-¿Pero cuento contigo o no? –Insistió con
nervio en la voz.
-Sí, ahora quedamos.
Me despedí de Adriana y con el dedo
tembloroso descolgué el otro teléfono.
-Diga. –Pedí tragando saliva.
-Gaela, disculpa, no quería molestarte, pero
se me olvidó darte el anillo de compromiso.
Tuve que parpadear para entender que me
decía, su voz y escuchar mi nombre, todo a la vez, me había vencido hacia
delante.
-¿Y?
-Esta noche tengo una cena importante. Te
importaría si después, me paso por tu casa y te lo acerco. Será algo rápido.
Eso de algo rápido seguramente se refería a
que: llamaría al timbre, bajaría al portal, me daría la caja sin siquiera
mostrarme la pieza y se largaría quemando ruedas como siempre hacía. Para su
mala suerte es que… Esta noche tenía planes y no tenía pensado quedarme en casa
para esperarlo toda la noche.
-Mmm, pues, es que…
-¿Qué? –Preguntó ansioso y bufando.
-He quedado con Adriana para salir…
-Entonces llévate el móvil, cuando termine la
cena te llamaré para saber dónde estás, y me reuniré contigo para entregártelo.
–Me ponía de los nervios la forma elegante que tenia de hablar, la educación
controlada y esa voz grabe.
Uffff.
-Y si estoy…
-¿Cómo? –Otra vez.
No me dejaba terminar la frase y solo para
cortarme mordaz y un poco asqueado.
-A ti qué coño te importa. –Le repliqué igual
de mordaz, después continué con el mismo tono de voz. -¿Porque no lo dejas para
mañana…?
-Mañana me voy de viaje, y quiero que cuando
tus padres te vean el fin de semana, lo lleves puesto.
Esto ya era una discusión en toda regla. Él
hablaba mal y yo contestaba igual, solo que todavía no habíamos llegado ni a
los gritos ni a los insultos, de todas formas, era yo la única que llegaría a
ese estado, Ivan, ante todo, guardaba la compostura.
-Entrégaselo a alguien que me lo pueda
acercar, o déjaselo al portero de tu edificio, me puedo pasar mañana a
recogerlo…
-No. –Me interrumpió duro y autoritario. -Quiero
dejar esto claro y solucionado hoy. Tú madre ya me ha preguntado por él, y no
quiero mentir más. –Ivan parecía un poco más alterado de lo normal.
-Oye, eres tú quien no me lo ha dado, yo ni
siquiera sabía que tenías un anillo de compromiso.
Mi grito lo siguió un silencio y varias
respiraciones aceleradas a través del altavoz. Después, cuando habló de nuevo,
estaba más calmado.
-Podemos llegar a un maldito acuerdo de una
vez. En este momento estoy ocupado y perder el tiempo es lo que menos necesito.
-Vale. –Yo también podía tranquilizarme si se
me hablaba bien. -Estaré pendiente del móvil.
-Gracias. –Y colgó, e incluso, sentí que
había estampado el móvil contra la base.
Inmediatamente le envié un mensaje a
Adriana para quedar con ella y me fui al armario para buscar el vestido más
provocativo, y de zorron que tuviese dentro. No sé si sería una buena idea,
pero estaba dispuesta a ver qué cara mostraba Ivan cuando me viera.
Y de pronto me encontraba súper emocionada
y con unas ganas horribles de que llegara esa noche…
Y el encuentro con Ivan…
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