Capítulo 5
Las siete y media y no me había movido del sofá.
Había escuchado el teléfono de casa sonar dos veces más, pero había dejado que
saltara el contestador, y como era de esperar, se trataba de mi madre,
dejándome mensajes de lo menos motivadores para una hija que necesitaba un
poquito de cariño y no un castigo verbal por su parte. Y lo peor de todo es que
en la mayoría de cosas que decía la bruja tenía razón.
Y reconocer eso por mi parte era una
insensatez.
¿Hasta
dónde has llegado Gaela para fiarte de tu propia madre?
Me di la vuelta escuchando tan solo el
movimiento de las manivelas del reloj que tenía colgado en la pared y algún que
otro sonido exterior, pero todo lo que me rodeaba era un sumo silencio que
agradecía.
Suspiré mientras cerraba los ojos, y
entonces, como por arte magia, una caligrafía con una dirección y una hora en
punto, vinieron a mi mente como si fuera un letrero de un bar de carretera,
solo que al lado de mi letrero había un demonio con cuernos rojos y una cola en
forma de flecha.
Ivan.
Me incorporé abruptamente y mi cuerpo, a
cambio de tal brusco movimiento me golpeó con un mareo de esos similares a un
bajón de tensión. Me senté decentemente con las piernas en el suelo y
recapacité la cena trampa que Ivan había organizado...
A la mierda, iba a ir.
Respetando cada parte de mi cuerpo y no provocando
a mi cabeza, levanté mi culo pesado de ese mullido y enorme sofá de diez
plazas, y fui directa a mi cuarto en el piso de arriba.
Entré a la madre de los vestidores y la
zona que más amaba de la casa, el mejor obsequio que una madre le podía hacer a
su hija.
Algo
bueno tenía que tener el bóxer después de todo.
Me encaminé directa a la zona supreme, donde los vestidos de noche,
envueltos en telas, me esperaban. Otra obra de arte de mi madre, comprarme
todos los vestidos de noche que fueran una exhibición de exclusiva a la
seducción, recatados en color pero tremendamente provocativos, pero ella solo
pensaba en que mi prometido, tras verme, no pudiese dejar de pensar en mí…
Mamá,
trabajo perdido.
Ivan me había visto, me había halagado y me
había sonreído, pero nada más le había dado la espalda… Se había pirado, con lo
cual, el vestido no surgía efecto sobre él, pero si sobre el resto, aunque eso
no era ni lo que yo quería, ni lo que la loca de Olimpia deseaba, igualmente,
ella nunca se enteraba de esas cosas y se pensaba que sus decisiones habían
impresionado locamente a su futuro yerno.
Todo
un rompecabezas, tan lista y que ignorante era en esos casos.
Atrapé mi labio con los
dedos y jugué con él mientras pensaba en cual colocarme. Rebusqué un poco
moviendo perchas hasta que di con la pieza indicada. Preparé los zapatos, el
bolso y me metí de nuevo en la ducha.
Una hora después, me eché un último vistazo
en el espejo. No era una cita, no sabía lo que era esto, a lo mejor me
equivocaba y otra persona diferente, que nunca había visto en mi vida me
esperaba. Igualmente, esa persona, quien fuese, estaría tan encantado con mi
elección como yo.
Me arreglé la tela azul noche, ceñida a mi
cuerpo, y la estiré un poco más, era por encima de la rodilla, pero la raja
trasera tenía una abertura muy larga. No había escotes por delante, era un
cuello redondo que cortaba en el hombro, donde una marga corta se abría en un
efecto volante muy pequeño, pero la espalda, completamente al aire, era la
sorpresa final.
Solté la respiración con un intencionado
bufido y cogí las llaves del coche de encima de la mesa. Vivía en el piso
veinte de un edificio elegante, y el parquin era la zona más segura de todo el
edificio. Saludé al guarda de la puerta principal y me dirigí a por el Mercedes C 63 Coupé, mi preciosa joya
deportiva en un color azul cielo.
Formar parte del tráfico de ese día fue
algo maravilloso ya que no habían muchos coches y la conducción era más fluida y
tranquila que de costumbre. Conecte el USB
a la torre principal, e inmediatamente el coche se llenó con el sonido de <<In the room where you sleep>> me
encantaba esa canción, era tan escalofriante como motivadora…
-Llamada
entrante de Adriana.
La
voz femenina del ordenador a todo volumen me dio un susto de muerte. Bajé el
sonido notando como el corazón se me salía del pecho, y le di al botón para dar
la entrada a otra voz que me daba más terror aun.
-¿Dónde estás? –Preguntó tranquilamente.
Me la imaginé tirada en el sofá, con un
paquete de palomitas en las manos y mirando una película que resultaba ser un
rollo, pero donde el protagonista estaba de pan y moja, y ese hecho era
suficiente para tragarse la película entera.
-En el coche, camino a una cena trampa de
Ivan.
-¿Cómo que una cena trampa?
Le conté todo brevemente tal y como había
pasado mientras respondía a sus preguntas como si fuera un interrogatorio, y
junto con todo lo que había pasado la noche anterior, Adriana llegó a la misma
conclusión que yo y que mi hipótesis tenía sentido, pero igualmente, comentó:
-No me gusta ¿Y si te equivocas y te diriges
a una cena con un desconocido?
-Entonces será una cita a ciegas, ¿Dónde está
el problema?
-¿Y si ese desconocido resulta ser una
asesino en serie?
Mi amiga como siempre pensando mal, y eso
que ella era una de las típicas que se llevaba la primera noche a casa a un
hombre que acababa de conocer, lo metía en su cama, a veces, sin saber cómo se
llamaba.
-Hemos quedado en un sitio público y que requiere
etiqueta, será un lugar muy vigilado y controlado. Estaré bien. –La
tranquilicé, aunque no sabía el motivo. Adriana era peor que yo en muchos
sentidos.
-¿Dónde habéis quedado? –La voz de Adriana
salió un poco amortiguada, supuse que estaba comiendo… algo.
-En el hotel Palace Faery…
-Uahu. –Maulló atragantándose con la comida.
-¿Sabes lo que cuesta reservar una mesa en un lugar así?
-Sí, losé. Por eso cada vez me inclinó más en
pensar que esto es obra de Ivan.
Después de saber de lo que ese hombre era
capaz, sabía de sobra que podía hacerse con una mesa presidencial del
restaurante de ese hotel con tan solo pestañear.
-Como te equivoques…
-No me equivoco. –Insistí con voz crispada. -Es
Ivan, o alguno de sus súbditos quien me espera en ese lugar.
-Vale. –Se quejó molesta pero inmediatamente
su voz cambio cuando añadió: -Oye. Saborea la cena, dicen que la comida en ese
lugar es como tener mini orgasmos. –Sonreí porque ese bulo también había llegado
hasta mis oídos. El dueño del hotel tenía a su disposición a los hermanos Wybber,
dos artesanos y grandes artistas en los fuegos. -De todas formas, estaré al
loro del teléfono. Si no me llamas cada media hora, llamaré a la policía.
-No seas exagerada. Luego te cuento, acabo de
llegar.
Aparqué en la entrada principal después de
esperar que se fuera un coche y subí las ventanillas.
-Vale, y disfruta con esos mini orgasmos
culinarios.
Sonreí negando con la cabeza mientras el
eco de ese último comentario resonaba todavía en mi cabeza. Antes de abrir la
puerta uno de los aparcacoches ya se encontraba a mi lado, él mismo me abrió la
puerta y me ayudó a bajar del coche, después de hacerme una revisión con los
ojos bien abiertos me dedicó una sonrisa.
-¿Algún trato especial para su coche?
–Preguntó con una sonrisa donde mostraba los dientes de delante un poco
torcidos.
-Sí, que no te estampes. –Contesté.
Tal vez soné un poco borde, pero odiaba que
ellos fueran tan descarados. Igualmente mi comentario no resultó afectar al
chico, ya que me guiñó un ojo y se largó con mi coche con una lentitud que me
sacó de quicio.
Me puse en movimiento y traspasé las
puertas corredizas del hotel para sumergirme en otro mundo, un lugar que
parecía sacado de la antigua Grecia, con una decoración llena de pilares
blancos, dobles alturas en el techo formando trípticos o escalones al revés y
con lámparas que parecían cascadas donde la luz se resbalaba por su superficie
como si se tratara del agua. Varias figuras imitando a esos bellos rostros
griegos se repartían por rincones o el mismo centro de ese mismo lugar, y justo
en el centro, una preciosa fuente donde Zeus
reinaba sobre todo lo que le rodeaba.
Ivan
se había superado.
Nunca había entrado a este hotel, había
escuchado hablar de él, pero jamás me lo podía imaginar de esa manera. Faery,
un lugar mágico como su nombre indicaba, había abierto sus puertas nada más que
unos cuatro años atrás, pero su dueño, uno de los tres
hermanos Born, había conseguido lo que todos los hoteles deseaban, las
cinco estrellas y unos cuantos premios más. El hotel se había ganado su fama a
base de una buena experiencia detrás de otra para aquel que se había hospedado
allí. Su comida era la mejor de la ciudad, las habitaciones; unas fantásticas
zonas de comodidad para los huéspedes y elegancia suprema, sus empleados
parecían salir de una película medieval por la educación que demostraban, y su
primera imagen nada más entrabas, era bestial, te dejaba con la boca abierta.
Por eso era tan difícil tener mesa en su restaurante,
como conseguir una habitación hasta en temporada baja. Todo el mundo quería
pasar una noche en un lugar totalmente diferente.
Uno de los muchos jóvenes que saludaban el
en hall, se me acercó y con una
inclinación de cabeza me saludó. Le pregunté sobre el restaurante y él mismo me
acompañó a la zona de la barra, a continuación, con otra inclinación se fue
deseándome una feliz noche.
Me senté en la barra e inmediatamente fui invadida
por el camarero, le pedí una copa y mientras él me la serbia con una increíble
profesionalidad, divisé el lugar para ver si veía a mi supuesta cita. Exceptuando
a las parejas que esperaban su mesa en unos sofás que habían colocados a un
lado del lugar, y los pocos hombres que habían en esa larga barra, no reconocí
a nadie que me resultara familiar.
-¿Señorita Gaela Lee?
¿Lee?
Si mi padre llegara escuchar ese comentario el caballero de la sonrisa
superpuesta, se llevaría una buena colleja.
Me di la vuelta y me encontré con un
hombre, que debía de ser otro de los trabajadores ya que, como todos, llevaba
puesto un traje blanco con una pajarita amarilla de topos azules. Me acerqué al
hombre con una sonrisa.
-Sí, esa soy yo.
-Acompáñeme por favor. El caballero la espera
fuera.
Fruncí las cejas, ya que ese fuera, no sabía
cómo interpretarlo, pero no objeté nada y seguí al hombre fuera del bar.
Cruzamos un largo pasillo donde unas enormes ventanas panorámicas del suelo al
techo con cristales laminados nos iluminaron a nosotros y a los ríos de piedras
que había a cada lado en el suelo.
Otra belleza más.
Subimos unos escalones completamente hechos de
mármol blanco y giramos hacia la derecha. De pronto, me encontré con una
preciosa cristalera cortada a cuadros donde unas decoraciones pintadas en el
mismo cristal daban forma a una especie de paisaje.
Impresionante.
El caballero se adelantó mientras yo
admiraba tal belleza y abrió la doble puerta del centro, después se echó hacia
atrás y me ofreció pasar.
Si mi mandíbula se desencajó cuando vi el
escenario anterior, esta vez partió el suelo cuando salí a la terraza.
Una preciosa terraza, al aire libre, era
rodeada de flores silvestres por todas partes, hasta por una barandilla rustica
de hierro forjado y caso oxidado donde se enredaban vivas para caer hacia
abajo. Miles de bombillas pequeñas, casi tan pequeñas como canicas, alumbraban
estratégicamente desde todas partes, también se escuchaba el leve sonido de una
melodía, una balada lenta a guitarra con una voz suave masculina marcando el
ritmo.
Y en el centro, una sola mesa, bien
decorada con velas y un pequeño ramillete de margaritas en el centro, y dos
sillas, una enfrente de la otra acompañando.
Me vi sumergida en otro lugar, muy lejos,
casi podía decir que esto parecía una terraza de la toscana.
-Señorita Lee, deje que me ocupe de su
chaqueta…
-No hará falta. –La repentina voz autoritaria
de un hombre me hizo girar a mi espalda y todo el mundo comenzó a darme vueltas
cuando me di con esos ojos azules mirándome con intensidad. –Yo me encargaré.
-De acuerdo, si necesita algo más de mí,
señor…
-Que nos sirvan el vino. –Ordenó sin ser
cuestionado.
El hombre que me había acompañado se marchó
y nos dejó solos. Pero me dio igual, ya me encontraba atrapada a la droga que
ese hombre expulsaba.
Su cuerpo no se había movido ni un solo
centímetro, al igual que su mirada, sus ojos continuaban fijos en mí y extrañamente
yo tampoco podía dejar de mirarlo, me sentía conducida por un hechizo o un
maleficio que él había soltado en mi contra. Pero daba gusto de ver, me
cautivaba con inmenso placer observar ese delicioso cuerpo embutido en un traje
negro que le quedaba de miedo, era como si el traje no solo se hubiese hecho
para él, esas piezas de tela lo arropaban con envidia, lo estrechaban en la
suavidad de su contorno haciendo que cada prenda fuese posesiva y a la vez lo
mostraban como un impresionante demonio hecho para el pecado, y de pronto, me
sentía una pecadora nata.
-Buenas noches señorita Lee. -Su voz, ronca y
grabe se resbaló por todo mi cuerpo proporcionándome un terrible escalofrió.
–Gracias por aceptar mi invitación.
Abrí la boca, tal vez para hablar, pero en
ese momento ese cuerpo se puso en movimiento y cada uno de mis músculos crujieron
al ponerse tensos cuando ese hombre invadió mi cerco de intimidad. Finalmente,
con una gracia impresionante y marcando de una forma salvaje cada paso, se
colocó detrás de mí y sus manos volaron lentamente por mis brazos.
Me encontraba paralizada, atontada,
intimidada y arrollada por un calor inquietante lleno de intensa electricidad,
y eso que él todavía no me había tocado.
¿Qué me sucedía? ¿Esto era normal? ¿Este
frenesí que tenía mi cuerpo era normal o estaba sufriendo una parálisis?
No tenía respuesta para ninguna pregunta,
pero algo sabia seguro. Este comportamiento, estas frías y calientes
sensaciones, y esa receptiva energía llena calambres, jamás las había sentido
con ningún otro hombre, ni siquiera con Ivan.
-Permíteme. –Susurró contra mi nuca.
Todo mi cabello se erizó y sentí la caricia
de unas largas uñas invisibles a lo largo de mi espina dorsal. Y la cosa fue a
peor cuando al fin me tocó, cuando sus dedos se metieron dentro de mi chaqueta,
por la zona de los hombros, sentí que mi corazón saltaba de mi pecho al suelo y
que mi respiración no encontraba la forma de salir.
La chaqueta bajó lentamente por lo largo de
mis brazos, los alargué para darle una mejor facilidad y sentí la imperiosa
necesidad de que me quitara el vestido de la misma forma.
Parpadeé un poco para quitar esa imagen a
la fuerza de mi cabeza. Pero me resultó imposible otra vez, ya que lo sentí acercarse
cuando, lo que serían las costuras de la prenda se quedaron paradas, solo un
segundo, en mi muñeca, solo una milésima de segundo pero fue suficiente para
que sintiera su aliento contra mi cabello, y las yemas de sus dedos rozar el
interior de mis muñecas, con intención, para terminar de quitarme una sencilla
chaqueta de punto.
Suspiré y en el momento que lo hice, él se
retiró para dejar mi chaqueta encima de una banqueta que había en una esquina.
Después se aproximó a una silla, la arrastró hacia atrás y me miró de nuevo.
-Siéntate. –Fue dulce, educado, pero no pude
evitar sentir la orden que había en esa palabra, una orden que obedecí
inconscientemente.
Esta vez me tocó a mí avanzar hacia él, y aunque
mis hormonas estaban pegándose una fiesta de las buenas, pude observar como ese
cuerpo se tensaba y sus ojos adquirían un peligroso tono azul muy oscuro.
Me frené delante y de nuevo, él insistió
pero con un movimiento de cabeza, y de nuevo obedecí.
Me senté e inmediatamente la silla se movió
hacia delante, el problema es que él no se movió de mi espalda, es más, se echó
hacia delante y por el rabillo del ojo pude ver unas greñas de su pelo caer en
su cara.
-Cierra la boca Gaela. –Susurró levemente a
un palmo de mí contra mi oreja. –Por ahora, no voy a comerte.
¿Qué cerrará la boca?
Sí, sería una buena opción sino lo hubiese susurrado contra mi oreja y si no me
hubiese llegado su aroma y sino…
¿Qué es lo que había dicho?
Mi
cabeza se dio mentalmente contra la mesa, quise preguntarle a que se refería
con lo de: “por ahora no voy a comerte”,
pero en ese momento entró un joven muchacho con una botella de vino blanco en
las manos y mi pregunta se quedó perdida en mi cabeza. El diablo que tenía a la
espalda, rodeó la mesa y tomó asiento delante de mí.
-Sirve Luis, no lo probaré. –Ordenó al joven.
-Sí señor.
No sabía que era lo que había hecho el
camarero para que ese hombre continuara mandando, ya que los ojos de él no
dejaban de mirarme y esa mirada era muy difícil de evitar… hasta que mi vaso
fue llenado. Entonces, mis ojos buscaron la copa y mis labios el líquido que
contenía.
-¿Entramos los entremeses, señor?
-Sí, y dile a Kas que traiga una estufa, la
señorita Lee tiene frío.
Alcé la vista y lo miré. Era extraño que
dijera eso, no me había quejado y lo que menos tenía ahora mismo era: frío.
-No tengo frío, y por favor, deja de llamarme
Lee, mi apellido es Nicola-Lee.
-Un apellido largo. –Respondió él tomando su
copa entre las manos.
-En ese caso llámame Gaela. –Él sonrió de una
forma seductora que hizo temblar a todo mi cuerpo, pero por desgracia esa
sonrisa se borró y una de sus cejas se alzó.
-¿Seguro que no tienes frío? –Preguntó con
preocupación.
-No. –Respondí en un susurró porque mi voz
parecía desaparecer cuando; O lo escuchaba a hablar, o lo veía en movimiento.
Deja
de temblar Gaela, le estas dando una demostración penosa de auto control.
-¿Por dónde íbamos?
–Preguntó él, llevándose la servilleta a sus piernas.
-Por dejar a un lado los formalismos y
llamarnos por los nombres. –Mi respuesta fue rápida y tensa y eso provocó que
me dirigiera una rápida mirada directa.
Después, tras unos segundos ahogándome con
su color, la retiró y tomó su copa para darle un trago al vino, pacientemente
esperé a que comenzara, pero al ver que no tenía más que decir, lo animé con una
ceja alzada, y nada. Continuó mirándome y esperando igual que yo.
El momento que iba a hablar, él me cortó:
-Liam. –Fruncí el ceño. –Me llamo Liam
Marlowe, pero puedes llamarme como quieras.
-¿Es un diminutivo? –Tenia mis dudas, solo
esperaba que no fuera el diminutivo de un largo nombre con miles de
significados, o tan horrible como para acortárselo.
-No, es mi nombre, tal cual como suena. –Dijo
con ceño, como dudando mi pregunta.
Liam
Marlowe.
Corto y conciso como todas sus
contestaciones. Realmente el nombre le quedaba genial.
-Tu madre no rebuscó mucho un nombre para ti.
Su mirada era intensa, sus ojos me
analizaban cada vez que abría la boca, y cada parte de su cuerpo parecía atento
a todos mis movimientos y a mis reacciones. Era como si me estudiara, como si
me leyera para saber cómo actuar. Como ahora.
Liam se venció un poco hacia delante y
apoyó los codos encima de la mesa, después, con esa intensidad calculada me
miró.
-En tu caso pasa todo lo contrario. Tú madre
eligió un precioso nombre para ti.
Sonreí por el halago sin poder evitar
sentir mariposas en el estómago. Liam tragó saliva y después me retiró la
mirada para fijarla durante unos segundos en la preciosa noche sobre ese
balcón.
No…
¡Mírame!
-¿Cómo encontraste mi bolso? –La pregunta
salió un poco repentina de mi boca y abrupta, pero quería llamar su atención, y
lo conseguí, Liam clavó sus ojos en mí, y esa mirada me intimidó tanto que mi
siguiente comentario casi lo susurré. -Tú me sacaste cuando me lo dejé.
-Correcto. –Habló totalmente transformado,
como si se hubiese puesto una máscara donde no se pudiese leer nada. –Pero al día
siguiente fui y uno de mis empleados me lo dio…
-Un momento. –Le interrumpí porque ese
comentario me impactó. -¿Tú eres el socio de Ete?
-¿Ete? No conozco a ningún: Ete. –Comentó
confundido y por un momento me confundió a mí también, pero inmediatamente me
di cuenta de mi error y rectifiqué para que me entendiera.
-Perdón David, David Harren. –Le dije el
verdadero nombre de Ete, ya que solo quedamos nosotros, nuestra pequeña
pandilla, quienes utilizábamos su apodo.
-Sí, soy el socio mayoritario de David. ¿Lo
llamáis Ete?
-Bueno, hace muchos años que nos conocemos.
–Comenté cariñosamente mientras sonreía. Liam me miró detenidamente y me pareció
ver un brillo especial en su mirada, pero tan pronto como apareció se esfumó,
hasta llegué a pensar que se trataba de mi imaginación, porque de pronto una
sombra se posó alrededor de sus ojos.
-¿Y te llevas tan bien con él como con el
otro? ¿El piloto?
-¿Logan?
-No sé su nombre, pero supongo que será él,
te has enrojecido cuando has dicho su nombre… ¿Tenéis algo? –Su cara se
transformó completamente cuando formuló la pregunta, la sombra abarcó un rostro
impenetrable y cargado de misterio amenazante. Me recordó al hombre siniestro
con el que me había tropezado.
Y ese no me gustó, quería que volviera el
otro, el tranquilo, el sereno y el seductor.
-No. Logan y yo solo somos amigos. –Respondí
acentuando mis palabras para que le quedara claro.
-Pues para ser amigos, él se toma muchas
libertades. –Ese comentario me molestó. No le había dado tanta confianza a Liam
como para que insinuara nada.
Lo que te molesta es que piense que tienes
algo con Logan.
-No. –Le dije a mi
conciencia solo que en voz alta.
-No… ¿Qué? –Advirtió Liam con una voz que me
puso los pelos de punta.
-No hay libertades, solo que…Hace mucho
tiempo que nos conocemos, es como un hermano para mí, pero no hay nada más. –Me
defendí un poco mordaz.
-¿Y él lo tiene claro? –Insistió con esa voz
autoritaria, controladora y acusatoria, que junto con ese rostro indescifrable,
llegó a intimidarme.
-Por supuesto. –Mentí, pero Liam no tenía por
qué saberlo.
No me esperaba terminar hablando de esto,
parecía que me cuestionara y a la vez quisiera asegurarse de algo que no le
importaba una mierda.
Me mordí el labio mientras pensaba en una
conversación que fuera totalmente diferente para poder tranquilizarme, pero Liam
se tensó, soltó una larga respiración, y de nuevo me retiró la mirada mientras
se pasaba una de sus manos por el cabello.
Me extrañó esa reacción, dos veces, dos
veces se había tensado por algún motivo que yo había provocado y había
terminado retirándome la mirada como si le fuera imposible soportar mis ojos.
¿Qué le pasaba a este tío?
Las puertas por donde había entrado antes
se abrieron las dos a la vez y mi concentración cayó de nuevo en la mesa y en
el hombre que había delante de mí.
Liam
fijó de nuevo la mirada en mí, pero esta vez se la retiré yo, antes de caer en
su embrujo ya que sus ojos se habían vuelto a oscurecer otra vez y su rostro
tornaba a la normalidad de rasgos duros pero tranquilos.
Miré a los camareros que entraron en silencio
y con organización. Uno de ellos arrastraba un aparato metálico ultramoderno
que dejó cerca de mí. La estufa pensé. Los otros dos dejaron unos platos en la mesa
y una bandeja de pan, después se fueron como habían entrado, en silencio y
cerrando las puertas detrás de ellos.
-Espero que no te moleste que pidiera por ti.
–Me dijo Liam con esa voz profunda perlada de un matiz respetuoso.
Miré la variedad que se extendía delante de
nosotros, demasiada comida fue lo primero que pensé y después de ver cada
plato, lo miré a él.
-Caprese,
fonduta, Carpaccio di gamberoni y
mozzarella in carroza con pan. Todo es comida italiana. –Dije fascinada
mientras me lamia los labios.
-Sí, pensé que te gustaría. –Contestó
orgulloso, satisfecho con su elección.
-¿Por qué?
-Porque eres Italiana. –Su confesión salió
tan natural que sentí como si me conociera de toda la vida.
-No exactamente… -Me corté solo por la
seguridad de que él conociera una pequeña parte natal de mi vida. -¿Cómo lo
sabes? –Pregunté un poco atónita.
-Lo leí en tu documentación. –Claro.
Ahora me sentía idiota.
Mi
bolso había venido a mi casa, yo no había quedado con él para recogerlo, aunque
pensándolo mejor, él no tenía mi número de teléfono, tan solo sabía la
documentación que podía darle mi identificación.
-Así que ¿Registraste mi bolso? –Lo puse a
prueba y si mi pregunta le pareció inadecuada no se mostró ofendido, bueno, no
mostró nada en su cara porque seguía tan vacía como un libro en blanco.
-Cómo sino iba a saber dónde llevar tu bolso.
-Era directo, no se cortaba y lo respetaba. Era sincero pero todo un enigma y a
la vez peligroso.
Recuerda que no lo conoces Gaela.
-Violación a la
intimidad…
-No. No soy un psicópata. Perfectamente podía
haber dejado tú bolso tirado por ahí, pero no lo hice.
Parecía ofendido y en tal caso la ofendida
debía ser yo.
-¿Y porque no lo hiciste?
-Hubieses preferido que actuara de esa
manera.
Todo a mí alrededor se había congelado,
hasta la estufa que me daba un poco de calor parecía no funcionar. Cada rasgo
de Liam se fue endureciendo más y la mano que había encima de la mesa se
convirtió en un puño.
-No y te lo agradezco.
-Bien, y es bueno que digas eso, porque ahora
mismo me estoy arrepintiendo.
Ese petulante me retiró la mirada y comenzó
a comer dando por terminada la conversación, como si me indicara que me
callara.
Y no estaba dispuesta a que me trataran
así.
Tiré la servilleta encima de la mesa
atrayendo la mirada de Liam. Me levanté de la silla y fui al banco de madera
donde estaba mi chaqueta. Antes de que pudiera tocar la tela, unos dedos que se
enrollaron en mi brazo me lo impidieron tirando de mí para darme la vuelta y
enfrentarme a él.
-¿Qué haces? –Preguntó en un tono seco.
-Me voy, esto ha sido una tontería, no
debería de estar aquí. Ni siquiera debería de haber venido…
Las palabras se me atragantaron al sentir
como me quemaba el brazo que él tocaba y como su calor se aplastaba contra mí
ahogándome.
-Pero lo hiciste… ¿Qué te ha hecho cambiar de
parecer ahora? –Continuó con voz seca, pero ahora también había un matiz
extraño en el ronco de su sonido.
Alcé mi cabeza de su pecho hasta sus ojos,
y de nuevo, fui presa de ellos, del brillo que ardía en ese azul claro, en los
sentimientos que me lanzaban y en el deseo que había en ellos… Debía de estar
al límite para tener esas alucinaciones con un hombre que no conocía y que no
sabía que quería de mí.
-¿Porque me has invitado? –La pregunta salió
de mis labios antes de que me diera cuenta.
Y mi voz me había delatado, había mostrado
el estado que me provocaba su cercanía, y él lo sabía, sabía que las piernas me
temblaban, que el corazón me iba a cien, y que me faltaba la respiración,
porque me tomó del otro brazo, me acercó un poco más a él y sonrió
deliberadamente cuando me estremecí por quinta vez.
-Me pareces interesante. –Ronroneó.
-¿Interesante? Eso suena como si fuera un alíen,
o una friki, o un experimento.
-Lo tercero sería lo más correcto.
Parpadeé para repasar la frase que acababa
de decir, ya que Liam, lo había dicho mientras miraba mis labios, y mi boca había
temblado cuando sus ojos, perfilados en una oscura tentación erótica, se habían
cerrado con pesadas pestañas mientras se acercaba un poco más.
¿Qué sabor tendrán esos labios? ¿Cuál será
su temperatura?
Era difícil de decir, e
incluso de imaginar, porque en ese momento no podía pensar, solo deseaba una y
otra vez que se acercara más y que me besara, me mordiera, se tragara mis
gruñidos con cada embiste de esa lengua que añoraba tener dentro de mi boca.
Pero no hubo beso, solo la pregunta que
había en el aire y que ya ni recordaba por culpa de la deliciosa curva de sus
labios en una pícara sonrisa.
Un auténtico presumido, sabía que lo había
estado mirando, que observaba esa boca con lascivia, y me lo lanzaba a la cara
orgulloso de sí mismo.
-¿Qué? –Más que una pregunta fue un gruñido.
Dios que pena doy.
-Decía que… Desde luego que, lo tercero que
has mencionado. –Repitió de nuevo, solo que con una voz mucho más ronca y
aproximándose a la ansiedad.
-¿Perdona? –Pregunté con voz cortada, aunque
realmente no estaba muy segura de a que me refería.
-Te veo como un experimento, pero no me mal intérpretes,
no quiero que te ofendas, no eres el típico experimento raro que utilizan los
científicos con cobayas, tú eres como un reto para mí.
Sus manos bajaron por mis brazos, se
deslizaron con delicadeza, tanto que, me quemó a fuego lento. Llegaron a mis
manos y subieron internamente, con pequeños toquecitos perfectamente
controlados por esa capa sensible, ese roce no solo me quemó, me derritió como
chocolate caliente y cuando los dedos llegaron a mis bíceps, continuaron
subiendo y subiendo por un camino peligroso, rozando la forma de mi pecho, pero
desgraciadamente sin tocarme, igualmente sentí mis pezones apretarse contra el
vestido, que llegados a ese momento, me rascaba la piel y me molestaba
intensamente.
-Define reto. –Le dije tiritando y medio
mareada.
-¿Qué descripción quieres; la Disney o la gore? –Las manos continuaron subiendo por mi cuello, que lo
masajearon en círculos, lentamente. Mi cabeza cayó hacia atrás y mis labios
soltaron un suspiro.
-La tuya. –Solté como una ráfaga de aire.
Liam llegó hasta la raíz de mi pelo, justo
la zona trasera de mis orejas y con un tirón, levantó mi cabeza y me estrellé
con esa profundidad en sus ojos; hipnótica y llena de deseos placenteros.
-Lo veo de esta manera: me encantaría hacer
varias pruebas contigo para saber cuántos gemidos puedo sacarte. -Gemí a ese
comentario. Dios, su voz era erotismo puro y duro, su cuerpo se encontraba
alejado del mío, unos centímetros, pero lo sentía como si estuviese encima de
mí, pesado, caliente y duro. -¿Ahora entiendes porque te he invitado?
-Sí. –Maullé desvergonzadamente como un gato
herido dentro de una jaula.
Por supuesto que lo sabía y… Me moría de
ganas de que experimentara conmigo.
Sí por
favor, haz conmigo lo que quieras.
-No obstante, antes de poner en marcha mi
experimento, tengo otra pregunta. –Me soltó pero se llevó una mecha de mi
cabello a su nariz, absorbió su aroma mientras cerraba los ojos y llegué a ver
como la vena de su cuello latía más agresiva, como su respiración, que se había
acelerado como la mía. -¿Estas con alguien? –Preguntó mirándome directamente a
los ojos.
-¿Eso es un requisito?-Pregunté sin poder
parpadear. Caía presa, como una esclava a su merced.
-No, al contrario. –Sonrió malévolo. -Lo que
tengo pensado hacer no requiere una tercera persona en la división.
Soltó mi cabello para dejarlo detrás de la
oreja, justo en una zona híper-sensible, pero no retiró su mano, sus dedos
acariciaron mi oreja, la mejilla y llegaron a mi barbilla. La alzó un poco más,
manteniéndose ahí, al tiempo que dio un paso hacia delante, un paso hacia mí.
La mano que tenía en mi pecho, mi propia mano
que ni siquiera recordaba haberla dejado en esa zona, se rozó con los botones
de su camisa.
-¿Qué tienes pensado hacer?
Liam se lamió los labios, esa lengua pasó
con una lentitud pasmosa por su carne, mojando cada zona de una forma que por
un momento me imaginé siendo consumida por ella, lamida hasta dejarme totalmente
empapada…
Esta vez no gruñí, grité de una forma
vergonzosa… Dios, pero si hasta me sentía terriblemente mojada.
-Terminar de cenar, conversar animadamente
para conocernos mejor, beber la especial sangría de la casa, tal vez bailar
antes del postre mientras tanteo la curva de ese precioso trasero y… -Soltó la
respiración contra mis labios intencionadamente y al ver cómo me estremecía, lo
hizo de nuevo. -Luego subir a una de las habitaciones y… practicar sexo, mucho
y un fantástico sexo.
Esa palabra rebotó por todo mi cerebro
sacando lucecitas de electricidad que parecieron lanzarse por todo mi cuerpo
como rayos, flechas que chocaron contra cada uno de mis puntos débiles y me
hicieron sudar delicadamente.
-Eres muy directo. –No sé si lo pensé o lo
dije en voz alta, llegados a ese momento, no tenía fuerzas y ya no sabía muy
bien lo que hacía.
-Me gusta dejar las cosas claras. –Reconoció
y tuve que admitir que cada vez me parecía más fascinante.
-Tranquilo, lo has dejado muy claro.
-Por eso, como te he visto con dos hombres en
una actitud demasiado abierta…
-Logan es una amigo, ya te lo he explicado.
–Mi entonación en la voz no había cambiado nada en absoluto. Ese hombre me
perturbaba, me cegaba y me inundaba de mil sensaciones tan arrolladoras que
sentía tanto vértigo como miedo.
-¿Y el otro?
-¿Qué otro? –Pregunté confundida.
-El del Bugatti
negro. –Afirmó y la mitad de mi cuerpo se quedó congelado al darme cuenta de
que hablaba de Ivan.
-Un amigo también. –Respondí demasiado
deprisa y con la voz en un tono más alto del que manteníamos los dos.
-Te haré la pregunta de nuevo: ¿Estas con
alguien?
Ni su cara, ni su voz se habían modificado,
la cosa continuaba igual, sin embargo sentí un extraño aire frío rozar mi piel,
como un mal presagio.
Y todo eso conllevó a una cadena de
desastrosos nervios y mi propia lucha interna de saber que contestar.
-Sí. –Admití mientras negaba con la cabeza. Liam
me soltó y ladeó la suya para terminar mirándome con duda.
Mierda.
No sabía lo que hacía, ni si era yo la que contestaba, sentía dos cuerpo dentro
de mí y cada uno luchando por contestar… ¿Qué me pasaba?
-¿Sí o no? –Preguntó confuso.
-No. –Y esta vez fue al contrario, negué con
la voz pero le dije que sí con la cabeza.
-Gaela…
Nerviosa me retiré el pelo de la cara para
dejarlo detrás de la oreja, y entonces algo pasó, algo lo cambió todo, su
mirada cambió radical, como si hubiese visto algo que no le gustara.
-Coge tu chaqueta, nos vamos. –Lo ordenó de
tal forma que la sangré, de estar hirviendo, se me congeló.
-¿Qué?
Estaba entre confundida y alucinada, creí
escuchar mal, pero, definitivamente había escuchado perfectamente. Liam, al ver
mi poco movimiento, cogió él mismo mi chaqueta, me tomó del brazo con violencia
y me empujó para ponerme a su lado.
-Se acabó. Te acompañaré a la entrada para
que recojas tu coche y te vas.
Vale la cosa iba muy enserio, pero mi
cerebro no funcionaba a un ritmo natural. Mis labios sufrían una intervención
de anestesia. Hasta mi mente, solo calculaba en poner un pie delante y otro
detrás y al menos no tropezar.
Camina, camina… cuidado con los escalones,
cuidado con… Pero ¡¿Qué mierda está pasando?!
Cuando mi cabeza daba ese grito de guerra, Liam
y yo nos encontrábamos en la salida del hotel, al aire libre y justo en la zona
donde los aparca-coches, guardaban la postura para la llegada de otro coche.
Habíamos recorrido todo el trayecto a base
de empujones, Liam me había arrastrado, tomándome del brazo como si fuera una
simple delincuente, y ni siquiera sabía el motivo de ese repentino cambio de
humor. No sabía cómo reaccionar ante noventa kilos de tío enfurruñado por algo
que no entendía. El aspecto de Liam, desde luego era no solo el de intimidar,
sino acojonante y perturbador pero, yo también estaba enfadada y quería una
explicación.
-¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
–Le pregunté, pero él ni me miró, sus ojos buscaban a alguien. –Oye, te estoy
hablando. –Ni caso.
De un tirón me deshice se su mano, le quité
mi chaqueta y di unos pasos a un lado para retirarme de él, Liam me dedicó una
mirada despectiva, e incluso alzó la mano con la intención de volver a tomarme,
pero lo rechacé y cuando lo intentó de nuevo, el joven aparca coches apareció y
dejó por imposible el propósito de Liam.
-Puedes traer… -Liam se giró y me miró.
-¿Cuál es tu coche? –Me preguntó, pero el empleado interrumpió mi contestación:
-No se preocupe, señor. Sé cuál es el coche
de la señorita.
Liam se giró y lo miró de nuevo.
-¿En serio? –Las cejas de Liam se alzaron. No
sé si estaba impresionado o juzgando al muchacho, aun así, continuó con el
mismo careto mosqueado que antes.
-Por supuesto. –Dijo el joven con una sonrisa
y luego, me miró descaradamente de arriba abajo, me recordó al típico dibujo
animado, donde: un perro tiene la lengua fuera y cayendo a un lado mientras sus
ojos saltan de sus cuencas. –Es difícil olvidar…
-No te he pedido explicaciones. –Lo cortó Liam
mordaz, después clavó una mirada asesina en el joven. -Trae el coche. Ahora.
No conocía a ese chico para tratarlo de esa
manera, y para colmo, esta segunda orden le salió del pecho como un animal.
Hasta el joben se asustó y salió corriendo tras ponerse blanco mientras bajaba
su cabeza, avergonzado.
Si pudiese, yo también hubiese salido
detrás de él para desaparecer…
Que no te espante, tienes el spray
anti-pimienta en el bolso.
Mientras esperaba, en eterno silencio y sin
mirarlo, me puse el cárdigan y me crucé de brazos. Por suerte el empleado tardó
uno pocos minutos, y antes de que aparcara, ya me encontraba en la puerta del piloto.
Sentí a Liam detrás de mí, controlado mis
pasos, pero no le permití que me ayudara, no quería saber nada más de él. Sin
embargo, no me sirvió de nada, su mano tomó al mía y él mismo me abrió la
puerta, se retiró a un lado para dejarme entrar y cuando me senté, sin
dedicarle ni una sola mirada, Liam atrancó la puerta con su brazo impidiéndome
cerrar.
-¿Qué quieres ahora?
Mi voz sonó extremadamente rabiosa, pero
solo quería salir de ahí. Me sentía burlada y el ridículo de todo lo sucedido,
de cómo me había sacado del hotel, como si fuera una ladrona o algo aun peor,
se me retorcía en la entrañas dolorosamente.
-Por favor, te agradecería que a la próxima
fueras más sincera antes de calentarme la bragueta.
Abrí los ojos y la boca y solté un bufido
de perplejidad.
Cerdo, cabrón, arrogante y… ¡Que te den por
el culo!
-No te preocupes. –Le dije finalmente. -No
habrá una próxima vez. –Le escupí con rabia.
Con gran fuerza cerré la puerta del coche y
me largué imitando las salidas perfectas que Ivan hacía cuando quería
desaparecer.
A todo gas.
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