Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

viernes, 18 de julio de 2014

CAPÍTULO 5


 
Capítulo 5

 

 

    Las siete y media y no me había movido del sofá. Había escuchado el teléfono de casa sonar dos veces más, pero había dejado que saltara el contestador, y como era de esperar, se trataba de mi madre, dejándome mensajes de lo menos motivadores para una hija que necesitaba un poquito de cariño y no un castigo verbal por su parte. Y lo peor de todo es que en la mayoría de cosas que decía la bruja tenía razón.

    Y reconocer eso por mi parte era una insensatez.

    ¿Hasta dónde has llegado Gaela para fiarte de tu propia madre?

    Me di la vuelta escuchando tan solo el movimiento de las manivelas del reloj que tenía colgado en la pared y algún que otro sonido exterior, pero todo lo que me rodeaba era un sumo silencio que agradecía.

    Suspiré mientras cerraba los ojos, y entonces, como por arte magia, una caligrafía con una dirección y una hora en punto, vinieron a mi mente como si fuera un letrero de un bar de carretera, solo que al lado de mi letrero había un demonio con cuernos rojos y una cola en forma de flecha.

    Ivan.

    Me incorporé abruptamente y mi cuerpo, a cambio de tal brusco movimiento me golpeó con un mareo de esos similares a un bajón de tensión. Me senté decentemente con las piernas en el suelo y recapacité la cena trampa que Ivan había organizado...

    A la mierda, iba a ir.

    Respetando cada parte de mi cuerpo y no provocando a mi cabeza, levanté mi culo pesado de ese mullido y enorme sofá de diez plazas, y fui directa a mi cuarto en el piso de arriba.

    Entré a la madre de los vestidores y la zona que más amaba de la casa, el mejor obsequio que una madre le podía hacer a su hija.

    Algo bueno tenía que tener el bóxer después de todo.

    Me encaminé directa a la zona supreme, donde los vestidos de noche, envueltos en telas, me esperaban. Otra obra de arte de mi madre, comprarme todos los vestidos de noche que fueran una exhibición de exclusiva a la seducción, recatados en color pero tremendamente provocativos, pero ella solo pensaba en que mi prometido, tras verme, no pudiese dejar de pensar en mí…

    Mamá, trabajo perdido.

    Ivan me había visto, me había halagado y me había sonreído, pero nada más le había dado la espalda… Se había pirado, con lo cual, el vestido no surgía efecto sobre él, pero si sobre el resto, aunque eso no era ni lo que yo quería, ni lo que la loca de Olimpia deseaba, igualmente, ella nunca se enteraba de esas cosas y se pensaba que sus decisiones habían impresionado locamente a su futuro yerno.

    Todo un rompecabezas, tan lista y que ignorante era en esos casos.

    Atrapé mi labio con los dedos y jugué con él mientras pensaba en cual colocarme. Rebusqué un poco moviendo perchas hasta que di con la pieza indicada. Preparé los zapatos, el bolso y me metí de nuevo en la ducha.

    Una hora después, me eché un último vistazo en el espejo. No era una cita, no sabía lo que era esto, a lo mejor me equivocaba y otra persona diferente, que nunca había visto en mi vida me esperaba. Igualmente, esa persona, quien fuese, estaría tan encantado con mi elección como yo.

    Me arreglé la tela azul noche, ceñida a mi cuerpo, y la estiré un poco más, era por encima de la rodilla, pero la raja trasera tenía una abertura muy larga. No había escotes por delante, era un cuello redondo que cortaba en el hombro, donde una marga corta se abría en un efecto volante muy pequeño, pero la espalda, completamente al aire, era la sorpresa final.

    Solté la respiración con un intencionado bufido y cogí las llaves del coche de encima de la mesa. Vivía en el piso veinte de un edificio elegante, y el parquin era la zona más segura de todo el edificio. Saludé al guarda de la puerta principal y me dirigí a por el Mercedes C 63 Coupé, mi preciosa joya deportiva en un color azul cielo.

    Formar parte del tráfico de ese día fue algo maravilloso ya que no habían muchos coches y la conducción era más fluida y tranquila que de costumbre. Conecte el USB a la torre principal, e inmediatamente el coche se llenó con el sonido de <<In the room where you sleep>> me encantaba esa canción, era tan escalofriante como motivadora…

  -Llamada entrante de Adriana.

        La voz femenina del ordenador a todo volumen me dio un susto de muerte. Bajé el sonido notando como el corazón se me salía del pecho, y le di al botón para dar la entrada a otra voz que me daba más terror aun.

  -¿Dónde estás? –Preguntó tranquilamente.

    Me la imaginé tirada en el sofá, con un paquete de palomitas en las manos y mirando una película que resultaba ser un rollo, pero donde el protagonista estaba de pan y moja, y ese hecho era suficiente para tragarse la película entera.

  -En el coche, camino a una cena trampa de Ivan.

  -¿Cómo que una cena trampa?

    Le conté todo brevemente tal y como había pasado mientras respondía a sus preguntas como si fuera un interrogatorio, y junto con todo lo que había pasado la noche anterior, Adriana llegó a la misma conclusión que yo y que mi hipótesis tenía sentido, pero igualmente, comentó:

  -No me gusta ¿Y si te equivocas y te diriges a una cena con un desconocido?

  -Entonces será una cita a ciegas, ¿Dónde está el problema?

  -¿Y si ese desconocido resulta ser una asesino en serie?

    Mi amiga como siempre pensando mal, y eso que ella era una de las típicas que se llevaba la primera noche a casa a un hombre que acababa de conocer, lo metía en su cama, a veces, sin saber cómo se llamaba.

  -Hemos quedado en un sitio público y que requiere etiqueta, será un lugar muy vigilado y controlado. Estaré bien. –La tranquilicé, aunque no sabía el motivo. Adriana era peor que yo en muchos sentidos.

  -¿Dónde habéis quedado? –La voz de Adriana salió un poco amortiguada, supuse que estaba comiendo… algo.

  -En el hotel Palace Faery

  -Uahu. –Maulló atragantándose con la comida. -¿Sabes lo que cuesta reservar una mesa en un lugar así?

  -Sí, losé. Por eso cada vez me inclinó más en pensar que esto es obra de Ivan.

    Después de saber de lo que ese hombre era capaz, sabía de sobra que podía hacerse con una mesa presidencial del restaurante de ese hotel con tan solo pestañear.

  -Como te equivoques…

  -No me equivoco. –Insistí con voz crispada. -Es Ivan, o alguno de sus súbditos quien me espera en ese lugar.

  -Vale. –Se quejó molesta pero inmediatamente su voz cambio cuando añadió: -Oye. Saborea la cena, dicen que la comida en ese lugar es como tener mini orgasmos. –Sonreí porque ese bulo también había llegado hasta mis oídos. El dueño del hotel tenía a su disposición a los hermanos Wybber, dos artesanos y grandes artistas en los fuegos. -De todas formas, estaré al loro del teléfono. Si no me llamas cada media hora, llamaré a la policía.

  -No seas exagerada. Luego te cuento, acabo de llegar.

    Aparqué en la entrada principal después de esperar que se fuera un coche y subí las ventanillas.

  -Vale, y disfruta con esos mini orgasmos culinarios.

    Sonreí negando con la cabeza mientras el eco de ese último comentario resonaba todavía en mi cabeza. Antes de abrir la puerta uno de los aparcacoches ya se encontraba a mi lado, él mismo me abrió la puerta y me ayudó a bajar del coche, después de hacerme una revisión con los ojos bien abiertos me dedicó una sonrisa.

  -¿Algún trato especial para su coche? –Preguntó con una sonrisa donde mostraba los dientes de delante un poco torcidos.

  -Sí, que no te estampes. –Contesté.

    Tal vez soné un poco borde, pero odiaba que ellos fueran tan descarados. Igualmente mi comentario no resultó afectar al chico, ya que me guiñó un ojo y se largó con mi coche con una lentitud que me sacó de quicio.

    Me puse en movimiento y traspasé las puertas corredizas del hotel para sumergirme en otro mundo, un lugar que parecía sacado de la antigua Grecia, con una decoración llena de pilares blancos, dobles alturas en el techo formando trípticos o escalones al revés y con lámparas que parecían cascadas donde la luz se resbalaba por su superficie como si se tratara del agua. Varias figuras imitando a esos bellos rostros griegos se repartían por rincones o el mismo centro de ese mismo lugar, y justo en el centro, una preciosa fuente donde Zeus reinaba sobre todo lo que le rodeaba.

     Ivan se había superado.

    Nunca había entrado a este hotel, había escuchado hablar de él, pero jamás me lo podía imaginar de esa manera. Faery, un lugar mágico como su nombre indicaba, había abierto sus puertas nada más que unos cuatro años atrás, pero su dueño, uno de los tres hermanos Born, había conseguido lo que todos los hoteles deseaban, las cinco estrellas y unos cuantos premios más. El hotel se había ganado su fama a base de una buena experiencia detrás de otra para aquel que se había hospedado allí. Su comida era la mejor de la ciudad, las habitaciones; unas fantásticas zonas de comodidad para los huéspedes y elegancia suprema, sus empleados parecían salir de una película medieval por la educación que demostraban, y su primera imagen nada más entrabas, era bestial, te dejaba con la boca abierta.

    Por eso era tan difícil tener mesa en su restaurante, como conseguir una habitación hasta en temporada baja. Todo el mundo quería pasar una noche en un lugar totalmente diferente.

    Uno de los muchos jóvenes que saludaban el en hall, se me acercó y con una inclinación de cabeza me saludó. Le pregunté sobre el restaurante y él mismo me acompañó a la zona de la barra, a continuación, con otra inclinación se fue deseándome una feliz noche.

    Me senté en la barra e inmediatamente fui invadida por el camarero, le pedí una copa y mientras él me la serbia con una increíble profesionalidad, divisé el lugar para ver si veía a mi supuesta cita. Exceptuando a las parejas que esperaban su mesa en unos sofás que habían colocados a un lado del lugar, y los pocos hombres que habían en esa larga barra, no reconocí a nadie que me resultara familiar.

  -¿Señorita Gaela Lee?

    ¿Lee? Si mi padre llegara escuchar ese comentario el caballero de la sonrisa superpuesta, se llevaría una buena colleja.

    Me di la vuelta y me encontré con un hombre, que debía de ser otro de los trabajadores ya que, como todos, llevaba puesto un traje blanco con una pajarita amarilla de topos azules. Me acerqué al hombre con una sonrisa.

  -Sí, esa soy yo.

  -Acompáñeme por favor. El caballero la espera fuera.

     Fruncí las cejas, ya que ese fuera, no sabía cómo interpretarlo, pero no objeté nada y seguí al hombre fuera del bar. Cruzamos un largo pasillo donde unas enormes ventanas panorámicas del suelo al techo con cristales laminados nos iluminaron a nosotros y a los ríos de piedras que había a cada lado en el suelo.

    Otra belleza más.

    Subimos unos escalones completamente hechos de mármol blanco y giramos hacia la derecha. De pronto, me encontré con una preciosa cristalera cortada a cuadros donde unas decoraciones pintadas en el mismo cristal daban forma a una especie de paisaje.

    Impresionante.

    El caballero se adelantó mientras yo admiraba tal belleza y abrió la doble puerta del centro, después se echó hacia atrás y me ofreció pasar.

    Si mi mandíbula se desencajó cuando vi el escenario anterior, esta vez partió el suelo cuando salí a la terraza.

    Una preciosa terraza, al aire libre, era rodeada de flores silvestres por todas partes, hasta por una barandilla rustica de hierro forjado y caso oxidado donde se enredaban vivas para caer hacia abajo. Miles de bombillas pequeñas, casi tan pequeñas como canicas, alumbraban estratégicamente desde todas partes, también se escuchaba el leve sonido de una melodía, una balada lenta a guitarra con una voz suave masculina marcando el ritmo.

    Y en el centro, una sola mesa, bien decorada con velas y un pequeño ramillete de margaritas en el centro, y dos sillas, una enfrente de la otra acompañando.

    Me vi sumergida en otro lugar, muy lejos, casi podía decir que esto parecía una terraza de la toscana.

  -Señorita Lee, deje que me ocupe de su chaqueta…

  -No hará falta. –La repentina voz autoritaria de un hombre me hizo girar a mi espalda y todo el mundo comenzó a darme vueltas cuando me di con esos ojos azules mirándome con intensidad. –Yo me encargaré.

  -De acuerdo, si necesita algo más de mí, señor…

  -Que nos sirvan el vino. –Ordenó sin ser cuestionado.

    El hombre que me había acompañado se marchó y nos dejó solos. Pero me dio igual, ya me encontraba atrapada a la droga que ese hombre expulsaba.

    Su cuerpo no se había movido ni un solo centímetro, al igual que su mirada, sus ojos continuaban fijos en mí y extrañamente yo tampoco podía dejar de mirarlo, me sentía conducida por un hechizo o un maleficio que él había soltado en mi contra. Pero daba gusto de ver, me cautivaba con inmenso placer observar ese delicioso cuerpo embutido en un traje negro que le quedaba de miedo, era como si el traje no solo se hubiese hecho para él, esas piezas de tela lo arropaban con envidia, lo estrechaban en la suavidad de su contorno haciendo que cada prenda fuese posesiva y a la vez lo mostraban como un impresionante demonio hecho para el pecado, y de pronto, me sentía una pecadora nata.

  -Buenas noches señorita Lee. -Su voz, ronca y grabe se resbaló por todo mi cuerpo proporcionándome un terrible escalofrió. –Gracias por aceptar mi invitación.

    Abrí la boca, tal vez para hablar, pero en ese momento ese cuerpo se puso en movimiento y cada uno de mis músculos crujieron al ponerse tensos cuando ese hombre invadió mi cerco de intimidad. Finalmente, con una gracia impresionante y marcando de una forma salvaje cada paso, se colocó detrás de mí y sus manos volaron lentamente por mis brazos.

    Me encontraba paralizada, atontada, intimidada y arrollada por un calor inquietante lleno de intensa electricidad, y eso que él todavía no me había tocado.

    ¿Qué me sucedía? ¿Esto era normal? ¿Este frenesí que tenía mi cuerpo era normal o estaba sufriendo una parálisis?

    No tenía respuesta para ninguna pregunta, pero algo sabia seguro. Este comportamiento, estas frías y calientes sensaciones, y esa receptiva energía llena calambres, jamás las había sentido con ningún otro hombre, ni siquiera con Ivan.

  -Permíteme. –Susurró contra mi nuca.

    Todo mi cabello se erizó y sentí la caricia de unas largas uñas invisibles a lo largo de mi espina dorsal. Y la cosa fue a peor cuando al fin me tocó, cuando sus dedos se metieron dentro de mi chaqueta, por la zona de los hombros, sentí que mi corazón saltaba de mi pecho al suelo y que mi respiración no encontraba la forma de salir.

    La chaqueta bajó lentamente por lo largo de mis brazos, los alargué para darle una mejor facilidad y sentí la imperiosa necesidad de que me quitara el vestido de la misma forma.

    Parpadeé un poco para quitar esa imagen a la fuerza de mi cabeza. Pero me resultó imposible otra vez, ya que lo sentí acercarse cuando, lo que serían las costuras de la prenda se quedaron paradas, solo un segundo, en mi muñeca, solo una milésima de segundo pero fue suficiente para que sintiera su aliento contra mi cabello, y las yemas de sus dedos rozar el interior de mis muñecas, con intención, para terminar de quitarme una sencilla chaqueta de punto.

    Suspiré y en el momento que lo hice, él se retiró para dejar mi chaqueta encima de una banqueta que había en una esquina. Después se aproximó a una silla, la arrastró hacia atrás y me miró de nuevo.

  -Siéntate. –Fue dulce, educado, pero no pude evitar sentir la orden que había en esa palabra, una orden que obedecí inconscientemente.

    Esta vez me tocó a mí avanzar hacia él, y aunque mis hormonas estaban pegándose una fiesta de las buenas, pude observar como ese cuerpo se tensaba y sus ojos adquirían un peligroso tono azul muy oscuro.

   Me frené delante y de nuevo, él insistió pero con un movimiento de cabeza, y de nuevo obedecí.

    Me senté e inmediatamente la silla se movió hacia delante, el problema es que él no se movió de mi espalda, es más, se echó hacia delante y por el rabillo del ojo pude ver unas greñas de su pelo caer en su cara.

  -Cierra la boca Gaela. –Susurró levemente a un palmo de mí contra mi oreja. –Por ahora, no voy a comerte.

    ¿Qué cerrará la boca? Sí, sería una buena opción sino lo hubiese susurrado contra mi oreja y si no me hubiese llegado su aroma y sino…

    ¿Qué es lo que había dicho?

    Mi cabeza se dio mentalmente contra la mesa, quise preguntarle a que se refería con lo de: “por ahora no voy a comerte”, pero en ese momento entró un joven muchacho con una botella de vino blanco en las manos y mi pregunta se quedó perdida en mi cabeza. El diablo que tenía a la espalda, rodeó la mesa y tomó asiento delante de mí.

  -Sirve Luis, no lo probaré. –Ordenó al joven.

  -Sí señor.

    No sabía que era lo que había hecho el camarero para que ese hombre continuara mandando, ya que los ojos de él no dejaban de mirarme y esa mirada era muy difícil de evitar… hasta que mi vaso fue llenado. Entonces, mis ojos buscaron la copa y mis labios el líquido que contenía.

  -¿Entramos los entremeses, señor?

  -Sí, y dile a Kas que traiga una estufa, la señorita Lee tiene frío.

    Alcé la vista y lo miré. Era extraño que dijera eso, no me había quejado y lo que menos tenía ahora mismo era: frío.

  -No tengo frío, y por favor, deja de llamarme Lee, mi apellido es Nicola-Lee.

  -Un apellido largo. –Respondió él tomando su copa entre las manos.

  -En ese caso llámame Gaela. –Él sonrió de una forma seductora que hizo temblar a todo mi cuerpo, pero por desgracia esa sonrisa se borró y una de sus cejas se alzó.

  -¿Seguro que no tienes frío? –Preguntó con preocupación.

  -No. –Respondí en un susurró porque mi voz parecía desaparecer cuando; O lo escuchaba a hablar, o lo veía en movimiento.

    Deja de temblar Gaela, le estas dando una demostración penosa de auto control.

  -¿Por dónde íbamos? –Preguntó él, llevándose la servilleta a sus piernas.

  -Por dejar a un lado los formalismos y llamarnos por los nombres. –Mi respuesta fue rápida y tensa y eso provocó que me dirigiera una rápida mirada directa.

    Después, tras unos segundos ahogándome con su color, la retiró y tomó su copa para darle un trago al vino, pacientemente esperé a que comenzara, pero al ver que no tenía más que decir, lo animé con una ceja alzada, y nada. Continuó mirándome y esperando igual que yo.

    El momento que iba a hablar, él me cortó:

  -Liam. –Fruncí el ceño. –Me llamo Liam Marlowe, pero puedes llamarme como quieras.

  -¿Es un diminutivo? –Tenia mis dudas, solo esperaba que no fuera el diminutivo de un largo nombre con miles de significados, o tan horrible como para acortárselo.

  -No, es mi nombre, tal cual como suena. –Dijo con ceño, como dudando mi pregunta.

    Liam Marlowe.

    Corto y conciso como todas sus contestaciones. Realmente el nombre le quedaba genial.

  -Tu madre no rebuscó mucho un nombre para ti.

    Su mirada era intensa, sus ojos me analizaban cada vez que abría la boca, y cada parte de su cuerpo parecía atento a todos mis movimientos y a mis reacciones. Era como si me estudiara, como si me leyera para saber cómo actuar. Como ahora.

    Liam se venció un poco hacia delante y apoyó los codos encima de la mesa, después, con esa intensidad calculada me miró.

  -En tu caso pasa todo lo contrario. Tú madre eligió un precioso nombre para ti.

    Sonreí por el halago sin poder evitar sentir mariposas en el estómago. Liam tragó saliva y después me retiró la mirada para fijarla durante unos segundos en la preciosa noche sobre ese balcón.

     No… ¡Mírame!

  -¿Cómo encontraste mi bolso? –La pregunta salió un poco repentina de mi boca y abrupta, pero quería llamar su atención, y lo conseguí, Liam clavó sus ojos en mí, y esa mirada me intimidó tanto que mi siguiente comentario casi lo susurré. -Tú me sacaste cuando me lo dejé.

  -Correcto. –Habló totalmente transformado, como si se hubiese puesto una máscara donde no se pudiese leer nada. –Pero al día siguiente fui y uno de mis empleados me lo dio…

  -Un momento. –Le interrumpí porque ese comentario me impactó. -¿Tú eres el socio de Ete?

  -¿Ete? No conozco a ningún: Ete. –Comentó confundido y por un momento me confundió a mí también, pero inmediatamente me di cuenta de mi error y rectifiqué para que me entendiera.

  -Perdón David, David Harren. –Le dije el verdadero nombre de Ete, ya que solo quedamos nosotros, nuestra pequeña pandilla, quienes utilizábamos su apodo.

  -Sí, soy el socio mayoritario de David. ¿Lo llamáis Ete?

  -Bueno, hace muchos años que nos conocemos. –Comenté cariñosamente mientras sonreía. Liam me miró detenidamente y me pareció ver un brillo especial en su mirada, pero tan pronto como apareció se esfumó, hasta llegué a pensar que se trataba de mi imaginación, porque de pronto una sombra se posó alrededor de sus ojos.

  -¿Y te llevas tan bien con él como con el otro? ¿El piloto?

  -¿Logan?

  -No sé su nombre, pero supongo que será él, te has enrojecido cuando has dicho su nombre… ¿Tenéis algo? –Su cara se transformó completamente cuando formuló la pregunta, la sombra abarcó un rostro impenetrable y cargado de misterio amenazante. Me recordó al hombre siniestro con el que me había tropezado.

    Y ese no me gustó, quería que volviera el otro, el tranquilo, el sereno y el seductor.

  -No. Logan y yo solo somos amigos. –Respondí acentuando mis palabras para que le quedara claro.

  -Pues para ser amigos, él se toma muchas libertades. –Ese comentario me molestó. No le había dado tanta confianza a Liam como para que insinuara nada.

    Lo que te molesta es que piense que tienes algo con Logan.

  -No. –Le dije a mi conciencia solo que en voz alta.

  -No… ¿Qué? –Advirtió Liam con una voz que me puso los pelos de punta.

  -No hay libertades, solo que…Hace mucho tiempo que nos conocemos, es como un hermano para mí, pero no hay nada más. –Me defendí un poco mordaz.

  -¿Y él lo tiene claro? –Insistió con esa voz autoritaria, controladora y acusatoria, que junto con ese rostro indescifrable, llegó a intimidarme.

  -Por supuesto. –Mentí, pero Liam no tenía por qué saberlo.

    No me esperaba terminar hablando de esto, parecía que me cuestionara y a la vez quisiera asegurarse de algo que no le importaba una mierda.

    Me mordí el labio mientras pensaba en una conversación que fuera totalmente diferente para poder tranquilizarme, pero Liam se tensó, soltó una larga respiración, y de nuevo me retiró la mirada mientras se pasaba una de sus manos por el cabello.

    Me extrañó esa reacción, dos veces, dos veces se había tensado por algún motivo que yo había provocado y había terminado retirándome la mirada como si le fuera imposible soportar mis ojos.

    ¿Qué le pasaba a este tío?

    Las puertas por donde había entrado antes se abrieron las dos a la vez y mi concentración cayó de nuevo en la mesa y en el hombre que había delante de mí.

    Liam fijó de nuevo la mirada en mí, pero esta vez se la retiré yo, antes de caer en su embrujo ya que sus ojos se habían vuelto a oscurecer otra vez y su rostro tornaba a la normalidad de rasgos duros pero tranquilos.

    Miré a los camareros que entraron en silencio y con organización. Uno de ellos arrastraba un aparato metálico ultramoderno que dejó cerca de mí. La estufa pensé. Los otros dos dejaron unos platos en la mesa y una bandeja de pan, después se fueron como habían entrado, en silencio y cerrando las puertas detrás de ellos.

  -Espero que no te moleste que pidiera por ti. –Me dijo Liam con esa voz profunda perlada de un matiz respetuoso.

    Miré la variedad que se extendía delante de nosotros, demasiada comida fue lo primero que pensé y después de ver cada plato, lo miré a él.

  -Caprese, fonduta, Carpaccio di gamberoni y mozzarella in carroza con pan. Todo es comida italiana. –Dije fascinada mientras me lamia los labios.

  -Sí, pensé que te gustaría. –Contestó orgulloso, satisfecho con su elección.

  -¿Por qué?

  -Porque eres Italiana. –Su confesión salió tan natural que sentí como si me conociera de toda la vida.

  -No exactamente… -Me corté solo por la seguridad de que él conociera una pequeña parte natal de mi vida. -¿Cómo lo sabes? –Pregunté un poco atónita.

  -Lo leí en tu documentación. –Claro.

    Ahora me sentía idiota.

    Mi bolso había venido a mi casa, yo no había quedado con él para recogerlo, aunque pensándolo mejor, él no tenía mi número de teléfono, tan solo sabía la documentación que podía darle mi identificación.

  -Así que ¿Registraste mi bolso? –Lo puse a prueba y si mi pregunta le pareció inadecuada no se mostró ofendido, bueno, no mostró nada en su cara porque seguía tan vacía como un libro en blanco.

  -Cómo sino iba a saber dónde llevar tu bolso. -Era directo, no se cortaba y lo respetaba. Era sincero pero todo un enigma y a la vez peligroso.

    Recuerda que no lo conoces Gaela.

  -Violación a la intimidad…

  -No. No soy un psicópata. Perfectamente podía haber dejado tú bolso tirado por ahí, pero no lo hice.

    Parecía ofendido y en tal caso la ofendida debía ser yo.

  -¿Y porque no lo hiciste?

  -Hubieses preferido que actuara de esa manera.

    Todo a mí alrededor se había congelado, hasta la estufa que me daba un poco de calor parecía no funcionar. Cada rasgo de Liam se fue endureciendo más y la mano que había encima de la mesa se convirtió en un puño.

  -No y te lo agradezco.

  -Bien, y es bueno que digas eso, porque ahora mismo me estoy arrepintiendo.

    Ese petulante me retiró la mirada y comenzó a comer dando por terminada la conversación, como si me indicara que me callara.

    Y no estaba dispuesta a que me trataran así.

    Tiré la servilleta encima de la mesa atrayendo la mirada de Liam. Me levanté de la silla y fui al banco de madera donde estaba mi chaqueta. Antes de que pudiera tocar la tela, unos dedos que se enrollaron en mi brazo me lo impidieron tirando de mí para darme la vuelta y enfrentarme a él.

  -¿Qué haces? –Preguntó en un tono seco.

  -Me voy, esto ha sido una tontería, no debería de estar aquí. Ni siquiera debería de haber venido…

    Las palabras se me atragantaron al sentir como me quemaba el brazo que él tocaba y como su calor se aplastaba contra mí ahogándome.

  -Pero lo hiciste… ¿Qué te ha hecho cambiar de parecer ahora? –Continuó con voz seca, pero ahora también había un matiz extraño en el ronco de su sonido.

    Alcé mi cabeza de su pecho hasta sus ojos, y de nuevo, fui presa de ellos, del brillo que ardía en ese azul claro, en los sentimientos que me lanzaban y en el deseo que había en ellos… Debía de estar al límite para tener esas alucinaciones con un hombre que no conocía y que no sabía que quería de mí.

  -¿Porque me has invitado? –La pregunta salió de mis labios antes de que me diera cuenta.

    Y mi voz me había delatado, había mostrado el estado que me provocaba su cercanía, y él lo sabía, sabía que las piernas me temblaban, que el corazón me iba a cien, y que me faltaba la respiración, porque me tomó del otro brazo, me acercó un poco más a él y sonrió deliberadamente cuando me estremecí por quinta vez.

  -Me pareces interesante. –Ronroneó.

  -¿Interesante? Eso suena como si fuera un alíen, o una friki, o un experimento.

  -Lo tercero sería lo más correcto.

    Parpadeé para repasar la frase que acababa de decir, ya que Liam, lo había dicho mientras miraba mis labios, y mi boca había temblado cuando sus ojos, perfilados en una oscura tentación erótica, se habían cerrado con pesadas pestañas mientras se acercaba un poco más.

    ¿Qué sabor tendrán esos labios? ¿Cuál será su temperatura?

    Era difícil de decir, e incluso de imaginar, porque en ese momento no podía pensar, solo deseaba una y otra vez que se acercara más y que me besara, me mordiera, se tragara mis gruñidos con cada embiste de esa lengua que añoraba tener dentro de mi boca.

    Pero no hubo beso, solo la pregunta que había en el aire y que ya ni recordaba por culpa de la deliciosa curva de sus labios en una pícara sonrisa.

    Un auténtico presumido, sabía que lo había estado mirando, que observaba esa boca con lascivia, y me lo lanzaba a la cara orgulloso de sí mismo.

  -¿Qué? –Más que una pregunta fue un gruñido.

    Dios que pena doy.

  -Decía que… Desde luego que, lo tercero que has mencionado. –Repitió de nuevo, solo que con una voz mucho más ronca y aproximándose a la ansiedad.

  -¿Perdona? –Pregunté con voz cortada, aunque realmente no estaba muy segura de a que me refería.

  -Te veo como un experimento, pero no me mal intérpretes, no quiero que te ofendas, no eres el típico experimento raro que utilizan los científicos con cobayas, tú eres como un reto para mí.

    Sus manos bajaron por mis brazos, se deslizaron con delicadeza, tanto que, me quemó a fuego lento. Llegaron a mis manos y subieron internamente, con pequeños toquecitos perfectamente controlados por esa capa sensible, ese roce no solo me quemó, me derritió como chocolate caliente y cuando los dedos llegaron a mis bíceps, continuaron subiendo y subiendo por un camino peligroso, rozando la forma de mi pecho, pero desgraciadamente sin tocarme, igualmente sentí mis pezones apretarse contra el vestido, que llegados a ese momento, me rascaba la piel y me molestaba intensamente.

  -Define reto. –Le dije tiritando y medio mareada.

  -¿Qué descripción quieres; la Disney o la gore? –Las manos continuaron subiendo por mi cuello, que lo masajearon en círculos, lentamente. Mi cabeza cayó hacia atrás y mis labios soltaron un suspiro.

  -La tuya. –Solté como una ráfaga de aire.

    Liam llegó hasta la raíz de mi pelo, justo la zona trasera de mis orejas y con un tirón, levantó mi cabeza y me estrellé con esa profundidad en sus ojos; hipnótica y llena de deseos placenteros.

  -Lo veo de esta manera: me encantaría hacer varias pruebas contigo para saber cuántos gemidos puedo sacarte. -Gemí a ese comentario. Dios, su voz era erotismo puro y duro, su cuerpo se encontraba alejado del mío, unos centímetros, pero lo sentía como si estuviese encima de mí, pesado, caliente y duro. -¿Ahora entiendes porque te he invitado?

  -Sí. –Maullé desvergonzadamente como un gato herido dentro de una jaula.

    Por supuesto que lo sabía y… Me moría de ganas de que experimentara conmigo.

    Sí por favor, haz conmigo lo que quieras.

  -No obstante, antes de poner en marcha mi experimento, tengo otra pregunta. –Me soltó pero se llevó una mecha de mi cabello a su nariz, absorbió su aroma mientras cerraba los ojos y llegué a ver como la vena de su cuello latía más agresiva, como su respiración, que se había acelerado como la mía. -¿Estas con alguien? –Preguntó mirándome directamente a los ojos.

  -¿Eso es un requisito?-Pregunté sin poder parpadear. Caía presa, como una esclava a su merced.

  -No, al contrario. –Sonrió malévolo. -Lo que tengo pensado hacer no requiere una tercera persona en la división.

    Soltó mi cabello para dejarlo detrás de la oreja, justo en una zona híper-sensible, pero no retiró su mano, sus dedos acariciaron mi oreja, la mejilla y llegaron a mi barbilla. La alzó un poco más, manteniéndose ahí, al tiempo que dio un paso hacia delante, un paso hacia mí.

    La mano que tenía en mi pecho, mi propia mano que ni siquiera recordaba haberla dejado en esa zona, se rozó con los botones de su camisa.

  -¿Qué tienes pensado hacer?

    Liam se lamió los labios, esa lengua pasó con una lentitud pasmosa por su carne, mojando cada zona de una forma que por un momento me imaginé siendo consumida por ella, lamida hasta dejarme totalmente empapada…

    Esta vez no gruñí, grité de una forma vergonzosa… Dios, pero si hasta me sentía terriblemente mojada.

  -Terminar de cenar, conversar animadamente para conocernos mejor, beber la especial sangría de la casa, tal vez bailar antes del postre mientras tanteo la curva de ese precioso trasero y… -Soltó la respiración contra mis labios intencionadamente y al ver cómo me estremecía, lo hizo de nuevo. -Luego subir a una de las habitaciones y… practicar sexo, mucho y un fantástico sexo.

    Esa palabra rebotó por todo mi cerebro sacando lucecitas de electricidad que parecieron lanzarse por todo mi cuerpo como rayos, flechas que chocaron contra cada uno de mis puntos débiles y me hicieron sudar delicadamente.

  -Eres muy directo. –No sé si lo pensé o lo dije en voz alta, llegados a ese momento, no tenía fuerzas y ya no sabía muy bien lo que hacía.

  -Me gusta dejar las cosas claras. –Reconoció y tuve que admitir que cada vez me parecía más fascinante.

  -Tranquilo, lo has dejado muy claro.

  -Por eso, como te he visto con dos hombres en una actitud demasiado abierta…

  -Logan es una amigo, ya te lo he explicado. –Mi entonación en la voz no había cambiado nada en absoluto. Ese hombre me perturbaba, me cegaba y me inundaba de mil sensaciones tan arrolladoras que sentía tanto vértigo como miedo.

  -¿Y el otro?

  -¿Qué otro? –Pregunté confundida.

  -El del Bugatti negro. –Afirmó y la mitad de mi cuerpo se quedó congelado al darme cuenta de que hablaba de Ivan.

  -Un amigo también. –Respondí demasiado deprisa y con la voz en un tono más alto del que manteníamos los dos.

  -Te haré la pregunta de nuevo: ¿Estas con alguien?

    Ni su cara, ni su voz se habían modificado, la cosa continuaba igual, sin embargo sentí un extraño aire frío rozar mi piel, como un mal presagio.

    Y todo eso conllevó a una cadena de desastrosos nervios y mi propia lucha interna de saber que contestar.

  -Sí. –Admití mientras negaba con la cabeza. Liam me soltó y ladeó la suya para terminar mirándome con duda.

    Mierda. No sabía lo que hacía, ni si era yo la que contestaba, sentía dos cuerpo dentro de mí y cada uno luchando por contestar… ¿Qué me pasaba?

  -¿Sí o no? –Preguntó confuso.

  -No. –Y esta vez fue al contrario, negué con la voz pero le dije que sí con la cabeza.

  -Gaela…

    Nerviosa me retiré el pelo de la cara para dejarlo detrás de la oreja, y entonces algo pasó, algo lo cambió todo, su mirada cambió radical, como si hubiese visto algo que no le gustara.

  -Coge tu chaqueta, nos vamos. –Lo ordenó de tal forma que la sangré, de estar hirviendo, se me congeló.

  -¿Qué?

    Estaba entre confundida y alucinada, creí escuchar mal, pero, definitivamente había escuchado perfectamente. Liam, al ver mi poco movimiento, cogió él mismo mi chaqueta, me tomó del brazo con violencia y me empujó para ponerme a su lado.

  -Se acabó. Te acompañaré a la entrada para que recojas tu coche y te vas.

    Vale la cosa iba muy enserio, pero mi cerebro no funcionaba a un ritmo natural. Mis labios sufrían una intervención de anestesia. Hasta mi mente, solo calculaba en poner un pie delante y otro detrás y al menos no tropezar.

    Camina, camina… cuidado con los escalones, cuidado con… Pero ¡¿Qué mierda está pasando?!

    Cuando mi cabeza daba ese grito de guerra, Liam y yo nos encontrábamos en la salida del hotel, al aire libre y justo en la zona donde los aparca-coches, guardaban la postura para la llegada de otro coche.

    Habíamos recorrido todo el trayecto a base de empujones, Liam me había arrastrado, tomándome del brazo como si fuera una simple delincuente, y ni siquiera sabía el motivo de ese repentino cambio de humor. No sabía cómo reaccionar ante noventa kilos de tío enfurruñado por algo que no entendía. El aspecto de Liam, desde luego era no solo el de intimidar, sino acojonante y perturbador pero, yo también estaba enfadada y quería una explicación.  

  -¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? –Le pregunté, pero él ni me miró, sus ojos buscaban a alguien. –Oye, te estoy hablando. –Ni caso.

    De un tirón me deshice se su mano, le quité mi chaqueta y di unos pasos a un lado para retirarme de él, Liam me dedicó una mirada despectiva, e incluso alzó la mano con la intención de volver a tomarme, pero lo rechacé y cuando lo intentó de nuevo, el joven aparca coches apareció y dejó por imposible el propósito de Liam.

  -Puedes traer… -Liam se giró y me miró. -¿Cuál es tu coche? –Me preguntó, pero el empleado interrumpió mi contestación:

  -No se preocupe, señor. Sé cuál es el coche de la señorita.

    Liam se giró y lo miró de nuevo.

  -¿En serio? –Las cejas de Liam se alzaron. No sé si estaba impresionado o juzgando al muchacho, aun así, continuó con el mismo careto mosqueado que antes.

  -Por supuesto. –Dijo el joven con una sonrisa y luego, me miró descaradamente de arriba abajo, me recordó al típico dibujo animado, donde: un perro tiene la lengua fuera y cayendo a un lado mientras sus ojos saltan de sus cuencas. –Es difícil olvidar…

  -No te he pedido explicaciones. –Lo cortó Liam mordaz, después clavó una mirada asesina en el joven. -Trae el coche. Ahora.

    No conocía a ese chico para tratarlo de esa manera, y para colmo, esta segunda orden le salió del pecho como un animal. Hasta el joben se asustó y salió corriendo tras ponerse blanco mientras bajaba su cabeza, avergonzado.

    Si pudiese, yo también hubiese salido detrás de él para desaparecer…

    Que no te espante, tienes el spray anti-pimienta en el bolso.

    Mientras esperaba, en eterno silencio y sin mirarlo, me puse el cárdigan y me crucé de brazos. Por suerte el empleado tardó uno pocos minutos, y antes de que aparcara, ya me encontraba en la puerta del piloto.

    Sentí a Liam detrás de mí, controlado mis pasos, pero no le permití que me ayudara, no quería saber nada más de él. Sin embargo, no me sirvió de nada, su mano tomó al mía y él mismo me abrió la puerta, se retiró a un lado para dejarme entrar y cuando me senté, sin dedicarle ni una sola mirada, Liam atrancó la puerta con su brazo impidiéndome cerrar.

  -¿Qué quieres ahora?

    Mi voz sonó extremadamente rabiosa, pero solo quería salir de ahí. Me sentía burlada y el ridículo de todo lo sucedido, de cómo me había sacado del hotel, como si fuera una ladrona o algo aun peor, se me retorcía en la entrañas dolorosamente.

  -Por favor, te agradecería que a la próxima fueras más sincera antes de calentarme la bragueta.

    Abrí los ojos y la boca y solté un bufido de perplejidad.

    Cerdo, cabrón, arrogante y… ¡Que te den por el culo!

  -No te preocupes. –Le dije finalmente. -No habrá una próxima vez. –Le escupí con rabia.

    Con gran fuerza cerré la puerta del coche y me largué imitando las salidas perfectas que Ivan hacía cuando quería desaparecer.

    A todo gas.

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