Capítulo 6
Conducir normalmente resultaba ser un
alivio, pero ahora mismo… Mi pie no solo me pesaba, sino que deseaba correr,
acelerar y estamparme contra un muro de hormigón a doscientos kilómetros por
hora.
Frustrada, así me sentía, y encima el muy
capullo decía que la calienta braguetas era yo… ¿Y él que era?
Un corta rollos.
Me había tentado con sus caricias, con esos
ojos de perfecto amo de latigazos en el trasero, pero si hasta me había
entonado un tango en pelotas en mi imaginación gracias al efecto de su cuerpo.
Pero no, en este caso era yo la que había provocado… ¿Qué?
No había hecho nada.
Claro
que si Gaela.
Si lo hubiese hecho, al menos, si mi lengua
se hubiese metido en esa tentadora boca, entonces la culpable era yo. No.
Deliraba, yo no era la culpable de nada. Él me había invitado, él me había
provocado, él me había susurrado, él me había tocado con esa manos que me
habían provocado espasmos de primer nivel psicótico y él, lo había cortado todo
tan radical, que todavía me encontraba en la terraza en esa misma mesa,
tratando de asumir que significaba eso de ser sincera.
Pero es que no me consideraba una
mentirosa. No tenía que darle explicaciones de nada, y si eso era lo que Don cuerpo de infarto, quería, pues que
hablara en vez de tantas tonterías.
Frené de golpe al ponerse el semáforo en
rojo provocando que el que venía detrás de mí, frenara secamente y me
obsequiara con un bocinazo. Le pedí perdón con el brazo alzado y el muy
desagradecido sacó la cabeza por la ventanilla y me insultó.
No escuché gran cosa, porque lo de: Mujer tenías que ser.
Me hirvió en la sangre. Saqué no solo la
cabeza, sino la mitad de mi cuerpo y le regalé un larga lista de improperios
que hasta para una mujer debía ser delito. El hombre gordo y calvo, se quedó pasmado,
tanto que, el semáforo se puso en verde y esperó a que metiera mi cuerpo dentro
del coche, me sentara y acelerara unos metros, entonces, el quejica, salió detrás
de mí.
Me quise dar unos golpecitos en la espalda
para felicitarme, pero un cuatro por cuatro negro que venía detrás, con los
cristales tintados en negro, llamó mi atención, y no solo por lo extraño del
suceso, fue más al observar que, tras diez minutos conduciendo, dos vueltas a
la misma manzana y tres parones improvisados pero descaradamente intencionados,
me di cuenta de que me seguía.
-Llamada entrante de Adriana.
De nuevo el altavoz me
puso los pelos de punta, y esta vez era por la tensión que me recorría el cuerpo
al ver que tomaba una improvisada dirección diferente a la de mi interruptor y
el coche negro, dio volantazo.
Estaba
claro. Me seguían.
-¡Se puede saber qué te pasa! –La estrepitosa
reprimenda de Adriana salió nada más le di al botón para aceptar su llamada. -Dijiste
que me llamarías cada media hora, y han pasado cuarenta cinco minutos.
Miré por un segundo el televisor donde se
marcaba su nombre y fruncí el ceño recordando todo lo contrario de lo que ella
acababa de decir.
-¿Estas en casa? –Pregunté dejando a un lado
su comentario.
-Sí… ¿Qué pasa?
-Creo que me siguen.
Hubo un silencio repentino, de esos típicos
de película de terror, donde la típica chica que masca chicle, se toca el pelo
mientras habla con su amiga por teléfono, sube al piso de arriba de su casa cuando
escucha un ruido tonto para investigar que ha sido y se encuentra con el de la
sierra delante de sus narices.
¿Por qué por alguna vez no se encierran en
una habitación, bloquean la puerta con muebles y esperan a que la policía
llegue? ¿O porque no se mete dentro del coche y sale disparada para llegar a un
lugar público?
Porque entonces no sería una película con
muertes, sería una película con un asesino cogiendo depresión.
-¿Estas segura?
-Tan segura como un infarto. –Confirmé
sintiendo esa misma adrenalina que la mujer del chicle subiendo las escaleras
hacia una muerte segura.
-Vale…Mierda. –Escuché a mi amiga, de fondo
hablar con otra persona, después me llamó. –Logan te esperará en la puerta.
Tranquila.
Tras cruzar la avenida y doblar la esquina,
entré en la calle residencial, donde Adriana vivía, y como ella me había dicho,
Logan no solo esperaba en la puerta, estaba al borde de la carretera, y nada
más me vio, me hizo una señal, pero antes de arrimarme y dejar el coche donde
el me indicaba, miré por el retrovisor para ver al cuatro por cuatro que me
había seguido, ya no estaba.
-¿Quién te seguía? –Logan llegó a mi lado y
me abrió la puerta.
-Un cuatro por cuatro negro, creo que era un Audi Q7. –Salí del coche y él me miró
sorprendido, sonreí. –Sé de coches, recuerda que mi abuelo los coleccionaba en
miniatura. –Le recordé.
-Y por eso me gustas tanto…
-Cállate. –Bromeé mientras le golpeaba en el
pecho.
Entramos en casa de Adriana y esta, nada
más me vio me dio un abrazo, después miró a Logan y Logan negó con la cabeza. A
veces me sorprendía la comunicación que había entre ellos para ser simplemente
amigos.
-Bueno, ¿Y qué tal la cena? –Adriana me rodeó
el hombro y me condujo hacia el comedor. -Un poco corta ¿No?
-No he cenado.
-¿Y cómo es eso?
-No deberías ni haber ido. –Opinó Logan
tirándose en el sofá y tomando el mando del televisor.
Vaya, por lo visto Adriana ya le había
informado de todo, igualmente no me importó, era mi amigo.
Me senté a su lado y por una vez, desde hacía
mucho tiempo, le di la razón, pero decidí callármelo.
-Cuando el asunto que hay que resolver se
trata de una venganza, hay que poner las cartas sobre la mesa y tirar tu carta,
no esperar a que te la metan doblada. –Defendió Adriana quedándose de pie y
mirando a Logan con ceño. Mi amigo la miró de soslayo y después clavó los ojos
en mí.
-¿Y cómo te resultó la venganza? –Preguntó
Logan con doble intención.
Tanto su rostro como su cuerpo me indicaban
que él no estaba de acuerdo con todo esto, no le parecía bien, y no lo
criticaba, sinceramente, su opinión la valoraba pero me daba igual.
-Mal. No era él.
Ahora no solo captaba la atención de ambos,
sino que todo se había sumido en un eterno silencio, hasta la cara de Logan,
que parecía descomponerse.
-¿Y quién era? –Preguntó Adriana más
emocionada que una niña pequeña. -¿Estaba bueno? ¿Lo conocías?
-No, no lo conocía…
-¿Seguro? –Este fue Logan que me dedicó una
mirada penetrante y llena de desconfianza. Por un momento hasta me hizo pensar
que lo sabía, pero eso era realmente imposible.
-No. –Aseguré con convicción.
No tenía pensado decir nada de él, primero
porque; Adriana había demostrado tener interés en ese hombre, es más, hasta se
había peleado por él, y segundo porque; no lo iba a volver a ver, así que era
tontería hablar de un hombre que había desaparecido tan rápido como había
aparecido.
Mi barriga eligió ese momento para
quejarse, pero que le iba hacer, lo único que tenía en mi estómago era medio
sándwich de jamón y dos vasos de vino, hasta yo me quejaría si pudiese. Adriana
miró la procedencia de ese horrible sonido, y después me dirigió una mirada
incrédula.
-Te prepararé algo, espera y me cuentas.
–Tras ofrecerme alimento se giró hacia Logan y levantó un dedo acusatorio. –Y
tú calladito, no me la espantes.
Logan se encogió de hombros y volvió a su
postura inicial, tirarse cómodamente en el sofá mientras dejaba los pies con
despreocupación encima de la mesa pequeña que había enfrente. Yo también me
relajé y me quité los zapatos de tacón.
-Ete me ha llamado. –Alcé la vista y miré a
Logan, no me miraba, miraba la televisión, más exactamente un documental de
aviones. –Me ha preguntado por ti. –Se giró y me miró con seriedad. –Ha estado
esperando todo el día tu llamada…
-Mierda, es verdad, se me olvidó.
Un gran despiste que compensaría nada más
me levantara mañana. Era algo normal que hoy se me olvidara todo, hasta mi
propia madre, bueno, a ella la había estado evitando, aunque mañana, fijo,
tendría una pequeña visita de su parte.
-Se lo ha imaginado. –Devolvió la vista a la
tele y se pasó un brazo por debajo de la cabeza. -Me preguntó por tu bolso, si
ya lo habías recuperado.
Un rumor en mi cabeza salió disparado como
una alarma, Logan me dedicó una mirada rápida, pero yo fui más rápida y
pregunté antes de que comenzara otra vez esa mirada estrujadora típica de:
<< ¿Que estas escondiendo…? >>
-¿Y qué le dijiste?
-Adriana ya me lo había contado todo, con lo
cual, le dije que sí, y me dijo que por favor lo llamaras, que era muy
importante.
-Vale.
En ese justo momento Adriana apareció con
una ensalada y un poco de pan. Le di las gracias y me acomodé en el suelo, a su
lado para contestar el test, personal
que me esperaba. La bola me salió de miedo, hasta el propio Logan que había
girado su vista para mirarnos, se la había creído, ya que cuando terminé,
parecía un poco más tranquilo.
Había decidido contarle la verdad, pero
algo maquillada, decirle que sí, era un hombre muy elegante y alto, pero un
cardo (Mentira). Que fue muy educado
y nos reímos (Súper mentira). Pero
que, tan solo nos tomamos una copa (Verdad)
ya que le dije la verdad y que estaba comprometida, él, muy educado, y
tomándome de la espalda me acompañó fuera mientras conversábamos (Mentira que te cagas). Esperó conmigo
hasta que trajeron mi coche y finalmente nos despedimos con un amable “Buenas noches” (HIPER MENTIRA ENORME).
Fin de la misión y de la historia y de mi
comida.
No
hicieron más preguntas, tan solo hablamos de lo que ellos habían hecho, pero a
la hora de irme, Logan se ofreció en llevarme y quedar en que mañana me
recogería del trabajo para llevarme a casa. No me negué porque realmente estaba
agotada, así que cuando me se adaptó el sillón a su cuerpo, ni me quejé, tan
solo me abroché el cinturón y dejé que me llevara, esta vez a un paso más lento
y aunque lo agradecí, terminé arrepintiéndome.
-Sé qué te pasa algo, a mí no puedes mentirme,
te conozco demasiado bien…
-Entonces si lo sabes, te habrás dado cuenta
que estoy un poco de mala leche, y cuando estoy así, no me apetece mucho
hablar.
Habíamos llegado a casa, así que abrí la
puerta y salí escopetada, pero Logan, gritando mi nombre en medio de la
carretera me frenó en seco, tan parecido a como si me hubiese el ala de un
enorme cuervo me frenara.
Me di una vuelta y lo miré exasperada.
Logan rodeó el coche y se apoyó en el capó con las piernas estiradas.
-También me había dado cuenta de ese detalle,
pero como nunca me dejas terminar una frase, no sabes lo que a continuación iba
a decirte.
-Sorpréndeme Logan.
-¿Quieres que lo grite? –Unas de sus cejas se
alzó esperando irónicamente a que me diera cuenta de que estábamos en mitad de
la calle formando una escenita.
Bufé, miré a un lado y a otro de la carretera
y pasé mi mano por el pelo tirándolo hacia atrás.
-Gaela, no seas tan…
No lo dejé terminar, antes de que comenzara
con la segunda palabra avancé hacia él y me coloqué delante.
-¿Qué? –Pregunté con sarcasmo.
-Que… -Logan alargó una brazo y tomó mi mano
para llevársela cerca de él y arroparla con la otra, luego me miró directamente
a los ojos. –Quería decirte que, quiero que sepas que estoy ahí, a tu lado y
que si me necesitas acudiré volando a tu balcón para ofrecerte mi hombro.
–Sonreí por ese comentario y él me la devolvió, después dio otro tirón más y me
estampó contra su cuerpo para terminar dándome un súper abrazo de oso.
-Como amigos. –Le recordé sumergiéndome en
ese mismo abrazo.
-Algún día…
Me retiré hacia atrás pero su carcajada
rompió mi comentario y tan contagiosa como un resfriado, terminé riéndome con
él, pero de pronto, un terrible sonido salido del propio infierno cortó todo en
la tranquila noche.
Un frenazo junto con un coche acelerando
delante de nosotros, prácticamente rugiendo con un motor puesto a tope, pasó
por delante de nosotros a toda velocidad, dejando una humareda a goma quemada
en el ambiente.
Miré atentamente, entre el humo, al coche
que subía la calle desapareciendo en la lejanía remota de otra calle diferente.
No era un coche muy común, como no era un coche que yo conociera, hasta esta
noche. No sabía si estaba sufriendo alucinaciones o simplemente mis ojos me
estaban engañando pero, creía ver el mismo Audi
Q5 que me había seguido antes.
-Ese se cargará la inyección antes de darse
cuenta…
Escuché de fondo a Logan hablando sobre el
maltrato que el conductor le daba al coche negro, pero esa interrupción había cortado
una parte de mi cerebro, ya que esa misma parte estaba sumamente atenta a la
huella en el suelo que el Audi había
dejado.
-¿Gaela?
Sacudí la cabeza y me centré en Logan.
Parecía preocupado y su ceño se juntaba cada vez más.
-¿Te sucede algo? Parecías estar en otro
mundo.
-No. –Contesté mientras formaba una sonrisa
en mis labios. –Ha sido únicamente la molestia de ese sonido…
-Un gilipollas que quiere vacilar. –Declaró
haciendo un gesto con las manos para burlarse.
-Supongo. –Me lamí los labios y le di un
golpecito en el pecho mientras me daba la vuelta. –Es tarde. Me voy para arriba.
–Continué caminando hacia atrás.
-Mañana seré puntual.
Se lo agradecí con la cabeza. Logan se dio
la vuelta y rodeó el coche, después alzó la vista y me indicó con gesto de
cabeza que avanzara.
-Animo, esperaré a que entres a casa.
-Buenas noches. –Me di la vuelta y me fui
directa a la entrada.
-Buenas noches conejita.
Ese último comentario me hizo girarme pero
mi amigo ya estaba dentro del coche y por mucho que quisiera ponerme a gritar
en medio de todos no era un buen plan, así que levanté mi brazo y tras
despedirme con un aleteo de mano, le planté el dedo corazón en todo lo alto, después
solté una carcajada y me di la vuelta para entrar en el edificio.
Trabajaba en una pequeña empresa que nos
habíamos montado Gina, Zoe (Mi cuñada) y yo, de organización de fiestas de toda
clase, y que gracias, al empeño de Gina, la resolución de Zoe y mi gracia en
empatizar con los clientes, la empresa funcionaba bastante bien. Pero hoy por
la mañana parecía sufrir un caos.
La plantilla era muy reducida, y el local
tampoco es que fuese muy grande. Era un enorme local que le habíamos comprado a
un anciano que vendía objetos de pesca y que se había jubilado, fue una ganga
así que el dinero real lo empleamos en la reforma.
La entrada te daba directamente con una
gran sala donde se desempeñaba casi todo el trabajo en seis mesas con siete
trabajadores, después había una sala de juntas y tres despachos un poco más
pequeños, pero lo mejor de todo era la preciosa terraza que comunicaba con los
tres despachos y que daba directamente a la playa con un acceso por una
pasarela al puerto.
Impresionante.
A la entrada me choqué con Sara, nuestra
recreadora de deportes de riesgos, esa mujer sacaba las fiestas a un desmadre
por las nubes e incontrolables, pero con el resultado acertado de ganarse a un
cliente más, pero ese día parecía no dar pie con bola. Daba zancadas y corría
de arriaba a abajo mientras, colgada del teléfono, pegaba nombres de sus
artefactos preferidos y arriesgados en un mural de cristal. Los hermanos
gemelos; Tom y Jerry, estaban enganchados, y casi sin parpadear mirando tres
ordenadores a la vez y Gina, metida en su despacho lanzando gritos a su
secretaria.
Mierda, y encima con el día que llevaba.
Me había levantado más cansada que el mismo
domingo, la resaca aun me pesaba, y para colmo, mi camisa se había bebido la
mitad de mi batido de chocolate. Y ahora me metía en un ataque con tanques que
ni siquiera estaba planificado.
Que suerte la mía.
-¿Estamos en guerra?
Pregunté tras chocar con la segunda persona
del día al entrar en el despacho de Gina. Mi amiga me dedicó una mirada salvaje
y después tomó asiento en uno de sus sofás de diseño que ocupaban la mitad de
esa sala.
-Casi. –Cerró los ojos un momento para
practicar su mini-sesión relajación
de Yoga anti estrés, resumiendo; Gritándose mentalmente un millón de tacos
para no parecer una loca.
Mierda, esto tenía que ser gordo. Gina no
era de las que se volvían locas y lanzaban cosas por el aire o daba problemas
o, insultaban a otro, ella mantenía la postura ante todo y verla así, tan al límite
era particularmente preocupante.
Después abrió los ojos y se incorporó
sentada.
-Esto es un desastre. –Sentenció con un
suspiro.
-¿Por qué?
Me apropié de un croasen que había en una
caja en su mesa y me senté delante de ella. Gina se frotó, con las manos la
cara y se cruzó de piernas.
-Nos han encargado una fiesta de nivel seis.
Alcé una ceja. No veía el problema por
ningún lado, eso significaba por lo menos, unos cientos de los grandes.
-Eso es estupendo. –Sonreí y la miré con ceño
cuando me miró con esos ojos de cordero degollado.
-No me mires así. Lo quieren todo y en un
lugar paradisiaco. –Dijo con ansiedad.
A la mujer súper relajante muscular, le temblaba un ojo con tic pasmado. No sabía si
reírme o consolarla.
-Gina…
-Para dentro de dos semanas.
Y esa información fue el interruptor tipo,
chute de red Bull sin edulcorar, que me
empujó al movimiento.
El día fue una locura, es más, todos
parecíamos salir de un manicomio, los insultos, las ordenes y el amor sin
trasparencias, fue lo que más se vio en todo el mundo. Solo me tomé unos
segundos para comerme una manzana, junto con Gina, solo que ella optó más por ahogarse
contra la colección de cojines de colores que había en uno de mis sofás.
-Tú madre ha llamado. –Me dijo de repente y
la manzana se me atragantó. –Pero tranquila, he solucionado tu problema.
-Gracias, en este momento lo que menos me
apetece es hablar con mi madre.
-No lo entiendo, tu madre es un cielo.
-Porque no es la tuya, adóptala y después de
dos días enteros me dices.
-Igualmente, opino que exageras.
No quise contestarle, mi madre adoraba a
Gina, ella conseguía que los ojos de mi madre brillaran, que su voz sonara más
dulce de lo normal e incluso conseguía que mis pecados fueran comprensibles,
creo que por ese motivo Olimpia me llamaba al trabajo, solo para tener una
conversación de vez en cuando con Gina.
La ironía de la vida.
En ese momento sonó mi teléfono móvil, lo
cogí de encima de la mesa y nada más ver el nombre de Ivan en la pantalla,
rechacé a la llamada.
-¿Estas evitando a Ivan también? –Preguntó
con la ceja alzada y una sonrisa de lado.
-¿Se nota mucho?
-Bueno le has colgado tres veces hoy.
Tenía razón, y aunque había sentido el
nervio en el estómago nada más ver su llamada, no me apetecía hablar con él por
muchas cosas, y la más principal, no quería discutir.
Como tampoco quería hablar ahora de él.
-¿Qué pasa con Ete? –Pregunté. Gina se
levantó, se arregló el pelo y cogió la manzana que se me había atragantado.
-¿Qué le pasa? –Preguntó dándole un bocado a
mi almuerzo-comida.
-He estado llamándolo y no me lo coge.
-Está de viaje. Cinco días y regresa, pero
tranquila, nada más vea tu llamada la contestará y si no se lo recordaré yo.
Me encogí de hombros y le quité de la boca
mi manzana para darle un bocado.
La confianza entre estos dos era tan
llamativa que daba asco… en el buen sentido de la palabra.
La puerta de mi despacho se abrió y un
enorme ramo de flores apareció con unos brazos y unas piernas alrededor.
-¿La señorita Gaela Lee? –Preguntó una voz
alegre amortiguada por un enorme ramo de rosas, cláveles, orquídeas, azucenas y
mil flores más.
Al escuchar el apellido la manzana que
había en mi mano se me cayó al suelo y mis palabras se atascaron en mi
garganta.
No
puede ser, esto no puede estar pasando.
El joven que sostenía
el ramo lo repitió de nuevo adjuntando una información nueva que ni llegué a
escuchar ya que me encontraba un poco alucinada. Gina, al ver mi cara de póquer
se levantó del sofá y pasó por mi lado para llegar al ramo con patas.
-Aquí es. Gracias, ¿Puedes dejarlo encima de
la mesa?
El
mensajero pasó por mi lado pidiéndome disculpas cuando me empujó y dejó el
enorme ramo encima de la mesa central que acompañaba los sillones, después se
fue con una sonrisa.
-¿Quién demonios te llama Lee?
Parpadeé y negué con la cabeza, Gina con
una sonrisa se acercó al ramo y absorbió el aroma, después miró cada flor.
-Lleva tarjeta…
Reaccioné con rapidez antes de que mi amiga
se apoderara de la tarjeta, y con suerte, el papel ya lo tenía en la mano
cuando me lancé a por él. Mi amiga se quejó y me miró estupefacta.
-Sabes, no la iba a mirar, pero ese
comportamiento de poseída por un demonio, me ha levantado una curiosidad
tremenda, así que… Cuenta, sino, te prometo que no te dejo en paz.
Antes que nada, miré la tarjeta para
asegurarme de que era de quien era, y… Me quedé con un par de narices, hasta
perdí el equilibrio.
Ese hombre era insoportable, prepotente,
engreído y un auténtico gilipollas de campeón de campeones.
La leí de nuevo, por suerte era corta
concisa y fría como el hielo.
Señorita
Lee;
No me gusta que me tomen por un idiota, si
me ha visto cara de tonto, es que realmente no me conoce.
El viernes a las 2 pasará un coche a por
usted, y esto no es una opción, vendrá quiera o no. Tenemos que aclarar unas cosas.
Liam-Marlowe.
Cabrón, cerdo,
arrogante, payaso… Ajj.
-Con la cara que pones,
me parece que no es un poema romántico.
Alcé la mirada y sentí como la sangre me
hervía y como los ojos me picaban y no era exactamente por llorar, deseaba estampar
el ramo contra la puerta, llamar a ese individuo y soltarle unas cuantas cosas.
Claro que tenía pensamientos de aceptar esa
oferta, yo también le iba a decir unas cuantas cosas y desde luego, necesitaba
una buena explicación de cómo demonios había averiguado la dirección de mi trabajo
y quien coño se pensaba el lord marajad,
para tratarme como una mojigata y darme ordenes como si fuera su secretaria.
Y una
mierda, a mí no me chuleaba ni mi madre.
-¿Te acuerdas del tío del Aston Martin? –Le pregunté a Gina con la
intención de contárselo todo. Necesitaba su sabia opinión.
-El de Adriana… -Su boca no solo se silenció,
también se abrió como un plato de grande y sus ojos se ampliaron
dramáticamente. -No me fastidies. ¿Son de él?
Le dije que sí con la cabeza y le conté
todo brevemente haciendo que me prometiera (Con una tortura lenta y dolorosa si
hablaba) que no le diría nada a Adriana, ya que realmente no había sucedido
nada con él, vale, todo había comenzado muy bien, y desde luego que me había
vuelto loca y muy dentro de mi…
No te
pases que no hizo mucha falta rebuscar para que se te mojaran las bragas…
…pero
muy dentro, deseaba que sucediera algo, por suerte no pasó nada más, don
perfecto me largó antes de que me lanzara como una leona.
-No escarmientas, siempre terminas detrás de
un capullo mejor. –Concluyó con un gesto negativo. –Primero Serenato, después
Ivan, y ahora ese tal Liam. Comienzo a sospechar que no tienes un buen juicio…
-Vale, Gina, no te pases. –La interrumpí
antes de que comenzara a desvariar y darme lecciones de moralidad. Me levanté
para tirar esa tarjeta a la basura, lo malo es que en ese mismo momento deseaba
quemarla, descuartizarla y pisarla, como deseaba hacérselo al dueño.
-Lo siento cielo, pero es que te veo muy
perdida y en un punto de tu vida que no tiene muchas salidas. Pero no te
preocupes, yo te voy ayudar con el tema de Ivan. –Gina me rodeó los hombros con
un brazo y apoyó su cabeza en mi hombro. –En cuanto a lo de Liam… eso lo tienes
que solucionar tú sola.
La miré y le sonreí por ese gran apoyo.
-Lo solucionaré, tranquila. –Afirmé con una
convicción que me animó tanto mental como físicamente.
-¿Qué hago con las flores?
Miré ese enorme ramo de flores y por un
momento admití que ese hombre tenía buen gusto, las flores eran preciosas, pero
una idea pesada y jodida me revolvió el estómago. Seguramente ese hombre
tendría una floristería para enviar flores a todas sus guarrillas.
-Tíralas a la basura, no quiero saber nada de
él.
Decidí finalmente dándome la vuelta y
saliendo del despacho para ponerme manos a la obra y ocupar todo mi tiempo en
mi trabajo, pero mi día tenía que continuar dándome por el culo cuando Sara,
con cara de pocos amigos y más estresada que antes, se acercó con el teléfono
en la mano.
-Es Ivan. –Me pasó el aparato sin darme la
oportunidad siquiera de decirle que colgara o que se inventara algo para poder
evitar hablar con él.
Perdidos al rio, que más me daba un dolor
más de cabeza, hoy ya tenía el cupo lleno.
Me golpeé el teléfono
con la cabeza mientras cerraba los ojos, utilizando el método de meditación de
Gina, cosa que no funcionó, y me armé de valor.
-Hola.
-¿Estas ocupada?
¿Y esa molestia? ¿De dónde venía? Miré el
teléfono de nuevo para asegurarme de que quien había al otro lado fuese Ivan ya
que tanta condescendencia no era muy normal en él, pero sí, lo era.
-La verdad es que un poco.
-No te molestaré. –Su voz era muy neutral,
demasiado y ese sonido me puso la piel de gallina y algo más. -Tan solo quería…
saber si estabas mejor.
-¿Solo? –Ahogué un grito, era la primera vez
que se preocupaba por mí, normalmente sus llamadas eran las de ponerse el
cinturón de seguridad.
-¿Es un problema también preocuparme por ti?
–Noté el sarcasmo y ese matiz de tiburón blanco, que tan bien conocía.
-Problema no, es extraño.
Hubo un tenso silencio. Me dediqué a tomar
el aire y a retirarme un poco de los cotillas ajenos que había en la sala
central del local, solo confiaba en Tom y Jerry, los gemelos estaban tan
pendientes de los tres ordenadores que tenían delante de las narices que aunque
pasara una mujer totalmente desnuda, no serían capaces de retirar sus ojos de
esas pantallas, parecían abducidos a ellas.
-Tú y ese comportamiento infantil. Piensa un
poco antes de hablar Gaela.
Y ahí estaba el hombre capullo que yo
conocía.
-¿Qué quieres Ivan? No tengo tiempo de
recibir tus lecciones hoy mismo…
-Si quiero tú tiempo lo tendré, te vas a
convertir en mi mujer y si preciso que necesito solucionar cosas, tú
simplemente las harás…
-No lo tengas tan claro…
-… No pienso tolerar ningún comportamiento
vulgar cuando nos casemos.
Colgué. No solo porque me sacó de quicio
ese comentario y no solo porque había continuado hablando como si mi opinión no
valiera una mierda, más bien fue porque, Tom y Jerry me estaban mirando con los
ojos abiertos y todo porque estaba estrujando uno de sus donuts de chocolate
como si fuera una bola contra el estrés, derramando ese líquido encima de uno
de los teclados.
-¿Estas bien Gaela?
-De puta madre.
Contesté y me dirigí a mi despacho cerrando
de un terrible portazo. El ramo había desaparecido para ser sustituido por mi
móvil que se había vuelto loco encima de la mesa de cristal. El teléfono tardó
cinco minutos en dar vueltas por el cristal. En todo el tiempo que duró esas
siete llamadas me mantuve quieta y atenta, temerosa con las manos convertidas en
puños para no contestar. Por suerte la tortura terminó y pude relajarme hasta
que el timbrazo del teléfono fijo de mi escritorio me sobresaltó, le di al
botón y la voz de nuestra recepcionista principal sonó dulce y delicada.
-Gaela, te paso una llamada.
-No…
-Que sea la última puta vez que te atrevas a
colgarme. –El eco resonó por todos los rincones de la estancia poniéndome los
pelos de punta.
-Relájate…
-No me interrumpas. –Gruñó violentamente.
-Regresaré este viernes y quiero que estés preparada para la fiesta de
bienvenida de tu hermana. Recuérdalo, porque no pienso llamarte más.
Y me colgó esta vez él.
Genial, un día genial, y para colmo, mi
hermana volvía a casa.
Con
tanto sobresalto terminé derrumbándome encima del sofá donde antes Gina se
había intentado ahogar, que lástima que los cojines no surtieran efecto, porque
por décima vez en todo este mes, pensé seriamente en suicidarme.
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