Gaela 1

Gaela 1
SAGA PRIMERA

viernes, 5 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 10


 

    Un camino en completo silencio, sumamente silencioso. Nada, no había vuelto abrir la boca y yo, sencillamente me había mantenido al margen, como un cero a la izquierda o como la cuchara en un plato de carne.

    Ivan estaba más molesto que nunca, se escondía en el refilón de sus pestañas con la vista fija al frente.

    Solamente la conducción era lo único que lo mantenía, por así decirlo, en otro mundo que no fuera el funesto estado en el que estábamos. Sólo que, la única que parecía vivir en este mundo era yo. Y la realidad me golpeaba con fuerza.

    Estaba completamente confundida, tanto por lo sucedido con Liam, que aún me marcaba como una fusta en la espalda. Las imágenes, e incluso el cosquilleo que todavía persistía en mí, se resbalaban por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi ingle… Pero ahora, había otro motibo más, Ivan y ese desesperado beso salvaje que me había arrastrado a un estado aletargado de zombi atontado.

    Lo miré de soslayo, con la cabeza gacha mientras estrujaba la orilla de mi vestido con fuerza, dejando que mis dedos se pusieran rojos, advirtiendo que la sangre había dejado de fluir.

  – ¿No piensas decirme que ha sido ese repentino ataque loco? –pregunté.

  –No.

    Tuve que parpadear como unas cien veces para aceptar que era lo que había salido de su boca, pero el “NO”, no podía estar más claro, hasta incluso pensé que lo estaba alucinando, ese hombre había contestado sin menear ni un sólo músculo de su cara.

  –Bueno pues en ese caso…–insistí con mi típica voz que sacaba de quicio a todo el mundo–. ¿Qué te parece si saco mis propias conclusiones y tú me indicas con un simple sí o no…?

  – ¿Y qué tal si te mantienes en silencio y me dejas meditar mis propias conclusiones?

    Me encontraba de nuevo parpadeando y con la boca abierta. Me había mirado de una forma amenazante, crispada y con una ceja alzada. La prepotencia, el alter ego y su correcta y medida forma de hablar habían macado cada palabra como una orden hecha en forma de sugerencia. Sin embargo, como yo era masoquista, me atreví a darle un poco más de caña.

    No era justo que él siempre quisiera mis explicaciones y yo nunca obtuviera el mismo trato.

  –Podría, sí, pero mi cabeza está en plena revolución y aunque te moleste mi voz…

  –Me molestas tú, Gaela– cortó mordaz y con la vena del cuello muy hinchada–. El simple hecho de que ahora me pidas una explicación cuando no estoy en mis cabales no te aguara nada bueno, así que, te aconsejo, más que nada, por no complicar todavía más las cosas, que olvides lo sucedido. Besarte ha sido un error por mi parte y para tu satisfacción, no ha sido algo de lo que he disfrutado.

    Wow.

    Para no disfrutarlo he sentido tu lengua traspasar mi esófago como si fuera un maldito alienígena.

    Pensé pero no se lo dije. No obstante y con todas las de la ley por ese sentimiento de poco placer considerado por su parte –no por la mía, por supuesto-, me puso hecha una fiera y mi boca se adelantó a los pensamientos de mi cabeza y a la imperiosa necesidad de estamparlo contra la ventanilla del coche.

  –En todo eso comportamiento petulante que te rodea, te aconsejaría que cuando te den esos arrebatos no vuelvas a besarme, porque como tu boca se choque con la mía, aunque sea por error, mi pierna por error sufrirá un reflejo y tus pelotas serán el primer encuentro que tenga mi rodilla.

    Increíblemente la vena de su cuello dejó de latir a estilo vértigo para palpitar bajo su piel a un ritmo mucho más tranquilo, luego, cada gesto de su rostro se relajó y en sus labios se dibujó una sonrisa diabólica, nada sexy pero sí peligrosa.

  –Dime una cosa ¿Te sientes más mayor cuando hablas con tanta ridiculez infantil?

    Y el hombre correcto se dejaba al descubierto, con su típica arrogancia y esa gracia que se cree superior a cualquier ser vivo que lo rodea. Ahora comprendía que era lo que había animado a la bestia a salir. Mi comportamiento barriobajero.

    Por lo visto Don: No me toques la camisa que me la arrugas, se alimentaba a base de demostraciones poco educadas e incorrectas, donde quedaba claro para su ser que, él sobresalía como el mejor. Me dieron ganas de hacerle una peineta y demostrarle lo infantil que era.

  –Me siento más mujer cuando te explico lo que hay– pronuncié con voz clara y la barbilla bien alta.

    Ivan rio, una risa falsa y sacudió la cabeza, después me dirigió una rápida mirada, de arriaba abajo con gesto adusto y valorando la información que le había dado con lo que sus ojos veían. En el momento que terminó y devolvió su vista a la carretera estuve a punto de preguntarle mi valor, pero como no deseaba salir disparada por la ventanilla del bestial golpe que la boca de ese hombre y sus puntiagudas palabras podían dedicarme, preferí callarme y esperar a ver como continuaba.

  –Así que… ¿Ahora si te beso me golpearas en las partes bajas?

  – ¿Partes bajas? ¿Y me llamas a mi ridícula? –me burlé porque verdaderamente, después de escuchar la liberada y descarada expresión en otro hombre (Liam) que no había tenido problemas en decir lo que pensaba y tal como le había salido del alma, esas preguntas, tan educadas, tan finolis… Dios, me hacían gracia.

  – ¿Es que ahora te molesta que yo tenga más educación que tú?

    Apreté los puños y me mordí la lengua para no soltar un grito con un insulto incorporado y demostrar lo fácil que era llevarme a mis límites.

  –Lo tuyo no se llama educación, se llama vergüenza ajena.

    Casi, sólo casi levanto el brazo en alto, tan alto como para chocar con el techo solar, con el puño en alto vanagloriando ese increíble comentario y celebrar el careto de póquer que se le había quedado a Ivan tras escucharlo.

  –Tal vez sea el sentimiento que tú me proporcionas.

    Oug.

    Tocada y hundida. Y estampada contra la luna delantera.

  –Así que ¿Ahora te causo vergüenza?– no contestó se limitó a levantar las cejas y dedicarme una mirada de aburrimiento–. Sinceramente, yo en tu lugar no me casaría con alguien que te avergüenza porque… Esto va a peor, te lo digo yo… Me lo noto y cuanto más te conozco, más ganas me dan de ser una autentica…

    Su mano se apoyó en mi muslo y fue como si una manta térmica ardiendo me calentara la pierna, sus dedos se presionaron desde el índice hasta el meñique, uno detrás de otro, en una seguida tocando la mitad de un segundo.

    Miré la mano con la garganta atascada y el centro de las piernas sudando. El efecto de ese contacto era puro fuego y me cortaba la respiración tan radical como si me hubiese golpeado contra el salpicadero el pecho. El corazón, tan loco como la sangre por mi cuerpo, latió en mis tímpanos en un grito feroz.

  –No comiences con lo de la puta boda…– no dije absolutamente nada, mi cabeza estaba en modo apagado y mi cerebro no ejecutaba ninguna función correcta de orden de huida, pero lo peligroso no fue mi patético estado, fue esa mano, esos dedos grandes y fuertes se movieron hacia arriba, clavando sus yemas por la zona interna de mi piel y con mucha lentitud acercándose peligrosamente a mi intimidad–. Sabes cuál es mi opinión, y aunque ahora tengo un concepto de ti–, Ivan se cortaba, notaba un latido tan frenético como el mio en el pulgar haciendo interferencias con mi carne, y su voz, ese detonante duro se volvió ronco–, decepcionante y…– la respiración emergía de su garganta tensa y a trompicones, como si se ahogara con el simple trago de un vaso de agua–, aprenderás a complacerme y a…– cuando los dedos rozaron una zona sensible de mi muslo solté un gruñido, o algo parecido, no estaba muy segura, pero ese sonido activo las neuronas de él y de pronto, como si no hubiese sucedido nada, retiró la mano de mi muslo, apretó los puños necesitando control y sacudió la cabeza. Después, cuando sus ojos se clavaron en los míos vi como una bestia completamente enfurecida se despertaba en su mirada y su voz, pasó de ronca a dura, grabe y absolutamente cruel–. Aprenderás a comportarte como una autentica dama decente y educada delante de todo el mundo y en especial, en la intimidad de mi presencia.

    Sentí como un aluvión de agua fría, hasta guijarros de granizo tan grandes como mis puños me caían encima dándome golpes por todo el cuerpo, uno detrás de otro con dolor y marcándome por lo idiota que había sido y la facilidad con la que había caído en su red.

    Genial, estupendo. Un premio Gaela.

    El resto de recorrido sinceramente, el silencio me pudo. Decidí no mencionarme porque si abría la boca era sólo para meterle su comentario por el culo. Como las manos no dejaban de temblarme, como la campanilla de mi garganta, actué con madurez y, ni lo miré, ni me moví del asiento (únicamente para bájame un poco el vestido) por miedo a que al final le metiera uno de mis tacones por esa bocaza que tenía el muy…

   Llegamos a su edificio, e Ivan, tengo que informar qué para mi orgulloso comportamiento, llegó entero y con una sonrisa de satisfacción en los labios.

    Arrogante, fanfarrón, desgraciado…

    Eso me hizo sentir mucho mejor, pero lo que me dejó completamente alucinada fue su hogar y la decoración, algo completamente inesperado.

    Su apartamento, el lugar que nunca había visitado en mi vida y al que nunca me imaginaba entrando por la puerta con él detrás de mí, se encontraba en la última planta de un edificio de treinta alturas.

    Ivan había mencionado que estaba buscando una casa para ambos, una casa adecuada donde comenzar nuestra vida de casados, quedando su piso de soltero fuera de la lista donde pasar la noche, al menos para mí, porque Ivan estaba dispuesto a mantenerlo y esa persistencia significaba que muchas cosas no cambiarían entre nosotros.

    Él continuaría con sus escarceos en su picadero de soltero.

    Y encima, seguramente me diría que me alegrara de que no trajera a sus guarras a la misma casa donde yo dormía.

    Si se atrevía a decime algo así, le metería los morros hacia dentro.

  El apartamento se definiría por una estructura de caracol, todo en el mismo piso y con una única entrada de fuga, dirigiéndote de habitación en habitación hasta alcanzar la salida, que era el mismo lugar por donde habíamos entrado.

    El recibidor, un lugar grande, cuadrado y vacío, sin nada exceptuando un enorme cuadro a carboncillo que llegaba del suelo a la pared donde varias sombras de cuerpos de mujeres y hombres competían por el trono central. No había que tener mucha imaginación para pensar que esos cuerpos estaban desnudos y que sus posiciones, colocados unos encima de otros eran de lo más erótico.

    Las paredes de toda la casa eran hormigón desde el claro de la entrada hasta el oscuro que llegaba al salón, el suelo, el mismo cemento pero encerado y por los rincones de la casa se podían ver las tuberías de cobre envejecido que daban un toque vintage al hogar.

    Si me había fascinado el cuadro subido de tono de la entrada, el escaparate que me encontré en el enorme salón justo delante del enorme ventanal panorámico que daba a la ciudad fue como ver, cara a cara al espíritu de Michael Jackson.

    Dios, tenía un Bugatti gris plata del año 1975 a tamaño real dentro de una enrome vidriera. Me acerqué, sorteando el enorme sofá que pacerían dos camas juntas para llegar a ese cristal.

    No me lo podía creer. Era algo impresionante, increíble y de belleza deslumbrante.

    ¿Cómo demonios lo había hecho para subir eso hasta el último piso?

    Me pregunté incrédula y en silencio.

  –Subieron cada pieza desmontada y después lo montaron aquí mismo, antes de que me trajeran los muebles– habló orgulloso después de leerme el pensamiento, aunque tampoco fue un gran esfuerzo, mi mandíbula nada más verlo, había chocado contra el suelo en un violento golpe.

  –Sabía que te gustaba esta marca coches, pero ¿No crees que esto es un poco exagerado? –pregunté al tiempo que notaba como en mi voz resaltaba ese toque de fascinación.

  –Es un coche de colección, y no lleva motor, tan sólo lo que ves y los sillones auténticos. –Ivan se colocó a mi lado sin dejar de mirar tal pieza. Detecté un brillo cálido, como ternura en sus ojos grises cuando apoyó el bazo en el cristal–. Fue un regalo, y no me quería desprender de él.

    Por unos segundos, unos preciosos segundos vi en él a otra persona, una dulce cariñosa y hermosa reflejada en la luz del sol que entraba por los ventanales, y sin darme cuenta me quedé embobada mirándolo, impresionada y fija, como si de esa forma pudiese detener el tiempo para guardar en mi memoria esa expresión, esa naturalidad limpia, hermosa y bella que había en él. Ivan, tal vez al notar mi mirada se giró y nuestros ojos se quedaron, por unas milésimas de segundos en constante unión, su expresión no cambió y no hubo, durante ese pequeño momento nada que estropeara lo que estaba sucediendo, nada hasta que la idiota desesperada que había dentro de mí se fue acercando a él, como un maldito imán a esos relajados labios y… todo se rompió.

    La magia vivida se destruyó de una forma siniestra.

    Ivan volvió a la normalidad, a la resistencia del ser petulante y asqueroso que tanto odiaba y se retiró, se alejó de mí pasando por mi lado con una facilidad increíble y con tono severo me pidió que lo siguiera.

    Para mí no fue tan rápido recuperarme, ni dar un paso, pero dejándome llevar por alguna maravilla más que me pudiese encontrar en ese casa avancé diciéndome que lo que había sucedido era simplemente un espejismo.

    La cocina, alargada e iluminada por un precioso ventanal donde se podía ver una abundante vegetación en la otra parte, era la única iluminación clara que se repartía por toda esta zona, se me presentó majestuosa y organizada.

  – ¿Has comido algo?–preguntó Ivan hurgando en la nevera nada más me vio entrar.

  –No– contesté al tiempo que pasaba por esa fila de taburetes arrimados a la larga barra central que había en medio de la cocina a modo de mesa, para llegar a ese nuevo ventanal.

  –Voy a calentar un poco de carne ¿te preparo para ti?

    Con la misma boca abierta me giré lentamente para mirar a Ivan. Lo sorprendente no era la pregunta en sí, que eso también se llevaba unos puntos de alucinación total, sino el hecho de que ese hombre se preocupara, aunque sólo fuera de la alimentación, de mí.

  – ¿Lo dices en serio?– pregunté incrédula.

  –No soy tan inútil como te piensas, se me da bien la cocina. –Me giré completamente dejando atrás las preciosas vistas verdes y avancé hacia delante. Tomé asiento en uno de tantos taburetes que había en esa isla principal, justo enfrente de Ivan, este sacó los preparativos de la nevera y los repartió por encima de la encimera–. Cuando puedo y me sobra tiempo, me preparo mi propia comida.

  –Impresionante- dije en voz alta mientras apoyaba los codos en la fría materia.

  – ¿El qué?–preguntó levantando una ceja pero sin rastro de sonrisa u otro sentimiento en su rostro. Siempre correcto–. ¿Descubrir que soy un buen partido? ¿Por fin te has dado cuenta?– ronroneó con chulería y mi cabeza tatuó en mi cerebro la palabra “impresionante” con sarcasmo en mayúsculas.

    Hasta sus bromas eran sacadas de un manual de buen comportamiento.

  –Seguro que de esa forma te las llevas antes al huerto–reté en vez de contestar a esa pregunta.

    Ivan tiró la carne cortada dentro de una salten redonda de metal y después añadió las verduras que habían ya troceadas en un envase de plástico.

  –Sinceramente es una buena táctica, y más porque aparte de que mi comida es para un paladar exquisito, un hombre que alimenta a una mujer con sus propias manos resulta más encantador que otro que saca a la mujer de cena a un restaurante de lujo.

    ¿Encantador tú? Seguro que sí.

  –No te creas– contradije como si nada, fue más que nada un comentario–. Cenar fuera de casa es un terreno neutro para ambos. Uno en su casa se siente el rey y puede manejar la situación como le plazca, hasta intimidar a la persona si se lo propone…

    Me frené porque en mi anterior discursito había un error.

    En mi primera cita con Liam, había resultado intimidante, tensa y muy peligrosa. Mientras que él se sentía realmente a gusto, yo perecía como una rata en un laberinto; perdida, confusa, mareada y excitada por el misterio que lo envolvía.

  –Hablas con demasiada experiencia.

    Sacudí la cabeza porque la voz de Ivan me había sacado de las altas nubes de un tirón y la caída me había dejado tonta y con la cabeza revuelta.

  –No eres el único que tiene citas y se divierte–contesté finalmente.

    Una simple mirada, únicamente eso me cortó el aire.

    Que sus ojos se clavarán en mí como agujas ardiendo y su semblante fuese el de un espectro sacado de una maldición que te amenazaba desde el más allá, sirvió para que me convirtiera en Pulgarcita encima de un taburete que comenzó a dame vértigo.

    Tragué saliva sin poder retirar mi mirada de la de él, era como si su advertencia, una silenciosa que sólo se reflejaba en su cara, permaneciera en el aire y ese aire me rodeara contaminando todos mis sentidos y acorralándome en un callejón sin salida. Las paredes, cuyo espacio abierto era enorme me pareció de pronto pequeño y claustrofóbico.

    No podía salir de ese trance y cuanto más tiempo pasaba más oprimida me sentía.

  –Sino sabes decir nada bueno, sería correcto que te mantuvieras callada. Sueles estar más guapa en silencio.

    Y salí de ese espacio por todo lo alto, pero cuando mi boca hizo el gran esfuerzo de contestar, mi garganta no ejecutó ningún sonido.

    Mierda. Algún día conseguiría deshacerme de esta intimidación con la misma facilidad que él se deshacía de mí. Como ahora.

    Colocó un plato delante de mí y él se preparó otro, se sentó y comió en silencio, sin mirarme, prácticamente había desparecido de su alrededor. Sólo se mencionó en el momento que terminó y fue para decirme con sequedad y con una orden implícita:

  –Tengo que hacer unas llamadas. Date un baño, te dejaré la ropa preparada encima de la cama.

    Fin.

    Cogió el móvil, me señaló donde estaba la habitación y desapareció por una única puerta que había en el salón.

    En la habitación, cuyo lugar se comenzaba a ver ciertos cambios y no sólo por las paredes que estas habían dejado atrás el cemento para llenarse de ladrillos antiguos con las rayas blancas, sino por los muebles o la ropa de cama. Todo tenía el pincelado del negro y el gris, hasta el pequeño sofá de piel con forma de ocho que había en una esquina era gris.

    Aun siendo colores tan fúnebres los que me rodeaban, el precioso invernadero que había justo delante de la cama, esa zona que ya anteriormente había visto en la cocina, hacía del lugar un sitio acogedor y muy relajante.

    Se accedía por aquí y era como si tuvieras tu propio trozo del Amazonas salvaje. Me asomé por curiosidad y la belleza, gracias al techo acristalado en forma triangular era espectacular.

    Tenía que reconocer que Ivan tenía buen gusto, cada mezcla de estilos había encajado entre ellos a la perfección y el resultado era tan óptimo que había levantado mi buen humor.

    Entre en el vestidor, un pasillo lleno de espejos para terminar en el baño, un lugar completamente negro, tanto las paredes, los muebles y el techo pero con unas pequeñas luces muy pequeñas, tipo bombillas de árbol de navidad, en un color blanco, incrustadas en el techo.

    Después de la ducha salí de nuevo a la habitación, y como había mencionado Ivan, había un vestido en color rojo encima de la cama y unos zapatos en el suelo, pero nada más…

    Oh, oh.

    No había ropa interior y yo tampoco tenía ropa interior, es más, mi ropa interior se encontraba en el bolsillo de un desgraciado que seguramente estaría burlándose de mí.

    Bufé, me arranqué la toalla de un movimiento violento y me puse ese vestido por debajo…

    Era tan suave, tan delicado y tan fino que mi momento rabieta terminó. El vestido fue acoplado sobre mi cuerpo como si fuera la seda más cara que existía en todo el mundo, pero podía tratarse de algo así. Su suavidad y su comodidad me hacían sentir desnuda y a la vez, más provocativa de lo que realmente parecía. No era nada especial, un vestido sencillo de tirantes, por la rodilla y con un escote en caja por delante y un triángulo largo por detrás, pero su textura era una maravilla.

    Ahora tenía una ligera idea de lo que sentía Cleopatra al dormir entre el vaporoso y blandito algodón egipcio.

    Mientras trataba de subir la cremallera de mi espalda -misión imposible- me acerqué a ese invernadero atraída por las luces que salían de su interior. Ya era de noche y la imagen que reflejaba ese lugar era aún más bella. Escuché un chasquido y el agua fluir por un lugar hasta caer en lo que parecía un enorme charco. Sin poder evitarlo me introduje en esa selva y me choqué con lo que parecía un pequeño estanque, ese era el lugar de donde salía esa luz amarilla que daba claridad a todo el lugar.

    Estaba tan fascinada que no escuché quien se me acercaba por la espalda hasta que Ivan se pronunció.

  –Ese color no podía quedarte mejor– aludió y me dio un vuelco el corazón al escuchar, por primera vez, un halago de su parte

    Cuando me giré, por un momento creí que estaba viviendo una alucinación, que todavía no había salido del baño porque me había resbalado y me había dado un golpe tan fuerte en la cabeza para estar flipando de esa manera. Pero si se tratara de un sueño, el rostro de Ivan seria completamente diferente y a parte de ese torso desnudo, definido, bronceado y sin ningún pelo, los pantalones no los llevaría puestos.

    En mis sueños normalmente él estaba desnudo y en este momento ya lo tenía encima de mí violándome con pasión y locura

    Y como este Ivan, estaba medio vestido y continuaba quieto, a un metro de distancia de mí, esto era real y una putada.

    Dios que cuerpo. Mi imaginación no le hacía justicia, en persona era mucho mejor. Demasiado bueno.

    Lo que me faltaba.

    Una espalda ancha con unos bíceps cincelados y marcados, su torso, como siempre había imaginado; liso, suave, brillante y dando principio a un estómago marcado que daba la definición en un término de una flecha que marcaba lo que se escondía dentro sus pantalones…

    Estaba babeando.

  –Gírate, te subiré la cremallera– me ordenó con la mandíbula tensa, pero después de ver ese panorama, no podía moverme de mi sitio.

    Me lamí los labios deseando lamer cada curva de esa tableta baja, lamer con la punta hasta el límite de sus pantalones y sólo entonces, ponerme a morder su carne como un vampiro salido.

  –Gaela, pones mi paciencia a prueba continuamente– pronunció ronco.

    Levanté mi vista a sus ojos utilizando toda mi fuerza y mi voluntad. Pero me costó lo mío. Era la primera vez que veía tanta carne al aire y deseaba disfrutarlo.

  – ¿Lo haces queriendo o sólo te sale por naturaleza?

    No contesté. Me faltaba la respiración y el pulso me latía con fuerza y dolor, en la ingle. Así pues, antes de hablar y cagarla, me giré en el mismo instante que Ivan abría la boca de nuevo.

    Él soltó la respiración o un bufido, no lose, a ese punto el latido de mi corazón retumbaba en mis oídos y el bom-bom, dejaba en ecos más fuertes a cualquier sonido exterior. Después se acercó, escuché tres pasos fuertes y marcados y noté sus dedos sobre el vestido, justo en la zona baja del vestido, donde estaba el enganche de la cremallera, pero… No la subió.

  –No…

    Esa palabra fue soltada como un suspiro y el aliento que salió de su boca, chocó contra mi nuca haciendo que todos los pelillos de esa zona se erizaran como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

  –Siempre me he imaginado que ese aroma a jazmín era del perfume que usabas, pero no, me he equivocado. Esa deliciosa fragancia es tuya, desprende de ti y reconocer eso… Lo hace todo mucho más difícil.

  – ¿A qué te refieres? ¿Qué se ha vuelto difícil?

    La última pregunta casi no salió de mis labios y las últimas silabas fueron roncas y en un grito sordo que lo produjo mi pecho cuando él, posó su mano en el centro de mi espalda desnuda. El calor que sentí casi me mata y cada uno de mis síntomas se multiplicó.

  –Que me gusta –susurró sin voz.

    Ese sonido era maravilloso, nunca lo había escuchado en él y cada timbre, cada fuerza nacía de su contacto en un temblor y se mezclaba por todo mi cuerpo, concentrándose únicamente en mi ingle.

    Cerré los ojos y me centré en tratar sobre todo de mantener la calma y no desmayarme. Tragué saliva pero fue un error, me atraganté con ella y todo por culpa de él.

    Ivan había traspasado el límite de separación, se había apegado a mí, notaba su torso desnudo contra mi espalda y las rodillas me fallaron, no obstante, como pude mantuve el equilibrio. La mano que había estado en la cremallera ahora estaba en mi brazo y subía rozando con la yema de sus dedos todo el largo hasta llegar al cuello, la otra había subido hasta mi nuca, al paso, retiró mi cabello a un lado para dejarlo por encima de mi hombro, justo por delante de mí.

  –La cremallera– le pedí tontamente porque ese hombre no me escuchó y la voz interna de mi cabeza me pidió que me callara soltando gritos locos y descontrolados.

  –Gaela– pronunció mi nombre con fuerza, con ansiedad–. Hoy he visto algo que no me ha gustado– sentí su nariz y sus labios nadar por mi cuello, pero sin tocarme.

  – ¿El qué?–conseguí decir de puro milagro.

    En un pasado una confesión así debería de haberme puesto las hormonas en fila recta, pero había algo, algo en su voz que me debilitaba y me calmaba, como una especie de tranquilizante, con lo cual, no me preocupé mucho de ese comentario.

  –He visto muchas miradas posarse en ti con lascivia, con envidia, miradas que me han causado orgullo de saber que les gustaba mi trofeo–, eso no me gustó nada, esa palabra la odie desde el primer día que la escuché de su boca, sin embargo, como estaba agilipollada, no pude decir nada–, pero hoy, por primera vez, una mirada ha conseguido ponerme nervioso.

    Me tensé completamente. Sabia de quien hablaba.

  –Sabes a quien me refiero– afirmó en el mismo nivel, sólo que percibí un tono salvaje en su voz.

  –No– dije.

    Deseé que saliera de mis labios con más convicción pero ese cuerpo, ese tacto y ese cálido aliento cayendo sobre mí se produjeron en mi contra y mis palabras no sonaron tan realistas como me hubiese gustado.

  –No me mientas, Gaela, no voy a ser tolerante contigo. Nunca.

    Me removí inquieta entre sus brazos, un poco nerviosa pero las manos de Ivan apresaron con rapidez mis brazos y mi cuerpo directamente chocó contra su pecho. La tensión vivida anteriormente se convirtió en una completamente diferente.

  – ¿Qué quieres? –pregunté en un hilo de voz.

  –De ti, la verdad– murmuró entre diente. Si ladeaba mi cabeza me chocaría seguro con su mandíbula–. ¿Estabas en el baño cuando no te encontré antes?

    Aguanté la respiración y conté hasta diez antes de volver hablar.

  – ¿Dónde iba a estar?– pregunté a la defensiva.

    Mal asunto.

    La presión que ejercían esas manos sobre mí se aumentó y un momento después, Ivan me dio la vuelta en un movimiento violento y me puso cara él. Lo primero que vieron mis ojos fueron ese delicioso torso desnudo y de nuevo, sólo que más intenso porque esta vez tuve que añadirle su aroma, se disparó la locura por cada célula de mi piel, comenzando con el temblor, la respiración, el calor y terminando con el terrible y ardiente calor.

    Presioné los labios con fuerza para controlar la lengua. Sentía el impulso descontrolado de lamer esa carne, esa endurecida carne para saber si su sabor podía resultar tan delicioso como su aroma… Seguro que sería mejor…

    Grité mentalmente, controlando cada impulso, cada tentación y cada sensación.

    Sube la mirada, mirar esos músculos puede resultar tan peligroso como terminar esta noche en la cárcel.  

  –Quiero besarte– dijo de repente y sin ninguna explicación.

    Eso sí que me hizo subir la mirada con rapidez.

    El gris plata, puro líquido derretido y brillante no me miraba a mí, observaba atentamente mis labios. 

  – ¿Me pides permiso?

  –Sí– respondió con sinceridad y cortándome el aliento.

  –Te avisé de lo que sucedería si tu boca tocaba la mía.

    Inconscientemente me lamí los labios, sentía la boca tan húmeda que tenía la sensación de que la baba se me caía, pero sólo era eso, una ilusión de lo muy motivada y francamente mojada que me sentía de pronto, al ver cada rasgo de su cara. Sus pupilas se dilataron y las manos que estaban apoyadas en mis brazos subieron hacia arriba, muy lentamente hasta frenarse en mis mejillas, los dedos largos se abrieron y rozaron la zona interna y sensible de mi oreja. Me estremecí sin piedad.
 

  –Lo sé– murmuró sin fuerza en la voz.

  – ¿Y aun así, vas a arriesgarte?

  –Me parece que sí. –Su aliento cálido cayó sobre mí y mis labios se hincharon.

    Me parecía irracional como había cambiado todo. Su comportamiento sufría una transformación y cada gesto de su rostro vivía la misma sensación.

  – ¿Que te ha dado?

  –Si no quieres… Estas a tiempo de darme un empujón y alejarte de mí. Puedes impedirlo.

  – ¿Y si no lo hago? –Pregunté levemente al tiempo que levantaba mis brazos y apoyaba mis manos en sus bíceps.

    Al sentir su piel desnuda, su cálido músculo tensarse bajo mi contacto, sentí la necesidad de presionar, de notarlo con intensidad y estrujé mis dedos contra su carne, deseando arrancarle la piel, a cambio, el cuerpo que tocaba se tensó después de temblar ligeramente.

  –Te besaré y correré el riesgo de recibir ese golpe en las pelotas. No obstante… Inténtalo y déjame besarte, déjame qué por una vez, disfrute de tus labios sin nada que me lo impida.

    Suspiré al escuchar ese timbre completamente ronco de su voz. Ivan siempre tenía lo que quería, era un artista en ese tema y ahora sabía que buen actor era porque ahora mismo parecía desearme de una forma desesperada y yo, me lo creía, me creía que verdaderamente necesitara mis labios.

  –Nunca has tenido nada que te lo impida, nunca te he plantado una barrera para impedirte hacer lo que te diera la gana – pronuncié en murmullos. Mi voz perdía la poca voluntad que le quedaba a todo mi cuerpo.

    Es tarde… Deja de fingir.                 

  –Aunque no te lo creas, contigo las cosas siempre son complicadas y las barreras, por muy trasparentes que sean, siempre están ahí, entre los dos–. No sé en qué momento se había acercado tanto a mí, pero ya sentía el roce de su nariz contra la mía y mis fuerzas comenzaban a flaquear, caía lentamente y sin remedio hacia él–. Deja de pisotearme y por una vez dame algo que no tenga que implorar.

    Hazlo.

    Susurré mentalmente porque ni para eso tenía fuerzas. Pero algo tuve que pronunciar porque sus ojos por fin se alzaron y se chocaron con los míos, y el brillo que anteriormente había gobernado todo su color aumentó por toda su pupila, hasta en su rostro, en cada uno de sus gestos percibí el brillo que macaba unas facciones que ahora eran tan descaradas como las de un animal levantando el mentón ante una victoria, encima de una roca y con su presa bajo sus patas.

    No me envió ninguna señal de las que decían que lo iba hacer, no hubo nada, tan sólo los alientos chocando, el cálido aire de su boca cayendo por las comisuras de mis labios y desparramándose por mis mejillas, y finalmente, lo mejor, el toque de sus labios contra los míos.

    Ivan simplemente se lanzó.

    Al principio fue un choque, pero después, el descontrol, tras un sonido ronco que salió de su garganta y rebotó por todo mi cuerpo, se volvió repentinamente algo completamente inesperado.

    La palabra beso no describía lo que ese hombre le estaba haciendo a mi boca. Era demasiado insulsa para expresar el movimiento posesivo y carnal de boca, dientes, lengua reptante y aliento. Indicaba intimidad y necesidad, hasta su mismo cuerpo se pegó con fuerza al mío y las manos que enjaulaban mi rostro, presionaron con fuerza para que no me escapara.

    Todo vibraba por mi cuerpo en una pasión apenas incontrolada, tanto que, descendí mis manos de sus brazos para abajo y de ese modo tocar más trozo de piel, y de la nada me vi introduciendo mis bazos entre los dos para poder deslizar mis dedos en ese torso.

    Hubo dos sonidos fuertes y desgarradores, dos gruñidos y uno supe que era mío, el otro, más animal, era masculino, sólo que ese sonido bestial, jamás lo había escuchado en él. Ivan parecía descontrolado, su lengua arremetía sin piedad, explorando a la vez que jugaba conmigo en una guerra de posesión y victoria absoluta.

    De pronto, perdí el equilibrio y tardé unos segundos en comprobar que eso se debía a que el beso se había terminado.

  –Mierda– se quejó sin aliento–. Ese debe de ser Ted–. Por lo visto el timbre de casa sonó y ni siquiera ese sonido pude escucharlo de lo perdida que estaba–. Maldita sea–farfulló agitando la cabeza, dejando que su cabello se meciera con el sonido–. No me acordaba.

    Eché un vistazo a través de la nube de pasión que me emborronaba la vista al cuerpo de Ivan que se movía por toda la habitación. Él parecía más recuperado, o al menos en parte por que buscaba algo como loco y no lo encontraba, sin embargo yo, me encontraba alterada y con las constantes vitales pasando lentamente por mil sintonías diferentes. Estaba apoyada, como podía, en el cristal con los bazos en plena tensión, centrando un registro de mis niveles de oxígeno para dejar que el aire comenzara a entrar por mi boca con normalidad.

  –Termina de vestirte. Te esperaré en el salón– me pidió, con gesto agitado y mirándome apenas unos segundos, luego, se marchó con la corbata en la mano y la camisa roja desabrochada.

    Menéate.

    Obedecí la orden estrepitosa de mi cabeza y fui directa a la cama para sentarme y terminar de arreglarme.

    Los zapatos, unos cómodos pee toe en color plata con piedras a los lados me levantó un palmo, eran bonitos y elegantes pero decidí quitármelos y volver a ponerme mis salones rojos. Eran mi amuleto y temía dejarlos en cualquier lado que no fuera el zapateo de casa. Me planté una coleta alta y tras dar el visto bueno en el espejo, salí fuera.

    Me los encontré en el salón, sentados en una esquina de lo que suponía que era el sofá –continuaba etiquetándolo de cama doble a medida, eso era gigante-, susurrando con la cabeza baja como si compartieran un secreto. Ivan que estaba cara mí, nada más me vio se levantó y cortó inmediatamente la conversación que tenían. Ted fue el siguiente y me dedicó una mirada de esas que te miden, te pesan y te sacan las tallas de todo el cuerpo.

    Cerdo, pensé a la vez que ampliaba los labios en la sonrisa más falsa que podía haber nacido de mí.

  –Gaela, encantado de volver a verte– pronunció en un ronroneo descarado que me produjo una mueca que por suerte, pude camuflar bien.

    Lo conocí por primera vez en la fiesta que organizaba la familia Toscana para legalizar el contrato matrimonial entre Ivan y yo, fue el mismo Ivan quien me lo presentó y aunque ese día fui presentada a muchísimas personas, como si fuera una obra de arte que habían vendido a un buenísimo precio, ya que su comprador me mostraba como un trofeo, la cara de Ted no se me había quitado de la cabeza, y no se trataba de su físico especialmente, aunque el chico no estaba tan mal.

    Con un metro ochenta y cuatro, atlético, unos ojos grises oscuros con largas pestañas y unos carnosos labios donde se veía claramente una cicatriz en el labio inferior que provocaba en él una sensación de chico malo.

    No, su físico no había causado grandes estragos en mi cabeza, todo se debía a que el muy imbécil, trató de ligar conmigo con insistencia, como si Ivan me fuera a compartir con él, llegando incluso a intimidarme y cuando lo rechacé con un fuerte empujón, él fue uno de los que me comunicó de que pie cojeaba Ivan cosa que me marcó, en ese momento ofendida lo había enviado a la mierda y amenazado, ahora, aunque lo creía, continuaba sintiendo el mismo deseo de enviarlo a la mierda, pero por mostrar educación, ya que estaba de buen humor, avancé hacia él y levanté mi mano.

  –Y yo– mentirosa.

    Estrujé su mano y me coloqué al lado de Ivan. Tanto Ted como él se dedicaron una mirada directa y en los labios de Ted, apareció una extraña sonrisa que no comprendí pero en cierto modo me molestó. Parecían que se comunicaran con la mente y el resultado de cada gesto, no me gustó mucho.

  –Hasta parecéis una pareja de verdad– se atrevió a decir Ted, con una especie de mofa.

  –Y tú, hasta pareces un hombre de verdad con ese traje. ¿Te lo han prestado? –continué su juego, como siempre atacándonos sin piedad.

    Todo comenzaba así y terminaba bastante mal.

  –Vaya– exclamó con los ojos abiertos y dando un paso hacia atrás al paso que dejaba los brazos abiertos suspendido en el aire–. ¿Es que hoy no le has metido el nabo en la boca a tu preciosa novia?

    Será…

    Me ruboricé y me tensé chocando con la mitad del cuerpo de Ivan contra mi espalda.

  –Ted.

    El aviso de Ivan me cosquilleó la oreja y parte del hombro, pero en ese momento la pregunta ofensiva de Ted tenía mi plena atención y mi subidón de mala hostia.

  – ¿Y a ti hoy no te ha llegado el dinero para poder metérsela por el culo a tu novio, o es que el club que frecuentas te ha echado para que no escampes el herpes?

    A la yugular, no me corté ni un pelo.

    Puede que hubiese perdido un poco control, el cuerpo que se rozaba con mi hombro se tensó de sobre salto, como si alguien detrás de él le pegara un fuerte golpe en la nuca. Noté la mirada de Ivan quemarme la mejilla y aunque deseaba darme la vuelta para ver qué cara de horror se dibujaba en su rostro, la cara de ira que tenía delante y que me miraba ardiendo en ese instante, tenía toda mi atención.

    Si miraba a Ivan corría el riesgo de perder el hilo de la discusión y Ted me ganaría terreno.

  –No, pero si me lo dejas a buen precio, tal vez te deje hacerme un buen trabajo de limpieza con esa deliciosa boca…

  – ¡Ted! –rugió Ivan de una forma salvaje.

    Ted era lo que se podía considerar como un hermano para Ivan. Él era su socio y aparte, su mejor amigo desde la infancia. Los dos habían levantado la empresa y juntos habían conseguido no sólo que funcionara sino que fuera de las más beneficiosas de la ciudad, hasta habían conseguido un hueco en el extranjero y su lucha por continuar ampliándose era, desde luego, increíble y un gran trabajo reconocido por aquellos que lo habían visto crecer.

    Pero en mi caso, Ted era un auténtico gilipollas.

    Había coincidido con él en dos o tres ocasiones más, y en todas ellas su trato hacia mí había resultado ser; de impertinente, una mosca molesta, hasta; obsceno, vulgar y asqueroso. No me caía bien y ni me gustaba como trataba a las mujeres con las que salía (cosa que era para alucinar), ni me gustaba la chulería con la que iba por la vida, por eso, su juego de palabras que para él comenzaron como una broma, ya que se creía con derechos de tratarme como a una cualquiera por ser el gran amigo de Ivan, para mí había ido a más y el respeto o la amistad, se habían ido a la mierda en el mismo momento que había abierto la boca.

  –Te agradecería que te controlaras, Ted. Estás en mi casa –lo amenazó Ivan con la mandíbula tensa al tiempo que colocaba una mano en mi espalda.

    Ted me dedicó una mirada amenazante y después, suavizando sus rasgos de una forma sorprendente, miró a Ivan.

  –Lo siento Ivan. Es que…Tu novia tiene el don de tirarme de la lengua– dijo en broma y guiñándome un ojo a mí.

    Todo un ángel.

    Siempre me había preguntado cuál de los dos, si Ivan o yo, seria quien le pegara un puñetazo a Ted para callar una de sus ofensas, pero por el aguante de Ivan, o la vieja amistad que los unía, una parte de mi me decía que yo sería la persona que terminaría reventándole la boca, porque Ivan, sí, lo callaba, lo amenazaba, pero nunca había pasado de ese tope y no daba señales de que fuese a traspasarlo jamás.

    Me moví a un lado para retirarme un poco de ese cuerpo pero la mano de Ivan tomando mi brazo me lo impidió. Me giré para mirarlo, él clavó sus ojos en los míos e inmediatamente noté la presión de sus dedos en mi espalda… Me estaba acariciando.

  –También va por ti, Gaela. Compórtate, por favor –murmuró con suavidad al mismo tiempo que sus dedos bajaban en caricias por toda mi espina dorsal hacia abajo. Y todo para finalmente terminar subiendo la cremallera del vestido.

    Cosa que ni recordaba.

  –Eso ha sonado a guarrería– señaló Ted al escuchar el eco que había producido el metal al entrelazarse.

    Ambos nos giramos y lo miramos con desprecio.

  –Cállate Ted, y vámonos ya.

    Ivan me dio un leve empujón para animarme a caminar y fue a buscar las llaves, Ted y yo nos dirigimos a la salida, este abrió la puerta como un caballero, pero todo fue un truco que ejecutó, aun escuchando como se acercaba Ivan. Se arrimó en el preciso instante que pasé por su lado para salir y me tiró un soplo de aire de su boca contra la oreja.

  –Zorra– susurró.

    Me frené y lo miré por encima de mi hombro.

  –Ladilla– susurré a tiempo antes de que Ivan llegara a nuestro lado.

    No hubo más contestaciones ni insultos, yo me mantuve al margen mientras ellos hablaban, bueno, más bien era Ted quien hablaba, describiendo físicamente su última conquista y lo mucho que le había gustado la guía turística que recibió por su casa, probando cada mueble, cada azulejo de la pared o cada mullido cojín.

    Me mantuve al margen pero no pude evitar bufar en algún que otro comentario e imaginarme la cruda realidad, si no estuviera encerrada con ellos, Ivan también estaría contando sus batallas.

    Cerré los ojos y me centré en mantener la mente en blanco para alejar lo máximo posible mis pensamientos nefastos y recordando únicamente lo sucedido en la habitación, cosa que me gustaba más y algo tenía que significar.

    Porque algo bueno había sucedido entre Ivan y yo, y todo gracias a Liam…

    Mierda.

    Recordarlo a él, fue peor, tanto que, hasta las piernas me temblaron y sentí un ligero temblor en mi ingle. Me apoyé en la barandilla del ascensor y solté impulsivamente la respiración.

    Finalmente abrí los ojos y terminé escuchando la larga lista de tonterías que salían de la boca de Ted.

    Mejor eso que pensar en un hombre que no volvería a ver y cuyo recuerdos me producían un terrible problema mental.

 

  

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